Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

ángel norberto coerezza
ÁNGEL NORBERTO COEREZZA
UN CHEF EN LA CORTE DE JULES RIMET
Cuando en la tarde del domingo 5 penetró al field del Club Atlético Banfield, las hinchadas del local y Chacarita Juniors aunaron estribillos para ovacionarlo. El coincidente entusiasmo no carecía de motivos: Ángel Norberto Coerezza (36, dos hijos) reemprendía el referato en los campeonatos de la Asociación del Fútbol Argentino, después de ejercitarlo con llamativo éxito en el reciente Campeonato Mundial de México. Claro que, la curiosa, unificada algarabía futbolera no premiaba solamente su sapiencia referil: los fans, frustrados ante la eliminación —a manos del Perú— de la selección argentina, habían depositado su esperanza en Coerezza, único representante nativo en la porfía mundial. Una distinción que el juez argentino se acreditó junto a otros 31 árbitros, seleccionados entre una voluminosa nómina de 1.176, que elevaron a la Federación Internacional del Fútbol Asociado (FIFA) los distintos países adheridos. Pero el mérito mayor de A.N.C. en México, radicó en lograr inscribir su nombre en la lista de los 5 árbitros considerados popes a nivel universal, por habérseles confiado actuar en un total de cuatro partidos. Junto a él, los fuori serie que alcanzaron esa cifra tope en los campos aztecas, fueron el español José María Ortiz de Mendiville, el alemán Rudy Glockner, el suizo Rudolf Scheurer, el italiano Antonio Sbardella, el holandés Laurens Van Ravens. Semejante galardón motivó que a, su regreso del máximo torneo, el periodismo especializado desplegara un paquidérmico operativo para publicitar sus impresiones. Para dialogar con Coerezza, SIETE DIAS debió visitar la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral, institución donde acomete una actividad paralela y poco afín a la de referee: chef-administrador del Casino de Oficiales.

—¿Cuánto tiempo hace que trabaja aquí?
—Exactamente siete años.
—¿Quién le ofreció este trabajo?
—Mi amigo y colega Francisco Comesaña. El estaba a cargo del bar del Casino de Oficiales cuando se enteró que precisaban un chef y me avisó.
—¿Y cuándo empezó a cocinar?
—Quedé sin padre cuando era muy chico; entonces, los cuatro hermanos ayudábamos a mí madre que debió mantener el hogar con su trabajo. Mi hermano menor planchaba y yo cocinaba.
—¿En su hogar nació entonces su vocación gastronómica?
—Efectivamente. Y la completé profesionalmente en los cursos de Brillat Savarin, una academia de cocineros que regenteaba el japonés Igarashi. En ella estudié dos años y después concurrí a los cursos del Plaza Hotel. A mí siempre me gustó ser independiente.
—¿Ejerció otros empleos?
—Yo trabajo desde los cinco años. La muerte de mi padre nos obligó a todos a luchar por el centavo, por la subsistencia diaria. Fui verdulero, repartidor de varios comercios y vendedor ambulante de1 café v gaseosas en las canchas.
—¿Y cuál es su mayor orgullo como chef?
—Atender mesas de mil comensales que quieran ser servidos como corresponde. Por eso soy un permanente estudioso de esta profesión: en casa, tengo más de veinte volúmenes de cocina. Es necesario conocer la densidad de los vinos, las calorías de los alimentos, la presentación de una mesa...
—¿En México aprendió algo de cocina?
—¡Por supuesto! Estudié aspectos de las comidas mexicanas. ¿Sabe por qué razón comen picantes? Como guerrearon de 1810 hasta 1900, les escasearon alimentos. Entonces, conseguían las calorías necesarias con picantes. Hoy quedaron en su cocina como una costumbre...
—¿Y cómo se acostumbró a trabajar en un cuartel?
—Ya no podría dejar la Escuela de Suboficiales. Eso que al principio tenía una mala idea de los militares, pensaba que eran ogros! Sin embargo, ahora me he hecho tan amigo de ellos, que hasta soy entrenador del equipo de fútbol formado por oficiales de la institución.
—¿Con los conscriptos también mantiene amistad?
—Con ellos mantengo un diario trato profesional y amistoso. Setenta soldados trabajan a mis órdenes en la cocina, supervisados por el suboficial principal Francisco Serrats. Colaboran con la cocinera propiamente dicha, doña Teresa de Castro, que es mi mano derecha.
—¿Le hubiera gustado ser militar?
—No, nunca fue mi vocación. Yo de pibe era muy lírico, quería ser uno de esos abogados defensores de pobres, tipo Perry Masón.
—Y se conformó siendo juez de fútbol. ..
—Algo de eso hay... Yo sentía que ser árbitro era propio de mi temperamento, que pugnaba por imponer justicia. Sé que el que hace verdadera justicia es el juez del Poder Judicial, pero como yo nunca podría llegar a serlo, juzgar partidos me ayudó a vivir...
—¿Cuándo descubrió su vocación para dirigir fútbol?
—Cuando era muy pibe y comprendí que como jugador era un fracaso. Desde los 18 años, decidí arbitrar partidos en las iglesias porteñas de San Francisco y San Carlos, donde era monaguillo; también dirigí en los campeonatos infantiles Evita.
—¿Y cómo llegó a la A.F.A.?
—Porque seguí los cursos que en 1953 dictó el árbitro Juan José Álvarez, un verdadero padre del referato argentino.
—¿Recuerda el primer partido de primera división que arbitró?
—Fue en 1956, en cancha de Independiente, donde el local empató en un gol con San Lorenzo. Yo era tan joven, que los hinchas me apodaron Arbitro del Campeonato Infantil.
—Desde entonces y hasta la fecha, las calificaciones del Cuerpo de Veedores del Colegio de Árbitros de la A.F.A. lo catapultaron a México...
—Tuve mucha suerte en mi profesión... Yo siempre digo que un referee llega a la categoría internacional —la máxima a que se puede aspirar— con un 50 por ciento de suerte y otro 50 por ciento donde estén englobadas condiciones físicas, psíquicas y técnicas.
—¿Cuál es, a su juicio, la condición más importante de un buen juez?
—La honestidad. Que es una virtud fundamental en un juez pero también en el hombre. Mi madre nos enseñó siempre a ser honestos y a compartir con la comunidad lo que nos sobre. Eso es hacer de la honestidad un apostolado.
—¿Nunca pensó en ser sacerdote?
—Yo no, pero mi hermano mayor sí. Yo no pude recibir los hábitos como él porque siempre fui casero; me gustaba estar al lado de mi madre y, ahora, de mi esposa y mis hijos.
—¿Le gustaría que sus hijos fueran referees?
—Me gustaría que estudiaran, y si no logran algún título, que sean hombres de bien.
—¿Logró algún título?
—Soy perito mercantil. A veces pienso que intelectualmente no seré muy capaz, pero me consuelo al aceptar que tengo una gran experiencia de la vida.
—En México se hizo famoso por concurrir a cuánto museo podía...
—Es cierto. Fui al de Antropología y al Nacional. También me corrí a EE. UU. para visitar la tumba de John Kennedy, un hombre que admiro a la par de Abraham Lincoln y Juan XXIII.
—¿Y en el Mundial de Fútbol 1970, a qué jugador admiró?
—A Pelé, como símbolo de un equipo invencible. Personalmente —como me gustan los defensores—, mi ídolo en su puesto fue el inglés Bobby Moore, un player fuerte en la marca.
—¿No le gustó el alemán Franz Beckenbauer?
—Me inclino por Moore. Yo soy un tipo rústico, fuerte... Y los futbolistas son como los bailarines: hay tipos rudos y otros plásticos.
—¿Cuál fue el referee más acertado?
—El italiano Antonio Sbardella, porque logró juzgar con acierto dos estilos diferentes de fútbol: el europeo y americano.
—De esas dos vertientes futbolísticas, ¿cuál resultó más violenta en México?
—En este Mundial, no hubo ningún expulsado. Pero creo que en general, el equipo más faulero fue el uruguayo.
—Sin duda, hablar del Mundial que debe organizar Argentina en 1978 es caer en un lugar común...
—Pero necesario. Porque si México mostró un estadio como el Azteca, con lugar para 105.000 personas sentadas, nosotros debemos pensar que hoy, el de River Píate, apenas alberga 100.000 y, para 1978 debemos construir uno mayor que el mexicano.
—¿Desde ya..?
—Claro, porque hay que pensar que son 4.500 los periodistas que, provenientes de todo el mundo, recalan en el país organizador y hablan de él en sus periódicos.
—Eso implica crear conciencia en todos los órdenes.
—Así es. Se benefician todos sin excepción: hoteleros, transportistas, comerciantes en general. En México destinaban tres autos para transportar al referee a la cancha. Los dos que iban vacíos se previeron por cualquier desperfecto mecánico del auto titular. ¿Qué tal?
—¿Sólo de México debemos aprender?
—Desde ya que no. El campeonato que organizó Chile, el jugado en Inglaterra y el próximo, a disputarse en Alemania, deben ser nuestras escuelas.
—¿Aprenderemos alguna vez?
—¿Por qué no? El fútbol es como la cocina: los argentinos heredamos platos de todo el mundo pero les dimos nuestro bouquet. ¡Y que no le quepan dudas que en fútbol va a ser mucho más aromático el nuestro que el de ellos!
GUSTAVO MARQUEZ
revista Siete Días Ilustrados
13.07.1970
 

 

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