Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Alejandro Argentino Romay
ALEJANDRO ROMAY, EL EMPERADOR
Escribir teatro, editar un vespertino, montar Hair, son sólo algunos planes inmediatos que uno de los personajes más polémicos del mundo del espectáculo se apresta a ejecutar

Este año Buenos Aires conocerá una superproducción teatral (Hair) cuyo costo insumirá no menos de 150 mil dólares; también es probable que Leonardo Favio pueda finalmente filmar su versión de Juan Moreira con Rodolfo Bebán como posible protagonista; además, un nuevo vespertino puede irrumpir en los kioscos de Buenos Aires durante 1971. Estos son sólo algunos de los proyectos que rondan en torno de Alejandro Romay (44, tres hijos) ejecutivo de Canal 9 y uno de los personajes más discutidos del negocio del espectáculo en la Argentina. Durante más de dos horas, SIETE DIAS lo secuestró en su despacho (entre televisores perpetuamente encendidos pero sin sonido, trofeos por docenas y una tampura, especie de violoncelo o cítara, obsequiada por el embajador de la India) mientras afuera se agolpaba la pequeña multitud cotidiana que asiste a entrevistarlo y que a duras penas las secretarias podían evacuar. Es que dos horas son sin duda mucho tiempo para alguien que se mueve a tan alto nivel en el ámbito de la televisión, donde habitualmente cualquier canal comercial tiene en giro unos 2.500 millones de pesos viejos. En ese alfombrado despacho —que se puede abrir desde adentro pero no desde afuera— y más tarde en su espaciosa quinta de San Justo, Romay explicó sus redituales teorías acerca del espectáculo, dio su opinión sobre lo que muchos denominan “la piratería del mundo televisivo” y reveló entretelones de su vida personal.

DE TIERRA ADENTRO
Capricorniano (“soy del 20 de enero”), A. A. es hijo de comerciantes y en su Tucumán natal cursó en la universidad un ciclo que lo convirtió en perito acerca de materias que probablemente sorprendan a quienes lo asocian estrictamente a la farándula: “Egresé de la universidad de Tucumán como físico-químico especializado en sacarotecnia y alcoholitecnia". Claro que a los 14 años hizo sus primeras armas en el periodismo como ayudante de fotografía en La Gaceta “como supernumerario”, al tiempo que vendía las fotos que sus socios tomaban en casamientos y cumpleaños. Así se ganó la vida hasta que a los 15 años “me inicié como locutor en LV7"; estuvo vinculado al mundo radial hasta que se recibió “para actuar como jefe de laboratorio en el tumo noche del ingenio La Esperanza”. Tal vez nunca hubiera llegado a su actual posición si una casualidad no lo catapultara a Buenos Aires: un viaje a la Capital, para gestionar un oscuro puesto burocrático (inspector nacional en destilerías de alcohol) que lo contactó con tres antiguos colegas: “Carreras Villar, Guillermo Caram y Rudy”, quienes lo ayudaron a ingresar a radio Rivadavia en 1948. Al poco tiempo era locutor exclusivo de Molinos Río de la Plata en radio El Mundo y fue entonces que “un grupo de empresarios fundaron La Malagueña, firma aceitera a la que me incorporé como Gerente de Ventas y Publicidad alrededor de 1949”.
—Se afirma que en el medio del espectáculo es habitual “tenderle la cama” al recién llegado para dificultarle el trabajo.
—No es para tanto.
—¿A usted nunca le pasó?
—Una sola vez. Recuerdo en radio El Mundo, cuando debuté: el medio es duro y requiere mucho carácter. La prueba la tuve esa vez. Yo sabía que al terminar un programa debía pronunciar las siglas de la emisora para que, desde otro estudio, el próximo locutor iniciara la audición siguiente. Pero no me dieron el sonido de la característica y entonces, mientras veía la cara maliciosa de otro locutor en la sala de controles, se producía un bache larguísimo.
Era evidente que querían quemarme ante mis jefes en el día de mi debut. Cuando resolví la situación frente al micrófono, mi reacción fue inmediata. Me dirigí al estudio donde se hallaba el supuesto bromista y de una distancia de aproximadamente 20 metros le arrojé al responsable la voluminosa carpeta que contenía la enorme tanda de avisos. Hice blanco en su cabeza. Desde entonces nadie se atrevió a jugarme una mala pasada. Esto no significa que yo sea proclive a que nadie se ubique por medio de la violencia, simplemente fue una reacción del momento, natural en quien, como yo, encara con absoluta seriedad su vida profesional y no admite juegos de ninguna naturaleza.
—Usted dice que no es tan frecuente que ocurran estos episodios: sin embargo, se afirma que existe una verdadera piratería en el ámbito de la televisión.
—Se exagera mucho.
—¿Pero no recuerda ningún caso de ese tipo? ¿Nunca le pasó nada así?
—Bueno, tanto como que nunca me pasó... Algunos escasos y aislados episodios puedo contar; por ejemplo, hace ya un tiempo, hicimos un gran esfuerzo: trasmitir el partido entre el seleccionado argentino y el uruguayo en Montevideo. Era en los albores de la comunicación internacional cuando las torres y las repetidoras se montaban con el propio esfuerzo de cada empresa. Así fue que las 23 y 15, cuando termina el partido giro el dial para ver otros canales; cuál no será mi sorpresa cuando sorprendo a un prestigioso comentarista de fútbol que me muestra el mismo partido que acababa de terminar en Uruguay. Y dice: “sin tantas alharacas y como un auténtico esfuerzo de nuestro canal, a continuación podrán ver los momentos más vibrantes del match que hace breves instantes acaba de finalizar en la vecina orilla”.
¡Ni en jet podía haber llegado la película! Obviamente habían grabado las imágenes que nosotros acabábamos de emitir. Salté en busca del teléfono para que el control central de Canal 9 documentara el programa que me había regrabado la competencia y así testimonié un acto de piratería.. Pero esto podría dar la idea que aquí impera la ley de la selva y, por supuesto, no es para tanto.
—Sin embargo hay sistemas de controles en el canal.
—Naturalmente, pero en todos los canales sucede lo mismo: un sistema de control sobre control. Aunque hago la salvedad: me enorgullece el fervor y la lealtad de mi personal. Pero, ¿no le parece mejor hablar de las cosas positivas, que son, de lejos, mucho más importantes para la cultura popular?
—¿Cuáles serían esas cosas?
—La línea que, de algún modo, comencé en la radio, allá por 1950, y la revista discográfica Grandes Valores. Inventé dos programas: uno dedicado a nuestra música ciudadana y otro al jazz. (En ese instante entra Mario Bovcon, la mano derecha de Romay en todo lo que hace a la producción artística del canal: Romay lo tutea, como suele hacer con todos los que trabajan en la empresa. Tras un breve diálogo, M. B. se retira.)
—Ya que se habla del año 50: en aquella época comienza su vinculación con otras empresas comerciales. Actualmente está relacionado con las firmas Héctor Pérez Pícaro, Scioli, Huella Publicidad, Moreno y otras.
—Así es: pero yo quería señalar la coherencia con que, desde aquella época, ofrecí al pueblo expresiones de cultura popular.
(En 1957 integra el grupo que se adjudica LS10 Radio Libertad, con una oferta de 7 millones de pesos).
—Vendrían a ser unos 80 millones actuales: En homenaje a Aramburu debo decir que fue la más limpia licitación que jamás se realizó. Entre el 58 y el 63 cumplí mi propósito: desarrollar una corriente musical netamente argentina. Así, desde Palito Ortega, pasando por Violeta Rivas, Chico Novarro o Raúl Lavié actuaron en nuestros programas; en Grandes Valores del Tango, o en Estrellas de Nuestro Folklore, tuvieron oportunidad de comunicarse con el pueblo los mejores artistas nuestros. Yo lancé como galanes y actrices a infinidad de estrellas que hoy son de primera magnitud. Hasta lancé a los que entonces eran dos chicos prodigios: Dany (hoy Dany Martín) y Marcelin (hoy Hugo Marcel). Trasformé a Roberto Rufino en cantor de boleros: era Bobby Terré que cantaba enmascarado. Y las orquestas típicas de Héctor Varela o Leopoldo Federico tuvieron amplia difusión en nuestras ondas.
—¿Así llega al canal en 1963?
—Exacto: accionistas y empresarios de Huella, firma totalmente integrada por capitales argentinos, compran el paquete de acciones en 150 millones de pesos de aquel año. Era una empresa en quiebra y resultó un verdadero golpe de audacia.
—¿Cuánto factura hoy el canal? —Unos 300 millones de pesos viejos al mes. El canal estaba desmantelado en aquella época. Los números fuertes se habían ido. Entonces lanzamos Sábados Continuados con Carrizo, y también Idolos de la Juventud, que hicieron furor; luego en teleteatros producimos éxitos tales como Cuatro hombres para Eva, Telecine y también incursionamos en el teatro psicológico. El resultado está a la vista. Las empresas internacionales nos habían ubicado entonces en tercer término para el first refusal (derecho a la primera opción de programas extranjeros); hoy somos los primeros. El año pasado fuimos los primeros en el rating.
—Se habla de la decadencia actual del teleteatro.
—No es verdad: yo diría más bien que hay un desgaste de lo periodístico. Dentro de 60 días eso se va a notar. Los reportajes desgastan a los artistas y todo se torna previsible.
—¿Y los teleteatros, no se agotaron acaso?
—Ha habido una comodidad de los empresarios por alargar innecesariamente teleteatros, hasta llegar al límite mínimo del rating. Ahora imponemos la técnica de los programas diarios, como Estación Retiro, que se acerca al documentalismo periodístico; Insolente Ladrón de Cariño fue un teleteatro que cumplió su ciclo y terminó con éxito. Algunos cronistas dicen que bajó por falta de rating: es falso. ¡Uno finalmente les hace caso y ellos no se dan cuenta! Nuestra técnica es continuar con los teleteatros cortos, diarios, semanales o mensuales. Hay que adelantarse al cansancio del público. Hace más de un año advertimos que era necesario acortar la cantidad de avisos publicitarios; por eso hablamos con el presidente del Conart, comodoro Escribá. Propusimos 11 minutos de publicidad por hora, en defensa del anunciante y para revalorizar el anuncio. Afortunadamente tuvimos éxito. Se adoptará ese criterio de común acuerdo entre los canales privados.
—El año pasado —y pasando al teatro— bajó El violinista en el Tejado. ¿Cuánto implicó en dinero y espectadores ese espectáculo?'
—En dos años se brindaron 700 funciones que fueron presenciadas por 160 mil personas y significaron 400 millones de pesos viejos. Si calcula que el público habitual que concurre al teatro no supera —en caso de éxito— los 80 mil espectadores, se tiene la medida de la repercusión. Y eso se produjo porque hay dos tipos de espectáculo: aquel que autor e intérpretes montan para informar acerca de sus propios esquemas estéticos y liberar sus angustias; Juego de Masacre, de Eugene Ionesco, es un ejemplo. No me interesa ese tipo de arte. En cambio cuando el autor bucea en el medio en que le toca vivir y encuentra puntos de coincidencia con los problemas de todos, ésos son los espectáculos que tienen éxito, porque representan a un sector. Así, El Precio, de Arthur Miller, que pasó sin pena ni gloria en Nueva York, aquí fue un éxito. Y la clave es clara: ¿quién se conmovería frente a un par de hermanos que disputan un montón de muebles viejos? No lo hicieron los norteamericanos, acostumbrados a tirar esas cosas, si los argentinos de clase media que van al teatro y que valoran las cargas sentimentales que encierra un viejo sillón o un armario.
—En El último de los amantes ardientes, de Neil Simon, hay expresiones crudas en el texto original ¿qué ocurrió en la versión argentina?
—Algo muy curioso: como de costumbre, antes de cualquier estreno, llamo a un núcleo de personalidades a mi casa; allí cenan y luego los actores les leen la obra. A ninguno le chocó la palabra en cuestión. En cambio, después del estreno, en un restaurante, un espectador indignado, junto con su familia, me increpó: “Yo vine a ver un espectáculo como todos los que hace usted, algo familiar". Y después de ese incidente suprimí el término que suscitó la reacción del espectador anónimo.
—¿Eso no es conformismo y oportunismo?
—Nada de eso: de ahí que este año me atreveré a participar en el montaje de un espectáculo como Hair, que se da en Roma, París, Madrid, Londres, Moscú, Río, San Pablo, Caracas, Santiago, Helsinki, Tel Aviv, Atenas y las más grandes metrópolis del mundo. La pieza no tiene más desnudos que una representación del Maipo o de El Nacional, y mucho menos, por cierto, que los shows que aquí ofrecieron el Lido de París o la Nouvelle Eve. Es un mensaje antibelicista, denuncia a un mundo atrapado por las drogas, clama por la integración a todo nivel.
—Pero en el original hay una cosa que para algunos es subversiva: los actores, desnudos, envueltos en una bandera norteamericana, se alzan, abrazados...
—En nuestro caso la utilizaremos blanca para simbolizar a todas las banderas del mundo. Los jóvenes se alzan hermanados, abrazados y desnudos, como Dios los trajo al mundo. Es absurdo cubrirlos y además eso dura apenas treinta segundos; yo, que soy un moralista a la antigua, pienso que si esta obra es sensación en el mundo entero, Buenos Aires no merece el agravio de que se la prohíba. La puesta puede insumir unos 150 mil dólares si se cuentan gastos de derechos de autor y demás rubros.
—¿También producirá películas?
—Firmamos en estos días un contrato con Leonardo Favio para coproducir su Juan Moreira con Bebán como posible protagónico y nuestro proyecto es producir unas tres películas al año. Todo con capitales absolutamente nacionales, como los que integran este canal.
—¿Cómo reparte su día?
—Vivo a pocas cuadras del canal y mi mujer y mis tres hijos están al tanto de todo lo que hago y me ayudan. Suelo liberarme del rating a eso de las once y media de la noche, hora en que me voy a dormir; me despierto a las tres, porque duermo poco y leo hasta las seis; luego duermo hasta las siete y media, cuando llega el masajista y se inicia el día. Desayuno en familia; y a veces Abel Santa Cruz o Alberto Migré vienen a casa a conversar de asuntos de trabajo mientras tomamos el café con leche. Después me ocupo del canal, de Producciones Teatrales Arturo Romay, de Huella; después están mis negocios en otras empresas. En cuanto al canal tengo la obsesión de destruir y evitar todas las trenzas; además me intereso en detalle por cada programa, desde la línea argumental hasta los elencos, para que no se margine a nadie.
—¿Como se presenta el año?
—Empezó con cansancio del público con respecto a las estrellas internacionales y a los eventos deportivos; salvando el caso de partidos como Boca-River, las películas derrotan al fútbol. Por eso no compré los derechos para emitir los campeonatos de Montevideo y Mar del Plata. Hay inclinación del público por películas de corte romántico. En Estados Unidos ocurre lo mismo: después de tanto sexo, el boom es Love Story, una simple historia de amor.
—¿Es cierto que piensa dirigir teatro?
—No sólo eso: el año que viene voy a debutar como autor. Escribiré una obra sobre los problemas de los altos ejecutivos enajenados por los conflictos que enfrentan en éste y todos los países del mundo. Tal vez se entienda así mucho mejor a esta sociedad de consumo con sus hechos negativos, pero también con sus muchas cosas positivas.
—¿Es cierto que proyecta editar un diario vespertino?
—Es cierto.
—¿Cómo va a ser?
—Eso lo dejo para otra conversación. Por ahora no quiero adelantar nada.
Revista Siete Días Ilustrados
01/03/1971
Alejandro Romay
Alejandro Romay

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