Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

brigadier mayor juan ignacio san martin
VUELO NOCTURNO
Juan Ignacio San Martín

HACE ya un par de años, un hombre de unos 60, canoso, con sereno cansancio recorría algunos despachos de dirigentes gremiales amigos; partiría en poco tiempo hacia Estados Unidos, conformando ruegos familiares y dándole a la ciencia una oportunidad para alargar su vida que él mismo creía ya terminada.
“Vea, Vandor, vengo a despedirme de ustedes, primero porque parto de viaje y segundo porque pienso que en poco tiempo me muero; ya no hay nada que hacer conmigo”. El gesto parecía fatal y definitivo. Poco tiempo después moría en Houston. Para el ex brigadier Juan Ignacio San Martín, la medicina texana —rodeada ya por la cibernética espacial que en poco tiempo mandaría el hombre a la luna— fue impotente para detener el mal que lo terminaba, así como él supo pronosticarlo.
Su país, nuestro país, sólo le concedió algún suelto necrológico perdido entre las noticias del momento; el curriculum —despojado de las consabidas condecoraciones— fue demasiado extenso como para evitar el tijeretazo. Silencioso adiós a un hombre fundamental en la historia de la aeronáutica militar y civil de la Argentina que, como curioso símbolo, expiraba entre cohetes y computadoras que miraban al cosmos.
Sin embargo, largo, mucho más largo había sido el espacio concedido cuando en 1957 se dio la noticia de que se le privaba del uso del uniforme y grado, aplicándole el Reglamento del Tribunal de Honor con fundamentos que hacían más caso a la pasión política que a las razones valederas; por las mismas “sinrazones” en 1958 se lo dejaba al margen de la amnistía dictada en ese año. De allí en más se cercó sobre él y su carrera la férrea “conspiración del silencio” que lo persiguió hasta su muerte.
Cuando se hizo historia sobre la aeronáutica argentina su nombre no figuró entre los primeros ni entre los últimos, ni siquiera entre los notables. Injusto olvido, pues merecía el marco que se les da a los mejores.
Debajo de este manto quedaba ocultada una actividad fecunda y fundamental para el desarrollo industrial argentino. Las alas civiles y militares le deben los primeros modelos fabricados en el país. No fueron inútiles sus viajes y becas en Italia: de la Península regresó con los títulos de doctor en ingeniería industrial e ingeniero militar recibido en el Instituto Politécnico de Turín; y también ingeniero aeronáutico en 1935. Con estos diplomas se incorpora en la novel Dirección de Aeronáutica y Fabricaciones de Aviones en 1936 y dos años más tarde ingresa en la Escuela Mecánica del Ejército como profesor de elementos de aeronáutica.
En 1944 es Director del Instituto Aerotécnico. En todos esos años hasta 1947 ocupa infinidad de cargos en la docencia superior de las Fuerzas Armadas para emplearse totalmente en la Dirección del Instituto Aeronáutico.
A esta su gestión, se deben los primeros prototipos y aviones en serie; legendarios logros de los primeros pasos de la aeronáutica nacional. Surgen del Instituto el “D.L. 22” de entrenamiento avanzado; el “I.Ae. 23” heroico Focke Wulf de madera ; el I. Ae. 24 “Calquin” liviano de ataque y bombardeo, primero y único fabricado en el país en serie; el planeador de transporte y carga “Manqué”, el caza bombardero “Ñancú”; el “Colibrí”, y el recordado “Pulqui”.
Paralela a su actividad como director del Instituto era la de fomento de la industria aeronáutica privada de la que fue el indiscutible creador.
Por dos años fue gobernador de Córdoba. Desde esa función se prodiga en el fomento a la industria en la provincia. Es en ese tiempo en que se insinúan claramente los contornos de lo que hoy es el cinturón industrial de Córdoba; es el promotor destacado del parque industrial de la ciudad. Cuando en 1951 asume el Ministerio de Aeronáutica extiende al orden nacional su influencia creando el IAME de donde sale el primer automóvil argentino, Institec, conocido como “rastrojero”, las motocicletas “Puma” y el tractor “Pampa”.
Vida pródiga, muerte silenciosa. La militancia política, la pasión política que destruye el recuerdo de las obras, y a veces, las obras mismas.
Revista Extra
11/1969

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