Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

EL PENSAMIENTO VIVO DE LIBERTAD LAMARQUE
Minuciosa y prolija, consciente de sus fuerzas y flaquezas —una condición que le permitió erigirse en una leyenda viviente, que admite pocos parangones en todo el mundo—, Doña Liber dialoga con Dionisia Fontán sobre temas que nunca había abordado en un reportaje: su encasillamiento artístico, la libertad sexual, la opinión que le merece la música moderna, la educación de los hijos, su matrimonio de casi cuarenta años con Alfredo Malerba, su visión del mundo que la rodea. "Tengo cuerda para rato",

"Meses atrás, mientras actuaba en un teatro de Los Ángeles, alguien del público me gritó: Confesá, Libertad, ¿cuántos años tenés? La pregunta me tomó de sorpresa pero reaccioné enseguida: ¡Tengo todos! Ahí no más, un hombre dijo desde la platea: ¡Cantá tangos, Líber, porque ya estamos todos viejos! No me pude contener: ¡Vieja tu abuela!, le contesté, muerta de risa.
"Es cierto, tengo ya una punta de años... Con decirle que hasta podría ser bisabuela, calcule. Pero mi manera de ser y de moverme, de caminar, no condicen con la edad que tengo. Sigo gustando y perdone esta petulancia: soy dinámica, ágil, sana, puedo bailar, practico yoga, la gente me aplaude, lleno los teatros, me ofrecen contratos. .. O sea que tengo cuerda para rato. Por otra parte no imagino mi vida de otra manera. Eso sí, siempre supe dosificar mi trabajo, cosa de que me quede tiempo libre para viajar y poder reunirme con los míos. Yo gozo viniendo a mi país, me encanta el olor de Buenos Aires, me emociona abrazar a mi nena, a mis nietos, a mis hermanos. Los Lamarque hemos crecido unidos como gitanos; nos queremos mucho. Este año —se refiere a 1974— vine al país cuatro veces porque sufrimos una circunstancia muy desgraciada; la muerte de mi nieto mayor, en abril, en un accidente automovilístico."
Libertad Lamarque y yo estamos sentadas en el mismo sillón del living, grabador por medio. Su aspecto es absolutamente informal y ella se disculpa de que la encuentre medio de entrecasa, a cara limpia, de pantalón y camisa. "Es que vine por tan poco tiempo que ni ropa traje. Para colmo, tengo tantos asuntos que resolver antes de mi partida, el 20 de diciembre, que no encontré un minuto para mirarme al espejo."
Me parecía mentira que esa señora tan campechana fuera el monstruo sagrado que veneran casi todos los países de América; protagonista de 72 películas, cantante y actriz con una vigencia que es bastante excepcional en la historia de nuestra farándula y que ni siquiera haya parangones en Hollywood o Europa. Consciente de que una entrevista así de íntima con doña Líber se hace difícil a causa de lo andariega que es, de la constante dualidad que mantiene con México desde hace veintiocho años, me ocupé de observarla con minuciosidad, atenta a sus gestos siempre suaves, pulcros, medidos. Me asombraron realmente la calidad y el color de su piel y casi no pude apartar la mirada de sus bonitas, movedizas y jóvenes manos.
Se me ocurrió pensar que una personalidad así —una leyenda viviente— estaría rodeada de una pequeña corte de ayudantes, pero no. Libertad, que esta vez viajó sin Alfredo Malerba (su marido y colaborador desde hace treinta y nueve años), se contenta demostrando que es capaz de ingeniárselas sola o con poca ayuda. Por lo tanto, ni mucama, ni secretaria, ni chofer. "Tengo carne de perro", se jacta.
Al departamento que ocupa en un piso once, sobre Avenida del Libertador, todavía le están faltando detalles de confort de los cuales ella misma prefiere encargarse. "Estrenamos esta casa hace unos ocho años, cuando vine a hacer Hello Dolly, pero usted sabe como son estas cosas, llevan tiempo. Fíjese —señala con la mano—, ¿ve aquella puerta enrejada que separa el living del comedorcito diario? Todavía está sin pintar porque seré yo misma quien la decore. Viera qué linda me quedó otra puerta que pinté en mi departamento en México.

DURAZNOS Y MERENGUES
—Dígame, señera, ¿por qué le adjudican siempre roles dramáticos en sus películas?
—Al público le gusto así, y eso que intenté filmar comedias, género en el que me siento muy cómoda. Sin embargo, desde Alma de bandoneón, mi primer film (recién después vino Tango), estuve destinada a hacer llorar a la gente. Yo he protagonizado a todas las madres que pueda usted imaginar porque por lo visto encuadro con la imagen de la mujer bien femenina, abnegada, comprensiva, ese prototipo de señora de su casa incapaz de una mala acción
siempre dispuesta a brindar su amor...
—¿La película que piensa rodar en el mes de mayo a las órdenes de Enrique Carreras también girará en torno a la problemática de una madre lacrimógena?
—Resulta que por razones de edad, naturalmente tengo ciertas limitaciones; pero como le dije antes, yo soy una mujer dinámica y jovial. Por lo tanto no se me puede asignar el personaje de una viejecita carcamana. El argumento está en estudio; si por mí fuera, encarnaría a la madre de un muchacho drogadicto. Pienso que sería una historia aleccionadora... A la muchachada no hay que perderla de vista; algunas madres permanecen ciegas, convencidas de
que a sus hijos jamás les pasarán cosas así. Ahí está el error, ¿se da cuenta? ¿Recuerda La sonrisa de mamá, junto a Palito Ortega? También ésa fue una historia con mensaje, aleccionadora, muy oportuna para esos hijos jóvenes y despreocupados que sólo piensan en divertirse e ignoran a su madre, hasta que descubren que ella tiene un mal incurable y que pronto morirá.
—A mí ese final me pareció muy cruel.
—Ay, no, era preciosa esa película. Relataba una gran verdad. Tenía una moraleja maravillosa para los jóvenes que quieren a su madre pero no reparan en ella hasta que ya es tarde ... Entonces se reprochan, por ejemplo, el hecho de no haberles comprado los duraznos que tanto le gustaban, o los merengues que eran su postre favorito. Actualmente la gente joven se acuerda de su madre cuando ésta cumple años o en su día. Entonces se desviven por correr a comprarles una pañoleta, un relojito ... ¿Por qué una vez al año? ¿Por qué no la miman y acarician cuando la tienen viva?
—A menudo los más jóvenes se quejan de la falta de diálogo, del inmenso bache generacional que se produce con sus mayores. Usted pertenece a una generación de señoras que suele manifestar su afecto a través de la comida.
—Sí, ya lo sé. Todavía abundan esas mujeres, pero yo me pongo de parte del diálogo. En general, siempre busco el término medio, como ocurre cuando permanezco con mis nietos. Lástima que nos vemos de a cachitos ... Sin embargo estoy segura de que a la par del cariño, ellos sienten respeto por su abuela. Vez pasada mi hija y mi yerno me pidieron que custodie a sus cinco chicos en su casa de Adrogué. Hernán, el varón de quince años, estuvo medio rebelde, desobediente. Con todo que es un chico espléndido, un pan de Dios, vaya a saber por qué se mandó un par de diabluras que excedieron mi paciencia. Entonces me quité la zapatilla y le di unos cuantos chirlos en la cola. Para que se diera cuenta de que su abuela no es sólo una simpática señora que va y viene por el mundo y le trae regalitos. Y créame, nuestro diálogo no se interrumpió para nada; al contrario, sospecho que ahora el nene me quiere más.
—Con respecto a las canciones, usted sigue manteniendo el mismo repertorio...
—El público es bastante conservador conmigo y no me deja cambiar. Tal vez porque le recuerdo a sus parientes, a una época que ha quedado atrás, a su juventud ... Yo sigo cantando Caminito, Besos Brujos, Madreselva; incorporo boleros clásicos y luego formo un gracioso popurrí con las canciones que me va pidiendo la gente. En este sentido, mantengo una rutina.
—¿Qué opina de sus colegas cantantes de tango?
—No puedo aportarle mucho porque, como usted sabe, vivo con un pie en el avión. Conozco a algunas cantantes no precisamente de tangos que me fascinan: Estela Raval, Mercedes Sosa, Ginamaría Hidalgo ... La verdad, es un placer escucharías.
—¿Le resultó difícil cantar tangos en una época en que la mujer casi no abordaba este género?
—No. Yo impuse mi propio estilo, imprimí mi sello personal, femenino, que no intentaba imitar el de nadie. Sospecho que me habrán cuestionado, eso es otra cosa.
—¿Qué opina de Gardel?
—Que es el padre de todos nosotros.
—¿No piensa que el mito Gardel surgió después de su desaparición, que se murió a tiempo?
—No, por favor, ¡qué esperanza! El pobre Carlitos tenía una garganta privilegiada y yo pienso que se murió a destiempo. Calcule, creo que tenía cuarenta y ocho años ... Fíjese en mi caso: yo pasé esa edad hace rato y, sin embargo, pude realizar tantas cosas lindas. Trabajé en cine, en televisión, hice revistas musicales, intervine en shows. Con Gardel hubiera pasado lo mismo. En vez, tuvo que viajar al extranjero para rodar películas porque nuestra técnica no estaba tan avanzada y ni se enteró de que existía la televisión, los longplay ... Estoy convencida de que él se hubiera adaptado a nuestra época. Además, el público no es tan tonto como para adorar a un ídolo porque se murió trágicamente hace cuarenta años, ¿no le parece?
—¿Le gusta la música moderna?
—Hace tiempo ya que el oído de los jóvenes se viene embruteciendo con una música ensordecedora que, por suerte, no perdura pero molesta, irrita. Admiro a Los Beatles; algunas de sus canciones me parecen geniales. ¡Del resto qué puedo decirle! Vivimos en la era del jingle; todos los chicos tararean la marca de un desodorante o de una longaniza.

UNA SALUD DE HIERRO
—Por su manera de ser, por la forma en que ha encarado su trabajo, se desprende que es usted una persona disciplinada y metódica. Cuénteme cómo es.
—Efectivamente, soy disciplinada aunque por temporadas. Cuando trabajo dificulto que otro profesional, hombre o mujer, me saque ventaja. Me cuido con las comidas, elimino los condimentos porque son dañinos para la salud y para la cara, hago mis ejercicios de yoga que aprendí con una profesora, no fumo ni bebo porque nunca sentí necesidad de hacerlo. Nada de todas estas cosas me resultan un sacrificio. Pero yo, que tengo la enorme suerte de poseer una salud de hierro, de no saber qué quiere decir un dolor de cabeza, no voy a ser tan necia para dilapidarla.
—¿Le gusta comer afuera?
—Soy de las que piensan que en ninguna parte se come tan bien como en casa. Dése cuenta que yo he recorrido América, pueblito por pueblito y, sin embargo, no fue un obstáculo el menú de otros países porque soy de las que se arremanga y cocina en cualquier parte. Con Alfredito, mi marido, siempre llevamos una latita de aceite de oliva en la valija, por las dudas. Una vez, hace muchos años, recorriendo Colombia, nos sorprendió el bogotazo mientras estaba de paso por un pequeño pueblo llamado Cisneros. Alfredo y yo parábamos en una casa de familia porque no había hotel y el escenario tuvo que improvisarse sobre un montón de barriles. Atrapados en aquel lugar durante unos cuantos días, me entretuve cocinando para los dueños de casa y sus hijos. Se chupaban los dedos con mi risotto al aceite de oliva. Y también yo me di el gustazo. Como le dije, cuando tengo ganas me olvido de la dieta: en casa nos gusta el pesto, nos damos banquetazos de fideos al pesto.
—¿O sea que su larga vida nómade nunca atentó contra su físico?
—Para nada. Pero le aclaro que yo no trabajo tanto como se piensa ni tampoco mis giras son tan intensas. Administro mis actuaciones, soy prudente para que las obligaciones no avasallen mi vida privada. Para mí ha sido muy duro separarme de mi gente, estar lejos en los momentos felices y en los desdichados. Por eso nada de lo que conseguí ha sido casual: puro esfuerzo... responsabilidad y amor por lo que hago. Soy de las que se adaptan a todo, a la falta de comodidad, a la buena o mala comida, a viajar sin confort. Me malhumoran dos cosas: que no me dejen dormir y que se resienta mi garganta. Usted sabe, la falta de sueño atenta contra la cara, los nervios y, sobre todo, contra la voz.
—¿Tiene alguna fórmula para vencer el cansancio?
—Cuando me duelen los pies me echo y hago el plano inclinado con las piernas en alto. Otro buen recurso es tomar un baño tibio y relajarse. Para mí esto es suficiente, nunca tuve que recurrir a los somníferos porque soy de buen sueño, una persona sana.
—Ahora mismo y en casi todas las fotografías que se publicaron desde su llegada a Buenos Aires he observado que usted ha elegido vestirse de pantalón. ¿Le gusta esta prenda?
—¡Me encanta! Si hubiera sido por mí, hace rato que los adoptaba; pero mi marido se oponía, decía que soy fuerte de caderas, que no me favorecían. Últimamente se habituó a ver tantos bagayos que al final yo le resulto hermosa. En cuanto al problema de mis caderas lo disimulo eligiendo camisas largas y chaquetas al tono del pantalón.
—¿Le pesa no tener intimidad, que al salir a la calle la gente la reconozca y le pida autógrafos?
—¡No, me encanta! Es tan grato percibir el cariño de la gente ... Antes yo era una mojigata que se avergonzaba y agachaba la cabeza. Mire qué tonta: tenía tanta vergüenza no sé de qué, si era linda, iban a ver mis películas, imitaban mis peinados y mis vestidos. Estupideces de gente joven, ¿se da cuenta? La madurez me hizo cambiar: ahora entro a un lugar desfachatadamente, con la cabeza levantada y la sonrisa pronta para quien me salude. Cuando entro a un restaurante y me reconocen digo buenas noches, buen provecho y me voy lo más campante a ocupar una mesa. Cambiar de postura simplificó las cosas también para los admiradores que me piden una fotografía, un beso, un autógrafo... Algunas señoras suelen .decirme cosas como ésta: "¡Ay, Líber, qué bien está; pensar que yo era chiquita cuando la aplaudí por primera vez ...!" Lo cómico es que estas desmemoriadas suelen ser más viejas que yo; pero no importa; igual me halagan...
—Antes los actores se jactaban de ser apolíticos. Ahora este criterio ha cambiado: los actores militan en su gremio, defienden su trabajo. ¿Qué opina al respecto?
—Opino que es peligroso para un actor manifestar sus ideas porque está en juego su profesión y su estómago. Pienso que al igual que el ciudadano de la calle, el artista debería expresar su ideología libremente sin temor a que peligrara su carrera. Pero no. Es que los políticos pasan pero los actores quedan ...
—Usted, con casi cuarenta años de casada, ¿qué opina de la actual situación de la pareja?
—No voy a decirle nada nuevo, pero a mí la experiencia me demostró que cada una de las partes tiene que ceder un poco, renunciar a algo. Yo no voy a tener la pretensión de seguir siendo una estrella en
mi casa y que mi marido soporte todo lo que se me ocurre. Problemas hay siempre, la cuestión es saberlos balancear; apelar al buen criterio y plantearse si vale la pena tolerar tal o cual cosa, contemporizar con el compañero o viceversa. Yo le doy los gustos cuando puedo, le preparo alguna comidita de sorpresa, le tejo pulóveres y, claro, también peleo, discuto. Nos ha unido bastante la afinidad de tareas, el hecho de que sea músico y me acompañe cuando trabajo. En materia amorosa creo en la persuasión, sobre todo si se trata de personas inteligentes.

MEDIO DIA EN CASA
—Tras tanto caminar, ¿cómo ve a la mujer actualmente?
—La veo muy bien plantada, luchando por sus derechos. A mi modesto entender, lo único que diferencia al hombre de la mujer es su fuerza física; en el plano intelectual ya corren parejos. Eso sí, me mortifica que las madres jóvenes tengan aún tantas dificultades y conflictos. En este sentido los gobiernos deberían cooperar más proporcionando mayor número de guarderías y de gente especializada en el cuidado de los niños. Es inútil, los niños necesitan la presencia de su mamá por lo menos medio día; el resto debe pertenecerle a ella para que se desarrolle en la actividad que le gusta. Aquí viene la frustración: por lo general una mamá tiene que caer con personas que hablan mal, que no tienen buenos modales, o que trabajan a disgusto. Así ni el chico se cría bien ni ella está satisfecha con lo que realiza. Con todo, prefiero esta desorganización, llamémosle así, que el sistema que impera en China. Allí los niños son separados de sus padres y criados en guarderías. Crecen como robots, sin calidez ni atmósfera hogareña. No sé, quién sabe ésta sea no más la educación del futuro, pero yo no la comparto. Creo haberle
comentado que nací y me eduqué en una familia con mucho amor; por lo tanto, para mí, los lazos afectivos son fundamentales para el crecimiento del ser humano.
—¿Le interesa leer los diarios?
—Me interesaba hasta que sentí una profunda conmoción y dije basta. Los diarios iban a terminar conmigo. Cuando se produjo el terremoto en Managua, en Nochebuena del 72, me impresioné mucho; sobre todo luego de ver la foto de una nenita cuyo cuerpo había sido desplazado muchos kilómetros hasta caer sin vida en una playa. En aquel momento quise morirme, tuve una extraña sensación: no me importaba desaparecer también a mí del planeta. Hasta que me serené y comprendí que yo amo la vida, que lamentablemente hay cosas que uno no puede modificar. Desde entonces opté por dejar de leer los periódicos y vivo mejor. Ahora se me ha dado por el tejido, tejo con un fervor increíble y lo hago bien. Espero poder terminar una chomba a crochet para Alfredito, así se la entrego cuando nos reunamos.
—¿Mira televisión?
—En Buenos Aires no soporto ver las películas extranjeras, pues se proyectan dobladas, lo cual me parece una aberración. El sistema de doblaje contribuye a que haya analfabetos. ¿Usted no cree que si la gente que no lee ni escribe tuviera la obligación de leer las leyendas de las películas, se preocuparía, se esforzaría más? Así le dan todo en bandeja y mal. Hablar con la voz prestada es nocivo para el actor y es contraproducente para el oído que se habitúa a escuchar modismos que no le pertenecen.
—¿Le gusta ir al cine?
—Depende, si la película vale la pena vamos. Mi marido y yo sólo elegimos programas aptos para todo público.
—¿Usted es muy puritana?
—No, dije que me gustan las películas decentes. Los temas muy realistas sobre sexo me ruborizan; me siento como espiando por el ojo de una cerradura. Admiro el desnudo artístico. El desnudo de a dos, en movimiento, francamente no me entretiene. Añoro el misterio, la magia del beso robado; el encanto de la sutileza ...
—¿Alguna vez ha protagonizado escenas apasionadas?
—Por supuesto; aunque yo siempre separé a la mujer de la artista: el amor en la intimidad es una cosa y el trabajo otra. Viajar me ha abierto mucho los ojos, fue una gran escuela. De donde se deduce que a esta altura del partido no me cabe ser una mojigata. Sin embargo, jamás me acostumbraré a perder el pudor; prefiero reservarlo para mi intimidad. Algo que deberían hacer esas parejas que ofrecen cualquier tipo de espectáculo por la calle y quedan de lo más ridículo, ya que en trance amoroso todos ponemos caras de imbéciles.
—¿O sea que usted piensa que la mujer hace abuso de su libertad sexual?
—Claro, y cuando quiera darse cuenta ya será demasiado tarde. Usted entiende: me refiero al manoseo, al cambio de novio como de vestido, a desvalorizar los verdaderos sentimientos. A la larga todo esto la perjudica porque en el fondo las mujeres y los hombres necesitan una estabilidad, permanecer juntos.
—Usted siente añoranza por una época en la cual se valorizaba un beso pero a la par se fomentaba la hipocresía, se mitificaba la virginidad.
—Ese asunto de la virginidad siempre me pareció una tontería. Qué tiene que ver: una mujer puede ser muy honorable y digna aunque haya vivido varias experiencias sentimentales. Lo que me molesta es el exhibicionismo gratuito, igual que esas bikinis tan chiquititas. ¿Quiere decirme qué se gana mostrando la mitad de la nalga? Se gana que el hombre se vuelva cada vez más indiferente, menos curioso. En cambio, el blue-jean me parece todo un hallazgo a cualquier edad. También me gustan las faldas a mitad de pierna como se usan ahora; para llevar con botas o tacos altos quedan mil veces más elegantes y estéticas que la mini, ésa que mostraba la bombacha.

A las dos horas y media de diálogo, cuando llegó Daniel León, Libertad especificó que no le gusta conversar mientras la fotografían "porque salgo con cara de bobalicona". Obviamente, doña Liber conoce de lentes y de ángulos, y no se dejó atrapar desprevenida. Mientras duró esta actividad también sus movimientos fueron pausados, su sonrisa sobria, sus sugerencias expresadas suavemente, respetuosa de nuestro trabajo; inquiriendo a cada rato si nos gustaba éste o aquel rincón, pero ubicándose en el que más le gustaba a ella.
Hasta que de pronto, por lo visto cansada de repetir las mismas poses convencionales que se publican en todas partes, prefirió echarse sobre la vistosa alfombra del living en una rebuscada posición yoga —show fuera de programa— que enfatizó la juvenil elasticidad de su cuerpo. Así, con las piernas entreveradas y haciendo gala de su perdurable vitalidad, bebió unas sorbos de café y deslizó: "De veras, no me molesta que pasen los años".
Dionisia Fontán
Fotos de Daniel León
Revista Siete Días Ilustrados
6/1/1975

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