Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Zárate
ZARATE
Señero de la Actual Argentina

A noventa kilómetros de Buenos Aires, tirando hacia el Norte, la pampa ondulada se asoma a las empinadas barrancas, sobre el seno de una amplia vuelta del Paraná de las Palmas. Allí mismo, donde el verde de la pradera parece derramarse sobre las aguas bermejas del río undoso, se yergue pujante, mostrando sus primeros edificios sobre la ceja del perfil, la ciudad de Zarate, antigua población bonaerense, de gentes criollas y laboriosas, a las que se sumaron inmigrantes provenientes de los treinta y dos rumbos de la Rosa de los Vientos. Zarate es así, no sólo uno de los mojones que señalan una etapa más de edificante ejecutoria argentina, sino que en el último lustro, como consecuencia del cambio social-político experimentado por la República, constituye una de las puntas de lanza de la recuperación y del reencuentro.

Ciudad alegre
Zárate es una ciudad alegre. Tiene la alegría íntima que trasunta una población feliz; feliz porque trabaja para ella y para el país contribuyendo a la grandeza del procomún. Una alegría de juventud, sin vueltas, sin “complejos”, como se dice ahora; sin complejos y sin segundas intenciones. Alegría criolla, en fin, que es generosa porque viene de adehala del bien vivir y del bien hacer. Mejor dicho, sería la satisfacción de comportarse como argentina; de acuerdo a la conducta que el país, en este momento de su historia, reclama de todos y de cada uno de sus hijos.

El amplio puerto
El gran secreto zarateño es su puerto; su amplio puerto, que no es únicamente abierto, extendido, reparado y de profundas aguas, sino que sus muelles se prestan para las más distintas operaciones. Hay, entonces, una ubicación geográfica, una razón de ser natural y no política, como en casi todas las ciudades argentinas fundadas por los españoles de la Conquista y del Virreynato. Ya se sabían entonces dos cosas que se han olvidado y que de nuevo comienzan a descubrirse; que la geografía hace la política y no la política a la geografía, y que al hombre hay que considerarlo siempre en función de la historia y no en función de la biología. Por eso el puerto de Zárate ya lo era antes que el hombre civilizado lo haya declarado así; antes de que lo hubiese utilizado.

Trabajo y vida
El de Zárate es uno de los principales puertos fluviales del litoral argentino. Centenas de embarcaciones de todos los tipos operan diariamente en sus muelles. Barcos que traen madera proveniente de las islas del Delta vecino; buques que cargan carne de su frigorífico argentino, de capitales argentinos; “ferrys” que trasladan los trenes que cruzan de la mesopotamia a tierra firme y viceversa; balsas, cargadas de pasajeros, camiones y automóviles que realizan la misma travesía, uniendo las carreteras entrerrianas con las bonaerenses. Todo eso y barcos de pescadores, de traficantes de las islas, y buques de guerra que se reparan o que hacen agua o carbón para continuar sus singladuras, río arriba o río abajo. Todo es trabajo y vida; o trabajo que refleja la vida intensa de un pueblo en plena y total reintegración.

El arsenal. . .
Es, tal vez, el Arsenal de Zarate, una de sus “instituciones”; más propiamente expresado, un motivo institutor de esta ciudad pujante que ha doblado la población en poco más de un lustro y que sigue creciendo; de una ciudad que aún no llega a los cuarenta mil habitantes y que, sin embargo, parece que tuviese cien mil. El arsenal de Zárate ha sido, y sigue siendo, una gran escuela de carpinteros de ribera y de obreros y técnicos especializados en todas las industrias y todos los complejos menesteres de la industria del astillero. Calafateadores, herreros, mecánicos, diseñadores, forjadores y todo cuanto, en fin, requiera el funcionamiento total de una gran industria de esa envergadura, salió maestro en el dibujo, en el ajuste de un buje o en la echada de una cuaderna, de esa verdadera fábrica que económicamente ayudó a solventar la vida zarateña. El Ministerio de Marina ha venido cumpliendo así su alta función de paz, permitiendo que el criollo tuviese aptitudes y conciencia marinera que utilizó, y muy bien, en cuanto el país pudo sacudir su yugo económico y darse de lleno al usufructo y dominio de las rutas y secretos de los mares.

“Ferry” y balsa
El “ferry” y la balsa bastan y sobran para darle importancia a un puerto; máxime cuando se trata de “ferrys” y balsas como las que operan en el puerto de Zárate, que realizan varios viajes por día. Todo el sistema ferroviario de Entre Ríos, Corrientes, Misiones y la República del Paraguay, llega a Buenos Aires, puerta de calle de la República y primera ventana abierta al mundo exterior, por vía de Zárate. El Ferrocarril General Urquiza y todo su sistema, carga sus vagones en Ibicuy, luego de atravesar extensos campos bajos, para transportarlos, por vía fluvial, siguiendo los cursos de los ríos Ibicuy, Paraná Pasaje y Paraná de las Palmas, hasta esta ciudad bonaerense. La balsa, en cambio, une a Zárate con Puerto Constanza, que es una punta de lanza de la tierra firme en la tierra anegada o anegable; en el famoso “País de los Matreros” de Fray Mocho. Toda la riqueza y todo el abastecimiento de la Mesopotamia y de gran parte del Paraguay sale o entra por Zárate, y eso basta y sobra para tener una idea de su vital importancia.

Comunicaciones
Aparte de los dos medios arriba indicados, la ciudad portuaria se encuentra unida al resto del país, por medio de las rutas generales afirmadas que conducen a Buenos Aires y Rosario, por medio de dos ferrocarriles: el General Urquiza, que une a Buenos Aires con Asunción del Paraguay y el General Mitre en su doble vía principal de Buenos Aires a Rosario. Si agregamos que al “hinterland” zarateño pertenece una de las zonas más densamente pobladas y ricas de la primera provincia argentina, podremos apreciar el volumen de su movimiento comercial y de tránsito, calculado en más de tres millones de toneladas por año. Trenes de pasajeros y carga, camiones que entran y salen de la ciudad, vehículos de toda índole, dedicados al transporte de las más variadas mercancías; ómnibus, micros y lanchas destinados al movimiento de pasajeros, hacen de esta ciudad una futura Mendoza, que es el gran puerto mediterráneo de la República.

El Frigorífico
Millares de obreros en tres turnos trabajan en el frigorífico “Smithfield”, que es, por otra parte, el primer frigorífico recuperado por el Estado. Este gran establecimiento, de capitales británicos, pertenece hoy al patrimonio nacional. Sus beneficios quedan en el país, evitándose de esa suerte, el drenaje de una considerable parte de nuestra economía. En esta ciudad, pues, se encuentra el primer establecimiento de transformación de la carne nuestra, retornando así a los tiempos en que eran nuestros los saladeros, nuestros los carretones que transportaban el tasajo, el sebo y los cueros y, nuestros también, en gran parte, los buques que llevaban esas primicias al África del Sur, la península de La Florida y la Isla de Terranova, nuestros tres principales mercados exteriores. Ahora, ya tenemos los ferrocarriles y los barcos y, por el de Zárate, hemos iniciado la restitución de los Frigoríficos al patrimonio de la República.

La “celulosa”
Así se la conoce en aquella ciudad y sus alrededores a la Fábrica de Papel instalada sobre las mismas barrancas. La “Celulosa” que abona más de diez millones de pesos anuales en jornales y sueldos, uno de los más fuertes establecimientos papeleros de América del Sur, sino el primero y, en consecuencia, uno de los más interesantes del mundo. Muchas calles se “cortan” ante su edificación y un muelle de cabotaje exclusivo, permite, con sus modernas instalaciones la operación de descarga de varios barcos simultáneamente. Allí se desembarca, desde el álamo delteño, blanco, sin nudos ni desperdicio, hasta los húmedos fardos de celulosa, provenientes de la fábrica anexa del Rosario. La “Celulosa” mantiene a un numeroso núcleo de la población, y con el Arsenal y el Frigorífico recuperado, constituye uno de los tres puntales del bienestar de la floreciente ciudad.

ÁCIDO SULFÚRICO
Nuevas fuentes de trabajo se radican en la planta urbana de Zárate: fábricas de automóviles e industrias afines, establecimientos siderúrgicos y una planta de ácido sulfúrico, cuya construcción se encuentra ya muy adelantada. Estos aportes, que incrementan la población de manera notable, que intensifican e impulsan, extendiéndolo, al comercio y a toda industria de artesanado, característica de las ciudades y poblaciones con vida propia, como así también sus centros de recreo y esparcimiento, convierten a la ciudad de Zárate en uno de los ejemplos más elocuentes del despertar argentino.

Revista Argentina
01.01.1949

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