Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Luis Di Palma
EL QUE NACIÓ APURADO
por Juan Carlos Pérez Loizeau
ESTA apurado desde que nació. Y no se sabe bien por qué. Su moisés fue un “go-kart”. Todo lo hizo rápido, hasta sus aciertos y sus errores. Su sangre no se identifica mediante el factor RH, hay que calcularle el octanaje. Se llama Luis Di Palma, tiene veintidós años de edad, es de Arrecifes y tiene un cigüeñal en el cerebro.
En el Gran Premio de Carretera de 1963 muy pocos tuvieron en cuenta al chico rubio y despeinado que se tumbó y tuvo que abandonar. Tal vez sólo la gente de Arrecifes. Pero el 31 de mayo del año siguiente ese mismo iracundo de diecinueve años de edad, con sonrisa de galán francés de film policial, pasó a la celebridad al ganar la vuelta de su ciudad en competencia con todos los ases de nuestro automovilismo y ante el asombro general. Había surgido a la fama siguiendo su norma habitual de vida: a fondo.
Su escuela deportiva fue la elemental: el potrero. Pero a pesar de vivir en el campo, en su interior no llevaba la guitarra y el caballo, soñaba con motores, con ruedas. Con cualquier artefacto que anduviera rápido. Vivía, sin darse cuenta, en la era del jet. El cigüeñal comenzaba a girar.
Su padre era patrullero —de allí tal vez el germen— y Luisito, en lugar de montar un potrillo, montaba una HRD. Tenía nueve años y el pueblo, hasta entonces tranquilo, comenzó a conocerlo. Ya no se cruzaba la calle sin prestar atención. A los catorce años aumentaban sus pretensiones. Definitivamente desterrado el caballo (“No nos ponemos de acuerdo. Cuando él sube, yo bajo. Es más fácil en auto.”), tuvo un “go-kart” de verdad. Con cuatro ruedas había más estabilidad. Y entonces, además del pueblo, lo conocieron los camioneros de la Ruta 8. Porque Luisito, que tenía buena puntería, pasaba a fondo por debajo de los acoplados. Su padre no decía nada; los camioneros, de todo. "Durante mucho tiempo la gente del pueblo no pisaba la calle. Siempre por la vereda. La policía me hizo tantas boletas, me retaron tanto y le pidieron tanto a mi papá, que al final se cansaron. Así pude seguir..."
Como el tiempo pasaba y Luisito algo tenía que hacer —además de enloquecer a los demás—, su papá lo puso a su lado en la Parrilla que tiene sobre la Ruta 8, a la salida del pueblo y que, por supuesto, se llama "El Patrullero".
Pero fue peor. Porque el niño prodigio pudo perfeccionarse. Al lugar iban Néstor Marincovich y sus colaboradores y amigos a comentar las cosas que le ocurrían en las carreras. Y nunca hubo chorizos tan quemados en Arrecifes. Luisito se extasiaba oyendo al recordado “Sandokan”, y por la noche le sacaba a su padre un Bergantín y se iba a la ruta a tratar de imitar a los ases del volante. “Así aprendí a poner la marcha atrás a 100 Km por hora. Nunca rompí una caja. Y después todos jugaban asados...”
La velocidad que todavía mantiene había llegado a su más alto régimen. Y el suelo le quedó chico. Fue al Aero Club y se hizo piloto. El peligro comenzó a llegar desde arriba. Porque Luisito nunca pudo volar derecho. Hizo con el avión todo lo que antes había hecho con el “go-kart”, la moto, el jeep y el Bergantín. Hasta pasar por debajo del puente sobre el río Arrecifes. La gente aprendió a caminar, hacer las compras y saludar sin dejar de mirar hacia arriba.
Frecuentando los talleres empezó a conocer las carreras de cerca. Y su destino no podía ser otro. Estuvo cerca de Marincovich, después de Pairetti, hasta que tuvo su propio auto, comprado con la ayuda de mucha gente. Así llegó su primera victoria, vertiginosamente. En un tiempo increíblemente corto, en una actividad tan difícil y con tan poca edad. Fue el ascenso más rápido que se recuerde. Pero no todo es tan fácil como en la niñez. Sus condiciones y su figura motivaron lo acostumbrado: promoción, publicidad. Elogios sin ninguna medida, en esa constante necesidad argentina de encontrar un ídolo a cada paso. Y Luisito se convirtió en Luis sin darse cuenta, aturdido por el coro de los amigos de siempre. Los que llevan a cometer errores que de alguna manera hay que pagar. Y el héroe de la barra se dio cuenta de que la vida era otra cosa.
Mucha gente de recursos se sintió impactada por su imagen y le prestó ayuda. Esa colaboración imprescindible, sin la que Di Palma, como tantos otros, no hubiera llegado a nada. Porque el automovilismo es el deporte más caro del mundo. Pero era más sencillo oír los gritos eufóricos de sus amigos que la palabra tenue y bien intencionada de quienes, con más años v más experiencia. trataban de encaminarlo.
Pasó el tiempo. Hubo algunos éxitos más pero muy espaciados. A los 21 años de edad se casó y fue padre, pero sin la normalidad de los que hacen las cosas después de pensarlas mucho. Luis Di Palma siguió viviendo signado por el vértigo. Los que lo ayudaron terminaron por cansarse. Y sin dinero no se consiguen victorias. Así entró en un período duro, que no se termina.
Tuvo todas las oportunidades que se le pueden ofrecer a un joven con sus extraordinarias condiciones naturales. Tanto para progresar en la vida como para destacarse en el deporte que lo apasiona. Y las perdió. Muchos vimos —y todavía vemos— en Di Palma a la figura que le faltaba a nuestro automovilismo desde hace mucho tiempo. Reúne todo lo necesario. Aunque perdió ya mucho tiempo que no recuperará jamás.
Porque el iracundo de Arrecifes, el que asustaba a la gente, se convirtió en un piloto arriesgado pero consciente. Iluminado por la chispa genial en todo momento. Dentro del auto de carrera no tenía nada de loco ni de tonto. Era centrado, maduro. Hasta que la necesidad de andar bien con un mal auto lo llevó a cometer errores de conducción que rebajaron su concepto. Perdió mucho de su talento y muchos de sus admiradores.
Llegó la nueva Temporada Internacional de Fórmula 3 y Luis Di Palma esperó ansiosamente pero en vano, que uno de los dos equipos argentinos lo ubicara en sus filas. El concepto sobre Di Palma cambió, evidentemente. Dos años atrás no se hubiera dudado un instante, si el organizador no hubiera sido una empresa privada.
Algunos que todavía creen en él esperan verlo sentado en una máquina monoplaza antes de que termine la temporada. Sería una gran oportunidad para que Luis Di Palma, al tener esa satisfacción, comenzara una nueva etapa en su vida. Que volviera un poco atrás en el tiempo y viera un panorama distinto del que ya vio, realmente engañado.
Tiene todavía mucha menos edad que la que tenían algunos famosos al empezar. Toda una vida por delante, plena de oportunidades. Si se decide a recomenzar, con fe y con la madurez que, no dudamos, está adquiriendo, se convertirá en el Luis Di Palma que esperaba no sólo Arrecifes sino todo el automovilismo argentino. Y así pagará su deuda.
Revista Extra
02/1967

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