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Sobrevivientes de los Andes
VIDA COTIDIANA
Sobrevivientes: Una temporada en el infierno

"Y comerás el fruto de tu vientre, la carne de tus hijos y de tus hijas que Jehová tu Dios te dio, en el sitio y en el apuro con que te angustiará tu enemigo.”
Deuteronomio, 28.

sobrevivientes de los Andes“Cristo brindó su cuerpo y su sangre en la última cena, por la salvación del prójimo. Nosotros debimos llegar a eso para sobrevivir.” La confesión de Eduardo Strauch, uno de los 16 jóvenes rescatados la semana pasada de la cordillera cuando se habían cumplido 72 días desde su desaparición, confirmó de manera definitiva que en medio del desolado paisaje andino un grupo de hombres, acosados por el hambre y el frío, había cometido reiterados actos de antropofagia. Strauch efectuó el anuncio durante la conferencia de prensa convocada el jueves pasado por los sobrevivientes en el gimnasio del colegio Stella Maris, de Montevideo, una aristocrática institución asentada en la elegante zona de Carrasco, donde la mayoría de los jóvenes había cursado sus estudios. Más de 500 periodistas llegados de todas partes del mundo y parientes de los pasajeros del avión accidentado, ovacionaron en ese momento a los fornidos muchachones que, enmarcados por las banderas chilena y uruguaya —y por la enseña del Old Christian, club para el que integraban un equipo de rugby—, levantaron eufóricos los brazos, un gesto que entre los deportistas suele consagrar a los triunfadores.
El dramático episodio, iniciado en la tarde del viernes 13 de octubre con la caída de un avión Fairchild, de la Fuerza Aérea Uruguaya, en las cercanías del cerro Tinguiriquica, en los Andes, adquirió, a medida que se fueron recibiendo las noticias del rescate, tantas perspectivas como las que pueden suponerse de acuerdo a la óptica de los más diversos observadores y a las características de las revelaciones. Sólo se explica como fenómeno social —en el que, según los especialistas, intervino, tal vez, un presumible sentimiento de culpa ante lo que algunos técnicos entienden como prematuro abandono de las tareas de rescate— la acogida festiva que los montevideanos tributaron a la máquina de LAN Chile que trasladó a los sobrevivientes desde Santiago. Después, en los alrededores del Stella Maris, se desató una fiesta multitudinaria; como en todos los espectáculos masivos, abundaron los vendedores de estandartes, helados, maníes y gaseosas. La distribuidora Metro-Goldwyn-Mayer fue más lejos: en las horas previas al retorno, repartió en el hall del aeropuerto de Carrasco folletos de propaganda de su film Vuelo 502: en peligro.
Era cierto que regresaba un puñado de hombres que había conocido como pocos la cercanía de la muerte, pero también que otros 29 yacían para siempre, íntegros o mutilados, bajo la nieve. “Los que murieron eran los mejores —declaró Francisco Delgado, uno de los que pudieron contar la historia—. Sus muertes se produjeron cuando ya no teníamos alimentos.” Ante esta confesión, obviamente, se diluyeron las imágenes milagreras que identificaban a los rescatados como “mensajeros de Dios”; la realidad impedía, una vez más, cualquier explicación alejada de las verdades terrenas: los 16 jóvenes habían ganado de mano al infierno gracias a la inteligencia con que resolvieron los problemas cotidianos, a su pronunciado vigor físico —se trataba, en todos los casos, de hijos de la clase alta uruguaya y de consecuentes deportistas— y, finalmente, gracias a que decidieron aprovechar para la vida las proteínas de los cuerpos muertos de sus compañeros. “Para nosotros fue una comunión y no queremos que esto, que nos es tan íntimo, sea manoseado”, concluyó Delgado.

EL CONFLICTO. Para el psicoanalista argentino Arnaldo Rascovsky, el horror producido por el canibalismo es similar al que origina el incesto. “Es un elemento propio de la naturaleza humana —explica—, y ya el niño vive la primera etapa de su alimentación, a través del pecho materno, como un comerse a la madre. Al fin y al cabo, el proceso evolutivo y cultural significa un progresivo desplazamiento de esa figura, y el acto antropofágico genera terror porque hace visible una fuerte tendencia instintiva, en la cual se cae en los períodos de gran regresión.”
El canibalismo, habitual en las ceremonias de los griegos primitivos y entre los aztecas, reaparece siempre en las situaciones límites; así sucedió en la Rusia de los años 20, ante la carencia de víveres elementales, y durante los brutales enfrentamientos entre tribus africanas. Pero los ejemplos son innumerables y van desde los rituales de grupos indígenas de la Polinesia hasta los mercados clandestinos de
carne humana, descubiertos no hace mucho en el Congo. De acuerdo al testimonio de aviadores que llegaron a esa región, habría inclusive entre los consumidores una escala de preferencias, en cuyos topes figurarían el lóbulo de la oreja, las palmas de las manos y los tobillos. “A la gente no sólo se la mata comiéndosela. Se la mata enviándola a la guerra, recluyéndola en una cárcel, en un orfelinato o en un reformatorio", sostuvo Rascovsky. Y prosiguió: "Felicito a estos muchachos por haber defendido con tanta intensidad la vida. La eliminación del canibalismo constituye un acto moral, pero en condiciones extremas como las que ellos vivieron, esa moral superficial deja de regir. Porque cuando no existe otra alimentación, se devora a sí mismo. ¿Qué otra cosa significan el adelgazamiento o la desnutrición?".
Todavía subsisten en la consideración del fenómeno, paradójicas contradicciones: el acto antibalístico encierra, al mismo tiempo, un profundo amor por lo que se ingiere, sentimiento que se comprueba tanto en innumerables cultos como en expresiones adoptadas por el habla, algunas tan frecuentes como la hasta ahora inofensiva te comería a besos. Puede suponerse, sin embargo, que quienes enfrentaron con éxito el violento choque contra un risco primero, y las agresiones de la naturaleza, luego, difícilmente habrán de eludir la presión social y el sentimiento culposo que crecerá a medida que se reincorporen al contacto con sus semejantes. Rascovsky prevé procesos melancólicos, persecutorios o depresivos, y otros especialistas calcularon que la evolución intelectual y afectiva de los sobrevivientes se adelantó en dos o tres décadas.
Frente a este pronóstico, el encuadre legal del insólito acontecimiento se minimiza, pero "de todas maneras la antropofagia —señaló el abogado Eduardo Barreira Delfino— queda al margen de toda imputación legal. La ley no la tipifica como delito, aunque el hecho se modificaría si fuera consecuencia directa de la eliminación de una vida. En ese caso, se estaría ante un homicidio calificado, que se sanciona con la pena de reclusión o de prisión perpetua. Y aun entonces podrían existir atenuantes que llevaran a la absolución de los imputados: por ejemplo, la comprobación de que las circunstancias límites vividas por los accidentados hubieran determinado la alteración de sus facultades psíquicas hasta el punto de impedirles la cabal comprensión de la criminalidad del acto".
También la opinión eclesiástica coincide en una perspectiva de comprensión: "Aunque resulte repugnante o hiera la sensibilidad, la situación extrema sufrida por el grupo uruguayo impide la condenación de la antropofagia. La Iglesia, por su parte, no puede tener otra posición que ésta: de ningún modo debe condenarse un hecho que mueve a la piedad y a la consideración. Tampoco hay que caer en el sensacionalismo al tratar un acontecimiento tan desgraciado, ni hubiera favorecido a la verdad religiosa su ocultamiento o la mistificación de su desenlace, atribuyéndolo a causas de origen milagroso”, expuso monseñor Jerónimo Podestá. Para él, "ante la existencia de otros sucesos de absoluta actualidad, como el feroz genocidio practicado por los norteamericanos en Vietnam o la condición de presos y procesados de todo el mundo, el caso de los náufragos uruguayos pierde relevancia y hasta deja de ser un problema de orden moral”.
Entretanto, la sociedad de consumo parece propiciar, una vez más, la apropiación de la tragedia —trasformada en página épica— para su divulgación comercializada. Varias revistas europeas han ofrecido sumas millonarias por las fotografías tomadas por uno de los jóvenes, y ha trascendido que se produjeron incidentes motivados por la competencia despiadada a que se lanzaron los semanarios más poderosos. Simultáneamente, se ha conocido una decisión oficial: los restos del avión caído en la cordillera serán dinamitados; con ellos, desaparecerán las últimas hebras de la peripecia.

Un antecedente finisecular
El tratadista de derecho penal Moriaud, en un volumen publicado en París en 1889, relata el primer caso de canibalismo registrado por la jurisprudencia, bajo la figura de “extrema necesidad”:
Era el verano de 1884. El yacht La Mignonnette había abandonado Southampton el 14 de mayo, dirigiéndose a Australia. La tripulación se componía de cuatro hombres: Dudley, capitán; Stephens, piloto; Brookes, marinero, y el grumete Parker, de 17 ó 18 años de edad. El 5 de julio, a unas 1.600 millas del cabo de Buena Esperanza, los sorprende una violenta tempestad. Apenas habían tenido tiempo de saltar a una chalupa cuando el navío, desamparado, se hundía. Los cuatro hombres se encontraron solos, en pleno mar, a varios centenares de leguas de la costa, sin agua para beber y sin otro alimento que algunas cajas de conserva, que el capitán había logrado salvar con peligro de su vida. Esas cajas contenían dos libras de legumbres. Al cuarto día encontraron una paloma. Con las conservas y la paloma pudieron vivir doce días. Los dos días siguientes pudieron engañar su sed por medio de algunas gotas de lluvia. Después, nada.
El decimoctavo día, al tornarse más atroces sus sufrimientos, los tres hombres deliberaron y hablaron de sacrificar a uno de ellos a fin de prolongar la vida de los otros: el grumete barker, enfermo a causa de haber bebido agua de mar, no tomó parte en la deliberación. El decimonoveno día el capitán propuso elegir la víctima a la suerte, pero Brookes se opuso a ello declarando que del mismo modo que él no se prestaba a ser muerto, no querría tampoco que otro lo fuese. Dudley y Stephens observaron que como ellos tenían mujer e hijos, era preferible sacrificar al muchacho, y Dudley decidió que al día siguiente se procediera a su ejecución, si ningún navío se avistaba. El grumete, casi sin conocimiento, no había oído nada. Llegado el momento, Dudley se acercó al muchacho, que permanecía en un estado de extrema debilidad y, después de haberlo preparado con algunas palabras a la suerte que le esperaba, e implorando para sí el perdón de Dios, le hundió su cuchillo en la garganta, los tres se precipitaron sobre el cadáver bebiendo ávidamente la sangre de sus heridas.
Sólo en el vigésimo cuarto día —hasta entonces se alimentaron con la carne del grumete—, un navío alemán los recogió en un estado de gran agotamiento. En Falmouth los sometieron a un primer interrogatorio. La corte los condenó a muerte, pena que la reina Victoria conmutó por la de seis meses de prisión.

Crónica de una epopeya
VIERNES 13 DE OCTUBRE. Hora 13.45. El Fairchild uruguayo, con 45 personas a bordo, es autorizado a volar a Chile, por la comandancia del Plumerillo, Mendoza, después de permanecer retenidos una noche por el mal tiempo reinante en la cordillera. Emprende vuelo, para cumplir el siguiente itinerario: Mendoza, Chilecito, Malargüe, Planchón, Curicó y Santiago, ya en territorio chileno. Hora 14.30. El avión informa a Chilecito sin novedad. El vuelo se cumple normalmente. Hora 15. La máquina supera Malargüe y penetra en territorio chileno. Hora 15.15. Reina mal tiempo con turbonadas. Hora 15.29. Se registra el paso por Curicó, pero se presume una talla en el instrumental o una equivocación del piloto, pues el avión se halla fuera de ruta. Hora 15.31. Se producen ruidos extraños dentro del aparato. Se ordena ajustarse los cinturones de seguridad. El vuelo se cumple con instrumental automático. Aparentemente, falla uno de los motores. El aparato pega dos o tres sacudidas. Un ala roza la cumbre de la montaña y se quiebra, precipitando al avión a tierra. Hora 15.32. Santiago no obtiene respuesta del Fairchild. El aparato cae verticalmente, embiste una ladera y pierde la cola. Allí mueren 7 u 8 de quienes viajaban en ese sector. Hora 15.33. Todo se produce en un instante. Durante 5 minutos el avión se desliza sobre un empinado manto de nieve recorriendo más de 5 kilómetros antes de detenerse. Hora 15.36. Al clavarse de punta contra un risco, mueren los integrantes de la tripulación. Algunas versiones aseguran, sin embargo, que el piloto, malherido, sobrevivió varios días. Hora 15.40. Los pasajeros ubicados en el cuerpo central, con heridas leves, no tardan en recuperarse. Canessa es el primero en socorrer a los heridos. Hora 15.45. En la semipenumbra se trata de ayudar a los más graves. Un poco de luz se filtra por el boquete que dejó la cola arrancada. Canessa se arrastra hasta la cabina de mando y encuentra los cadáveres de la tripulación. Hora 16. Los sobrevivientes hallan el botiquín de primeros auxilios. Quince de ellos sólo sufrieron magulladuras. Dirigido por Canessa, un grupo emprende la cura sistemática de los heridos. Hora 16.30. Los más gravemente dañados agonizan sin remedio ante la falta de elementos para su atención. Entre ellos, la madre y la hermana de Parrado. Hora 20. Los más sanos se reúnen para planificar la subsistencia. Afuera la temperatura desciende a 40 grados bajo cero. Los náufragos se apiñan en el centro del avión.

SABADO 14 DE OCTUBRE. Daniel Fernández Strauch, con sus compañeros, busca en las cercanías yerbas alimenticias. Descubren así la "yerba de burro”, que tiene gusto a cacao, y algunos ejemplares de hongos. El grupo trepa hasta la cumbre en busca de las alas del aparato. Con ellas se consiguió tapiar los agujeros por los que
penetraba el intenso frío. Roy Harley comienza el estudio de los aparatos electrónicos y trata de amoldar las baterías para las necesidades del momento. Hora 12.35. Dos aviones sobrevuelan la zona. A pesar de los gestos desesperados, no son vistos. Hora 13. Se racionan los escasos alimentos: conservas, chocolates y algunas vituallas que traía la nave. Hora 13.30. Los grupos están empeñados en sus respectivos trabajos. Arquitectura ha regresado con una de las alas y comienza a cerrar el agujero de la cola; Ingeniería trabaja con los aparatos electrónicos; Medicina continúa curando los heridos. Así trascurre el resto del día.

DOMINGO 15 DE OCTUBRE. Los heridos tienden a agravarse, con excepción de Methol, de elevado espíritu, y Parrado, que se recupera de su prolongado desmayo. Se produce el primer fallecimiento y se decide cavar una fosa común para sepultar a los muertos.

LUNES 16 DE OCTUBRE. Los sobrevivientes se resignan a su suerte. Comprenden que deben mantenerse ocupados para evitar la desesperación y el abatimiento. El interior del aparato aparece ahora algo más confortable. Se hacen cuchetas y bolsas de dormir con los asientos y fundas de nylon.

DOMINGO 29 DE OCTUBRE. Durante la semana han muerto varios compañeros. Pero a las 9 de la mañana son sorprendidos por un alud y otros 11 quedan sepultados bajo la nieve. De ellos sólo se salvan dos: uno es Parrado.

SABADO 2 DE DICIEMBRE. Han trascurrido casi dos meses. Ya no esperan ser encontrados. Deciden entonces enviar a dos exploradores en procura de ayuda, como última y desesperada posibilidad. Para emprender la aventura salvadora se elige a los que conservan mejor estado físico y anímico: Parrado y Canessa. Ambos comienzan a ser sobrealimentados para iniciar la travesía.

DOMINGO 10 DE DICIEMBRE. Los dos expedicionarios parten hacia el Oeste, utilizando para guiarse la brújula del avión.

MARTES 19 DE DICIEMBRE. Al atardecer, con las últimas luces del día, se agotan las energías de Canessa. Le pide a su amigo que lo deje. A su alrededor todo es soledad y silencio. Parrado decide no abandonar a su compañero y lo carga sobre los hombros.

MIERCOLES 20 DE DICIEMBRE. Durante todo el día Parrado trasporta a Canessa. Ambos están ahora desfallecientes. Por la noche llegan a las orillas del río Tinguiriquica. Escuchan voces y piden auxilio. A las 21.30 toman contacto con el arriero chileno Sergio Catalán, quien les promete volver al otro día con ayuda.

JUEVES 21 DE DICIEMBRE. Catalán cumple su promesa. Un papel escrito es arrojado con una piedra, y el arriero parte rumbo al destacamento de Carabineros de Cañón del Azufre, mientras sus dos compañeros, con muías y caballos. cruzan el río y recuperan a los dos sobrevivientes. Las autoridades chilenas llegan por la tarde y se organiza el rescate.

VIERNES 22 DE DICIEMBRE. Desde Cañón del Azufre parten dos helicópteros. Son las 12.35. Parrado viaja en uno de ellos, e indica el lugar. Una vez rescatados los restantes náufragos, seis son llevados al Regimiento de Colcha-gua, en San Fernando.

SABADO 23 DE DICIEMBRE. Desde Santiago parten tres helicópteros en busca de los ocho restantes. Con ellos vuelven a la capital trasandina, donde se los hospitaliza. La terrible odisea ha finalizado.

Revista Panorama
4/1/1973
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