Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

MOVIMIENTO DE LIBERACION FEMENINA EN EE. UU.
¿POGROM PARA LOS HOMBRES?
Escribe ELLERY QUEEN. Exclusivo para SIETE DIAS
Bien conocido por todos los aficionados a la literatura policial, Ellery Queen es uno de los fenómenos más curiosos y persistentes del género. Frío, elegante, analítico —lo suficientemente snob como para atiborrar sus novelas con citas en latín y griego—, el erudito detective norteamericano acapara, desde hace varias décadas, el entusiasmo de millones de fans en el mundo entero. Sus historias suelen estar compuestas como un hábil, intrincado rompecabezas donde la infinitud de detalles y pistas posibles están orquestados para entusiasmar y desorientar al lector. Estas virtudes de su pluma —además de una buena, atractiva dosis de violencia y sadismo— le han servido para vender algo más de 100 millones de ejemplares de sus libros, escritos con una ironía mordaz que sobrepasa en mucho las exigencias más comunes en la materia.
Lo que no muchos de sus admiradores saben es que Ellery Queen, en realidad, no es una sola persona: se trata de un dúo de autores formado por dos ingeniosos neoyorquinos, nacidos en Brooklyn. Frederic Danny y Manfred B. Lee —componentes del tándem y primos maternos, por añadidura— comenzaron a escribir, amparados por el
seudónimo de Ellery Queen, cuando ambos tenían 23 años. Su primera ficción detectivesca se convirtió —con el tiempo— en uno de los máximos clásicos del misterio: The roman hat mystery; sus cientos de reimpresiones —en todos los idiomas modernos, menos en ruso y chino—, se dice, podrían llenar los anaqueles de una biblioteca con capacidad para mil volúmenes. Por otra parte, sus seguidores saben que no pasa un año sin que Ellery Queen alumbre alguna pequeña obra maestra del crimen; circunstancia que le ha permitido sobrevivir a otros maestros del enigma, como fueron S. S. Van Dine o Carter Dickson.
Con todo, Ellery Queen no parece satisfecho con esa capacidad para sorprender: abandonando —sólo por un momento, no hay que preocuparse— su habitual género policíaco, acaba de perpetrar un artículo periodístico (su primera incursión en el género) que se refiere al movimiento feminista en los Estados Unidos. Sus observaciones en torno del llamado Movimiento de Liberación Femenina conservan todas las virtudes que hicieron famosas sus novelas: ironía, suspenso. .. y final inesperado. SIETE DIAS adquirió los derechos, para su publicación, con carácter exclusivo.
El 2 de mayo de 1956, a las tres de la mañana, un vendedor de autos usados de Nueva Orleáns, llamado Max Jernigan, tuvo la mala suerte de ejercer sus presuntas dotes de seductor sobre Beatrice P. Adams, una atractiva y frágil dactilógrafa de 33 años de edad. Fue, probablemente, la primera víctima del Women's Liberation Movement (Movimiento de Liberación Femenina). Un colega de Jernigan presenció —según se supo después, durante el proceso— el vigoroso acto de rebelión de que fue objeto el donjuanesco vendedor de autos. El testigo contó, con lujo de detalles, que él y su amigo salían de una pequeña fiestecita cuando avistaron —caminando sola, por la calle— a la despampanante Beatrice. De común acuerdo abandonaron el coche y Jernigan se acercó a la damisela con intención de cortejarla. Esta pareció ceder a los requiebros de Max, quien la invitó a trepar al automóvil; su amigo, por discreción y complicidad, aguardó el desenlace de la galante aventura escondido a medias en el zaguán de una casa vecina. "La mujer y Max —reseñó el testigo— subieron a la parte posterior del Cadillac y se enzarzaron en íntimos arrumacos. Yo había encendido ya mi segundo cigarrillo cuando vi que una de las portezuelas se abría de golpe y Max salía despedido con fuerza hacia la calle. De pronto, el motor del coche se puso en movimiento y el Cadillac pegó un brinco y dobló en redondo, haciendo chirriar las ruedas sobre el asfalto. Todo lo que sucedió después aún me parece una pesadilla: cuando Jernigan consiguió ponerse de pie —la investigación estableció que estaba en mangas de camisa y con sólo ropa interior de la cintura para abajo—el auto se le fue encima y lo arrolló limpiamente, lanzándolo al aire. El cigarrillo se me cayó de los labios y quedé como paralizado. Después la mujer frenó y dio marcha atrás atropellando de nuevo el cuerpo caído de Max; el coche parecía enloquecido: iba para atrás y adelante pasando, cada vez, sobre el pobre Jernigan. Les aseguro que fue la más aterradora demostración de sangre fría que vi en mi vida. En un momento dado, la mujer descendió de la cabina, se acercó al yacente Max, lo tocó con el pie y después volvió a pasarle dos veces por encima con el coche: en ese momento yo me desmayé." Hasta aquí el relato de Austin L. Carey, único testigo presencial del episodio.
Según parece, al menos por el tenor de sus declaraciones, la actitud de Beatrice Adams fue sólo una manera de expresar su descontento hacia la dominación que los hombres pretenden ejercer sobre la mujer. "No siento ningún remordimiento por haberlo matado y lo haría nuevamente si me encontrara en igual circunstancia —testificó la dactilógrafa—, pues Dios y yo estamos cansados de que los hombres se burlen de las mujeres y sólo pretendan usarlas."
Nótese, a modo de pista para detectar similitudes con otros casos que se relatarán posteriormente, la identificación de la asesina con la voluntad divina. Desde luego, no se requiere una imaginación desbordante para emparentar las declaraciones de la Adams con las que recientemente han formulado algunas cabecillas del Movimiento de Liberación Femenina, en el sentido de que Dios no es de sexo masculino: "Sólo recen a Dios por su liberación —dicen las damas—, que Ella (She) proveerá". Es de esperar que no quieran decir que Ella les proveerá, indiscriminadamente, de blancos masculinos para sus automóviles, como parece haber ocurrido en el episodio protagonizado por miss Adams.
Quizá puede parecer exagerado situar al Movimiento de Liberación Femenina dentro del área del homicidio, pero hay una serie de indicios que señalan que esa pista no es tan desacertada. Tal vez otras historias, por cierto verdaderas, muy publicitadas en todos los diarios de los Estados Unidos, puedan arrojar un poco más de luz.
UNA EVA Y TRES ADANES
Recientemente, un amplio círculo neoyorquino se sintió conmovido por lo ocurrido a Andy Warhol, un artista de distinguidos cabellos plateados, sofisticadas chaquetas de cuero y corbatas extravagantes, conocido por sus films de desnudos. El hecho, por si no todos lo recuerdan, tuvo lugar en el estudio de Andy, donde se rodaban sus inquietantes películas undergrounds. Esta vez la dama en cuestión se llamaba Valerie Solanas, una muchacha de 20 años, trigueña, muy en tipo sexy, que actuó en varios de esos films.
En verdad, Valerie, Andy y Fred Hughes —actor y amiguito de la estrella— acababan de terminar la última toma de una película llamada Yo, un hombre. Posiblemente haya sido este título, esencialmente masculino, lo que colmó la paciencia de la desprejuiciada jovencita. También estaba presente en esa oportunidad el crítico de arte londinense Mario Amaya, de paso por Nueva York.
Aún sin terminar de vestirse del todo, mientras Andy atendía una llamada telefónica, Valerie —sin pronunciar palabra— extrajo de una cartera un revólver calibre 32 y una pistola automática 22 largo y la emprendió a balazos contra el sorprendido Warhol, que sólo alcanzó a pronunciar un temeroso "¡Oh, no!", antes de caer perforado al suelo, manchando con su sangre una dedicada alfombra persa.
"Inmediatamente —relató más tarde el atribulado Fred— Valerie se volvió hacia Amaya, que corrió a refugiarse en un cuarto contiguo"; la fuga, si bien le salvó la vida,, no evitó que la certera amazona le acribillara los glúteos de dos disparos. Fred Hughes hizo lo que cualquier hombre con sentido común hubiera hecho: se arrodilló a los pies de Valerie, humillado, y le rogó que le perdonara la existencia, prometiéndole que no diría nada de lo ocurrido. Llevándose las armas en la mano, y vistiendo un sucinto bikini íntimo, la furibunda trigueña se marchó dando un portazo; en la esquina, se entregó —detenida, claro— a un sorprendido policía que no salía de su asombro.
Andy, quien milagrosamente sobrevivió al inesperado ataque, tenía el bazo, el hígado, el estómago, el esófago y los dos pulmones taladrados; cuando el juez requirió de Valerie Solanas los motivos del inesperado tiroteo,
ésta confesó candorosamente: "Yo soy una muchacha pacifista, pero esos hombres ejercían demasiado poder sobre mí y eso no está bien. Hace unos días —concluyó— escribí un manifiesto feminista donde explico un montón de cosas al respecto", remitió la fanática militante. En ese documento, mencionado al juez por Valerie, la muchacha abogaba por la constitución de una Sociedad de Eliminación Masculina (SEM), y por la realización de un programa tendiente a formar un alegre, brillante y justiciero mundo femenino, donde el papel de la hembra fuera superior al del macho (sic). Valerie, por otra parte, era militante —y tal vez dirigente— del ala más radical del Movimiento de Liberación Femenina, de Nueva York.
LAS DULCES ASESINAS
Si bien se mira, los principios "ideológicos" de la SEM pueden sonar a fantasía más o menos lunática; pero también es cierto que aún no está establecido estadísticamente cuántas de las activistas del MLF están dispuestas a cumplir el programa extremista propuesto por la creadora del SEM. Gallup —para tranquilidad de la especie— haría bien en preocuparse por efectuar una encuesta entre el combativo grupo de matronas.
De lo que no cabe duda, es que el Movimiento fue solidario con el gesto de Valerie: una semana después del atentado libertario, un piquete de feministas recorrió las calles de Nueva York proclamando
su apoyo a Valerie y demandando su inmediata libertad. Algunas de las pancartas decían textualmente: "Valerie se hizo justicia: ¡La obligaban a actuar desnuda!" "¡Libertad para la dulce asesina!"; "Valerie es nuestro ángel exterminador". Una joven manifestante, que desfilaba con el rozagante pecho descubierto, en un alarde de casta salud, desde luego, empuñaba un amenazador cartel que decía: "La tierna mano que mece la cuna también puede empuñar un revólver", repetía —tan sólo— uno de los slogans más usados por el movimiento feminista de los Estados Unidos.
Helen Dudar, quien expuso la retórica del Movimiento en un artículo aparecido en el semanario Newsweek, confesó que su relación matrimonial la distraía enormemente hasta el punto de que "molestaba su aptitud para el trabajo". Para resolver el problema decidió llevar todas las noches, al lecho conyugal, un amenazador cuchillo con el que ponía límites a los reiterados escarceos perturbadores de su cónyuge: el marido terminó pidiendo el divorcio. Goldyne Pizer, de Los Angeles, llevó más adelante la experiencia: siguiendo el ejemplo de la Dudar no sólo se armó de una filosa daga sino que la usó contra su marido en un castrador e incontrolable movimiento de liberación. En su habitación, en el sitio donde suelen ponerse crucifijos e imágenes religiosas, la policía encontró un dibujo —iluminado— de Julie d'Aubigny, una muchacha francesa del siglo XVII que dio muerte a 18 hombres antes de cumplir los 20 años de edad.
¿Indicará todo esto que para el macho de la especie humana se aproxima una era de pogroms y Buchenwalds? ¿Se convertirá alguna vez el Tío Tom en una devoradora Tía Tomasa? El lector tiene en sus manos todas las claves del enigma: no resolverlo puede costarle la vida ... u otros inconvenientes. Acaso le convenga imitar algo que se me ocurrió recientemente; en la puerta de mi casa mandé grabar esta inscripción, con letras indelebles: "Algunos de mis mejores amigos son mujeres".
Revista Siete Días Ilustrados
22/02/1971

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