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Dictadura Lanusse
El nuevo gabinete y la desilusión de Mor Roig

Como siempre, en enero, un enjambre de albañiles y carpinteros invade la Casa de Gobierno. El caos de arena y aserrín persiste durante dos o tres semanas, pero cuando los funcionarios regresan de las vacaciones nadie advierte grandes cambios, excepto alguna mampara o puerta que se clausuró. Que todo siga igual, tras el ruido, puede ser el signo de la comentada reestructuración del elenco gubernativo que procura el jefe del Estado.
Desde hace tres meses se habla de la modificación del gabinete. Más de una vez, Arturo Mor Roig dijo que se estudiaba la posibilidad de integrar un gobierno de "unión nacional", al tiempo que los amigos íntimos de Alejandro Lanusse conversaban con los candidatos a ministro y en los altos mandos de las Fuerzas Armadas se analizaba la situación de las “áreas críticas" del poder central. Pero las expectativas se desvanecieron; es que los probables candidatos de La Hora del Pueblo eludieron el compromiso de fondo con el gobierno: aceptar cargos hasta el día de las elecciones.
Con todo, en la última semana volvió a reverdecer la especie de que Lanusse insiste en la necesidad de constituir un elenco homogéneo, y que para concretar ese deseo aprovecharía los días finales de su descanso en la estancia de la familia Guerrero, en Pinamar. Sin embargo, ni aun los asesores del presidente pueden pronosticar los posibles reemplazos y la magnitud del cambio. El viernes 14, un vocero oficial reveló a Panorama' “La reestructuración se hará. Pero no en enero, como se comenta, sino recién en febrero, cuando el general Lanusse regrese de su gira por el exterior".
Por el momento, saber qué ministro quedará y quiénes reemplazarán a los que renuncien supone una adivinanza. Pero, si bien no existen los augures infalibles, aquellos que de vez en cuando aciertan se animan a decir que los ministros de Agricultura y Educación, Antonio Di Rocco y Gustavo Malek, encabezan la lista de los relevos. Hay, no obstante, otros candidatos que están bajo la lente presidencial: Francisco Manrique, titular de Bienestar Social; su par de Defensa, José Rafael Cáceres Monié, y el canciller Luis María de Pablo Pardo. Puede inferirse, por lo tanto, que Lanusse confirmaría a los ministros de Trabajo, Justicia, Interior y Hacienda y Finanzas: Rubens San Sebastián, Ismael Bruno Quijano, Arturo Mor Roig y Cayetano Licciardo.
Si es arduo averiguar los nombres de los que se irán, mucho más lo es acertar con los reemplazantes. Las Fuerzas Armadas, hasta el momento únicas responsables de la acción de gobierno, demuestran que desean aliviar las tensiones que se suman a su alrededor cediendo, a los partidos políticos acuerdistas, una porción del poder. Pero la cuestión vuelve a plantearse en el hecho de que las medidas económicas básicas ya han sido resueltas, sin tenerse en cuenta los consejos de los expertos peronistas y radicales que fueron consultados y que se negaron, en varias oportunidades, a convalidar el rumbo económico-social que aceptaron los altos mandos militares.
Esa realidad, empero, no permite desechar la posibilidad de que Arturo Mor Roig mantenga, a su regreso de los lagos, nuevas conversaciones con los dirigentes peronistas, socialistas, radicales y demócratas progresistas para invitarlos a “unirse en el poder"; es probable que esas conversaciones se realicen en la Casa de Gobierno, en lugar de hacerse en estudios o casas particulares, a fin de que las consultas y ofrecimientos queden registrados oficialmente.

LAS VARIANTES. Desde la perspectiva de la Hora del Pueblo, las variantes que se presentan son mínimas. Los radicales aseguran que no prestarán a ningún hombre de sus filas para llevar adelante la integración que propone el gobierno. Lo explican con sencillez: están molestos por la pérdida de tiempo en entrevistas que no han dado resultados positivos, y no quieren arriesgar la imagen partidaria a los ojos de los futuros sufragantes en una etapa que, suponen, será muy dura.
En esencia, los líderes radicales deben considerar previamente una cuestión más ardua: la renovación partidaria. Por lógica, si los viejos dirigentes oyen los clamores del gobierno y deciden colaborar, los jóvenes pueden hacer tambalear los tablones de la estantería, como ocurre en el peronismo. El martes pasado, la juventud radical desafió por segunda vez a su ex correligionario, el ministro del Interior, al intentar un homenaje público al Sufragio Universal. Por segunda vez, la policía de Mor Roig dispersó con cierta violencia a los fervorosos radicales; ocurrió en las inmediaciones al monumento de los Dos Congresos. La primera refriega se había registrado frente a la imagen de Sáenz Peña.
A su vez, Raúl Alfonsín —que alienta ser el sucesor de Ricardo Balbín en el comando del partido —presionó en la reunión de los líderes del radicalismo bonaerense, en Avellaneda, para que se endurezca la posición frente al gobierno; la barra juvenil lo apoyó estruendosamente. Sólo estos dos acontecimientos son suficientes para hacer reflexionar a quienes están tentados por los cargos en el gabinete. Pero, además, no debe olvidarse que los radicales se han pronunciado contra el permanente deterioro de los salarios, el incremento del costo de la vida, la desnacionalización de las empresas de capitales argentinos, las leyes represivas y la injerencia de los militares en el proceso político, cuando la convocatoria electoral está cercana. Es que el balbinismo no desea que progresen las escisiones, y menos que algunos caudillos díscolos obtengan ventajas con sólo atacar al gobierno.
En esa carrera por sacarle ventajas a Balbín, se destacó el núcleo que dirige Ernesto Sammartino, quien el jueves pasado lanzó una andanada al gobierno acusándolo de “mentiroso”; en un análisis económico, el vehemente líder radical sostuvo que el déficit presupuestario será mucho mayor del anunciado, y que el gobierno se propone financiarlo con una nueva emisión monetaria o con préstamos “que se están mendigando en el exterior”. 'Paralelamente, los sectores "duros” de Córdoba también golpean contra el gobierno, y esos golpes armonizan con los ecos de protesta que trascienden de Entre Ríos, Chaco y Tucumán.
Frente a la realidad y con la “interna” a la vista, Balbín juega su olfato de guía para no caminar contra el huracán; hasta ahora da pasos firmes con una mano sobre el hombro de Mor Roig y la otra en el brazo de los intransigentes, y nadie se atrevería a afirmar que El Chino se va a caer en el túnel oscuro que recorre el gobierno. En la puerta de ese túnel, Mor Roig espera a los radicales y a los peronistas; pero sólo Julián Sancerni Giménez, sin muchas ganas, se acercó al ministro del Interior. El veterano caudillo porteño mantiene la idea, aunque la difunde cada vez menos, de que “hay que darle una mano a Lanusse”.

LA QUIMERA. La única posibilidad de integrar un “gabinete de unión nacional”, según la gente de La Hora del Pueblo, quedaría abierta si Lanusse promueve “un autogolpe”; eso quiere decir que el presidente reniegue del proceso que inauguró Juan Carlos Onganía en junio de 1966, que declare nulo el Estatuto, las Actas, los Fines y todos los enunciados que admitió la Corte Suprema para legalizar el pronunciamiento militar.
Entonces, de prosperar esa quimera, los políticos reclamarían un gobierno provisional hasta las elecciones, en el cual colaborarían todos los partidos con mayor amplitud que en aquel ensayo de la Junta Consultiva. Pero en ese caso, Lanusse se trasformaría en verdugo de sus camaradas, algo imposible si se tiene en cuenta que es el mandatario de las Fuerzas Armadas.
Si los políticos no quieren colaborar, ¿qué hará el presidente? En el mensaje de fin de año, Lanusse insinuó que las Fuerzas Armadas no podían seguir “jugando solas el gran partido”, por lo que la institucionalización también depende de los políticos. No todos, pero sí la mayoría de los dirigentes, podrían haberle contestado a Lanusse que ningún partido reclamó la destitución de Arturo Illía, o sea que muy pocos auspiciaron un gobierno militar para “curar a la democracia”. El presidente dijo, además, que el rumbo del gobierno se adecuaría a las necesidades y a los imponderables. Cabe la pregunta: si los políticos rechazan la colaboración, ¿los generales podrán decirle a Lanusse que aró en el mar? Es probable que se lo digan. Entonces, la hora de hablar claro estará cercana.
PANORAMA, ENERO 18, 1972
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