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DISTURBIOS La revuelta del Chocón ![]() A cien metros de allí los efectivos policiales efectuaban un simétrico ballet. En la Villa Grande, donde se alojan los técnicos, ejecutivos y funcionarios, las mucamas servían las mesas. Los chicos ya estaban acostados; algunos televisores, en cambio, encendidos. Lejos, junto a la olla popular, instalada en el centro de las cuatro o cinco manzanas del “territorio libre de El Chocón", algunos hombres se desvivían sirviendo a los restantes un potaje espeso y nutritivo. Las mujeres preparaban la comida, limpiaban la vajilla. Rotaba también la guardia junto a la sirena, cuyo aullido previene a los huelguistas las situaciones de peligro, o los convoca a reunión. Algunas luces titilaban en la oscuridad de la serranía vecina. Las patrullas policiales (muchos de cuyos miembros venidos de la Capital y el Gran Buenos Aires tienen serias dificultades con el terreno) trataban de interceptar los correos obreros. También a las diez y media, un sigiloso grupo de cinco hombres de oscura vestimenta, sin linternas, rompía el cerco policial. Lo encabezaba Antonio El Turco Alac, 32, caudillo del conflicto. Iba a transitar, otra vez, los 80 ripiosos kilómetros que separan las obras de la ciudad de Neuquén, para entrevistar a monseñor Jaime de Nevares, el obispo, y al ex neoperonista (hoy neo-revolucionario) Felipe Sapag, flamante gobernador. Ambos contactos fueron extraoficiales. Con las primeras luces del miércoles, Alac volvió al reducto. No pudo utilizar su lecho: estaba ocupado por el representante de Panorama Norberto Habegger. Se iniciaba el décimo día de enfrentamiento entre posiciones irreductibles, de desgaste de mediadores oficiales y oficiosos, de la acumulación de pequeñas fricciones que amenazaban convertirse, en cualquier momento, en la chispa que puede incendiar la pradera. La fogata puede ser de proporciones: dos centenares de policías con armas cortas y largas, lanzagases, jeeps, hidrantes, carros de asalto y hasta un helicóptero. Y 3.500 obreros con herramientas de trabajo (que incluyen dinamita, fulminantes y mecha rápida), abroquelados tras barricadas, insertos en una zona fragosa que conocen como la palma de sus manos. HISTORIA. Es el segundo conflicto, en menos de tres meses, que estalla en “la obra de la década”, según la denominan los funcionarios. La paralización de tareas cuesta un millón de pesos nuevos cada 24 horas. Aunque si la huelga dura hasta fines de esta semana, según explicó Raúl Ondarts (vicepresidente de Hidronor; el rubro que se ocupa de la construcción, ex candidato aramburista a la gobernación bonaerense), se pierden ventas de energía en 1973 por valor de 150 millones de pesos Pero el conflicto, a 1.100 kilómetros de Buenos Aires, tiene un incidencia mucho más directa sobre la política nacional: pone sobre el tapete, simultáneamente, el principio de autoridad del gobierno y las posibilidades de la política laboral, arduamente tejida en los despachos de la Secretaría de Trabajo. Más aún: después de un verano tenso, aparente prólogo para un otoño candente, una explosión de violencia en El Chocón puede ser como el alba de una agitación que hunde sus antecedentes en abril del año pasado y que culminó (sin finalizar) en el cordobazo de fines de mayo último. Ya al terminar diciembre de 1969 se encresparon los ánimos sobre el turbulento río Limay: los motivos eran, en la práctica, los mismos que los de la huelga actual; los protagonistas, con algunas excepciones entre los mediadores, también. Una síntesis de los acontecimientos es ésta: • 12 de diciembre: Los obreros de la empresa contratista, Impregillo-Sollazo, nombran en asamblea una comisión interna al margen de la seccional Neuquén de la Unión Obrera de la Construcción: Alac, Armando Olivares, 24, y Edgardo Torres, 26. Los tres se presentan a la empresa, piden su reconocimiento y un 40 por ciento de aumento salarial. Son desconocidos, se ordena su cesantía. • 13-18 de diciembre: Huelga, con tres reclamos: aceptación de los representantes, mejores salarios, mayor seguridad en el trabajo. Detienen a los delegados y al cura obrero Pascual Rodríguez. Arribo de policías (por vía aérea) desde Buenos Aires, reuniones tensas. Llega Rogelio Coria, secretario nacional de la UOCRA. Debe transar en todo. Los delegados son provisionalmente reconocidos, se llama a elecciones para designar la comisión interna. • 20 de diciembre: Una sola lista se presenta a los comicios: Alac, Olivera y Torres triunfan. Se cierra así la primera etapa. • 30 de diciembre: Delegados obreros, miembros de las empresas y funcionarios de la Dirección General del Trabajo neuquina detectan serias irregularidades en las condiciones de labor, que toman estado público. • 31 de enero: Los representantes del personal de El Chocón participan de la Reunión Obrera y Popular por la Justicia Social y la Liberación Nacional realizada en Córdoba. • 3 de febrero: La empresa Impregillo-Sollazo recibe un telegrama colacionado, que firma Coria: informa que Alac, Olivares y Torres fueron expulsados del gremio. Comunica, también, que “toda actitud que asuman en el futuro será al margen de la organización". En el primer momento la empresa desestimó el cable. Se realiza una asamblea que ratifica la confianza en los delegados. La Secretaría de Trabajo de la Nación decide someter a su competencia el área comprendida por las obras y trabajos de El Chocón-Cerros Colorados. • 11 de febrero: Asume sus funciones Roberto Rubba, delegado regional de la Secretaría de Trabajo en la presa. Asamblea obrera: declara al personal en “estado de alerta" y otorga a Coria diez días para llegar al lugar y aclarar personalmente la situación. • 23 de febrero: Coria sigue en Buenos Aires. Pero Juan Alberto del Turco, trasladado por el secretario de la UOCRA desde Paraná como interventor en la seccional Neuquén, anuncia el nombramiento de una comisión reorganizadora en Impregillo-Sollazo. El funcionario Rubba y la empresa la reconocen de inmediato. Esa tarde, la sirena convoca a los obreros: se decide la huelga por tiempo indeterminado, con ¡guales objetivos que en diciembre. Al día siguiente, las obras están desiertas. GENTE Y PAISAJE. El Chocón es la primera parte del más ambicioso proyecto hidroeléctrico nacional: una pared de 74 metros de altura embalsará un lago de 82.500 hectáreas de superficie y 30 mil millones de metros cúbicos de capacidad. Un sistema de turbinas suministrará en 1973 cerca de 900 mil kilovatios, aprovechando las aguas del Limay. A 90 kilómetros de allí, en Cerros Colorados, otra valla de 74 metros embalsará el río Neuquén. Además de la electricidad, un sistema de canales permitirá aumentar al doble las 100 mil hectáreas bajo riego del alto valle del río Negro, la zona de producción agropecuaria más rentable por unidad de superficie en la Argentina. Los trabajos, contratados por Hidronor, sociedad anónima con mayoría accionaria estatal, se iniciaron el año pasado. En pocos meses, las instalaciones de excavación y los obradores, las viviendas y los túneles brotaron en el paisaje agreste, de color marrón terroso. Los vientos patagónicos pudieron silbar en los alambres tendidos de las líneas de comunicación, levantar polvo en flamantes caminos, castigar, en fin, a 5 millares de hombres venidos desde todos los rincones del país, de Chile, Bolivia y Paraguay. Muchos de ellos tienen buena experiencia sindical: provienen del túnel subfluvial Santa Fe-Paraná, de los socavones mineros bolivianos, de las zafras cañera y algodonera, la vendimia, la tala de montes de la cuña boscosa chaqueña. Son sufridos, pero duros. Demostraron su espíritu de aventura afincándose en las obras. La mitad de ellos constituye el peonaje, la mano de obra no calificada. El resto: electricistas, mecánicos, conductores, dinamiteros. Existe un ancho espectro de edades: los viejos están gastados, ya, por el trabajo. La fuerza de los huelguistas proviene de quienes están entre los 20 y los 30 años. La mayor parte alberga una expectativa: resolver el problema de desocupación que tenía en sus provincias, acumular unos pesos y regresar a ellas. No les resulta fácil: los salarios son bajos, la mercadería cara. Y, para colmo, la vida aburrida: si no hubiera conflicto, la mayoría dormiría a las diez y media de la noche y el ministro tendría razón. Hay un cine, pero no funciona: las tropas policiales establecieron en él su cuartel general. Otros entretenimientos lo reemplazan: guitarreadas, tenidas de mate, pero también asambleas informativas, todos los días, con un doble objetivo: mantener la mística del conflicto, comunicar las novedades a los trabajadores parados. RECORRIDA. Dos delegados del Comité de Huelga, Máximo Vasco Rabej, 34 aunque aparenta más, y Wilson Olivares, 29, hermano mayor de Armando, uno de los líderes cuestionados, recorrieron entre el sábado 28 y el miércoles de la semana pasada los centros de poder de la burocracia sindical, a la caza de aliados. Visitaron Córdoba, Rosario y Buenos Aires. Luego volvieron a las obras. Los resultados del periplo no fueron muy alentadores: • Córdoba: Con un suculento asado de por medio, expusieron sus cuitas ante Agustín 'El Gringo' Tosco y adláteres independientes. Respuesta: habrá un comunicado de prensa de solidaridad. ¿Un paro inmediato? Imposible: la oposición cordobesa está demasiado enredada en la puja con las “62” locales y Elpidio Torres por los sillones cegetistas provinciales. “Encima, mal comimos —se quejó Olivares—; todo el tiempo nos preguntaban cosas de allá". • Rosario: Con una carta de recomendación de Tosco llegaron a casa del gráfico Roberto Parisi. Este los derivó al jefe cegetista Héctor Quagliaro: “Caramba, hoy es domingo —se lamentó el jerarca—, y tengo un pariente enfermo. En fin: déjenme todos los datos del problema, serán tratados en comisión y habrá un manifiesto a la prensa”. • Buenos Aires: A las siete de la mañana del lunes golpeaban a la puerta en la guarida de Raimundo Ongaro, en Los Polvorines. Debieron esperar una hora: "Raimundo se acostó tarde”, les explicó la mujer. El gráfico ofrece dar allí una conferencia de prensa, previa arenga. "Cuando Ongaro habla —se jacta— es posible dar vuelta el mundo”. Los enviados prefirieron ir a terreno menos irritativo, y se allegaron a Jorge Paladino, en su escritorio de Tucumán al 1600. Oyeron protestas: “¿Por qué vienen a verme siempre después que estalló el volcán?”. Luego fueron girados al local de FOETRA: allí peroraron ante el estatal Juan Horvath y el telefónico Agustín Cuello. Respuesta: “Adelante, muchachos. Moralmente estamos con ustedes”. Al otro día visitaron al MUCS y a los independientes. Estos le prestaron un local para dar el miércoles una conferencia de prensa. Dos intentos —ver al sastre José Alonso y al cartero Antonio Baldassini— no pasaron de niveles inferiores. Otras gestiones se desarrollaban tanto en El Chocón como en Buenos Aires. Algunas, como las de Sapag y de Nevares, encaminadas a mediar en el conflicto. Las restantes, para mantener informadas a las autoridades, para garantizar el control de la situación, para prever sus "cursos de acción”. El miércoles, una tajante proclama de San Sebastián (“El conflicto pertenece a la jurisdicción nacional”) descolocó a los intermediarios oficiosos: Quizás el anuncio haya sido beneficioso para Felipe Sapag, a quien un fracaso en los primeros pasos de su gobierno hubiera deteriorado gravemente. Pero también le hizo perder la chance de anotarse un triunfo. El obispo De Nevares, que apoyó la gestión de Coria en diciembre, apareció volcado en favor de los huelguistas. Avaló, también, explícitamente, a Sapag: "Considero —replicó a Panorama— que tiene la experiencia, la capacidad y la voluntad necesarias para conducir la acción oficial en la resolución de los problemas sociales que denuncié”. (Se refería a una carta abierta donde criticó al ex gobernador Rodolfo Rasauer, en diciembre último.) TENAZAS. El gran cuestionado, la figura sobre la que se descargan (aún más que sobre las empresas o el gobierno) las iras de los huelguistas es un hombre moreno, de rasgos finos. Tiene 40 años, se llama Rogelio Coria y llegó en 1963 a la cúspide de la Unión Obrera de la Construcción luego de acusar de malversación de fondos a su antecesor, Carlos Alberto Pereyra. Fue adalid de la ruptura con Juan Perón primero y del “participacionismo” después. Aunque tuvo algunas escaramuzas con San Sebastián, sus criterios sobre la relación entre gobierno gremios son similares. El pleito en El Chocón brotó al margen de su imperio: una huelga “salvaje”, ya que cuestiona la estructura sindical y descoloca a los jerarcas gremiales. La experiencia no es nueva, ni en la Argentina ni en el mundo: en Limburgo (Bélgica), un proceso similar sacudió a la burocracia obrera; toda la estructura del socialismo sueco tambalea ahora frente a la resistencia de los huelguistas de Kiruna, en Laponia. Bajo el régimen de Onganía, los petroleros de Ensenada hicieron danzar al entonces conciliador Adolfo Cavalli: los huelguistas se agotaron, pero la conducción se desgastó. Para garantizar la estabilidad, el gobierno trata de captar las estructuras sindicales. Estas tienen, a su vez, la necesidad de mantener un margen de autonomía y cierta fuerza real. Sólo pueden obtenerlas piloteando sus organizaciones dentro de un angosto sendero limitado por los reclamos de sus bases y la capacidad de maniobra que les conceden las autoridades, antes de dejarlos caer. El olvido de las bases contiene otro peligro, tal vez mayor: cada concentración de trabajadores es un polvorín latente y cada conflicto una mecha encendida. Una característica de las huelgas salvajes es que zambulle de un golpe a quienes las realizan en el ejercicio de poder real: en la Villa Chica, la producción, las comunicaciones, la legislación, el ordenamiento de las vidas, una nueva estructura disciplinaria pasan a ser materia de debate corriente. Los resultados pueden ser sobrecogedores. Quizás el intento de diálogo oficial con interlocutores diferentes haga menos costoso el proceso. Pero el férreo mantenimiento del principio de autoridad impide al gobierno siquiera negociar en situaciones de fuerza. No obstante lo ha hecho, y lo seguirá haciendo. Aunque sin reconocerlo. El viernes de la semana pasada los plazos, para ambos sectores enfrentados, se hacían cortos: una semana de aguante, tanto para Hidronor (y sus contratistas) como para los resistentes. En tren de evitar locuras, dentro de las barricadas está prohibido el consumo de bebidas alcohólicas. En las filas policiales se recomendaba prudencia. No siempre cumplida: el jueves los obreros denunciaron que un huelguista boliviano había sido preso y torturado. Sus captores le preguntaron dónde estaba la dinamita. “En el medio de la Villa Chica", fue la respuesta. Allí está la clave del peligro. PANORAMA, MARZO 10, 1970 |
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