Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

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Mientras algunos libretistas sólo pretenden divertir, otros hablan de guerra. Es la que algunos teleteatros familiares sostienen con los de corte erótico y evasivo. “La TV -asegura Hugo Moser-debe contribuir a esclarecer y revitalizar a la familia argentina”
LA TV DESNUDA A LA FAMILIA
Con sagacidad y picardía, los teleteatros familiares desentrañan y reflejan la realidad íntima de la sociedad argentina. Persiguen un trascendental objetivo de la TV: ser el elemento más importante de la comunicación hogareña

¡Eh, gordo! . . . ¡Pará!” Un muchachón desinhibido cruzó hace unos días la hormigueante calle Florida, persiguiendo a un desprevenido hombrecito rechoncho y calvo. Cuando lo alcanzó a tomar por un brazo le espetó jadeando: “Viejo. . . sos un fenómeno. Gracias.” Los ojitos del sorprendido señor parpadearon velozmente. “Gracias, ¿por qué?” Entre jadeo y jadeo, el muchacho alcanzó a explicarle. “Desde que mi ‘viejo’ te ve en televisión, comenzó a darse cuenta de lo anticuado y rezongón que fue toda la vida. ‘¿Yo soy así, como ése.. .?’, me decía señalándote. ¡Tal cual, viejo; tal cual! A partir de entonces, se trasformó. No sé, es un tipo nuevo, distinto, macanudo. . . No me gritó más. Gracias, gordo”.
El “gordo” en cuestión sonrió satisfecho. No era un pusilánime, era Emilio Vidal, el cascarrabias y bonachón “Don Emilio”, de La Familia Telecataplum. “Nunca se me ocurrió pensar que mi personaje llegaría a tener efectos terapéuticos —confiesa Vidal—. Menos mal que el pibe que me corrió por Florida ignora que en la vida real soy más inaguantable, que si no. . . flor de agradecimiento me iba a dar”.
Hasta el presente nadie se sorprendió de que los chicos hablen como Mike Hammer o sigan las instrucciones de Batman para exterminar forajidos. Pero que la TV consiga modificar la mentalidad de los adultos; que les brinde ejemplos de conducta o que los obligue a analizarse, criticarse o satirizarse sin piedad, es algo que sorprende. Pero sucede. Los responsables de esta revisión hogareña tienen un nombre: teleteatros familiares. En la actualidad son seis, y cada uno de ellos ofrece a la familia argentina una fórmula para bucear en su realidad. SIETE DÍAS reunió a los protagonistas, comparó sus recetas y del experimento se desprendió un coctel y mil testimonios. El coctel fue sumamente divertido. Los testimonios, inéditos.
En La Nena, sí. Pero en los 344.596 hogares que semanalmente contemplan el teleteatro familiar de mayor audiencia, los respectivos papás se cuidan muy bien de que no les suceda lo mismo. Aunque, en el fondo, les agrade esa red de peripecias urdidas entre papá Osvaldo Miranda y la nena Marilina Ross, procuran no imitarlos.
“Precisamente en esta situación reside el éxito del programa —advierte Marilina Ross—. Los adolescentes nos siguen con deleite porque ven a una hija con libertad para hacer lo que se le antoje: algo que a ellos no les permitieron nunca”. Como los padres contemplan el programa con sus hijos, la discusión es tan espontánea como la carcajada. Allí está lo positivo de los teleteatros familiares: unir con cualquier pretexto a la familia argentina, amenazada por la incomunicación y la ruptura”.

EL DEDO EN LA LLAGA
Más que el dedo es el libreto, pero de cualquier manera La familia Falcon se ha propuesto desde hace varios años unir dos unidades bastante semejantes: el hogar y el país. Una audiencia indeclinable de 305.138 familias certifica que lo ha conseguido. “La clave es sencilla —asegura ‘el hijo intelectual’, Alberto Fernández de Rosa—: captar con agilidad y actualidad periodística los problemas cotidianos y nacionales de la familia argentina: desde el mal funcionamiento de los teléfonos hasta los entretelones de la censura. Buscamos despabilar a los telespectadores, ‘pincharlos’, hacerlos hablar, rezongar y reír; en una palabra: participar”.

EL VIUDO ALEGRE
También es serio, recatado y consejero inmejorable de vecinos problematizados. Cuando arribó al piso 14 para la recepción de SIETE DÍAS y se le ofreció un whisky, el famoso Ubaldino dijo: “Gracias, no bebo”. Ubaldo Martínez, el comprensivo papá de Mis hijos y yo, encarna al hombre que ha vivido, sufrido y cifrado sus esperanzas en dos diabólicos mellizos y una muchachita. Los 294.616 hogares que presencian el programa han girado una y otra vez sobre una cuestión aparentemente insoluble: ¿por qué hay tantos viudos en los teleteatros familiares (La Nena, Mis hijos y yo, Doctor Cándido Pérez)? Martínez es categórico: “No sé, pero por favor no me casen que así estoy en la gloria”. Para Ubaldo Martínez, el programa logra un objetivo. “A pesar de mi viudez ficticia, Mis hijos y yo es una familia perfecta. Fíjese lo perfecta que será, que cuando los dos mellizos llegan a los ensayos me saludan con un natural ¿Qué tal, papá? . .

LA GRAN TENTACIÓN
Es algo que acosa frecuentemente al doctor Cándido Pérez, especialista en señoras. Pero, según asegura y promete Juan Carlos Thorry, su protagonista “nunca ha caído ni caerá en falta. El doctor tiene que conservar intacta su imagen; de marido (por segundas nupcias) fiel, bonachón y seductor. . . sin consecuencias. El trasmite la personalidad del esposo puro, amante de su mujer, bullanguero, pero dócil como pocos. Los siete años durante los cuales el programa mantuvo su vigencia y las 253.843 familias que siguen sus alternativas, resumen un éxito al que Thorry da una explicación: “Es el calco de muchos hogares, donde el hombre se enorgullece de su apostura y la mujer lo reconoce, porque aquél no comete imprudencias.”

UNA FAMILIA EN SERIO
Se llama Mores, igual que en la realidad, y sus miembros afirman orgullosos: “Somos la primera familia artística del mundo que ha emprendido la tarea de formar un teleteatro”. Para Mirna, la mamá —su anterior y única experiencia artística sucedió hace 20 años: fue cantante radial—, “el programa no entra en competencia con ningún otro teleteatro por su índole musical”. “Nuestro gancho extramelódico —señala Marianito— reside en introducir la mayor cantidad de hechos reales que nos sucedan fuera del programa. Fundamentalmente con las cosas materiales, como el regalo reciente de un Torino en la ficción, que se originó de un obsequio auténtico de mi madre”. Para los hijos, el éxito de La familia Mores se basa en que “todo el mundo anhela conocer al detalle cómo vive una familia de artistas. Nosotros tratamos de satisfacerlos”. 174.928 hogares aseguran que lo consiguen.

EL CULTO DE LOS RAVIOLES
La idea fue bastante apetitosa: retratar fielmente la ceremonia familiar y estomacal que cada domingo se consuma en torno a la venerada mesa de “los viejos”. Así surgió el sketch “La familia" que Telecataplum incluyó en su programa humorístico semanal. Pero el éxito reclamó la independencia y “La familia”, se convirtió en La familia Telecataplum. El eje temático permaneció invariable: ’’Don Emilio”, el padre, un jubilado de clase media popular, quisquilloso, tradicionalista y amante de su mujer, a la que venera; su esposa, conciliadora y encubridora de los disparates del “Negrito”, el hijo vago y poco responsable, y una troupe de hermanos, cuñados y vecinos, que aprovechan cualquier ocasión para “darse con todo”. Según comenta Emilio Vidal, el padre, “los mismos protagonistas a veces aportamos elementos arguméntales que den mayor veracidad y vitalidad a las situaciones. El ‘Negrito’, por ejemplo, no es ni más ni menos que el pistolero de mi hijo mayor”. El humor de La familia Telecataplum no es tan popular: 98.644 hogares gozan de sus aciertos. “Una minoría atenta, como dirían sus integrantes”.
El auge actual de los teleteatros familiares fue inaugurado hace más de 13 años por dos de sus primeros antecesores: Qué mundo de juguete (1954) y Cómo te quiero, Ana (1952).
Abel Santa Cruz, creador de Cándido Pérez. . . y La familia Mores, no cesa de repetir que “la familia es la receta argumental, la clave de todos los éxitos, porque es una verdad eterna y reconocible. Pero no es una invención del teleteatro; los americanos la aplicaron antes que nosotros en series: La familia Trapp, El show de Dick Van Dyke... Mi secreto, de alguna manera, es jugar un poco con la ‘lágrima furtiva’. Hay que reconocer aunque nos cueste que no se pueden plantear problemas sin solución ni dejar del todo aparte la sensiblería. En una palabra, me definiría como ‘juguetón’; no soy corno Moser, discursivo o testimonial. Yo, con un lenguaje fluido y una elaborada profesión, hago ‘divertimentos’. Uno aspira a más, pero se conforma”.
Hugo Moser (La familia Falcon, Mis hijos y yo) fue uno de los libretistas que más luchó por imponer teleteatros familiares en lugar de super shows musicales. Tampoco soporta los teleteatros de corte erótico, asegurando que “los teleteatros familiares no sólo han llenado una gran laguna, sino que enfrentan la chabacanería de numerosos programas amorosos, evasivos y postrantes. Particularmente los de Nené Cascallar, una mujer que parece tener el sexo localizado en el cerebro”. A los muchos que calificaron a Moser de “extremadamente incisivo” al tocar problemas nacionales en sus programas, les replica con precisión: “Es gente que todavía arrastra la censura peronista: piensan que si uno dice algo lo meten preso, y aquí no meten preso a nadie.”
Salvador Martino, el creador de La Nena, se autodefine como “un hombre que trabaja en equipo, le encanta desarrollar intrigas paralelas en su programa y piensa que el éxito del teleteatro familiar estriba en que obliga a la gente a reírse de lo que le molesta demasiado”.
Daniel y Jorge Scheck, “Los Lobizones”, responsables de La familia Telecataplum, son precisos y breves: “Nuestra familia se diferencia de las restantes en que introduce el humor como clave. No somos cómicos, sino humoristas; no buscamos la carcajada, sino la sonrisa”.
Para numerosos psicólogos, la aparición de teleteatros familiares repercutió claramente en la vida hogareña: la mujer dejó de ser la solitaria que realizaba su trabajo en la casa pendiente de la voz del radioteatro, para participar junto a toda su familia de la imagen televisada. También recalcan la importancia que merecen al convertirse, en algunos casos, en medios de expresión para la juventud, y en fomentar la valorización de la independencia individual y el esclarecimiento de problemas cotidianos. “Hay muchos que sostienen que la TV separa a la familia —enuncia Moser—. No es verdad; la gente está dividida e incomunicada sin que la TV tenga culpa alguna. Pienso que los teleteatros familiares sacan al hombre de la calle, de los cafés y lo unen, al menos físicamente, a los suyos.” Si además de estos lazos ya logrados los teleteatros familiares consiguen gestar en los hogares toda la dinámica comunicativa y vital de que adolecen, la TV habrá cumplido su objetivo más trascendental.
Revista Siete Días Ilustrados
28/11/1967
familias de la tv
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