Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado


bohemios en La Boca




Con laureles o sin ellos, los "martes bohemios" reflejan el alma de la Boca
JUAN DEL RIO
LA Boca es tradición marinera. Pero también, y quizá por eso mismo, es tradición bohemia. Allí los barcos llenos de vieja y trajinante inquietud, las proas llenas de alma y de vida como los hombres. Allí el hablar una lengua que se parece a todas las lenguas. Lengua que trae y dispersa el viento de los mares del mundo para contar lo humano en un río con historia.
Allí las barcazas de panza colmada y de corazón borracho como un navegante feliz que se echa a dormir la siesta para soñar con los amores de todos los puertos. Allí los mástiles que nunca dicen “adiós”, sino "volveré”, la mejor forma de partir sin morir un poco. La mejor manera de confesar las ganas de volver antes de haber partido y a pesar de las ganas de partir.
Fueron los hombres del Mediterráneo los que dejaron esta semilla. Los de la ciudad fundada por los ligures, los de la república medioeval que se superó a su tiempo mirando hacia el golfo azul, en el fondo de cuyas aguas sueñan las caracolas y abren sus colores los jardines de la flora submarina.
Esta semilla del soñar. Esta del cantar para permanecer siempre despierto, aun a la hora en que todo quiere tener la constancia de la noche, con los ojos cerrados...

LA LOCURA DE LOS GRANDES CUERDOS
Decíamos que la Boca es tradición marinera, pero también tradición bohemia. Tal afirmación no necesita ser refrendada con mayores comentarios. Todo el mundo sabe, conoce, el sentido de su abierta alusión. Sabe que hablar de la Boca es referirse a una simpática realidad que a todos convence. Es decir Quinquela Martín, el del ómnibus que rompe con el colegial uniforme de los transportes, el de la escuela con aulas en las que se nombran los poetas, los próceres, los pintores, los que han hecho patria con la espada y los que la han hecho con el libro, con el verso, con el pincel; el que no pinta sino el Riachuelo con sus lanchones panzudos, con sus barcos llenos de ojos mediterráneos y de inquietudes alegres. Es decir, Juan de Dios Filiberto, la bohemia nata, viejos afanes de cantar. Música peregrina que se despierta con la madrugada y trasnocha para no perder el tiempo de vivir. Caminito. El pañuelito blanco. Urgencia por volcar, en algo que todos comprenden, las cosas del alma y hacer vibrar en los bandoneones la diástole inconfundible del sentimiento imperecedero. Es decir cafetines oliendo a tabaco fuerte, a relatos de buzos y gentes más andariegas que las quillas. Es decir fuentes humeantes v olorosas despertando el apetito con una sinfonía de pescados recién rescatados a la corriente, de pulpos que acarician la salsa y el jugo gástrico, de tradiciones italianas con nombre alegre y prometedor. Es decir la Orden del Tornillo, el único tal vez que está en su lugar, a fuer de perdido, porque es el que se otorga con la más sonriente y menos protocolar de las solemnidades a los que tienen la loca virtud de ser favorecidos por las musas y serles fieles en la incondicional pasión por el arte.
Y con todo esto, la Boca parece un mundo aparte, una ciudad aparte dentro de la gran ciudad. Tanto es así, que hay gentes de Buenos Aires que hablan de “ir algún día a la Boca”, planeando la cosa como quien habla de hacer un viaje costoso con agobio de pasaportes, papeles y certificados de vacuna. Es que, como se sabe que allá hay mucho que ver, la imaginación afronta el proyecto confrontándolo con la “distancia” en relación con la tarea que será preciso darle a los ojos, a los oídos y al espíritu, apenas se vislumbre la primera calle que conduce a la que por algo se empeña en ser. en el imperio del buen humor, una república aparte.. .
Y así queda como ignorado que a la Boca se va en tranvía o en ómnibus; que se puede llegar allí en pocos minutos. Que para llegar al predio de Quinquela y Filiberto las calles se abren, como si fueran de goma, apenas uno hace mención de pasar por ellas, aun no perteneciendo a la vecindad...
A la vecindad de los grandes cuerdos a quienes gusta llamarse locos por tradición; locos porque aman el arte y saben cantar y sueñan como niños con pequeñas alegrías, con cosas juveniles que a veces peinan canas pero enseñan a los otros que la vida es bella y vale la pena vivirla.

EXPOSICIONES RELÁMPAGOS Y PIPAS CONSAGRATORIAS
Con este espíritu y en este ambiente que Buenos Aires del centro o de los barrios no logrará quizá nunca reproducir, nacieron los “martes bohemios”.
Hace de esto catorce años, cuando vino a la vida del arte y de la bohemia auténtica la Agrupación Impulso, que congrega a artistas notorios de la Boca, algunos de ellos figuras prominentes de la pintura, la escultura o las letras argentinas y en cuya sede de la calle Lamadrid 355 se dan cita, en todo tiempo, las celebridades de la plástica del país y no pocas extranjeras que llegan y, desde luego, vienen sabiendo ya “qué es la Boca”, cómo se vive en la Boca y mas dispuestos hacer el viejo para llegar lo más pronto posible a su conocimiento que tanto porteño de Corrientes, o Florida, o Santa Fe...
Hace catorce años, decíamos, que estos martes “existen”. Catorce años que pertenecen a la cuerda locura de la Boca como organización de los “martes bohemios”. Pero digamos, yen un pretexto para que los artistas se reúnan en ágape cordial, alrededor de una mesa desordenada, casi siempre, a la que el buen figonero —bohemio por asimilación— sirve lo que se le viene a la imaginación (porque a veces el arroz con pollo o la cazuela se termina y es preciso acudir a los infaltables recursos de la cocina que en ocasiones reservan (sorpresas apetitosas).
No haría falta, creemos, una mayor descripción de los “Martes Bohemios”. Pero digamos, ya ante el compromiso del tema, que si bien es cierto que tienen su excusa, tiene también su finalidad. Y que ésta es la de honrar, en cada reunión, a un pintor, a un poeta, a un escritor, a un periodista, a un músico; a alguien, en fin, con los suficientes méritos como para llamarse locamente cuerdo como lo fué el soñador cervantino que pasó por la vid;, mirando hacia el cielo y amando la imposible conquista de los horizontes y murió sabiendo que la tierra está siempre bajo la suela de los zapatos, lo cual no impide ni aquella contemplación ni este amor.
Cada “martes bohemio” es, pues, una fiesta consagrada a alguien en la Boca. En esa fiesta, con discursos y todo, se entrega al favorecido un “pergamino” que a veces pinta Menghi, a veces Orlando Stagnaro, a veces González Lazara, a veces Arcidiácono, a veces Iramain... Y se le entrega un libro preciosamente encuadernado por Mario Esgrelli, un libro en blanco en el que luego faltan páginas para que los poetas dejen estampadas sus versificadas dedicatorias, los escritores sus sesudos pensamientos, los pintores y dibujantes algo dicho en su “lenguaje” específico. En ocasiones se realizan exposiciones relámpago, que duran lo que el ágape mismo.
Por cierto que no podía faltar una nota de tradición típicamente boquense. Esa nota está representada por la “pipa consagratoria” con que se obsequia al festejado: sin laureles para los iniciados, con ellos para los que ya han atravesado el Rubicón del arte. Aunque lleve o no esos laureles, siempre irá acompañada con los que le brindan aquellos versos de Francisco Póliza por los cuales su autor pasará a la historia de la bohemia argentina: los de “La pipa de mi papá”.

Pie de fotos
-BOHEMIOS DE PURA CEPA, los artistas de los "martes” se divierten con expresiones de sano y auténtica alegría. El diálogo de estos dos debe ser muy gracioso, como lo prueba la sonrisa del pintor Melgarejo Muñoz y el gesto cómico de Borella.
-EN EL ULTIMO "MARTES BOHEMIO" se festejó al pintor Domingo Maza. Helo aquí, en la mesa, con el contraalmirante Jáuregui, ex capitán de la "Sarmiento", el doctor Mañé y el escultor Vergottini, que brinda "a lo bohemio".
-LE HA TOCADO EL TURNO DE FIRMAR el pergamino al pintor Bonati. Por lo visto el escultor Orlando Stagnaro, que conversa con Zulma Núñez y el pintor Zivero, ya lo han hecho, cumpliendo su compromiso "bohemio".
-DOMINGO MAZA, EL FESTEJADO, recibe el libro encuadernado por Mario Esgrelli, de manos de la soprano Lino Pall. Un beso "bohemio" sella, generalmente, la trascendencia del obsequio, yo que bohemio es quien lo recibe y bohemio quien lo da.
Revista Mundo Argentino
02.11.1955

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