Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Delanteros
MAESTROS DEL GOL Y LA GAMBETA
"POR mi condición de guardavalla, puedo apreciar acabadamente el juego de mis rivales. De lo que llevo visto en mis años de actuación saco esta conclusión: resultados aparte, no he visto nada más hermoso en fútbol que el juego de las delanteras argentinas...”
Estas palabras surgieron de labios de Máspoli, el arquero internacional celeste, en rueda de periodistas, la mañana del día del encuentro final entre Uruguay y Brasil, por el campeonato mundial de 1950.
Y Máspoli recordó, entonces, al quinteto ofensivo del seleccionado argentino que se clasificó campeón sudamericano, en Chile, integrado por Boyé, Méndez, Pontoni, Martino y Loustau
Por venir de quien viene, ese concepto alcanza aguda sugestión, y nos ratifica plenamente la convicción de que nuestro fútbol, así como grandes defensas, ha tenido también —en todas las épocas— extraordinarias delanteras.
Para el caso muchas podrían citarse, pero lo que fundamentalmente debe subrayarse es que las más eficaces fueron aquellas que más alto nivel alcanzaron en calidad y virtuosismo. No hay duda; y el detalle es muy importante porque refirma el principio de quienes sostenemos que nuestro fútbol no debe sacrificar su modalidad para adoptar estilos extraños, los que, aunque tengamos que reconocerle eficacia —máxime en el ambiente en que nacieron y se desenvuelven, de acuerdo con la idiosincrasia particular—, no dejan de ser ajenos a nuestro verdadero temperamento. Por eso mismo son difíciles de asimilar, y de adaptar a la manera que concebimos nosotros el fútbol.
En esa modalidad tan especial en nuestras delanteras es, quizás, donde más elevada y genuina expresión alcanza la auténtica prosapia del fútbol criollo. Fué en las vanguardias, precisamente, donde comenzó a gestarse el auténtico virtuosismo del balompié nacional, que tan alto iba a llegar en eficacia, por los rumbos de la belleza, de la improvisación genial de sus cracks. Además, conviene recordar que cuando todavía en las defensas subsistía la forma, el “espíritu” del juego de los primeros maestros (esto es historia pura), en los quintetos ofensivos comenzaba a surgir la innovación genuina del criollo, el nuevo estilo que mejoraba a cada paso.
Hace apenas dos años el fútbol argentino, que tan brillantemente se había comportado en el exterior, ya con representaciones de determinados clubes o bien con sus seleccionados, tuvo que enfrentar en su propia casa una verdadera prueba de fuego: discutirle a los viejos maestros ingleses la primacía del fútbol moderno. Indudablemente, el compromiso era serio, y se tuvo que echar mano a la solución más criteriosa para formar nuestro elenco. No hubo problema con la defensa. Teníamos y tenemos en casa grandes defensas. Pero ¿y la delantera? He aquí el interrogante. Casi nos habíamos convencido —consecuencia de la superación defensiva— que no contábamos con una vanguardia equivalente en méritos al sexteto posterior. La duda trajo dificultades. Se contemplaron muchas posibles soluciones y por último se eligió
a la juvenil delantera de Independiente, formada por Micheli, Cecconato, Lacasia, Grillo y Cruz.
Arreciaron entonces las polémicas. Algunos objetaron que a los muchachos de Avellaneda les estaba faltando experiencia: otros hasta hicieron una cuestión de físico. Por último se decidió su inclusión, mientras flotaban en el ambiente muchos temores... ¿Responderían los noveles "diablillos” rojos?
Bueno; ya sabemos el resultado. La genialidad siempre pronta del futbolista criollo afloró en toda su gama de recursos y el esplendor de nuestro juego alcanzó las dimensiones apoteóticas que demarcaron la consagración definitiva. Los hasta entonces reyes
del fútbol y los titanes hispánicos habían sucumbido frente a verdaderos malabaristas del balón. Una vez más, los argentinos habían lucido como en sus tardes memorables. Teníamos delanteros... ;Y qué delanteros!
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Hagamos un poco de historia. Partamos desde 1926. La visión retrospectiva nos lleva hasta las jornadas memorables de Independiente con Canaveri, Lalín, Ravaschino, Seoane y Orsi, y nos entrega además otro motivo que es símbolo para la recordación: Perinetti, Ochoa, Ferreira, Seoane y Orsi, que formaron el seleccionado de Provincia.
Teníamos entonces grandes delanteras y con ellas notables alas y formidables centroforwards. En cualquier circunstancia podía contarse con una vanguardia de equipo, pero, si era necesario, con dos alas y un centro se formaba el quinteto idea!. Así los rosarinos nos dijeron por entonces cómo se jugaba al fútbol con Indaco, Libonatti, Gabino Sosa, Francia y Miguel. O Capital con Carricaberri, Tarasconí, Maglio, Cherro y Evaristo. O Platense formando con León, Cracco, Duarte, Bissio y Pardal.
Desde entonces entró el fútbol argentino en una modalidad especial porque concurren a formar las vanguardias los más variados tipos de jugadores. Está el virtuoso, el técnico, el positivo, el dinámico y con ellos el goleador estupendo.
Apareció así en la constelación deportiva argentina la estrella de Huracán, cuyas cinco puntas lo fueron ases inolvidables: Loízo Spósito, Stábile, Chiessa y Onzari. Pero no terminamos de admirarnos con estos colosos cuando desde tierra adentro, silenciosamente, nos llegó aquel aluvión de goles y de arte futbolero que se llamó Santiago del Estero. Se unen entonces a la historia de las grandes vanguardias criollas los nombres de N. Luna. F. Díaz, R. Luna. J. Díaz y S. Luna.
Esta época inolvidable que parece no cesar en sus entregas de colosos nos ofrece, en los albores de 1929, a otra delantera poco menos que insuperable. Son verdaderos fenómenos y suman a su habilidad y prestancia una efectividad poco común. Forman la delantera del inolvidable Estudiantes de La Plata, los notables Lauri, Scopelli, Zozaya, M. Ferreira y Guaita, ases entre los ases, un regalo para la vista y para la emoción del gol.
*♦*
El fútbol argentino se acerca al profesionalismo. Están todavía en el candelero los grandes delanteros del amateurismo. Con el deporte rentado cambian un poco las modalidades. Ahora interesan doblemente los puntos. Se olvida por ello un poco el espectáculo y ganar resulta un imperativo de la hora. No faltan los malabaristas ni quienes con una filigrana nos transportan a la eterna “época de oro”.
Surge la delantera de Boca Juniors con Nardin, Varallo, B. Cáceres, Cherro y Evaristo o Alberino. Aquel, o es un turbión. Goles y belleza, arte y pujanza, se complementan admirablemente. Por otro lado, el entusiasta Platense nos vuelve a regalar otra delantera para la historia con Campilongo, Landolfi, Sánchez, Ferrara y Beristain.
Las defensas cierran sus compuertas con más celo. El gol es “palabra prohibida” para ellas y magnífica realidad para los quintetos que buscan vulnerarias. Se extreman ¡os recursos, y así frente a delanteras de inspiración genial, que construyen ñandutíes de las más hermosas tramas, los defensores se las ingenian para dificultar progresos que llevan destino fijo: la red.
Tenemos hasta 1936 una cantidad extraordinaria de quintetos con espíritu “amateur” y decisión “profesional”, es decir que juegan para el espectáculo y hacen goles que son triunfos. San Lorenzo de Almagro, con Carricaberri; Acosta, Maglio, García y Arrieta; Gimnasia y Esgrima, con González, Palomino, Naón, Zoroza y Morgada, y River Plate, con Peucelle, Arrillagá, B. Ferreyra, Lago y Dorado, o con Peucelle, Cesarini, B. Ferreyra, Moreno y Pedernera, nos están dando la razón.
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A partir de 1936 se experimenta otra etapa evolutiva de nuestras delanteras. Vuelve el virtuosismo como especulación primaria para llegar al gol. Surgen nuevamente los hombres de la gambeta que un día se llamaron Ochoíta, Lalín, Hospital y Kuko, y vienen otros a quienes se conoce por Zito, Sastre. Guzmán, De la Mata, Gandulla... Y el espectáculo se aviva en belleza y también en goles para recordarlos toda la vida. En tanto, nuestros seleccionados tienen asegurados planteles estupendos.
Un día nos maravilla la delantera de Central, con Cagnotti Gómez, Guzmán, Potro y García lo hace Ferro Carril Oeste, con Maril, Borgnia, Sarlanga, Gandulla y Emeal; también Independiente, con Villarino o Maril, De la Mata, Erico, Sastre y Zorrilla. La lista es larga y se extiende para beneficio de varios equipos que muestran a figuras hábiles y goleadoras.
El proceso de la citada evolución alcanza su máxima expresión en las temporadas de 1941 y 1942, cuando surge la “máquina" de River Plate. Aquello es la perfección. Primero Muñoz, Moreno Pedernera, Labruna y D’Ambrosio, y luego con Loustau en la punta izquierda, la vanguardia “millonaria” sintetiza cabalmente lo que puede y debe ser el fútbol argentino... Es la historia más linda de goles y arte. La belleza plástica del ballet que domingo a domingo ofrecen en las canchas se materializa en victorias que son distintivos de un estilo y de una personalidad posiblemente no superaron. Es una verdadera “máquina” de elaborar triunfos y de ofrecer espectáculo.
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Es posible que hasta 1945, cuando aparecen Belén, Cantelli, Pontoni, Morosano y Ferreira, formando la delantera de Newell’s Old Boys, las restantes vanguardias se hayan mantenido en un plano más o menos estacionario en cuanto a calidad y eficacia. Pero desde esa temporada se experimenta una reacción que adquiere fuerza de realidad tangible un año más tarde cuando San Lorenzo de Almagro nos presenta su “trío de oro’’ con Farro, Pontoni y Martino, a quienes acompañan con toda eficacia Imbelloni, Silva y F. De la Mata. Esa delantera brinda la emoción renovada de la filigrana, del pase medido, de la combinación endiablada y de los impactos certeros que llevan un mismo destino de sueño junto a las mallas. San Lorenzo no es “Ciclón” propiamente dicho; es la expresión terminante de lo que puede la amalgama perfecta de la celebración llevando de la mano al músculo realizador.
Cuando con el correr del tiempo llegan las famosas delanteras campeonas del Racing Club es un suceso de verdad. Habían pasado unos años con muy buenos delanteros, pero sin que pudiéramos afirmar con grandes delanteras de equipos. Entonces se le dió el valor que auténticamente tenían —y tienen—las defensas
sólidas y dinámicas a la par que técnicas y virtuosas. Las marcadores, los sistemas foráneos, crearon una nebulosa entorpecedora en torno de la verdadera característica criolla, y así se desdibujó un poco nuestro estilo.
Pero llegó Racing con Salvini, o Boyé, Méndez, Bravo, Simes y Sued, y entonces Revivimos momentos de gloria que no se olvidarán fácilmente, porque también, ellos merecen el homenaje de nuestra evocación admirativa. Tanto hicieron, que la “Academia” floreció como en aquellas épocas en que los nombres de Perinetti, Ochoa, Hospital, Zabaleta, Ohaco —ya que estamos hablando de delanteros— eran el símbolo de los goles y de la belleza puestos al servicio de la pasión del pueblo: el fútbol.
Luego..., bueno, es historia reciente. Ya hemos hablado de Independiente, con Micheli, Ceceonato, Lacasia o Bonelli, Grillo y Cruz. Tendríamos que mencionar entonces a Vernazza, Prado, Walter Gómez. Labruna y Loustau, en River Plate.
Es posible que estemos muy “encima” de lo actual para juzgarlo.
Quedan atrás muchas delanteras que en todas las épocas vistieron de fiesta al fútbol argentino.
Revista Mundo Deportivo
16.09.1954
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