Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Mi hija, la lechuguita

"Zulma nació un lunes de Carnaval, el 21 de febrero de 1944, bajo el signo de Piscis. La noche anterior, con mi marido, estuvimos bailando hasta la madrugada en el club Flores que Surgen, de Carrasco y Juan B Justo, en el barrio de Floresta A las cinco de la mañana sentí las primeras molestias; la nena nació al mediodía, exactamente a las 13.15. Era un precioso bebé, blanquito y de piel tan trasparente que se le adivinaban las venitas. Sus ojos eran grandotes y azules, como dos botones. Yo estaba segura de que mi primera criatura iba a ser una niña. Figúrese, tenía el nombre elegido desde los catorce años, cuando por supuesto ni soñaba que me casaría con un descendiente de árabes. La verdad es que había escuchado un radioteatro en el cual la protagonista se llamaba Zulma y me fascinó. También le puse Aurora porque ése, aunque lo detesto, es mi nombre."
Aurora Pasión García de Faiad (quien prefiere ser llamada Marta) habita un flamante departamento de la calle Guise al 1900, en el porteño barrio Norte. Desde hace tres meses vive allí con su otra hija, Virginia, cuatro años menor que Zulma. Desde el principio, doña Marta se mostró espontánea y dicharachera; no tuvo inconveniente en mostrar su pequeño departamento, un gran ambiente dividido por tres niveles y decorado con tapices mexicanos, una conjunción de buen gusto y calidez.
Pocos minutos bastan para que se inicie el diálogo sobre el tema que más apasiona a la señora Faiad desde hace veinticinco años: el milagro Zulma, como ella lo califica.

¿SI ZULMA TENIA VOCACION?
En tanto se lamenta del fastidioso hollín que ensucia su vistosa terraza, el fotógrafo le brinda un enorme halago al insinuarle su gran parecido con Zulma: "Tiene razón, somos idénticas; bueno, ahora un poco menos, lógico. Pero somos piscianas y por eso seguimos teniendo caracteres fuertes y una enorme susceptibilidad. Si hasta padecimos las mismas enfermedades. ¡Como para no creer en el destino!".
—¿Usted cree en el horóscopo, el destino y todo eso?
—Sí, claro.
—¿Cuándo se despertó en Zulma su vocación, recuerda?
—Fui yo quien la indujo; porque yo siempre soñé con ser bailarina. Así es que no bien cumplió cuatro años la anoté con una excelente profesora de danzas clásicas. Reconozco que con mi carácter dominante, autoritario, jamás se me ocurrió preguntarle si le gustaba lo que le imponía. Tenía condiciones y era una muñeca, de eso estaba segura. Luego la inscribí en la escuela de baile del teatro Colón, y más tarde en la del Nacional Cervantes.
—¿Cómo fue la infancia de Zulma?
—Normal, feliz. Fue una chica buena aunque algo traviesa. Cometió mil diabluras, de muchas de las cuales me enteré recién hace unos años, a través de Virginia. Un día, cuando Virginia tenía apenas dos años, Zulma tuvo la feliz idea de que la chiquita, que era gorda e inocente, se lanzara con un paraguas abierto desde la terraza. Quiso la suerte que yo llegara en ese momento. Usted sabe, los chicos tienen un Dios aparte. Otra vez empujó a Virginia sobre un toldo que teníamos en el patio. Decía que era divertido balancearse en una hamaca así de grande. Fuera de esto, era una criatura tímida, rasgo que aún conserva... aunque parezca mentira.
—¿Le entusiasmaba la idea de ser bailarina?
—Durante un tiempo pienso que sí. Integró el cuerpo de baile de Beatriz Ferrari, quien estaba deslumbrada con Zulma. En el ínterin terminó la escuela comercial, un poco a los empujones: no era muy estudiosa que digamos. Mientras tanto, yo la anotaba en cuanto concurso de belleza había. Salió electa Miss Belleza de Chacarita y Miss Belleza del Arte Folklórico; fue coronada por el intendente de Buenos Aires de aquella época y paseada en carroza por la avenida Santa Fe. Sí, reconozco que fui fanática con ella, pero estaba convencida de que le hacía un bien. Y ya ve.
—Usted nunca se refiere al padre de Zulma.
—Sucede que estoy separada de él desde que ella tenía doce años.
—¿Le afectó su separación?
—Pienso que sí, aunque nunca lo manifestó abiertamente. Virginia, en cambio, siempre hipersensible e introvertida, padeció muchísimo esta situación irregular de sus padres. Antes celaba tremendamente a su hermana. Para colmo, en la escuela de monjas a la que iba no le perdonaban que su hermana integrara el mundo de la farándula. Eso la mortificaba. Por suerte, también ella está ahora encaminada, es modelo profesional, y se adoran.
—¿Y cómo asumió el padre la carrera de su hija mayor?
—Supongo que bien. Nunca me interesó saberlo. Dése cuenta que vio actuar a Zulma por primera vez hace dos o tres años. Le aclaro que, a pesar de todo, nuestras relaciones son buenas.
—De modo que usted siempre ofició de guía y tutela de Zulma.
—Por supuesto. No la dejé ni a sol ni a sombra. Era tímida e ingenua y este ambiente es duro: hay que pelear a brazo partido, tener temple, no desfallecer jamás.
—¿No temía anularla imponiéndosele tan férreamente?
—Nunca pensé en eso. Yo quería lo mejor para Zulma y pienso que a mi hija le resultaba cómodo que le sirviera todo en bandeja. Cuando ella no tenía tiempo, y como somos del mismo talle, me probaba la ropa, se la compraba y ella la encontraba colgada en el placard, lista para ponérsela.
—¿Cuándo se operó ese gran cambio que convirtió a la grácil bailarina en vedette del Maipo?
—El empresario Alberto González la vio actuar en Blum, con Verdaguer, en el teatro Odeón. Tenía dieciocho años y le ofreció ser una de las primeras figuras. En aquel momento era modelo de Jean Cartier. Al principio ninguna de las dos aceptamos; nos ruborizaba la idea de que debía pasearse sin ropas por un escenario. Era menor de edad y como esto sucedió diez años atrás, había más prejuicios. González insistió, fue convincente. El contrato también.
—¿Qué sucedió con su timidez?
—No sé, pienso que en el escenario lograba dominarla. Además, bueno ... antes no era tan desarrollada como en la actualidad. La cuestión es que se hizo vedette y que eso no influyó en su vida privada. Yo estaba más que nunca a su lado, vigilando con ojo atento, advirtiéndola, celándola en el más puro sentido de la palabra. En mi casa no se llegaba a cualquier hora: había una conducta establecida.
—Entonces, si ella era tan tímida y usted tan cuidadosa de su reputación, ¿cómo explica que Zulma haya filmado aquella escena tan atrevida en el film El perseguidor?
—Ah, no me haga recordar... Fue un episodio terrible. ¿No le dije que Zulma fue siempre incrédula y bien intencionada? De lo contrario ese tipo, y perdone que me exprese en esos términos de Osías Wilensky, el director de aquella película, no se hubiera abusado de su inexperiencia. Ignoro a qué argumentos apeló; sé, en cambio, que la referida toma, que no era un simple desnudo sino una escena realista, de cama, iba a ser injertada solamente para el exterior. Créame, no estoy a favor de la censura, pero esa película permaneció nada más que un día en cartel porque yo misma la hice secuestrar. Imagínese, Zulma era menor de edad. Para colmo, Wilensky le había hecho firmar un recibo en blanco, por cincuenta mil pesos, que nunca cobró, y cuando yo lo denuncié recién se decidió a completarlo. El juez que intervino era tan comprensivo que me apoyó. El pobrecito murió.
De cajas y armarios exhuma viejas y nuevas fotografías. Sin ningún orden, de pronto emerge una Zulma disfrazada de Caperucita Roja: tenía un año de edad. A la señora Faiad le encantaba posar con sus hijas; tal vez, como ella dice, porque parecían tres hermanas. Con satisfacción muestra el cumpleaños de quince detenido en el tiempo, sobre acartonadas fotografías de color. Allí Zulma aparece radiante con su traje de tul y los hombros desnudos. "Mire, ésta es reciente, se la sacó su marido en México. A Melchor se lo presenté yo. Tengo memoria frágil, pero si mal no recuerdo la cosa fue hace algo más de seis años".
—¿Para elegirle marido también tenía buen ojo?
—Momento; yo no lo elegí, ¿eh?; hice de intermediaria, nada más. Fue en Mar del Plata, en donde Zulma y el Pato Carret representaban La lechuguita y el pastor. Melchor Arana estaba en el mismo hotel con su madre. Resulta que por entonces Zulma andaba preocupada por su mala relación con el cantante Marty Cosens, y yo deseaba que lo olvidara. El conserje del hotel me había dicho que el joven Arana parecía una persona de bien, y como toda madre pensé: éste puede ser buen partido para mi nena.
—Y nació el romance.
—No. Zulma apenas si se dignó saludarlo y como debíamos regresar a la Capital, todo quedó en la nada. Recién dos o tres meses más tarde él se presentó en el teatro. Ella, claro, no lo reconoció. Y él, que tiene mucho genio, se hizo el prepotente. Total que Zulma no le llevó el apunte. Pero Melchor está siempre seguro de lo que hace y sabe lo qué quiere. No tardó en conquistarla.
—¿Y Zulma se sometió?
—Sí. Ahora él es el continuador de mi obra. Claro que lo hace mucho mejor que yo porque es hombre y sabe imponerse. A él le debe Zulma su categoría de estrella indiscutible.
—¿Hasta cuándo continuará dividiendo sus actividades entre nuestro país y México?
—¿Y por qué va a renunciar a un mercado tan importante? Decir Zulma Faiad en México es sinónimo de Argentina. Allí tiene una mansión de locura, que visité dos veces. Claro que nunca faltan los envidiosos. Hay una tal Luna, argentina también, que habla pestes de mi hija. Llegó a decir que se inyectaba. Me refiero a su busto, claro.
Durante casi toda la entrevista la señora Marta acarició a su mimoso par de gatos —Pepito y Puchita— que remoloneaban a su lado. Como casi todos los animales que ha tenido a lo largo de su vida, también éstos fueron recogidos en la calle. "Estos bichitos adorables son la pasión de Virginia y la mía. Diga que no tenemos espacio, de lo contrario instalaríamos un zoológico en casa".
—Ahora que Zulma está en Buenos Aires, ¿se ven a menudo?
—No, es imposible. De día duerme, cuando no filma, y trabaja hasta muy tarde... Yo la visito al teatro, le hablo por teléfono todos los días, y los lunes generalmente salimos juntas. Es su día de descanso: la acompaño a ir de compras; vamos a un cine; a comer. Ella y su marido son muy caseros. A fin de julio termina la temporada en El Nacional, un verdadero suceso, y vuelve a marcharse. Así es su vida: vertiginosa.
—¿Y a usted le gusta que sea vertiginosa, verdad?
—¡Qué le parece! Me considero parte del boom Zulma Faiad. ¡Cómo no voy a estar contenta, entonces!
DIONISIA FONTAN
Revista Siete Días Ilustrados
26.06.1972

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