Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

JUAN CARLOS CASTAGNINO
SOY ALERGICO A LA MEDIOCRIDAD
Tiene 61 años, un hijo y una terca vocación pictórica que se le antoja remota: "En mi primer día de clase -memora Juan Carlos Castagnino- en vez de palotes dibujé caballos. Ahora sé por qué: es el símbolo de la independencia, de la liberación". Distante de aquella intuición escolar, el artista que le dio rostro al Martín Fierro y acaparó codiciados trofeos (los principales: Primer Premio Nacional 1948, Gran Premio Ministerio de Educación 1956, Gran Premio de Honor Salón Nacional de Pintura 1959) no trepida en confesar que ni siquiera sus ocios escapan al implacable yugo de los pinceles: "Mi mejor manera de descansar es mirar el horizonte sobre el mar. Si bien no me paso todo el día pintando, cuando leo, escucho música y hasta cuando duermo estoy construyendo mi mundo de imágenes". Un universo -según él- poblado por fantasmas y limitaciones, cuyas huellas están desperdigadas por varios continentes: los murales de JCC ornamentan las oficinas de Aerolíneas Argentinas en Montevideo y Roma, además de los que se albergan en edificios de Bologna, Budapest, Moscú, Basilea, Ferrara y Nueva York. A los pocos días de su retorno a la Argentina, tras un vasto periplo que lo llevó a deambular por la Unión Soviética, Polonia, Alemania Oriental y Francia, SIETE DIAS lo abordó en la paz de su estudio de Camet, a escasos kilómetros de su Mar del Plata natal. Lo que sigue es la síntesis de un diálogo que duró más de dos horas, durante las cuales el veterano maestro -por imperio de una persistente obsesión artística- soslayó los aspectos domésticos de su vida
—¿Dentro de qué tendencia pictórica se inscribe?
—Dentro de un expresionismo realista o realista expresionista de nuevas salidas.
—¿Desde cuándo pinta?
—Desde muy joven. Hace cuarenta años. Inicié mis estudios en la Mutualidad de Estudiantes de Bellas Artes, pasé luego a la Escuela Superior y disfruté de las enseñanzas de Spilimbergo en Buenos Aires y André Lhote en París. También cursé arquitectura en la Universidad de Buenos Aires.
—¿Cuál es, a su criterio, la evolución más ostensible experimentada por la pintura en los últimos tiempos?
—Para mí, el punto inicial de Picasso es el comienzo de la nueva salida después de las búsquedas y experimentaciones de la pintura moderna.
—¿Cree que la Argentina tiene una pintura de relevancia internacional?
—Sí. En este momento se la ubica con gran consideración en todas sus tendencias; es curioso, pero somos de los pocos países reconocidos en forma amplia. En Polonia, por ejemplo —aunque la mayoría de los pintores son informalistas, hay también algunos surrealistas—, admiran la pintura argentina de tendencia neofigurativa. La admiración alcanza incluso a los cinéticos y a los modernos pop. Berni, por ejemplo, obtuvo el año pasado un gran premio en Polonia.
—¿En qué lugares realizó exposiciones durante su último viaje?
—En Berlín, Varsovia y Moscú.
—¿Piensa usted que la pintura debe ser fundamentalmente comprometida o previamente conviene ser un buen pintor?
—Pienso que el artista debe expresarse. Cada uno adopta frente al mundo la actitud que siente, comprometida o no. Hay dos compromisos: uno estético y otro social. A veces se abarca uno solo. Otras, los dos. Pero ante todo el pintor debe ser pintor. Aunque, naturalmente, el conflictivo, mundo actual exige un pintor actualizado.
—¿Usted es un pintor actualizado?
—No actualizado en el sentido de las últimas tendencias. Sí actualizado en el sentido de asumir el mundo.
—¿Cuáles son los pintores más importantes que ha conocido?
—Fernand Leger, Spilimbergo, y —en este momento— podría afirmar que hay varios que me interesan sobremanera. Entre ellos el inglés Bacon: atrapa la angustia del hombre actual.
—¿Qué piensa sobre la obra de Julio Le Parc?
—A mí me interesa mucho el movimiento cinético en su funcionalidad. Me parece que es una de las grandes conquistas y salidas del arte abstracto.
—¿Cree que los pintores argentinos tienen reales posibilidades de desarrollarse en nuestro país?
—Desde luego. Aquí hay condiciones en todo sentido. Tanto en los problemas de expresión como de ambiente, mercado y público
—Hay críticos que afirman que usted se ha quedado...
—Es interesante que la gente haya fijado una posición. Muchos críticos consideran más interesante mi pintura anterior, más realista. Desde luego, a mí me gusta discutir. El pintor debe ser inquieto, nunca conformista.
—¿Polemiza usted frente a sus obras?
—Por supuesto. Me gusta la opinión de la gente. Una de las cosas que más me emocionaron en Moscú —donde el arte realista está más desarrollado que las tendencias abstractas— fue que los cuadros más celebrados no eran los más realistas sino los más activos, los más polémicos.
—¿Usted se exilió en Europa?
—¡No!... Simplemente busqué la opinión de los críticos y de los públicos que no conocía. Fui invitado por artistas soviéticos, polacos y de Alemania Oriental.
—¿Cómo definiría su experiencia?
—Para mí fue extraordinaria. Una de las cosas fundamentales fue ver esa nueva posibilidad en un mundo socialmente distinto. La
búsqueda, la intención de hacer y mostrar nuevas cosas. La mayor satisfacción es que mi pintura haya gustado al público en general.
—Suele decirse que en la URSS el desarrollo de la pintura es mediocre.
—Ellos tienen un ritmo distinto. Pero es interesante ver el contraste que marcan las tendencias adheridas a un realismo naturalista Y la ansiosa búsqueda de nuevas salidas por parte de jóvenes pintores.
—¿Dialogó con ellos?
—Desde luego, y me han escrito opiniones muy interesantes.
—¿Qué conclusión sacó?
—Que hay una gran vitalidad en la gente joven.
—¿París sigue siendo el gran centro cultural de Occidente?
—Sin duda. Allí se ve a Bacon o el teatro de Arrabal. Es el gran centro de confluencia de arte y artistas.
—¿Siente nostalgias de París?
—Siempre las he sentido. Me he hecho allí y creo que es una ciudad maravillosa. París me dio una serie de cosas extraordinarias. Allí me sorprendió el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Allí conocí a grandes maestros: Picasso, Leger, Braque, a Paul Eluard.
—¿Qué es la pintura para usted?
—Una cosa vital.
—¿Es una síntesis del mundo?
—Para mí, sí. Si uno puede expresarse a través de la pintura, el mundo se sintetiza en ella.
—¿Qué piensa de la pintura como artículo de consumo en la Argentina?
—Creo que el artista no puede independizarse de ese aspecto pero pienso que tiene que luchar por una pintura, por un arte que no se entregue, que no sea simplemente conformista. Es interesante que la pintura esté en el campo de la oposición, de la oposición en general.
—¿Su pintura está en el campo de la oposición?
—De pronto sí. Uno sigue su propio impulso, digamos romántico. O simplemente el quehacer artístico lo lleva a veces a uno a transitar un campo que no es polémico.
—Cierta crítica sostiene que usted es un pintor aburguesado.
—Algunos sí. Otros sostienen lo contrario.
—¿Qué opina de los que sostienen eso?
—Puede ser que dentro de la pintura, a pesar de que uno quiere hacer obras más comprometidas, no siempre logre ese objetivo. Quizá sea un problema de generación o simplemente que uno no pueda forzar el propio camino.
—En sus cuarenta años de pintor ¿nunca forzó su propio camino9
—Jamás. Creo que hubiera sido una actitud insincera. Lo que hice fue realizar las cosas que sentí.
—¿Qué le produce alergia?
—En general, todo lo mediocre,
—¿Usted escribe?
—Sí. Opiniones, experiencias.
—¿Publicables?
—Sí. Puede ser que sean publicables.
—¿Usted es un mito en la pintura?
—No. Simplemente la gente tiene interés especial en conocer a la gente que trabaja, que realiza. Pero no como prócer. Voy a poner un caso: yo, hasta hace poco, solía decir que Dalí abusaba de la fama. Hace un tiempo lo vi en París y advertí que esa artificiosidad es una actitud muy suya, que maneja hábilmente las cosas publicitarias.
—¿Qué es más importante: que se conozca al pintor o a su pintura?
—La pintura siempre es más importante.
—¿Cuál es su mayor contradicción?
—Tener un fondo romántico y querer ser antirromántico.
—¿Usted está comprometido socialmente a través de la pintura?
—Yo no sé si estoy comprometido, porque es la pintura la que debe actuar. Hay quienes quieren sostener una ideología con la pintura y no la sostienen porque no se trata de una actitud, una fórmula o una preocupación. Cuando una pintura resulta efectiva desde el punto de vista total, el artista no lo ha pensado antes. No es un hecho preconcebido. El arte es un reflejo fiel de la actitud del artista.
—¿Se siente cansado?
—Sí.
—¿Se siente viejo?
—A veces.
Tal vez para conjurar ese cansancio, JCC se regodea en evocar los ya lejanos tiempos en que esa ciudad que hoy lo alberga como hijo prócer lo expulsó con cajas destempladas: "Había llegado a Mar del Plata el famoso urbanista Walter Heggerman. Yo asistí a la reunión como estudiante de arquitectura. Por ese entonces, Mar del Plata carecía de arquitectos y el salón de reunión estaba atestado de constructores. Heggerman censuró duramente el crecimiento urbanístico de la ciudad sin que mediara ningún plan regulador. Previo problemas que hoy resultan insolubles. En un momento dado preguntó a los presentes señalando un plano: «¿Dónde están los espacios verdes? ¿La costa natural? ¿Las barrancas?» Uno de los constructores, inquieto por las predicciones funestas que Heggerman hacía recaer sobre MDP, le preguntó: «Entonces, a su criterio, ¿qué es lo que le hace falta a Mar del Plata?» Sin inmutarse, el urbanista contestó con frialdad: «Un maremoto». Yo no pude contenerme —memora Castagnino— y comencé a aplaudirlo. Al día siguiente publiqué en un diario mi adhesión a los principios enunciados por Heggerman, lo que me valió prácticamente la expulsión de Mar del Plata."
Igualmente accidentado fue su primer contacto con Picasso, a quien trataba infructuosamente de conocer. Un día, en una exposición, propinó a uno de los presentes un terrible pisotón. "Me volví para disculparme y casi me muero. ¡Había pisado al mismísimo Picasso."
Corría un ya lejano año 1938 y JCC sentía el escozor del "sarampión de París". Una enfermedad juvenil que todavía ilumina a los ojos que ahora se fijan obsesivamente en el mar de Camet. "París era una fiesta", dice, como si el título de Hemingway pudiera defenderlo contra la emoción.
Revista Siete Días Ilustrados
9/3/1970


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