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CANTORES Las penas son de nosotros Con la actitud serena de un tortugón viejísimo y sabio, los ojos brillantes de ironía, tras pliegues infinitos, el decir calmo y preciso, la guitarra quejumbrosa y perfecta, Atahualpa Yupanqui cantó, después de cinco años, para una platea colmada de compatriotas. Desde 'Magia del folklore', un espectáculo encabezado por El Chúcaro en 1964, sólo esporádicas presentaciones televisivas habían cobijado el canto de Atahualpa. En 1967, aceptando la invitación de Jeunesse Musicale, partió hacia Casablanca y recorrió, durante 4 meses, todo el interior de Argelia, cantando para un público "menor de 24 años y entusiasta”. "Me gusta esa tierra y también su gente. El orgullo del moro, el desprecio del berberí auténtico que se ofende cuando intentan pagarle su baile, porque él baila por amor, siempre me recuerdan al gaucho, a su silencio y su soberbia.” Desde Marruecos, Yupanqui voló a Madrid y París. "Decidí aceptar las propuestas repetidas desde hacía años. Porque aquí —subraya— nadie parecía necesitarme. La moda era el folklore alegre, no digo insustancial, pero algo frívolo. Siempre fue así, la gente se resistía a la temática melancólica cuando estaban Mombrún Ocampo, Antonio Tormo. Después vinieron los conjuntos y yo seguía cantando solo. A mí era fácil entonces, endilgarme el preconcepto que persigue a toda la música criolla: dicen que es triste. Y no, pasa que es seria.” Se ríe poco —"yo soy así, para adentro”—, pero de pronto, cuando la cara cetrina se pliega más alrededor de los ojos, es evidente que su humor corrosivo ha encontrado una víctima propicia. La estupidez y el barullo son los enemigos predilectos. En París vivió cerca de tres años “en una casa antigua, frente al Observatorio, llena de mirlos y rodeada de castaños”. Ahora se ha mudado cerca de la torre Eiffel, "donde todo pasa más rápido”. "Me gusta París porque es una ciudad para aprender y a mí me falta mucho todavía.” Hace más de 20 años, cuando actuó por primera vez en Francia, atesoró uno de sus recuerdos predilectos. "Edith Piaf me oyó y decidió alquilar un teatro para que actuáramos juntos. Rentó el Ateneo durante cuatro jueves, porque en ese día descansaba la compañía de Orson Welles que el resto de la semana hacía Macbeth.” Ahora prefiere hablar de su libro en preparación, 'La tierra hechizada', una serie de relatos "que intentan destacar los actos heroicos de gente desconocida. Por ejemplo, un peón doma un potro, bordea el abismo, arriesga la vida cien veces en un par de horas. Cuando vuelve a su casa, todo el comentario que se permite frente a su mujer es «me dio trabajo el colorao». Esa es la gente que importa, la que hace lo que hay que hacer, y se calla mucho”. SILENCIOS Y SOBERBIAS. Está solo en el camarín largo y angosto. El pelo negro apretado contra las sienes, las manos increíblemente viejas y ágiles, todo él es un contraste expresivo. Entre la mente sutil y veloz y el tono cachazudo, pasan las sombras de un empecinamiento y un rigor a ratos atemperados por la poesía fácil y el humor amargo. Concede 10 minutos para un reportaje que se permite dilatar hasta exceder una hora, porque “está buena la charla”, y enumera sus orgullos con el aire del que sabe dónde reside su riqueza. "No le debo ni un boleto de tranvía a ningún funcionario. Yo siempre me las he arreglado solo, con mi cara por delante no más. Me dan penas esos mendigos del éxito, me recuerdan a Goethe: «el éxito hasta se puede mendigar, sólo la gloria se conquista». Dan tristeza los ansiosos que viven a la caza de lo que no sirve, víctimas de lo que en idioma selvático se llama sobresalto defensivo, siempre protegiéndose de la verdad.” Un tanto emocionado por los fervores que despertó su actuación, reconoce que "el público de esta ciudad parece haber cambiado. Antes, nunca se hubiera producido ese silencio en un recital de música popular. Ahora escuchan de verdad”. Pero es difícil que su generosidad se extienda demasiado. "No hay cabaret en todo el mundo más triste que los argentinos. Todo el mundo tiene aquí cara de tango.” Volverá en agosto, para "recorrer las provincias durante un mes y medio”. Pero en octubre lo espera una temporada ya comprometida en París. "Después pienso volver para quedarme, ya se cumplió el ciclo europeo y tengo ganas de estar aquí.” Tentado, sobre todo, por la “seriedad, la atención, el afecto con que la gente escucha la música popular”, enfatiza su decisión de “agitar los estados espirituales con la poesía”. "Yo no creo en los protestadores, eso es demasiado fácil. Mi canto es otro. El que ofende a cualquier hombre me ofende a mí, y aunque soy un cantor de artes olvidadas que tiene su mejor público entre la paisanada joven, sé que las virtudes del coraje y el silencio se están perdiendo. Todos estamos demasiado aturdidos y las cosas se confunden fácilmente en esta época. El trabajo de la poesía es clarificar la vida.” "Me gusta Bach y casi todos los barrocos —salta, sin solución de continuidad—, especialmente Vivaldi. En París hay siempre conciertos que vale la pena oír. Además, tenemos muchos amigos, Asturias, por ejemplo, es un hombre al que quiero desde hace muchos años.” A la vuelta decidirá si su última obra, El sacrificio de Tupac Amaru, cinco momentos poéticos para coro, oboe y quena, se estrenará en Buenos Aires o en Europa, y desliza que sus temas recientes "procuran escapar de las motivaciones melancólicas y nostálgicas. Pero es difícil —se resigna—; con los años, las letras se me meten cada vez más para adentro, la tentación del silencio se agiganta. Cuesta reproducir un dolor y una mirada que, de callarse, adquieren un peso terrible. Aunque ése es mi trabajo y no me quejo". A.B. PANORAMA, JULIO 13, 1971 |
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