Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Birome
EL SEÑOR BIROME
JOSE BIRO, INVENTOR DEL BOLIGRAFO, UN PRODUCTO ARGENTINO QUE CONQUISTO AL MUNDO, LLEGO HACE 28 AÑOS A NUESTRO PAIS, POR CASUALIDAD: EN UN BALNEARIO YUGOSLAVO SE ENCONTRO CON EL EX PRESIDENTE AGUSTIN P. JUSTO, Y ESTE SE SORPRENDIO POR LA EXTRAÑA LAPICERA QUE USABA EL AFICIONADO A LA INGENIERIA: “CUANDO QUIERA VENIR A LA ARGENTINA LLEVE ESTA TARJETA A LA EMBAJADA, Y PIDA LA VISA”, LE DIJO. APENAS COMENZADA LA GUERRA LLEGO A BUENOS AIRES Y SE INSTALO EN UN PEQUEÑO GARAJE. EL PRIMER BOLIGRAFO COSTO 70 PESOS, PERO NO DABA GANANCIA. HABIA MUCHAS FALLAS Y ERA NECESARIO REEMPLAZARSELO AL COMPRADOR POR OTRO EN CONDICIONES.

Poco antes de la Segunda Guerra Mundial, en el hotel principal de un balneario yugoslavo, un turista 'argentino miraba sorprendido, en la conserjería, la pluma con que otro pasajero se registraba en ese preciso momento. El argentino pidió hablar con el señor de la extraña lapicera, y cuando su secretaria hizo las presentaciones éste explicó que era un sistema que recién estaba investigando y que probablemente en algunos años estaría listo. El argentino se sorprendió realmente: “¿Por qué no viene a mi país, allí podrá trabajar tranquilo en lo que quiera, nosotros necesitamos gente como usted. .“Mire, señor, contestó el extranjero, ¿usted cree que es tan fácil conseguir una visa de inmigrante?. .“Cuando la quiera vaya hasta la embajada y lleve esta tarjeta mía...“. Ella decía Agustín P. Justo, y ese argentino era el ex presidente de la Nación. Dos años después el extranjero usó esa tarjeta. Se llamaba Laszlo José Biro, y había nacido en Hungría. Tenía entonces 41 años y no hacía mucho se había casado. Junto con él se embarcó otro compatriota, de apellido Meine. Ambos llegaron con lo que tenían puesto y diez dólares por todo capital. Pero, además, con un invento en la cabeza, que esperaban poder desarrollar definitivamente aquí: la Birome, o sea el bolígrafo.
Se instalaron en un garaje con muy pocos elementos. Los suficientes como para ir perfeccionando el invento y lograr, en 1942, sacar a la venta, al precio de 70 pesos (40 dólares de ese entonces), la Stratopen, primera lapicera a bolilla del mundo. Luego la Eterpen. Claro que el negocio no era muy brillante. Había muchas fallas en el sistema y, por supuesto, tenían que reponer lapiceras malas por otras que estuvieran en condiciones. Eso hacía disminuir en muchos pesos la posible ganancia.
En el año 47 Biro queda solo.
Meine, su socio, toma otros rumbos y él queda al frente de la pequeña empresa que ya sorprende al mundo. Las puntas de los tanques eran importados de Suecia, pues sólo la fabricaba la S.K.F., una de las más importantes fábricas de rodamientos en el mundo. De allí viajan dos ingenieros que desean saber el uso que se da a las piezas que envían. Se asombran del invento y divulgan la novedad a sus colegas.
—En realidad nunca tuve nada que ver con la ingeniería más que como aficionado; yo era periodista, crítico musical y de arte en una revista húngara de poca circulación, pero me apasionaban los fierros. El principio de la idea era la poca practicidad de los sistemas de escritura. Yo tenía por costumbre tomar notas de algunos detalles de las óperas y obras de teatro en la total oscuridad de la sala. Usaba la clásica lapicera fuente, pero la tinta no secaba con facilidad y terminaba con los puños de la camisa totalmente manchados. Un día, mientras visitaba los talleres del diario en el que trabajaba, vi el sistema de entintado de las rotativas y la manera eh que secaba inmediatamente la tinta que cargaban los rodillos. Pensé que adaptando ese sistema a una lapicera podría lograrse algo realmente sensacional. El único problema que quedaba por resolver era que el movimiento de. la rotativa era en dos sentidos solamente. Hacia atrás y hacia adelante. Para escribir, el elemento que dosificara la tinta tenía que ir en la dirección del trazo, o sea para cualquier lado. Así nació la punta redonda. Desde luego que hubo que tirar muchas pruebas a la basura, porque perdía la tinta o directamente no escribía; por esa razón era tan mal negocio pese a venderlas a 70 pesos; cada una que salía fallada venía el comprador, que tenía que ser poco menos que potentado, y pedía que le repusiéramos una nueva.
De pronto, casi treinta años después del invento, el rostro del inventor, ingeniero por afición y periodista por profesión, pasó a ser famoso. José Biro comenzó a asomarse en las pantallas de televisión, confirmando en un aviso las bondades de su invento. Esta vez para una marca, Sylvapen, firma que lo contrató para asesoramiento técnico y como padre espiritual de una planta que produce 300.000 bolígrafos por día.
—Imagínese lo que puede llegar a sentir uno cuando ve su invento multiplicado de esta manera. En la actualidad se producen en el
mundo entero 80 millones de bolígrafos por día. La primera operación internacional de Birome S. A. fue la venta a la Parker Internacional de la patente mundial para producirla en cualquier parte del mundo. Esa transacción se hizo en el año 1948, cuando yo ya me había desvinculado de Birome y había comenzado a trabajar por mi cuenta en otro tipo de actividades siempre relacionadas con la escritura. Pero Parker sólo había adquirido los derechos y pagaba un royalty (impuesto por uso de marca) por cada lapicera que producía. Más tarde se creó en Suiza “Biro Patentes, A.G.”, que es la mandataria mundial para conceder autorizaciones de fabricación a cualquier país del mundo.
La idea del corto publicitario en la que Biro sostiene diálogo con Chunchuna sobre las bondades del producto fue idea de Cicero Publicidad, que la propuso al presidente de Sylvapen, el abogado Francisco Barcelloni Corte, 45 años, casado, 1 hijo; éste a su vez conversó con José Biro, que hacía poco tiempo se había incorporado en la empresa.
—Yo tenía ofrecimientos de muchas fábricas que producen bolígrafos para que los asesore. Pero cuando las recorría y veía los métodos de producción advertía grandes fallas. La única que realmente completaba mis aspiraciones en cuanto a producción y control técnica fue ésta, y por eso acepté.
En la década del 50 el invento de Biro, que ya había tomado la nacionalidad argentina, recorre el mundo entero. Como muchas otras marcas, la Birome ya se ha identificado con el producto. Birome es sólo una marca; sin embargo, para muchos, es el sinónimo de bolígrafo. Así como la Gillette lo es de las hojas de afeitar, o la Gomina para el fijador de cabello, o Flit, con el insecticida, y así por el estilo.
Sin embargo, para muchos argentinos esto era un secreto. Muy pocos sabían que el invento que modificó el sistema de estructura en este siglo había nacido en nuestro país. Pero eso no era ningún secreto para los periodistas de publicaciones extranjeras, que en las giras de José Biro por el mundo entero lo acosan en los aeropuertos haciéndole contar la historia íntima de la lapicera a bolilla. Allí radica, quizá, el mérito mayor del corto publicitario que lo usó a Biro como principal protagonista: demostrar que el bolígrafo tiene nombre y apellido; José Biro, nacido en Hungría, argentino por adopción y con un apodo bastante original, el "Señor Birome".
Revista Gente y la actualidad
7.11.1968
José Biro

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