Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

LA DOMA DE LOS VARONES
Por MIGUEL BRIKUEGA
Esther Vilar nació hace 38 años en Buenos Aires, vive en Europa, es médica y estudió sociología. Todo eso no hubiera bastado para hacer hablar de ella de no haber cometido la tremenda travesura de escribir "El varón domado". Este best-seller, traducido a varios idiomas, salió ahora al mercado argentino, editado por Grijalbo. Que hay quienes carecen de objetividad y sentido del humor lo demuestra la bomba que le pusieron a su autora —afortunadamente, sin consecuencias—, por pretender probar que la mujer no necesita liberarse, ya que el esclavo es el varón.

"LAS mujeres hacen que los varones trabajen para ellas, piensen por ellas, carguen en su lugar con todas las responsabilidades", afirma la autora, para quien "las mujeres no intervienen en el mundo de los varones porque no quieren: el tipo de independencia que buscan los varones no tiene el menor valor para las mujeres porque no se sienten dependientes".
Domesticado por una mujer, el varón no tiene ninguna esperanza: "no abandona nunca a una mujer más que por otra mujer, jamás para ser libre".
Esa tesis coincide llamativamente con la visión de un sexólogo chileno, el doctor Osvaldo Quijada. En julio de 1966, el régimen de Onganía secuestró la revista Hera, donde Quijada, médico y escritor, puntualizaba que el 70 por ciento de los matrimonios convive forzadamente: "Alrededor del 80 por ciento de la actividad sexual es insincera (de uno o de las dos partes), sin positivo contentamiento. Las mujeres se casan enamoradas en menor proporción que los varones —apenas un 24 por ciento—; el resto lo hace por conveniencia, salir de la casa de sus padres, tener la suya propia para administrarla, no perder el tren, mientras que los varones lo hacen para tener un hogar o ilusionados por el amor".
El sexólogo hace más tarde afirmaciones todavía más contundentes que no han despertado resistencias tan manifiestas como las del libro de Vilar por la personalidad científica de Quijada y lo difícil que resulta refutarlo sin una preparación especializada: "La mujer, criando niños, vio la utilidad del "instrumento-hombre" y se alegró luego de la sociedad de clases. Después, sufrió las consecuencias. El poder acumulado en las manos de algunos varones les facilitó a éstos llevarla también a ella a la semiesclavitud y pagarle salarios cada vez más bajos. Desde entonces, la mujer gravitó en la lucha de clases con su biológica mansedumbre".

El hombre al gobierno, la mujer al poder
Un matrimonio joven y muy unido, discrepa en la interpretación de la liberación femenina o masculina. Alberto Hauret, empleado, cree que "entre los animales el macho sale a cazar, consigue el alimento. Hay una predisposición histórica al dominio varonil. A la mujer le gusta ser protegida por el hombre. Ella está logrando que se le reconozcan sus derechos en la relación amorosa pero, en lo demás, aunque ahora trabaje o use ropa agresiva, no hay cambios decisivos desde hace siglos".
Su mujer, Silvina Seguí, decoradora, da otra versión: "En la pareja, como en la sociedad, el hombre va al gobierno, la mujer se queda con el poder. Hay una tradición en que Eva es la culpable, la tentadora y los hombres son los puros, los capaces. Ellos son sacerdotes. los presidentes, los moralistas severos. Varones juristas han hecho un Código con dos interpretaciones del adulterio, la favorable para ellos".
Alfredo Pons, gerente de una consignataria de hacienda, y su esposa, Sara Viceto, constituyen un matrimonio mayor pero actualizado. Dice Pons: "Las cosas varían con la geografía. En España perduran ciertos ejemplos árabes, las mujeres trabajan en tareas muy duras, a veces más pesadas que las del marido. Son famosas las lavanderas de Portugal. En Alemania, las mujeres adoquinan calles y en mi país. Inglaterra, manejan ómnibus".
"La pareja —completa su mujer— depende del ambiente: no es lo mismo vivir en el puritanismo español, con la relativa indiferencia del varón alemán, o en Italia. La juventud argentina es sana, normal. En Buenos Aires los jóvenes se besan con entusiasmo, ajenos a la gente que los rodea en el subte o en la calle".
No todos comprenden así las cosas: a Graciela Mancini, profesora de Letras (UBA) y traductora,, le iniciaron en época de Lanusse un sumario —todavía en trámite— por haber dado explicaciones sobre cuestiones sexuales al alumnado de la Escuela de Enseñanza Media de Morón (Nº 1) sin ser médica ni psicóloga.
"El sexo no es una enfermedad, ni algo que deba ser monopolizado por psicólogos y sacerdotes, es asunto que interesa a todos, algo integrado a la vida, la vida misma. Lo que me cuestionan, en el fondo, es una educación que saque al varón de la dicotomía simplista virgen - prostituta.

Trifones y Sisebutas
Consultado el más alto nivel directivo de la Liga Argentina de Educación Sexual, destaca la importancia del conocimiento sano para evitar la dominación de un sexo por otro o cualquier otro tipo de problema, injusticia o infelicidad: "La educación sexual puede ser impartida por quien esté capacitado para eso, médico o no. Hay médicos que no lo están. En la Facultad no se enseña sexología, ni se estudia el acto sexual. Se ignoran voluntariamente cosas: que forman parte de la realidad, como el orgasmo. Por eso propiciamos instructores especializados que se preparan en grupos operacionales. Entendemos que el sexo es algo normal y que si un maestro no necesita ser geógrafo, historiador o lingüista para enseñar geografía, historia o castellano, no se le puede exigir estar capacitado para la educación sexual pero no ser un especialista.
Del libro de Esther Vilar y las concepciones del sexólogo Quijada, como de las otras opiniones, surge la posibilidad de que, paralelamente a los movimientos de liberación femenina, se considere la necesidad de una liberación masculina. Porque, si bien es cierto que la mujer no alcanza actualmente el nivel del varón en muchísimos campos de actividad, no lo es menos que, visto desde otros puntos de vista, ella tiene "la sartén por el mango y el mango también", como los ejecutivos de María Elena Walsh.
Pensar que los sexos se dominan uno al otro, independientemente de cuál resulte ser triunfador, no deja de ser una simplificación y un modo de distraer sobre lo esencial: que los dos están dominados por las exigencias de un mundo altamente tecnificado pero con valores subversivos, ambigüedad e hipocresías. Vivimos una época en la cual las palabras se vuelven no sólo ambivalentes, sino hasta contradictorias de su significado inicial.
No se necesita, acaso, ser sexólogo, sociólogo ni novelista, para ver dónde reside el meollo de la cuestión: "¿Quién es libre en este mundo? —dice la actriz Elizabeth Makar—; todos, varones o mujeres, estamos más o menos condicionados. La poca libertad que tenemos debemos usarla bien, respetando la ajena. En la pareja, la relación del amo y la esclava, o la de domadora del varón, son igualmente insatisfactorias y enfermas. Toda falla en el amor suele ser falta de amor: los tiranos no quieren a quienes dominan. Los límites deben establecerse de común acuerdo y sabiendo que la liberación no consiste en que una mujer, en vez de avergonzarse de haber perdido su pureza, se avergüence de tenerla todavía. Ni en domesticar varones en provecho propio, ni en mandar a las mujeres como el negrero a sus esclavos".
Profesora de dibujo y modelo, Sonia Rufino recoge las inquietudes que el tema plantea y, a través de sus conceptos, deja abierto el debate a una serie de conclusiones: "Una colega tenía razón cuando se quejaba estar muy lejos de su liberación y que es frustrada por muchos hombres en una relación desigual. Tampoco a Esther Vilar le faltan justificativos para hablar de varones domados, domesticados o manipulados. Pero el dominio de un sexo por el otro es siempre apenas un resultado parcial, una batalla ganada, no el fin de la guerra. Lo cierto es que, mandemos nosotras o los varones, no reside allí la felicidad. ¿Qué es lo bueno y lo malo? Los límites pueden ser imprecisos y difíciles de establecer, pero todo depende de la intención. Quien se respeta, respeta a los otros. Nadie es sin el otro. La guerra amorosa, como todas las guerras, crea más sufrimiento e injusticia que dicha. Sería mejor detenerse y meditar, preguntarse: ¿para qué agredir cuando se puede amar?...".
REDACCION
enero 1974

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