Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado


dictadura de 1955


DE PERON A ONGANIA (IX)
¡HA MUERTO EL REY! ¡VIVA EL REY!
El 16 de septiembre a la 0 hora varias unidades de Ejército —Córdoba, Cuyo, Curuzú Cuatiá—, parte de la Aeronáutica —Córdoba— y toda la Marina de Guerra se declararon en estado de rebelión. La Revolución Libertadora, cuya jefatura asumió el general Eduardo Lonardi, con acciones difíciles y de resultado incierto durante muchos días, tuvo un final imprevisto. El presidente Perón dirigió un mensaje al Ejército con su decisión de renunciar si él era la causa de tantas muertes y daños materiales. Una junta de generales decidió que la carta constituía una renuncia y resolvió asumir la responsabilidad de las negociaciones con los jefes rebeldes. La reunión entre los delegados de esa junta y los del Comando Revolucionario se realizó a bordo del crucero “17 de Octubre”. Uno de los puntos del acta era la renuncia inmediata de todas las autoridades constituidas; otra, la designación del general Eduardo Lonardi como presidente provisional, quien asumió el día 21 de septiembre en la ciudad de Córdoba. Cesaron las hostilidades, y los jefes revolucionarios se citaron en Buenos Aires para el día 23 de septiembre a mediodía, cuando Lonardi llegaría de Córdoba para jurar como presidente provisional de la Nación.

La expectativa de un general “nuevo”
“El programa de mi acción provisional, que no tendrá más duración que la impuesta por las circunstancias, puedo resumirla en dos palabras: imperio del derecho”.
El sentido del discurso del general Eduardo Lonardi, flamante presidente provisional —cincuenta y nueve años cumplidos el día antes de estallar la revolución, cinco hijos, cuatro nietos—, pronunciado ante una multitud congregada frente a la Casa de Gobierno y adyacencias (“más de un millón” decía Clarín al día siguiente), estaba sintetizado en aquella frase: duración limitada y justicia para todos. "El objeto de la Revolución Libertadora fue precisamente ése: libertar. Nada más.", reflexiona ante Panorama Miguel Ángel Zavala Ortiz, el primero de los exiliados políticos que retornó al país.
El discurso presidencial —1890 palabras con referencia a leyes, economía, petróleo, religión, educación, prensa, sindicatos y fuerzas armadas— fue interrumpido muchas veces por aplausos y exclamaciones, pero originó las más dispares reacciones, algunas de las cuales aún hoy tienen vigencia. Los antiperonistas más extremos (gorilas), que esperaban un discurso duro y revanchista capaz de compensarlos de todos los disgustos pasados, lo juzgaron poco enérgico. Los moderados respiraron con alivio y sintieron que, realmente, podía abrirse una nueva etapa para el reencuentro de los argentinos. Los peronistas, todavía aturdidos por el golpe, no entendían muy bien y desconfiaban de ese general a quien no conocían más que de nombre y desde hacía pocos días atrás. Las fotografías que aparecían en los diarios mostraban un rostro austero, de mirada noble; los epígrafes —como antes, bajo otro rostro— abundaban en calificativos. Pero temían el entorno de ese general nuevo, porque —recuerda ante Panorama un peronista militante de esa época, ahora gerente de empresa—, "los nombres y los curriculum de algunos de los que lo acompañaban en ese momento eran demasiado conocidos”.

La Insignia de la victoria
La llegada de Lonardi a Buenos Aires constituyó un acontecimiento de proporciones inéditas.
Desde el Aeroparque de la ciudad de Buenos Aires hasta plaza de Mayo, una multitud ininterrumpida esperaba su aparición. A las 12,08, el primer avión escolta —con tropas que habían luchado en Córdoba— arrancó aplausos y vítores. En distintas partes de su fuselaje se advertía la insignia de la revolución: una cruz que surgía de una V de la victoria (se dijo que la crearon los obreros ferroviarios de Córdoba después del 16 de junio). Otros tres aviones escoltas acrecentaron la expectativa. Eran exactamente las 12.30 cuando comenzaron a sonar las sirenas de todos los barcos amarrados en el puerto, a agitarse las banderas, a escucharse cantos, a sonar campanas: en la pista principal del Aeroparque, el Douglas T-23 que conducía al general Lonardi acababa de aterrizar.
Estaban formados allí efectivos de la Escuela Naval, de Aviación y Militar, tropas de infantería de Marina, aerotrasportadas y diversas unidades del Ejército. Lo esperaban, en representación de la Junta Militar, los generales Emilio Forcher y Audelino Ramón Bergallo, el director nacional de Seguridad (desde ese mismo día), general Juan José Uranga, y el jefe de la Policía Federal (desde dos días antes), general León Bengoa. Junto con algunos familiares estaba el almirante Rojas. Otros jefes de las tres armas también habían concurrido. Uno de ellos, legalista (ni peronista ni revolucionario) comenta a Panorama: “Allí tergiversó Lonardi por primera vez su «ni vencedores ni vencidos.» No saludó a los generales y almirantes que lo esperaban. Nos ignoró olímpicamente”.
Todo el trayecto hasta la Casa de Gobierno, donde llegó acompañado por Rojas, Bengoa y Uranga, el presidente provisional recibió las muestras de adhesión del público que, en los balcones, en las terrazas, en los árboles, en los faroles, pugnaba por verlo, por tirarle una flor, por saludarlo con un pañuelo.
“Juro ante el pueblo de mi patria, que por impulso espontáneo se erigió en brazo armado para defender la democracia y la libertad, que desempeñaré fielmente el mandato que la Revolución Libertadora me ha confiado. Si así no fuera, que Dios y la patria me lo demanden”.
Tras leer su juramento, Lonardi se asomó a los balcones desde donde pronunció su mensaje al pueblo argentino. Al finalizarlo —eran las 14.44—, saludó a los presentes y se retiró con algunos jefes revolucionarios. Iban a almorzar en el crucero “General Belgrano".
La fiesta de los libertadores
A partir del momento en que Lonardi leyó su mensaje, todo tuvo una fisonomía especial. Las calles del centro de Buenos Aires mostraban aspectos muy particulares. En la avenida Santa Fe (reducto particularmente antiperonista), caravanas de automóviles con banderines, tocaban a coro sus bocinas. Muchachos disfrazados con política intención, ridiculizaban personajes del “régimen depuesto", frase que comenzó a adquirir status hasta hacerse obligado lugar común. La gente cantaba, se abrazaba, se decía cosas aun sin conocerse. En esa comunicación indiscriminada, “algunos automóviles muy engalanados no habían limpiado todavía los pegotes de fotografías arrancadas con prisa pocos días antes”, recuerda irónicamente un periodista ante Panorama.
En una competencia sin fin, se entonaban estribillos creados por la imaginación de los incontables grupos que pululaban por calles y aceras. Era una romería —no original—, cuyo brillo y entusiasmo decrecía a medida' que se acercaba a la periferia de la ciudad. Donde ésta se junta con la provincia, los ánimos eran diferentes. Una amenaza de marchar sobre la ciudad y reeditar el 17 de octubre movió a las autoridades a levantar los puentes de acceso y originó en algunas localidades del Gran Buenos Aires una severa represión. “En Gerli hubo muertos” confiesa a Panorama un funcionario de esa época; las voces callejeras susurraban, con miedo y con rabia, que también los había en Berisso y Lanús. “Rosario estaba enardecida; fue un desastre” insiste ese informante de Panorama. Pero la CGT fue cauta y dio un comunicado para significar “la necesidad de mantener la más absoluta calma”. Las concentraciones para saludar la instauración del nuevo gobierno se repitieron en casi todas las ciudades y pueblos de la República. Precisamente allí, en las comunidades chicas, fue mucho más visible el fenómeno oficialista: entusiastas peronistas enfriados repentinamente habían cambiado sus distintivos por grandes banderas argentinas. “Cuando reconocí en quienes encabezaban la manifestación a furibundos peronistas hasta el día anterior, me volví a casa”, recuerda un dirigente político bonaerense a quien pidieron que hablara en la concentración de su ciudad. Todos trataron de adaptarse; hasta el sol, que “imponía su resplandor asociándose desde las alturas al júbilo de paz que respiraba la ciudad” (Clarín, 23-IX-55), era el mismo que caracterizaba “hoy es un día peronista •’ vociferado por Luis Elías Sojit.
El almuerzo en el "General Belgrano” (tres mesas: Lonardi, Rojas y sus esposas, Aramburu, Uranga, Krause en la principal) terminó a las 17.30 sin discursos. A esa hora, el nuevo presidente regresó a la Casa de Gobierno, donde se sumergió en sus funciones, nada fáciles.

Los frentes se configuran
Comenzó por designar sus colaboradores. Ya los había elegido antes de llegar a Buenos Aires. Según Bonifacio del Carril. “Tengo dos cuñados, Manuel y Clemente Villada Achával... vamos a andar muy bien. Pienso nombrar al doctor Luis María de Pablo Pardo ministro de Relaciones Exteriores. En Justicia voy a nombrar al doctor Busso, que es muy buen abogado...” Y no consultó más. "Vas a jurar como ministro de Relaciones Exteriores le habrían dicho Hartung y Krause a bordo del coche 6 en el que fueron a esperar a de Pablo Pardo, que recién llegaba de Montevideo, donde estaba exiliado. Primero quiso hablar con Lonardi "y allí, en las antesalas, advertí que había algunos desacuerdos", confiesa a Panorama el doctor Luis María de Pablo Pardo, quien prefirió no aceptar y quedarse entre bambalinas.
El apresuramiento de Lonardi ya había creado muchas inquietudes entre los jefes revolucionarios, quienes se sentían con derecho a ser consultados. Hubo una proposición: era necesario separar el acto de toma del poder del de la constitución del gobierno. “¿Y a quién cree que elegirían presidente, si se hace eso?" habría reflexionado Aramburu, antes del juramento de Lonardi.
Cambios, propuestas desestimadas, presiones y, por fin con el juramento del doctor Alberto Mercier como titular de Agricultura y Ganadería, el día miércoles 28 de septiembre, quedó constituido el gabinete nacional: Interior y Justicia: doctor Eduardo Busso (estadista liberal, vinculado a esferas financieras); Marina: contraalmirante Teodoro Hartung; Ejército: general León Bengoa (nacionalista); Obras Públicas: José Paladino; Educación: doctor Afilio Dell’Oro Maini (católico liberal); Hacienda e interino de Finanzas: doctor Eugenio Folcini; Aeronáutica: vicecomodoro Ramón Amado Abrahin; Trasportes: general Juan José Uranga (nacionalista); Comercio: doctor César Bunge (conservador); Asistencia Social y Salud Pública: coronel de sanidad doctor Ernesto Rotjer; Relaciones Exteriores y Culto: doctor Mario Amadeo (nacionalista); Comunicaciones: ingeniero Luis María Ygartúa (conservador, logia
de los ingenieros “hijos” de Polledo); Trabajo y Previsión: doctor Luis Cerrutti Costa (nacionalista. Asesor de sindicatos. Cuñado de Señorans); Industria: Alberto Morixe (ganadero y molinero). La vicepresidencia, en un gesto de hermandad de las FF.AA., sería desempeñada por el contraalmirante Isaac Rojas.
Algo especial había ocurrido, además, con la secretaría de Prensa y Difusión dirigida hasta antes de la revolución de septiembre por Raúl Apold. Al producirse el alzamiento de Lonardi ocupaba ya ese cargo el periodista León Bouché. Al asumir el nuevo presidente, la Secretaría fue tomada por un grupo de marinos y civiles comandados por el entonces capitán de fragata Eugenio Fuenterrosa, quien días más tarde habría de ser reemplazado por el doctor Juan Carlos "Bebe" Goyeneche, designado por el presidente, a pesar de la activa oposición de la Marina (léase Fuenterrosa)..
Los frentes estaban configurados. “A veces los actores perciben por instinto sus propósitos, pero no tienen confianza intelectual en el proceso” reflexiona de Pablo Pardo ante Panorama. "Todos pensaban en claro-oscuro". La secretaría privada en la que había sido designado el cufiado de Lonardi, Clemente Villada Achával, era un frente nacionalista. El ministerio del Interior además de su titular tenía una cabeza visible, el Procurador General de la Nación, doctor Sebastián Soler, y su socio el doctor Horacio Thedy. El ministerio de Marina, con un subsecretario muy activo, el capitán de navío Arturo Rial (gran amigo de Américo Ghioldi y otros socialistas), sentía a la Marina como "dueña” de la Revolución. La Casa Militar a cargo del coronel Bernardino Labayru, representaba al sector del ejército revolucionario de 1951. En el ministerio de Guerra, Bengoa representaba un sector neutral del Ejército.
Ese es el staff con que debió iniciar su gobierno Lonardi. Y, además, presiones ideológicas dentro de su gobierno; un país convulsionado, dirigentes gremiales y políticos presos, listas negras en el mundo de las finanzas, de la prensa, del teatro y del cine; Comisiones investigadoras que encontraban corrupción en todos los sectores de la vida nacional.
"Se formaron centros de poder que son los núcleos militares. Atrás se formaron los núcleos de asesores políticos" dice a Panorama Luis Lonardi. “Alrededor de Rojas que era líder junto con Labayru de los sectores que propiciaban una política agresiva frente al peronismo, se núcleo un grupo radical y todo el socialismo: Ghioldi, Nudelman, Zavala Ortiz, Balbín. En torno de mi padre no se nucleó nadie. ..”
Un viajero que casi se queda: “Había impaciencias...”
"No quiero buscar excusas. Cometí un error. Quise apurar las cosas, cuando debí tomar mi tiempo para completar la obra". El plañidero tono correspondía a un viejo amigo de Perón que precisamente en esos días —21 de septiembre—, acababa de pasar por un mal momento: Archie Moore que perdió frente a Rocky Marciano sus esperanzas de ser campeón de todos los pesos.
También podía corresponder muy bien a las reflexiones de Juan Domingo Perón a bordo de la cañonera Paraguay. Por razones de seguridad el buque había sido separado de la rada e internado en el río. “Hay impaciencias. ..” habría dicho el contralmirante Hartung a de Pablo Pardo cuando se le urgió para que jurara como canciller. Se refería al temor del gobierno de que grupos de exaltados intentaran asaltar o hundir la cañonera para apoderarse de Perón, violando el derecho de asilo. Era imprescindible tomar las medidas necesarias para solucionar esa situación difícil. Lo mismo pensaba el comandante de la cañonera, cuya radio no tenía poder suficiente para comunicarse con sus mandos naturales en Asunción. La llegada de un buque escuela brasileño, el "Saldaña da Gama" fue providencial. A su comandante se dirigió el capitán de la cañonera. Se hizo el puente de comunicación: cañonera-buque escuela-Río de Janeiro-Asunción. Poco después llegó el cañonero "Humaitá", que se instaló a mil metros de la “Paraguay”, fuera de las aguas jurisdiccionales, listo para cualquier emergencia. “Eso frenó el ataque", dice a Panorama un funcionario de la Secretaría de Prensa de esa época. Por esas y muchas otras razones el gobierno deseaba que Perón se alejara. "Deseábamos, antes de conceder el salvoconducto, obtener alguna seguridad de que esa estancia sería breve (en territorio paraguayo) y que el propio gobierno vecino invitaría a su huésped a abandonar el país", dice el entonces canciller, Mario Amadeo. Paraguay, celoso de sus derechos, se negaba a condicionar el asilo. Se llegó a un acuerdo: la Argentina permitiría la salida incondicional del refugiado y el gobierno paraguayo tendría en cuenta la inquietud oficial del país vecino. Resueltos los aspectos de rigor, se dispuso el viaje de Perón. El canciller, como una garantía para el viajero y como “una demostración de que había comenzado a regir un nuevo
estilo en la vida pública argentina”, resolvió acompañarlo personalmente en la emergencia. Rodeaban la cañonera paraguaya, torpederas y cañoneras argentinas con toda la artillería desplegada —a las 11 del día 2 de octubre—. En ese escenario, Juan Domingo Perón trasbordó a un avión Catalina que había llegado desde Paraguay para trasladarlo. Un traspié del ex presidente argentino, una rápida intervención del canciller y se evitó un accidente que pudo haber cambiado el resultado del operativo. Cuando el avión remontó vuelo "poniendo fin a esos tristes momentos de vergüenza para los argentinos" escribiría Perón, pasó sobre un barco cuya carga estaba estrechamente vinculada con el viajero. Era el "Washington", una cárcel flotante donde estaban presos los militares argentinos peronistas. Otras cárceles, mientras tanto, recibían a políticos y sindicalistas, en mérito a iguales razones.
Se cerraba así una etapa de líneas perfectamente definidas. Se entraba en otra tan intensa y dura como aquélla. La Revolución Libertadora había tenido un objetivo: derrocar a Perón. ¿Qué haría en adelante? ¿Y qué con lo que quedaba atrás?

_Recuadro en la crónica_
“VOLVEREMOS”
El crucero "General Belgrano" —ex "17 de Octubre"— tuvo una importante tarea que cumplir durante la Revolución Libertadora. Y fue, además, el primer barco de la Marina de Guerra que visitó Lonardi ya Presidente Provisional de la Nación.
Un hecho más para su historia. Porque el crucero "General Belgrano" fue, en otra época de su carrera, comandado por el general Mao Arthur, cuando partió de Australia para retomar Filipinas. Cumplía así con su promesa formulada cuando sus tropas fueron desalojadas unos meses antes: "Volveremos".
PANORAMA, DICIEMBRE 17, 1968
 

dictadura revolucion libertadora
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