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El arte moderno en Buenos Aires
Murales de artistas argentinos en la Galería Santa Fe por Ernesto B. Rodríguez BUENOS Aires va recogiendo, poco a poco, en esas singulares construcciones llamadas pasajes o galerías, los testimonios plásticos de algunos de sus artistas más conocidos. Estos emporios de los pequeños negocios de lo útil o práctico, junto a lo curioso o raro, se ven tutelados, en su mayoría, por murales y esculturas destinadas (por lo menos teóricamente) a perdurar, y que se ofrecen desde cierta altura al visitante, sin paga alguna, sin entrar para nada en esas operaciones de “toma y daca” que constituyen el mundo habitual de esas galerías. Es la exposición de arte permanente que ayuda al turista apresurado a tener cierta idea —en medio de la tentación de vidrieras numerosas— de la labor de alguno de nuestros artistas en líneas de modernidad. Es el museo desprovisto de esa terrible gravedad de los museos que a veces paraliza como un “nunca más”, y enferma a muchos con la alergia irremediable de la museo-fobia. Entre quienes se han ocupado más intensamente por enlazar a esas vastas construcciones la obra de nuestros plásticos, justo es destacar, en primer término, a los arquitectos Aslan y Ezcurra, realizadores de esta gran galería Santa Fe, como lo fueron antes de las galerías Pacífico y Cabildo, donde, como se sabe, figuran obras de Spilimbergo, Castagnino, Colmeiro, Berni y Urruchúa, en la primera, y pinturas de Carybé y Torres Agüero, en la segunda. Los artistas de la Galería Santa Fe En ese imponente edificio que se levanta en Santa Fe entre Montevideo y Rodríguez Peña —con su mundo de pequeños negocios a pique de entrar en actividad—, han colaborado siete artistas nuestros. Son ellos —por orden de aparición según se entra en la galería— Juan Batlle Planas, Noemí Gerstein, Raúl Soldi, Luis Seoane, Leopoldo Presas, Leopoldo Torres Agüero y Gertrudis Chale. Todos ellos han finalizado sus trabajos, estampando eso definitivo que es la firma, y que en este caso es doblemente peligrosa, porque es firma, como hemos dicho, con cierta garantía de posteridad, firma pública de muro, que no puede borrarse con la misma facilidad que aquella que se estampa en el cuadro o la escultura privada que traicionó. Imaginemos que los artistas — creadores, por lo general, de obras manuables y transportables— han de experimentar secreta zozobra cada vez que son reclamados a colaborar estrechamente con la arquitectura. A diferencia de las obras de taller, que guardan el ámbito de la intimidad del artista, las obras aplicadas a la arquitectura tienen el problema del ámbito real que las contiene. El artista debe contar primordialmente con ese espacio destinado a su pintura o escultura; debe animar, no sólo una superficie con las virtudes de su técnica, sino también irradiar sobre el espacio real que la rodea, interpretando o expresando su proporción. Tarea difícil para el pintor o escultor intimista o muy personal, que al ser llamado para ese menester, lo resuelve, por lo general, proyectando en grande la pequeña escultura o las imágenes del cuadro de caballete con su técnica característica. El techo inicial y la gran cúpula central Batlle Planas firma el techo de entrada, en que resalta su estilo tan personal. Es un rectángulo mágico, con las cuatro extrañas figuras que simbolizan las artes —y una quinta que es un misterio—, dispuestas con clásica regularidad. Batlle Planas, sin esfuerzo aparente, convoca a sus fantasmas —bajo un cielo de hondo azul, cuyo centro se vuelve negro-cósmico, pesante y agorero— y los torna visibles con una gama de colores fríos, alterada sabiamente por dorados, verdes y rojos. Unos pasos más, y hacia la derecha, podemos ver dos grandes rejas de hierro forjado que imaginó, con notable acierto, la escultora Noemí Gerstein. Son dos caligrafías en hierro negro que historian la construcción de la Torre de Babel, y que aparecen adosadas a dos vanos figurados, donde la escultora, volviéndose pintora, traza sumariamente una imagen de la Torre legendaria. Al finalizar este primer tramo de galería, nos sorprende la gran cúpula central, pintada de celeste, desde cuyo centro Raúl Soldi ha desplegado una gran cinta en espiral. La cinta brota como humo cabalístico, con ondulaciones coloridas y abstractas, que se convierten, poco a poco, en instantáneas plásticas, en una serie numerosa de cuadros de Soldi de persistente gama dorada. El tema solidario que los une se de nomina “Compradoras y Vendedoras”. Es, sin duda, una deliciosa aventura óptica recorrer esta ronda de figuras gentiles, de un romanticismo finisecular, que saben rodearse de jaulas con pájaros, relojes, bicicletas, lámparas, sombrillas, sombreros, zapatos, instrumentos musicales, etc. Hacia la izquierda de la gran cúpula está el pasaje donde el pintor Luis Seoane realiza, plásticamente, un homenaje a la música. Sus figuras instrumentistas trazadas con línea enérgica hasta la dureza están como grabadas sobre amplios y armoniosos planos de color. Es justo decir que Seoane se ha preocupado, especialmente, en ajustar su visión a un claro concepto mural; sus formas combinan austeramente y ajustan su proporción al ámbito real con voluntad constructiva. La Galería transversal y el fondo Y llegamos a la gran galería transversal, donde dos pintores —Leopoldo Presas y Torres Agüero— se avienen a trabajar en equipo, en homenaje a la unidad esencial. Los colores dominantes son aquí fríos, como conviene a la primacía de los temas marinos y celestes que ambos artistas tratan. Sobre un fondo de grandes planos abstractos, componen diversos grupos alegóricos usando, especialmente, del elemento lineal, realzado por ligeras manchas de color alusivas a esas formas. Logran, así, dotar a sus pinturas de calidades cristalinas y de cierta levedad que las hace vivir sin fatiga en el muro, sin esa fatiga y esa opacidad tan característica de las figuras llenas de color. Es enorme esta galería transversal, y por eso calificamos de ímprobo el esfuerzo que han realizado estos pintores para resolver, sin grandes desfallecimientos, su gran superficie. Presas destaca su calidad en su tema de los pescadores, en su sirena y buzo; Torres Agüero nos da lo mejor suyo en el sector donde aparecen “Pega so”, “la Danza” y “el caballero medioeval”. A poco de esta gran galería topamos con una cúpula menor, que pinta Gertrudis Chale, usando temas del folklore norteño. Con morosidad ejecutiva, esta pintora ilustra los modos pintorescos de ese mundo indígena a través de grupos de coloridas figuras muy precisadas, y a los que contrasta, impensadamente, un cielo de concepción abstractizante, que sostiene un primitivo telar. Y llegamos al final de la galería que conecta con la calle Charcas, pintada, también, por Torres Agüero (igualmente autor de la serie de mosaicos venecianos, de abstractas formas, que se ven en diversos trechos de esta gran construcción). Torres Agüero se inspira esta vez en algunos personajes de los cuentos de Luis Seoane, escritor. El homenaje se vuelve más ceñido porque Torres Agüero vincula bastante su visión plástica a la que es característica del mismo Luis Seoane, pintor,, ya comentada aquí mismo. Con eso damos fin a esta rápida peregrinación por los meandros de esta gran galería Santa Fe —galería comercial y, como hemos visto, también artística—, que muy pronto abrirá sus simbólicas puertas a la curiosidad de. todos. Revista Esto Es 02.03.1954 (Av. Santa Fe 1660, Marcelo T. de Alvear 1645 - Recoleta Galería Santa Fe) |
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