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Las batallas por el árbol
POR GRACIELA BORGES ![]() Durante muchos años, los que necesitó para llegar a los diez metros de altura, a nadie se le había ocurrido que algún día pendería una amenaza sobre el palo borracho de la calle Varela. Pero lo descubrió el profesor Romualdo Vega, que en febrero de este año era vicedirector de la escuela, al enterarse de que se proyectaba construir un nuevo edificio y sabiendo el desprecio con que los constructores suelen mirar a los árboles. Y así comenzó el combate, con una nota a la secretaría del Consejo, con argumentos irrebatibles para que cuando se proyectara la nueva escuela se dejara al árbol en pie. Se formó el expediente y llegó hasta el Consejo Nacional. Informó la Inspección Técnica que debía tratarse “en lo posible” de conservar el ejemplar del palo borracho existente. Y esto fue lo que se hizo saber a la Dirección de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas, la cual “tomó debida nota” y después de otros trámites inevitables se le notificó al autor del revuelo y se mandó archivar. Hay pues un palo borracho que tiene el honor de haber dado motivo a un EXPEDIENTE que tiene 7 folios, 47 sellos, 20 firmas, un número, una letra, una ficha, y todos los recaudos de práctica exigidos por su majestad el TRAMITE. Decimos el honor porque debe de ser la primera vez. La segunda sería una desgracia. Nuestro pobre amigo tal vez preferiría que lo derribaran, lo serrucharan en pedacitos y lo tiraran a la quema. Pero no hay que desesperar. La batalla comenzó y todavía no ha sido perdida. El entusiasmo del buen maestro no podía reverberar en el trámite más allá de “lo posible” y “de la debida nota”. No hay que olvidar que el EXPEDIENTE pudo ser una sepultura y no lo fué. Todavía está vivo. Todavía dió flores este año. Todavía se salvará cuando comiencen a tender el encofrado. Los niños de la calle Varela no temen por él. Están más seguros que antes. Son niños que creen en las hadas buenas. Saben que el lobo feroz va a tener que retirarse con la cola entre las piernas si se atreve a arrimar el hocico a sus aguijones. Revista Argentina 01/08/1949 |