Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Carlos Gardel
El nuevo perfil de un ídolo a través de sus cartas inéditas
ERA una tarde soleada de un verano porteño, hace ya 35 años. En la redacción de nuestra revista —ubicada entonces en una amplia casona que aún existe en Bartolomé Mitre al 1600— apareció una figura familiar para nosotros y siempre bien venida... Vestía traje azul a rayas blancas, muy finas, zapatos oscuros y jugueteaba con un “rancho” (sombrero de paja muy de moda entonces)... Lucía un clavel en el ojal... Era Carlitos Gardel, que nos había prometido la visita antes de viajar a Nueva York... Allí estaba para despedirse y contarnos sus proyectos. Entre sus dientes “mordía” una boquilla blanca con virola de oro, que a veces, apretaba entre sus labios y otras la hacía girar entre sus dedos... Fumaba poco, aunque en algunos momentos encendía varias veces el cigarrillo, que se apagaba en esa ya clásica boquilla...
Recordamos, también, que le hicimos un chiste sobre la flor que lucía.
—Me la dio una piba allí, en la esquina —nos contó—, y como después de todo es un homenaje, nada mejor que lucirla en el ojal...
Y allí surgió el título para una canción, más propiamente, una milonga que se llamaría así: “Con un clavel en el ojal”... La letra tardó mucho en concretarse, y cuando alguien la llevaba a Nueva York, se estaba en vísperas de la gran tragedia que cortó las alas del zorzal criollo.
Estos y otros recuerdos llegaban a nuestra memoria, mientras observábamos en el almanaque la proximidad de un nuevo aniversario de la dramática desaparición de nuestro ídolo.
Lo veíamos por Corrientes —estrecha y poblada de tangos—, cuando en las madrugadas iba al viejo Chantecler a pasar un rato, o a cenar, cuando no lo hacía en la antigua Pasteur, que atendía hasta las 8 de la mañana, con algunos de sus
buenos amigos —Celedonio Flores, Enrique Cadícamo, García Jiménez, entre los del ambiente—, que lo admiraban con verdadera fidelidad; o Maschio. Leguisamo, Félix Gutiérrez y los muchachos de los “studs”, especialmente cuando creía tener un crack en su potrillo “Lunático”.
Es lógico que así fuera puesto que estuvimos muchas veces cerca de él, en sus actuaciones, en su labor radiofónica o teatral, e inclusive en algunas confidencias que recogimos en aquellas dos pie-citas que utilizaba para ensayar en lo alto y al fondo del patio en su casa de Jean Jaurés... Fue entonces cuando recordamos que alguien, con quien también existía una amistad, un poco posterior, podía evocar recuerdos: la señora Adela Y. de Defino, viuda de Armando Defino, que fuera su amigo de toda su confianza. Y allá fuimos a renovar esos recuerdos que siempre resultan conmovedores cuando se trata de alguien que, como Carlos, está presente en la memoria del pueblo...
La señora de Defino habita una coqueta, sobria y distinguida casa en la calle Laprida, cerca de Santa Fe... En las habitaciones hay varios cuadros pintados por su marido, que gustaba de los pinceles, las telas, los colores... Con un buen gusto y señorío muy particulares, ella nos atendió... Y conversamos mucho de su esposo —que era el gran confidente de Carlos— y, naturalmente, sobre Gardel y doña Berta, su madre...
—Carlos tenía un presentimiento —nos contó— aunque disimulaba cualquier temor ... Mi marido tuvo el cariñoso afán de guardar toda su correspondencia. Y mire: poco antes del famoso accidente que le costó la vida, ya se había producido otro que pudo serle fatal...
Mientras dice esto, la señora Adela nos muestra una carta, que lleva fecha 20 de junio de 1935.
—Es la última carta que nos escribió...
La leemos... He aquí un párrafo de esa carta que motivó el comentario por demás elocuente: “El recibimiento en Bogotá fue increíble. Al llegar el avión, la gente se precipitó sobre él, y el piloto tuvo que dar media vuelta y rumbear a otro campo de aterrizaje para que no se produjera una tragedia... La tragedia se produjo lo mismo, pues a uno que tengo de empleado le robaron la cartera con unos mangos de mi pertenencia. Menos mal que eran pocos..."
Tal es lo que expresan esas líneas, las últimas que escribió. Luego leemos otras cartas... Todas interesantes..., llenas de evocaciones y episodios... Leyéndolas se tiene la sensación de que muchos mitos nacidos a su amparo, a su sombra de
muchacho bueno y confiado, habrán de caer deshechos muy pronto... Porque esas cartas serán publicadas en un volumen que se titulará “Carlos Gardel, la verdad de una vida”, por Armando Defino; escritos póstumos de su gran amigo, con reproducciones y fotocopias de esas cartas tan interesantes...
—Les prometo —nos dice la gentilísima señora Adela— facilitarles algunas de esas cartas y otras no Incluidas en el libro para que las publiquen si lo creen de interés. Carlos —agrega— era Un muchacho extraordinario. un hijo ejemplar, un amigo . sin dobleces, y constituía parte de nosotros mismos. Todo lo que yo pueda hacer para resaltar esas virtudes... lo haré...
Le agradecemos su cordialidad... Y, ya sobre el instante de partir, nos expresa que facilitó a alguna gente fotografías y objetos pertenecientes a Carlos, y que muchos se perdieron o no fueron devueltos. cosa que nunca lamentará lo suficiente. .. “Pero para ustedes, para ANTENA —agrega con una sonrisa—, todo cuanto deseen está a su disposición..."
Le prometemos que en breve recurriremos a su ofrecimiento. Nos vamos de aquella hermosa casa, enclavada en un barrio aristocrático, donde se mantiene vivo y permanente el recuerdo de un gran ídolo, que está en el alma de su pueblo; pueblo que canta sus canciones y mantiene viva su admiración...
Revista Antena
21.05.1968
 


Carlos Gardel


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