Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

diego munilla payador
UN MUCHACHO DEL NOVECIENTOS
DIEGO MUNILLA
PRIMERA CANCION CRIOLLA EN INGLATERRA

LA melena romanticona de allá por el novecientos no ha desaparecido. Simplemente se ha platinado de años, como el bigote señorial y la barbita distintiva. Pero a pesar de los años transcurridos, las manos no tiemblan cuando toman la guitarra y rasguean canciones nuestras, ni la voz falta para lanzar voces argentinas al viento de la ciudad. Diego Munilla, en efecto, con sus "setenta y pico" a cuestas, es en espíritu el mismo de antes. Está bastante sordo: “Pero eso es para poder encerrarme mejor con los recuerdos lindazos de ese Buenos Aires un poco bravío, otro poco pintoresco, mas siempre criollo y hermoso.”
De esa ciudad, aún en el brote de la realidad maravillosa, tiene don Diego memorias preciosas, a más de ser él mismo un
exponente magnífico. Fué de aquellos hombres que estaban en la esencia de lo popular; guitarrero consagrado en la serenata romántica tanto como en el ruedo de las payadas, decidor en el piropo y en el contrapunto, y siempre astro de las esquinas porteñas por su profunda voz paisana, estuvo vinculado a esas
cosas íntimas que están en el alma de la ciudad y que uno suele encontrar en tangos flor.
Esa vida, un poquito baldía, no le impidió cultivar su espíritu y estudiar con ahínco, aunque probablemente haya sido la causa de que su riqueza, varias veces lograda, otras tantas se diluyera. Recuerda a aquel efecto la enseñanza ejemplar que le tributó don Pablo Pizzurno en el colegio que dirigía don José María Arechaga, enseñanza que don Pablo prolongó a clases especiales en su casa de la calle Garantía y Cuyo, que es como decir hoy, respectivamente, Rodríguez Peña y Sarmiento.
Cuando dejó los estudios, se largó a cantor y a juez de payadas, y supo serlo en una memorable entre el moreno Luis García y el famoso “Inglesito de la Boca”, cuando el barrio marinero no era más que Barracas al Norte. Aquel día perdió el invicto el criollo rubio con cara de “gringo”, y el fallo de don Diego resultó inapelable: “Todos los míos lo eran; cuando el hombre es poeta, sabe afrontar todos los fallos de la vida. Y maestros payadores eran poetas auténticos, no “fenómenos de memorización”, como los han llamado quienes no los comprendieron.”
Él sí los comprendió; de ahí el prestigio que ganó “en el ambiente”. Pero sin duda su fama pasó a ser, mejor, gloria, después de aquél memorable 1912 de su vida, en el que alcanzó un pináculo insospechado, sirviendo a manera de envión para que la canción argentina resplandeciera frente al mundo entero.
Don Diego Munilla, en 1912, firmó el primer contrato para que los discos de un artista argentino —los suyos— se escucharan en Londres: “Flor del monte”, estilo; “Serenata”, canción; “Los sueños, sueños son”, “La vuelta”, en fin, estilos y cifras —expresiones bonaerenses bastante desusadas hoy en el culto al folklore nuestro: “Porque es difícil no los cantan”, afirma Munilla— fueron grabadas para la Víctor, especialmente para Inglaterra, como después lo haría Arturo de Nava.
El tiempo ha mellado el surco de los discos. Los que nos muestra este “muchacho del novecientos” no se pueden poner bajo la púa. Están quebrados de años. Pero don Diego los tiene sobre la mano, mira hacia adelante—o hacia atrás...— y comenta: “A veces me alegro de estar tan sordo... Vea: ustedes no pueden escuchar ya estos discos. Pero yo los oigo como si los hubiera grabado ayer mismo...” Y a fuerza de recordar todavía algunos pasajes de esas canciones del novecientos, que aún mantienen el frescor de su belleza.

Pie de fotos
-Ni aun “setenta y pico" a cuestas le hacen temblar las manos ni le restan voz. Apenas un poco sordo, acaso. para encerrarse en sí mismo y recordar. . .
-Don Diego perdió la línea, tanto como cambió el Mar del Plata que él conoció. Y en el gesto se le conoce que “no la va” con la ciudad modernista
-El documento preci0so amarillea por el oro de los años: es el contrato firmado por Munilla para enviar sus discos a Inglaterra, allá por 1912. Fue pionero del folklore.

Revista PBT
27/01/1950

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