Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

NICANOR PARRA
«SOY MARXISTA... PERO DE LA LÍNEA GROUCHO»
Defenestrado como jurado de un concurso poético en Cuba, zaherido por los grupos de izquierda de su país por asistir a un té con la esposa del presidente Nixon, el más controvertido poeta chileno contemporáneo abjura del marxismo y se adhiere a una extraña tendencia hippie, el yippismo

Dice que si no lo metieran preso robaría un megáfono y comenzaría a caminotear por las calles de Santiago de Chile gritando: "Soy inocente, soy inocente, póngame usted la paloma de la paz haciéndome pis sobre la cabeza".
Dice que se arrodillaría en la mitad del paseo La Alameda y alzaría los brazos al cielo, clamando:
Yo soy un mercader
Indiferente a las puesta de sol
Un profesor de pantalones verdes
Un pequeño burgués es lo que soy.
Nadie lo pondría en duda. Porque además de irreverente, delirante, impetuoso, divertido, surgente, imprevisible, Nicanor Parra —el poeta chileno autor de La cueca larga, Versos de Salón, Poemas y Anti-
poemas— están decididamente propuesto a no perdonarles a los chilenos que lo hayan herido tan profundamente, casi de muerte, cuando —haciendo caso omiso a las excusas del vate— lo acusaron de alta traición: Nicanor, en un viaje por Estados Unidos —primer pecado— asistió a un congreso de escritores —segundo pecado— y aceptó —pecado capital— una invitación para tomar el té con Pat Nixon, esposa del presidente de EE.UU. Esa aventura no solamente le costó la airada reprobación de toda la intelectualidad chilena de izquierda; Parra, además, había sido designado jurado del concurso de poesía que organiza anualmente la editora Casa de las Américas, de Cuba: Fidel Castro, personalmente, ordenó la destitución pública del poeta y lo expulsó de la isla, en mayo del año pasado, cuando se enteró que el mismo día de la invasión norteamericana a Camboya, Nicanor Parra había compartido la mesa de té de Pat Nixon. Quizá no haya nada más terrible para un hombre de 57 años (40 de los cuales dedicó a la militancia "poética") que el vacío al que fue sometido el inventor de los antipoemas, la ley del hielo a la que lo someten sus colegas latinoamericanos. Desde entonces, como un pájaro herido, el poeta se refugia, se enclaustra, en una cabaña de paja y madera al pie de la Cordillera de los Andes. Allí, donde sólo el verdor de los pastos parece invitar a vivir, sobrelleva la peor crisis de su historia. Tal vez no haya perdido aún el humor, pero su malestar es tan profundo, su desolación tan drástica, que no es difícil entender por qué ha transitado ciertos rumbos, ciertos extraños acentos demenciales que, a lo largo de este reportaje exclusivo concedido a SIETE DIAS, afloran intensamente, inhiben un diálogo normal y trasforman te entrevista en una catarata de disculpas, ofensas, maldiciones, recitados de poemas satíricos, obscenos, divertidos. Parra no necesita demasiados estímulos para lanzarse a hablar del tema que lo obsesiona:
—Yo no estoy enojado con nadie, ni siquiera con los cubanos... para mí este asunto es muy doloroso porque yo he sido y sigo siendo admirador de la revolución cubana. Si Fidel fuera justo debería creer en mí. Fíjese que cuando me enteré de la destitución, le contesté textualmente: "Pero hombre, qué tontito... si yo estoy con ustedes".
—Parece que no le creyeron.
—Lo que pasa es que ese asunto del té con la mujer de Nixon fue horriblemente deformado. Hay muchas personas involucradas en la historia, gentes interesadas en desprestigiarme de cualquiera manera. Por eso sembraron cizaña.
—¿Quiénes?
—Escritorcitos mediocres carcomidos por la envidia, gusanos incapaces de soportar a un hombre íntegro como yo, que no me adscribí jamás a partido alguno pero que igualmente alcancé el éxito.
—¿Cuál es su versión de la historia?
—Yo fui a Estados Unidos en un viaje estrictamente cultural, como delegado a un congreso de escritores en el cual estaban representadas todas las tendencias políticas. El Té (ya hay que escribirlo con mayúscula, !la importancia que tiene!) formó parte del programa oficial al que estábamos sometidos los congresistas. Además, al igual que yo, asistieron otros escritores de izquierda.
—¿No le parece extraño, inusual, que se lo haga víctima de una situación aparentemente tan intrascendente?
—Soy víctima de la contradicción aún no resuelta en los países marxistas: el problema de la libertad de expresión. Ahí está la cosa. Como hombre no puedo sino aprobar los principios de la revolución cubana. Como poeta declaro mi derecho a la libertad integral.
—Así debe ser fácil considerarse marxista.
—Yo estoy en contra de todo lo que signifique encerrarse", dentro de esquemas. Hoy pienso que el pensamiento marxista está estancado. Ya no se le pueden sacar más chispas. ¿Quién le dijo que yo era marxista?
—¿Cómo están sus relaciones con la Sociedad de Escritores de Chile?
—Rotas. Ni bien ocurrió lo de Cuba accedí a tener una charla con ellos, pero me encontré con una tropa de pájaros enjaulados, fervorosos practicantes del fracasismo, que se creen con autoridad para otorgar o negar escapularios de izquierdismo o derechismo. Hasta me acusaron de exitista. Yo di por terminado el asunto mandándoles una carta. El texto era éste: "Amigo presidente: después de las cuarenta vueltas que le hemos dado a la bienaventurada taza de té de la señora Nixon en la televisión, en conferencias de prensa, etc., etc., ¿no le parece Excelencia, que convendría cambiar el disco? Sinceramente, la cosa no da para más, a no ser que quiera seguir como los satélites artificiales, girando siempre en la misma órbita".
—Presumo que allí se puso punto final a la polémica.
—No, si hubo quienes siguieron cargoseando con el asunto. Carlos Droguet (Premio Nacional de Literatura 1970) tomó un poema mío, lo trasfiguró y continuó con el ataque.
(Parra dice esto con dolor. El poema deformado se basa en un trabajo que tituló Me acuerdo de Violeta y tengo miedo. Violeta Parra, la más exquisita intérprete chilena de todas las épocas, hermana del poeta, se suicidó hace cuatro años y ese poema fue escrito por Nicanor como último homenaje a la cantante. Droguet se ensañó sin piedad: "Yo vendo todo lo que pillo / vendo a Cuba lo mismo que al Vietnam / vendo ahora a Camboya toda rota. / Se vende Chile. / Tratar con Nicanor", rezaba la primera estrofa del poema. La segunda, menos politizada, fue más sangrienta: "La poesía es una cosa muy sencilla / una tempestad un tanto tibia / por ejemplo, / en una taza de té / (con leche de la señora Nixon) / Estoy tan contento de repente / me acuerdo de Violeta y tengo miedo...").
—¿Se acuerda de Violeta y tiene miedo?
—Yo vivo con la frente erguida, como siempre, y el recuerdo de Violeta me da ganas de seguir peleando con esa manga de acomodaticios de cualquier régimen.
—¿A qué se piensa dedicar ahora que lo dejaron solo?
—No estoy solo y, otra vez, me encuentro formando escuela. Me rodea un grupo de jóvenes a los que estoy adoctrinando en la filosofía del yippismo. Se trata de un movimiento nacido en los Estados Unidos, fusión de los hippies con lo que se denomina la new left (nueva izquierda). Su líder es Jerry Rubin, que ha condensado sus ideas en un libro, Do It (Hazlo), mi biblia .
—¿Qué propone?
—Nada. En principio me declaro en contra de todo. Para saber claramente qué quieren los yippis basta con leer el prólogo de Do It, escrito por Eldridge Cleaver, líder de los Panteras Negras. Dice: "Puedo unirme a Rubin en torno a un cigarrillo de marihuana, o escuchar buena música, mientras contemplamos a los 'cerdos' (pigs, policías), y puedo también dialogar acerca de la manera de moverse para cambiar el mundo en que vivimos. Por último, puedo unirme a él para destruir lo que ahora constituye el orden social norteamericano y, sobre esas ruinas, construir algo firme, nuevo".
(Nicanor Parra se exalta al hablar de yippismo. Memorioso, recita las máximas del absurdo que, presuntamente, deben seguir los adherentes de la insólita doctrina:
"La juventud norteamericana está buscando una razón para morir. Una razón para morir es también una razón para vivir. América no nos da razón ni para morir ni para vivir". La seriedad con que Parra dice la frase deviene —un malabarismo de la cara del poeta— en mueca humorística: "Elvis Presley mató a Eisenhower... Nosotros somos marxistas pero de la línea Groucho...". Se podría pasar el tiempo invocando sentencias, pero otro tema lo atrapa con idéntica pasión: su exótica, personalísima poesía, convertida por el vate en anti poesía primero y en lo que él dio en llamar "la onda" después, los fotopoemas, "creados en base a artefactos y palabras obscenas").
—¿Qué es la antipoesía?
—¿Qué es la antipoesía?
¿Un temporal en una taza de té?
¿Un ataúd a gas de parafina?
¿Una capilla ardiente sin difunto?
Marque con una cruz la definición que crea correcta.
—¿A qué llama artefactos y palabras obscenas?
—Los artefactos son parlamentos dramáticos sin contenido político. Por ejemplo: "Se vende Chile. Tratar con Frei", o "Cuba sí, yanquis también", o "Tanto embromar con los molinos de viento para que al fin Dulcinea se metiera con otro". Mi último antipoema se llama precisamente Palabras Obscenas. Dice así:
Yo propongo que todos nos hagamos católicos
o comunistas, o como digan ustedes.
Es cuestión de cambiar una palabra por otra.
Yo propongo que purifiquéismos el agua,
Con la autoridad que me confiere
mi bastón de mendigo.
Yo propongo que el Papa se deje bigotes.
Estoy que me desmayo de hambre.
Yo propongo que me regalen un sandwich.
Y para terminar con la monotonía,
propongo que el sol salga por occidente.
—¿Por qué ese poema se llama Palabras Obscenas?
—Porque todas las palabras son obscenas. De allí que me vuelque ahora por los fotopoemas, que no son más que fotos, o recortes de diarios, a las que agrego muy poquitas palabras alusivas, como para no ensuciar el poema.
—¿No cree que se excede en la búsqueda de la originalidad y pierde contacto con la realidad, con la poesía?
—Se me puede permitir cualquier cosa. Estoy en una etapa de búsqueda, de crisis, no sólo como poeta sino como hombre. Lo único que la gente no puede permitirme es que me mate. Porque algo valgo. Después, por favor, que me dejen hacer lo que yo quiera.
(Nicanor Parra da por finalizada la entrevista, abruptamente. Sin previo aviso se inclina sobre una especie de escritorio hecho de troncos y comienza a garrapatear una frase, después de haber dibujado un ataúd. "Capacidad del ataúd, una persona").
CARMEN CORREA
Revista Siete Días Ilustrados
22.02.1971

ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba