Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Agiotismo
Cómo Operan y Quiénes son los Agiotistas

No se crea que lo más difícil de investigar son las posibles maniobras agiotistas de las grandes empresas. No. El ramo que bate el record de dificultades, aquel en que se necesita tal grado de pericia que sólo unos pocos inspectores son capaces de discernir sus secretos, es nada menos que el humilde y bien nutrido ramo de las carnicerías de barrio. ¡Qué de trampas puede hacer un carnicero sin que nadie se dé cuenta! Solamente otro carnicero, y con mucho oficio, podría descubrirlas.
Cada parte de la res requiere un corte especial. En realidad es sólo por la forma en que viene cortado cada trozo que el parroquiano aprende a reconocer el lomo, la falda o el peceto. De tal modo, basta al carnicero cortar el cuadril como si fuera lomo, o la carnaza como si fuera peceto, y ablandar además la carne con unos cuantos golpes, para que no haya ama de casa que descubra la sustitución.
Nadie que no sea un avezado carnicero podría darse cuenta. Nadie... excepto el reducido grupo de inspectores policiales que vigilan el ramo.
Y eso, porque algunos de ellos han sido efectivamente carniceros antes de ingresar en la repartición policial. ..

EL AGIO EN CADENA
La cualidad más admirable de un buen inspector del agio es la paciencia. Hay maniobras tan sutiles, tan bien disimuladas que sólo es posible descubrirlas mediante una larga observación y un atento examen de toda una contabilidad, cotejándola con el efectivo desplazamiento de las mercaderías.
Sólo por una investigación minuciosísima fué posible esclarecer, por ejemplo, cierta maniobra a que se recurría en el ramo de textiles. Era un agio en cadena. Varias personas se unían por un acuerdo secreto. Cada una de ellas figuraba al frente de un establecimiento fabril que aparentemente no guardaba nexo alguno con los de sus cómplices. Antes de llegar al cliente, el producto atravesaba tres o cuatro de esas fábricas “para completar el proceso de elaboración". En realidad, sobre él no se ejecutaba ninguna operación nueva, pues la mercadería ya estaba lista y terminada al salir de la primera fábrica; pero por este medio se interponían entre fabricante y consumidor tres o cuatro intermediarios, cada uno de los cuales llevaba su parte de ganancia. El resultado: que cuando el producto llegaba a manos del cliente su precio estaba recargado en un 500 %.

LAS DEUDAS QUE NO EXISTEN
Algo más fácil fué descubrir a los comerciantes mayoristas que no vendían al minorista los artículos llamados “de reclame’’ (azúcar, jabón, etc., es decir, los que es forzoso tener en venta aunque se gane escasamente en ellos) si en el pedido no se involucraba una serie de otros artículos
que el minorista no necesitaba, pero sobre los cuales, por no estar sujetos a límites máximos, el mayorista hacía fuerte ganancia.
Descubiertas sus sucesivas maniobras, los mayoristas suelen ir inventando otras nuevas. La última que se les comprobó fué que encubrían el sobreprecio facturando un acarreo inexistente. También —y éste es caso igualmente frecuente en la venta de automotores— el sobreprecio que se exige al comprador aparece como pago de una supuesta deuda que éste tenía con el vendedor.

EL BENEFACTOR DE LOS NOVIOS
El ingenio de los especuladores no tiene límites. Tanto como no los tiene tampoco la vigilancia continua que deben mantener en defensa de la sociedad, los inspectores policiales.
Hace poco tiempo se aplicó una fuerte multa a un caballero que tenía alquilados todos los departamentos de una finca ¡y los subarrendaba al mismo precio unitario que pagaba él! ¿En dónde estaba la maniobra? El hombre exhibió todos sus contratos. No había, en efecto, ni un solo centavo de diferencia entre el alquiler que cobraba a los subinquilinos y el que él mismo pagaba al propietario.
Era, sin embargo, un especulador.
Se trataba de un fuerte comerciante al que no le era difícil conseguir el arrendamiento de la totalidad de los departamentos de una finca sobre todas las recién construidas. Al dueño le convenía la operación. Sólo tenía que entenderse con un solo locatario de fuerte solvencia material (y que además renunciaba a toda rebaja o beneficio que le acordara la ley) en lugar de hacerlo con veinte o treinta que no ofrecían iguales garantías.
Pero el referido comerciante era mueblero. Y cuando aparecía por su negocio una pareja de novios, él se ofrecía generosamente para conseguirles el departamento incontrable. ¡Un departamento de doscientos pesos, sin primas, sin comisión! ¿Cómo no iba a ganarse la amistad y la gratitud de los felices novios? ¿Cómo no iban a comprar éstos los muebles a su generoso amigo? ¿Y quién, en tales circunstancias, iba a fijarse en minucias y reparar que un juego de muebles cuyo valor es de $ 10.000 lo pagaba a $ 18.000?
Este era un agiotista inteligente. Frente a él no son más que estafadores vulgares los que cobran una prima por la transferencia de un departamento, aunque la disimulen no incluyéndola —¡por supuesto!— en los documentos que firman, pero exigiéndola en efectivo, sin recibos y sin testigos molestos. Estafadores vulgares son también los que se cobran la prima vendiendo un departamento “amueblado”... en el que sólo hay cajones viejos.

EL AGIOTISTA MACABRO
Aun en las actividades más inesperadas aparece el agiotista. Había un individuo que tenía una “agencia de servicios fúnebres”. Los clientes le caían por avisos en los diarios o por recomendación de algún amigo. Cierta vez que no se le pagó al contado apareció en la casa en que se velaba al muerto y amenazó con llevarse inmediatamente la capilla y el cajón. Los deudos indignados, recurrieron a ese eterno paño de lágrimas de los humildes: la comisaría. Y cuando la autoridad intervino se descubrió que el “empresario” de servicios fúnebres no tenía negocio propio sino que operaba como un aprovechado intermediario. En la ocasión por un “entierro de tercera” que había contratado en $ 350 con un funebrero amigo, cobraba a la familia del difunto nada menos que $1.000.
Era el agiotista macabro.

EL 15 % DEL RESTAURANTE
Nada escapa al agio. El dinero abunda y podemos darnos ciertos lujos que antes no podíamos. Centavos más o menos no nos interesan. Y así, cuando vamos a un restaurante o a una confitería y nos recargan en la cuenta el famoso 15 % para remuneración del personal, pagamos sin la menor protesta, o aun ignorando totalmente que ese porcentaje no tiene por que estar a cargo del cliente sino que debe deducirse de las entradas del patrón.
Eso es lo que establece el laudo que declaró abolida la propina. Pero aunque recientemente lo haya recordado al público el Sindicato de Obreros Gastronómicos, nadie hace cuestión. ¡Vamos a discutir por centavo más o menos!

“NO HAY MAS LOCALIDADES’’
Con esta modalidad criolla no hacemos otra cosa que fomentar la explotación. Mucho saben de eso los boleteros de los cines. Si tenemos dinero, ya no nos importa reservar localidades. Aunque luzca el cartelito de “Agotadas”, bastará una discreta propinita para que aparezcan misteriosamente algunas.
Y, como es natural, antes de iniciar la venta ya los boleteros se encargaban de reservarse unas cuantas filas para cuando aparecieran los clientes tardíos. Tardíos pero con propina. Los otros, por supuesto, no.
Ahora la Dirección General Impositiva ha establecido un sistema de boletos duplicados que impide la maniobra. O que la impedirá, en todo caso, hasta que un boletero ingenioso invente la correspondiente trampa...

GUERRA AL AGIOTISTA
En los antiguos tiempos al acaparador se lo castigaba con la muerte. Ahora nos suponemos más adelantados y le hemos rebajado la sanción. Sólo cuando sobreviene una guerra o un período de excepcional penuria la humanidad se acuerda de la inmensidad del crimen y retorna a la ejemplar severidad de los antiguos.
Pero el crimen sin embargo, es siempre el mismo. Lo que lo hace odioso está dentro de él y no por cierto en las circunstancias exteriores. Haya paz o haya guerra, abunden o no abunden los medios de pago, se esté en prosperidad o en depresión, el especulador es siempre el mismo monstruo frío, implacable, sin piedad, más o menos peligroso, pero intrínsecamente malo, egoísta e inhumano.

ODIOSOS. . . ¡PERO “vivos’’!
Nosotros no estamos ni estuvimos en guerra, sino, al contrario, en plena y evidente prosperidad. Pero nos llega igual el coletazo de las dificultades del mundo y no nos hemos salvado del especulador.
Es un ser odioso, para el que reclamaríamos sin la menor vacilación la misma pena que le aplican en los países en guerra. Son ladrones que se enriquecen con el trabajo y el sudor de los demás. Son los ejemplares más abominables de la especie humana. . . Pero son también —¡qué vamos a hacerle!— muy ingeniosos. ¡Hay que ver qué habilidad que tienen para hacer gambetas a la ley!
Dentro de lo antipático de la profesión, éste es al menos el aspecto pintoresco y lo que en cierto modo humaniza a nuestros ojos a estos peligrosos individuos. Nosotros somos así. Hasta el monstruo más feroz puede ganarse un pedacito de su simpatía a poco que demuestre algún ingenio, cierta “viveza”, un poco al menos de frescura.
Y estos agiotistas ¡vayan si tienen de eso, y por arrobas!

DOS CATEGORÍAS
Los hay, desde luego, que son horros de toda ingeniosidad. Son los agiotistas torpes y que por eso mismo se quedan siempre en antipáticos. Son aquellos que ni siquiera pueden ser llamados agiotistas sino simples aprovechadores en los precios, cuando no vulgares delincuentes cuya “viveza” se reduce a dar de rúenos en el peso o adulterar la calidad de lo que venden. En realidad ni siquiera es necesario dictar leyes especiales para combatirlos. Basta y sobra con el código penal.
Pero hay otros que a ésos sí que hay que admirarlos. Son los “vivos”, los agiotistas de verdad. Aquellos que llevan con toda dignidad el calificativo y los que, por eso mismo, roban, y casi siempre ni nos damos cuenta de que roban. Son los que saben burlar la ley, los que saben ingeniarse para que la culpa siempre la tengan otros, o sencillamente que no haya culpa para nadie sino para ese panpretexto que es la “inflación”.

JUSTICIA SOCIAL. . . Y AGIO
Con la “inflación” lo encubren todo, y tan satisfechos con la excusa. ¿Que a consecuencia de las reclamaciones obreras hay que aumentar un diez por ciento los salarios? El agiotista-comerciante no discute. El también colabora en la justicia social.
Pero como “la economía del comercio se resiente”.. . entonces “no le queda más remedio” que aumentar un diez por ciento el precio de los artículos que vende. Nosotros ensayaremos un simulacro de protesta; pero no insistiremos, porque estaremos íntimamente convencidos de que, después de todo, hay en ese aumento cierta compensación justa para el pobre comerciante.
Y sin embargo ese “pobre comerciante” es un ejemplo típico de agiotista “vivo”. Porque nosotros no nos damos cuenta de que en el precio de venta de una mercadería intervienen muchos más elementos que el factor salarios. Hay gastos de alquiler, de luz, de propaganda, la amortización del capital y, desde luego, el costo mismo del artículo y la utilidad que se reserva el comerciante. Si uno sólo de esos factores aumenta no puede aumentar en la misma escala el total. Un diez por cierto más en los salarios no significa sino un dos o tres por ciento en esa resultante que es el precio.
Sin embargo, el “pobre comerciante” lo aumentará también en diez por ciento. Ha cumplido con la justicia social y ha hecho además un suculento negocio.
Es un agiotista “vivo”. Sólo que el gobierno no se chupa el dedo. El negocio se acabó. Todo nuevo aumento de salarios concordantes incidirá exclusivamente en las utilidades del patrón y no podrá ser pretexto para aumentar los precios.

NUESTRA ALIADA, LA POLICIA
El agiotista “vivo” es muy duro de pelar. Es el gran inventor de trampas para escapar a la ley. Siempre encuentra la manera de cumplir todas y cada una de las disposiciones de control y sin embargo seguir haciendo fantásticas ganancias.
Para descubrir al agiotista torpe basta una simple inspección. Con ella caen los acaparadores, los que falsean la balanza, los que defraudan en la calidad. Pero para descubrir al agiotista “vivo” una inspección no basta. Todo un proceso de investigación es necesario, todo el esfuerzo y la habilidad de las brigadas policiales tienen que ponerse en juego.
Hay en la Policía Federal una vasta sección dedicada exclusivamente a la represión del agio. Es la Dirección Vigilancia de Abastecimientos. Tiene laboratorios especiales en que se instruye al personal en los más recónditos detalles de la elaboración de toda clase de artículos, gabinetes en los que se enseña a conocer todos los tipos y todas las calidades de mercadería, aulas donde se dictan verdaderos cursos de contabilidad y de organización de empresas para que su nutrido cuerpo de inspectores esté capacitado para advertir cualquier maniobra imaginable, aún la más enrevesada y oculta.
Pero el tramposo sigue en acecho y la vigilancia no se puede abandonar un solo instante.

Valentín Thiebai
Revista Argentina
01.01.1949
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