Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Héctor Coire
Héctor Coire
Un corazón de pizza y faina

La estentórea, gritada contraseña de “Un corazón y volvemos” se erige, demoledora, contra la siesta del sábado. Por espacio de diez horas es repetida insistentemente por un inquieto hombrecillo de lágrima y sonrisa fáciles, que brinca por los estudios del Canal 9 de Buenos Aires animando una epopeya cardio-benéfica conocida como Sábados de la Bondad. Su nombre es Héctor Ángel Coire, un hijo y un impenetrable secreto: el año de su nacimiento. Nació, pues, un 2 de diciembre del año “¡Eh. ..!” ¿Dónde? “Cerca de mi madre” ¿En qué lugar? “En el medio de la cama”. Elusivas humoradas que lo defienden de un pasado que comienza a antojársele remoto, de una emoción que nubla el recuerdo de sus padres, los actores Ernesto Coire y Benita Puértolas, y que desdibuja casi por completo el recuerdo de la casa natal de la calle Pichincha, en pleno barrio porteño de San Cristóbal.
Sabe, por referencias, que sus primeros aplausos los cosechó cuando tenía unos pocos meses de vida: durante una gira teatral de sus padres tuvo que reemplazar a un muñeco roto que hacía las veces de bebé: “Como lloré a destiempo, cuando se suponía que el niño estaba dormido, el público aplaudió a rabiar”.
Semejante precocidad histriónica lo llevó, años después, a trabajar junto a Berta Singerman, el día del debut de la recitadora en el teatro Argentino. Junto al nombre del niño Héctor Coire restallaban los del resto del reparto: Florencio Parravicini, Miguel Faust Rocha, Enrique Santos Discépolo. “En el mismo teatro trabajé junto a Parra en De Mar del Plata a Sevilla metido en una barquilla, una obra que se desarrollaba en un dirigible. Parra, que era el capitán, todos los días me creaba dos situaciones nuevas. Si yo salía airoso me premiaba con regalos: patines, pelotas. El me puso de sobrenombre Escolopendra”, se emociona ahora Coire.
Su nombre se vincula, también, a la prehistoria del cine: la misma película que marcó el debut cinematográfico de Enrique Muiño, Elías Alippi, Ángel Magaña y Rosita Contreras lo contó en su reparto: Cadete de San Martín. Coire no recuerda el año: “Sólo sé que los cadetes que trabajaron con nosotros hoy son todos tenientes generales”, se impresiona.
Lenta, meditadamente, enfrentó los interrogantes de SIETE DIAS, deshabitado de la locuacidad que habitualmente lo anima. Sus mejores ocurrencias, por desgracia, no son publicables.

—¿Usted ejercita la bondad a diario o solamente los sábados?
—Es una hermosa pregunta que quiero contestar lo más seriamente posible: los sábados yo soy un simple trampolín entre las instituciones benéficas que piden y este público maravilloso que es el argentino, siempre dispuesto a responder. En la faz personal y contestando al sentido de su pregunta, hago el bien dentro de mis posibilidades, con los medios que están a mi alcance. Quiero que esto se interprete bien claro, pues no me gusta incurrir en vedettismo o vanidad personal.
—¿Siente algo similar a la omnipotencia al ser el vehículo de tantos millones de pesos?
—Omnipotencia . . . Millones . . . No. Decididamente no. Me siento muy feliz de pensar que esos millones que se deslizan por nuestras manos están destinados a obras benéficas. Eso es todo, señor.
—Usted se define a menudo como sensible. Sin embargo, hay quienes afirman que es sensiblero. ¿Qué piensa de eso?
—¿Qué entiende usted por sensible?
—Supongo que ser permeable a los estímulos de tipo emocional ...
—Soy completamente sensible, sí señor. Respondo inmediatamente a todo lo que trae apareado algún dolor o alguna preocupación. En cuanto a la palabra sensiblero, usted quiere significar que yo finjo en cámara, que yo hago melodrama . . .
—No exactamente. Para ampliar el concepto se podría formular la siguiente pregunta: Llorar o hacer llorar ante las cámaras ¿no se considera televisivamente un golpe bajo?
—Sí. Yo lloro cuando el motivo ya de por sí hace llorar al público. No soy yo quien clava el cortaplumas ni quien aplica el golpe bajo. Si el caso que nosotros presentamos es un caso que merece la lágrima de usted, no hace falta que yo empuje por intermedio de cámaras porque ya la situación en sí ha llevado a esa lágrima suya.
—¿Qué siente cuando organiza la mesa redonda de niños? ¿Hay respuestas que lo asustan?
—Siento una ansiedad tremenda, pues es un material muy hermoso para trabajar. Las respuestas de estos niños son tan puras y espontáneas que francamente erizan.
—Usted tiene un hijo de diez años. ¿Por qué no lo hace participar?
—Muchísimas veces lo pensé. Pero con mi hijo tenemos un pacto de honor de caballeros, en el sentido de que aparezca lo menos posible en cámara. No sé cuánto puede durar. Para mí sería una gran satisfacción personal porque mi hijo está dotado para eso. Pero yo soy de los hombres —y a usted le constará, señor periodista— que todo cuanto tenga que ver con mi vida íntima y familiar queda al margen de mi labor. Usted verá que yo jamás aparezco con mi niño, ni se habla sobre mi divorcio ni soy motivo de robos publicitarios. A mí no me pasa nunca nada. Yo soy un hombre normal a pesar de que usted, por la cara con que me mira, piensa todo lo contrario . . .
—Los periodistas rara vez decimos lo que pensamos. Reflejamos lo más objetivamente posible lo que piensan los demás. ¿Qué piensa su hijo acerca de usted?
—Mire ... Es el chico ... no digo más inteligente, pero sí informado. Ojo que esto es muy importante. Tiene una verdadera locura por enterarse de todo lo que pasa en el mundo. Dentro de la información está también lo relacionado con nuestro trabajo y que por ende me toca a mí. Por suerte y gracias a Dios yo soy un ídolo para él, cosa que me honra y me da fuerzas para seguir trabajando. Es mi termómetro. Cuando yo veo que ese ídolo comienza a temblar en la simiente, en la parte baja, es porque mi hijo me lo hace notar, porque mis acciones frente a él están decayendo y urgentemente hay que cambiar el rumbo.
—¿Suele criticarle el programa?
—No suele ... Lo hace a menudo.
—¿Cómo siente la popularidad? ¿Qué pasa cuando camina por la calle?
—Mire, señor... La popularidad es necesaria. Usted sabe cómo es el público. El hecho de que lo paren, le pregunten, le hablen significa que uno está en la verdad y la popularidad es un rating. Y el rating es lo que manda en estos momentos.
—¿Y usted está de acuerdo en que mande el rating? Por lo que usted dice alto rating es sinónimo de verdad.
—Yo soy un hombre muy práctico y muy de estas cosas. La gente le tiene miedo al rating. Yo no, porque soy un hombre de fortuna. Me siento apoyado por el público. Quiero que se entienda bien: yo soy un hombre muy sencillo, soy de pizza y de fainá. Desde esa perspectiva digo que me siento apoyado y soy de opinión que el rating debe existir porque si no los programas y las figuras se anquilosarían, los espectáculos serían sumamente monótonos y al que le toca, le toca.
—¿Qué hace con excepción de los sábados, es decir de domingo a viernes?
—Trabajar permanentemente pensando y preparando el programa del sábado. No pienso en otra cosa que no sea televisión.
—Al margen de su labor en cámaras ¿usted tiene a su cargo el montaje de la producción, la elección de figuras?
—Por lo general, lo hago. Siempre he estado rodeado de grandes compañeros. Desde esta temporada, la producción está a cargo de la señora Nelly Raymond, gran compañera que posee un fabuloso equipo.
La televisión es equipo. Este tipo de espectáculo no puede realizarlo una sola persona. Pero siempre colaboro con ellos. Muchas veces se hace imprescindible mi contacto personal. Supóngase, por ejemplo, que hay que hablar con el presidente de la A.F.A. para comprometer la asistencia al programa de la selección nacional. Ese contacto tengo que hacerlo yo porque de otra manera no tiene la misma seriedad y eficacia.
—¿Le gustan Los Beatles?
—No. Absolutamente no. No es que no me gusten. No los entiendo. Presumo que si el mundo entero afirma que eso es arte yo no diré lo contrario, pero, sencillamente digo: no los entiendo.
—¿El resto de los conjuntos beat le merece igual juicio?
—Sí. . . porque es el mismo ruido.
—También los nacionales, los que cantan en castellano, o en argentino, que los hay . . .
—Mire . . . Será porque soy de otra época pero no me erizan. Así como escuchar un tango —aunque sea mal cantado— me enloquece, ese tipo de música no me llega.
—¿Cree que el tango tiene vigencia?
—Absolutamente sí. En este canal se hace mucho por el tango.
—A pesar de que las letras que están más de moda no reflejen la realidad actual. . .
—No entiendo muy bien . . .
—Es muy sencillo: las letras muestran una realidad vigente antes de 1930. En la época del poliéster y las vacunas seguimos cantando al percal y a la tuberculosis. ¿No le gustaría que hubiese un tango testimonial, que muestre a la ciudad de hoy, como intentan ya hacerlo algunas canciones beat?
—Sí. ¿Por qué no? Pero que sea tango. Que no lo deformen, que no lo bifurquen, que no lo tiren.
—¿Le gusta Piazzolla?
—Me encanta. Pero yo soy troilista, ¿eh?
—¿Escucha alguna vez música clásica?
—No. A pesar de que estoy ya entrando en una edad que me está empezando a gustar, porque, como vivo electrizado, es un gran sedante. Yo también he sido un gran fanático del jazz, pero del buen jazz. No del jazz que se produce ahora. Le estoy hablando de la época de Ellington y . . . En fin, abarca toda esa época.
—¿Qué le gusta leer?
—Lo que lee mi mujer. Porque como ella es una mujer de muy buen gusto sé con toda seguridad que me va a gustar a mí.
—¿Por ejemplo?
—Mire . . . Mucho no he leído porque sería mentirle. Yo no trabajo
con un libro debajo del brazo para pasar por ... Me gusta la lectura pero la lectura sedante y suave. No me gusta aparentar . . .
—Como suelen hacer algunas actrices que en seguida sacan a relucir a Borges y a Sábato.
—Claro. Además, Sábato no podría leer porque estoy trabajando . . . El chiste, si no es bueno, puede pasar ¿no?
—¿Qué opina de la televisión argentina?
—Yo no conozco otro país pero hablo con muchas figuras internacionales que pasan al lado nuestro. He hecho un chequeo general porque me interesa como argentino y como hombre del medio y creo que estamos en primera línea. No creo que la televisión mundial pueda hacer los esfuerzos que se hacen acá con el mínimo de tiempo y recursos y con el máximo de rendimiento. El material humano acá es sensacional. Sensacional.
—¿Cree que nuestra televisión necesita algo en particular?
—No sé . . .
—¿Cree por ejemplo que las programaciones, tal como están concebidas actualmente, cumplen con la finalidad que debe tener la televisión?
—Yo pienso que los hombres que están a cargo de las programaciones son sumamente inteligentes y capaces, especialistas, empeñados en una guerra sin cuartel: pero todos saben qué es lo que le gusta al público. Entonces no se arriesgan mucho probando cosas nuevas. Viene la onda del teleteatro y todo el mundo se tira, uno contra otro, con teleteatros. Vienen los espectáculos musicales y se compite en los shows, en los programas ómnibus, en todo.
—¿Está satisfecho con lo que hace?
—Mire, nunca en mi vida pensé que podría reunir todo lo que tengo. Una familia sensacional. Un trabajo como éste, donde durante dos años, he sentido la confianza de todo el potencial humano que hay en este canal. Hemos conseguido que el programa sea uno de los más importantes del medio, como se desprende de una encuesta nacional realizada por el diario Clarín. He llegado a una altura de mi vida en que no se puede pedir más. Soy un hombre sufrido, conozco algo de la calle y de la vida. Solamente algo. Y la palabra feliz es el monograma mío.
—Cuando usted cierra el programa suele pedir que le echen las culpas de todo lo malo. ¿Cómo reacciona cuando alguien lo hace?
—No tengo otra alternativa: escuchar y tratar de mejorarlo, si es posible.
—Cuando reportea a las figuras de su programa ¿improvisa o prepara previamente un esquema?
—Cuando se trata de figuras científicas, me preparo. Le vuelvo a reiterar: yo soy de vuelo muy corto y no tendría la capacidad para entrevistar —como lo hice— al doctor Barnard, sin un previo asesoramiento. Las entrevistas a los artistas son improvisadas, espontáneas y ... a salir por donde el toro quiera ¿no?
—El buen humor que ostenta en cámaras ¿lo acompaña durante el resto de la semana?
—Sí. Yo soy un hombre de carácter alegre. Evidentemente tengo mi carácter personal pero siempre lo cuelgo en una percha. La gente no tiene por qué enterarse de que a uno le pasa algo.
—¿La percha está en su casa?
—La percha está en todos lados, señor. Cuando entro en un lugar, busco la percha imaginaria y cuelgo mi mal humor allí.
—¿Qué desearía cambiar en el mundo?
—¡El mundo...! ¡Déjelo tranquilo como está! ¡Yo no entiendo nada de estas cosas!
—¿Quiénes son sus políticos predilectos?
—¡Nooooo! Apolítico totalmente. No entiendo absolutamente nada. Lo único que me gusta es la democracia y la libertad.
—¿Quién es la mujer que lo impresiona más, aparte de su esposa?
—Las mujeres lindas que van del brazo de los otros.
—Si el sábado a la noche, después de diez horas de programa, un amigo le dice “¿Qué decís? Contate algo ...” ¿Qué le responde?
—No le contaría yo. Le contaría los chichones que le haría en la cabeza con el primer sifón que tuviese a mano.
—¿Qué le haría falta al país?
—Yo creo que lo tiene todo.
—¿Usted se psicoanaliza?
—¿Qué es eso?
—¿Es una respuesta?
—Creo que sí . . .
—¿Qué opina de los hippies?
—¡Déjelos! ¡Qué sé yo! ¡Qué saben ellos!
—¿De quién es hincha, futbolísticamente hablando?
—¿Y usted de quién es hincha?
—Aunque las preguntas las hago yo, le contesto: de Boca.
—¡Qué desgracia! Yo también. ¡Qué forma de sufrir! Pero a veces nos da satisfacciones este Armando, ¿eh?
—¿Boca es Armando?
—¡Boca es Armando! ¡Qué pregunta linda para el título de una revista! No. En realidad, es un socio más.
—¿Cuál es su juego predilecto?
—Yo jugaba mucho. Me gustaba la ruleta. Pero comprendí que el cilindro no me da satisfacciones, cada tanto me canta los míos, pero como ahora mi hijo me canta —estudia guitarra y canta— y no es frío como el cilindro y es mi sangre, ya no juego más. Ahora juego con mi hijo. Mi juego predilecto es mi hijo.
—¿Le gustaría que su hijo siguiera sus pasos?
—No. De ninguna manera. Yo estoy preparando a mi hijo para que tome el té en la Luna. Si no quedara otro remedio, no se lo impediría. Fíjese, yo quería ser arquitecto y aquí me tiene. Claro que armar y construir todo esto es una forma de ejercer la arquitectura.
—¿Por qué no le gustaría ver a su hijo vinculado a la televisión?
—Porque deseo para él lo mejor. No es que esto sea malo, pero es muy duro. Sólo uno sabe lo que cuesta llegar.
—¿Qué hace falta para llegar en televisión?
—Mire, la televisión es un misterio, es el último invento del hombre y tiene un solo secreto: y es que la gente le permita a uno entrar en su hogar. No hace falta ser alto, ni hermoso: hay que tener una personalidad diferente. Hay que ser limpio, como es su hogar, señor, como es el hogar de toda la gente que ve televisión, limpio en el buen sentido de la palabra. Hay que usar un lenguaje personal, que no sea ficticio. Que la gente reconozca el ademán, el verbo. El secreto está en trabajar para las familias pensando en la propia familia.
—¿Qué piensa de la competencia?
—Yo creo que sin la competencia no podría existir nada, señor. La competencia nos ha dado precisamente la oportunidad de estar en la conversación de la gente. Yo sé a qué se refiere usted . . .
—Concretamente, al programa de Nicolás Mancera.
—En efecto. El tremendo respeto que me merece a mí Mancera es brutal. Además a mí esto me encanta. Es como salir a pelear todos los días con Joe Louis o con Archie Moore o con el que esté de turno de los pesos máximos. Y como a nosotros nos cabe la satisfacción de haberle ganado durante dos años a los pesos pesados, entonces es lindo. Porque los grandotes, cuando caen, hacen ruido.

Revista Siete Días Ilustrados
30.03.1970
Héctor Coire

Mágicas Ruinas en Facebook clic aquí

ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba