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Mendoza: Rebelión y después La protesta mendocina contra los aumentos en las tarifas eléctricas no empezó ni terminó el martes 4 de abril. Dos días antes, una muchedumbre pacífica había llegado hasta los escalones de la gobernación con cirios encendidos y omitiendo toda acción agresiva, todo insulto; sólo una rechifla unió a los caminantes: ocurrió al pasar ante el casino de oficiales. La tradición liberal de Mendoza no era, seguramente, lo único que latía detrás de la silbatina. Los agravios aumentarían después del martes 4, crecerían por la ola de versiones que ganó a la ciudad hasta el sábado 8, después que el presidente anunció la reconsideración de las tarifas, se suspendió el toque de queda y volvió a existir la información periodística, si bien teñida por los temores y la autocensura. La velocidad de los rumores fue increíble. El jueves se computaban trece muertos a las diez de la noche, y veinticinco unas horas más tarde. Entre las víctimas se contaba a Carlos Fiorentini, el líder de la CGT, quien, aunque detenido, gozaba de buena salud. En los barrios Guaymallén y Las Heras repiqueteaba la especie de que "la Aeronáutica se unió al pueblo". Tanto circuló la versión que un teniente del Ejército consultó a Panorama sobre su veracidad. El clima social en Mendoza, a mediados de la semana pasada, era heterogéneo, dependía del barrio. El denominador común de las opiniones, sin embargo, consistía en la sorpresa por lo que los mendocinos habían sido capaces de hacer. "Se acabó la fábula de que aquí no pasa nada”, se alegró un taxista. "Parece que también a esta tierra de paz y moderación llegó la violencia”, se condolió Pedro de Mattei, antiguo afiliado al partido Demócrata. Más allá del descubrimiento de las tensiones ocultas tras . la fachada rica y conservadora de la provincia, en las barriadas pobres anidaba la rabia. Los encargados de la represión —el Ejército, la gendarmería, la brigada antiguerrillera y la guardia de infantería de la Policía Federal— se lanzaron, después del martes rebelde a la búsqueda de los grupos activistas a cuya acción responsabilizaban de los saqueos y destrucciones de aquel día. En muchos lugares encontraron resistencia: barricadas, pedreas y —en algunos casos— tiroteos. En la madrugada del jueves al viernes, los vecinos de Las Heras —una zona baja donde van a parar las aguas servidas, el lodo de los aluviones y los cadáveres, ya que allí está el cementerio— escucharon centenares de disparos, en su mayoría de armas de repetición. Esa noche a las 23.45 un balazo mataba a Susana Gil de Aragón: estaba junto a la ventana, mirando por una hendija lo que ocurría en las calles donde atronaban los balazos. A la mañana siguiente una patrulla militar contestó a tiros los ataques de un grupo de jóvenes: quedó en el suelo el cadáver de Luis Demetrio Ramón Mallea, de 18 años. El sábado por la tarde, los entierros de ambas víctimas se desarrollaron en contenida tensión: tropas del Ejército vigilaron la marcha de los cortejos fúnebres y las motos de la Brigada Antiguerrillera de la Policía llegaron a entrar en el cementerio, miradas con irritación por el público. Algún efectivo policial provocó —Panorama fue testigo— a los vecinos de la familia Mallea: "Tiren piedras ahora”, dijo en tono desafiante cuando un grupo conversaba en una esquina próxima a la casa de duelo. "Ya van a entrar aquí con los pies para adelante”, acotó en cambio un miembro del cortejo cuando los antiguerrilleros irrumpieron en el camposanto. Afortunadamente, los nervios no llegaron más allá de las agresiones verbales. ![]() "Puede ser —respondió un día después José María Llorens, un sacerdote que oficia en el humilde barrio San Martín—, pero a nosotros sólo nos consta que desde Córdoba vinieron López Aufnanc y su gente adiestrada para participar en la represión.” Llorens estuvo presente en la manifestación del martes, junto a muchos de sus fieles y fue el primero en auxiliar a Ramón Quiroga, la primera víctima de la refriega: “Soy sacerdote —le dijo al verlo caer herido a su lado— traigo el perdón de Dios”. Para Carlos Aguinaga, uno de los principales ideólogos del partido Demócrata, la participación de activistas fue evidente. Aunque también considera que "la represión a los docentes parecería un acto preparado para provocarlos”. Aguinaga piensa, además, que técnicamente los represores se movieron con deficiencias. "Un despliegue de efectivos hubiera impedido las depredaciones. En cambio se hizo actuar primero a la policía, que no tiene casi medios, y sólo al final apareció el Ejército, cuando ya era tarde. A esa hora ya se habían lanzado al pillaje —yo los vi— los muchachitos y casi niños que saquearon y rompieron al grito de Perón, Perón." Benito Marianetti, secretario general del partido Comunista y conjuez de la Corte Suprema mendocina, adhiere parcialmente a la opinión de Aguinaga: “Fueron elementos marginales y no proletarios los que depredaron. La ruptura de vidrios y el incendio de coches me parecen una estupidez: romper el frente de quienes protestaban contra el aumento de la electricidad”. Para el doctor Marianetti, "la actitud de Lanusse y de quienes lo asesoraron —San Sebastián y Manrique— me parece sensata: la política debe estar por encima de la técnica para poder aliviar las tensiones. El gobierno no comprende las necesidades sociales de nuestro pueblo”. Lo cierto es que si hubo sectores adiestrados para la lucha guerrillera en Mendoza, demostraron ineficacia: los únicos muertos reconocidos son civiles y las fuerzas de seguridad sólo tuvieron una baja, un soldado herido en la nalga por una bala que le interesó también el pene. ![]() EL SILENCIO Y LA PAZ. El sábado por la mañana volvían a aparecer los diarios mendocinos, las calles se poblaban y en cada esquina florecía un corrillo que comentaba —sin hacer diferencias— las noticias y los rumores. Por la tarde se hacía pública la versión de que Félix Enrique Gibbs sería el próximo gobernador. "Un discípulo de Manrique", definió un periodista de Los Andes. "Un oportunista simpático”, calificó un hotelero. En verdad, un miembro sui generis del partido Demócrata ("los gansos", para los mendocinos) que no tiene predicamento dentro de ese sector. "Me parece mal dar la imagen de continuismo”, señaló Carlos Aguinaga. Como si desde el martes al viernes hubieran ocurrido hechos merecedores del olvido, los órganos de prensa retaceaban las noticias sobre el mendozazo. Los periodistas de esos diarios —muchos de los cuales arriesgaron su vida para recabar información— se quejaban de la autocensura. ¡Los comercios abrían sus puertas (sus ventanas ya estaban abiertas, sin vidrios sanos). La gente moderada prefería olvidar. En los barrios pobres, en cambio, mucha gente se empeñaba en hacer memoria. Guste o no, desde ahora en adelante nada será igual en Mendoza. Jorge Raventos (Sobre la base de información propia y del corresponsal en Mendoza, Néstor García Morro.) ___Recuadro en la crónica___ ![]() No fue fácil llegar hasta el departamento de Francisco Gabrielli en la tardecita del viernes 7 mientras el toque de queda silenciaba las calles céntricas de Mendoza, En el hall de acceso al edificio, una docena de policías de la provincia custodiaba el ingreso de gente ante las puertas de cristales heridos por la pedrea vecinal del martes 4. Después del cacheo de rigor, ya en el piso alto, un corredor breve conduce al típico living-comedor de clase media con sus sillones tapizados en tela de colores vivos y un denso olor a lavanda que inunda el ambiente. Enhiesto en su traje de príncipe de Gales, el ex gobernador de Mendoza aparece sonriente, como si no lo hubiesen afectado los últimos sucesos que narra a su manera: —Durante la marcha del domingo 2, cuando diez mil personas llegaron pacíficamente hasta la Casa de Gobierno, yo no estaba. Al regresar estudiamos con mis colaboradores y con el jefe regional de Agua y Energía el problema de las tarifas de la luz y llegamos a la conclusión de que eran exageradas. Me comuniqué con Buenos Aires y propuse postergar la aplicación del aumento por un mes para tener tiempo de hacer los estudios necesarios. —¿Usted sugiere que la medida se tomó sin asesoramiento técnico? —Mire, yo no estoy en contra de la técnica, pero creo que en casos como éste debe limitarse a obrar como apoyo, como respaldo. Las decisiones deben ser tomadas en base al sentido común, al sentido político. En este caso, además, creo que se tomó la resolución del incremento de una manera algo apresurada e inconsulta. —¿Por ese motivo renunció? —No, no fue por eso, sino porque mis atribuciones como gobernador fueron disminuidas al poner todas las fuerzas de seguridad en manos del general Luis Gómez Centurión y al declarar la zona de emergencia. Yo podía haber llevado las cosas de una manera sensata. Le dije a Mor Roig: “Déme autorización para anunciar que la luz no se paga por un mes para reconsiderar el aumento y los aplausos los ganamos nosotros”. Pero no me hicieron caso. —De lo que usted dice surgen algunas contradicciones: Las fuerzas de seguridad fueron concentradas en manos del general Gómez Centurión en virtud de una legislación preexistente, que usted aceptó siendo gobernador. Además, usted afirma que hubiera permitido la marcha, pero el lunes 3 dio un comunicado prohibiéndola. —En cuanto a las leyes a las que usted se refiere, es cierto. En su momento yo las consideré lógicas y justas. Lo sigo haciendo aún. Pero creo que su aplicación no era necesaria en este caso. Sobre la prohibición del acto debo aclararle que mi comunicado tendía a desalentar a los más tímidos, ya que sabíamos que la marcha que se preparaba era importante. Pero mi intención era permitirla y no reprimirla. El agua coloreada de los tanques Neptuno y la acción violenta de la represión dieron lugar y argumentos a los subversivos que sabíamos que iban a actuar. Pero el mayor argumento que les estamos dejando es la falta de institucionalización del país. —Si sabía que iban a actuar los grupos extremistas de los que habla, ¿porqué no lo previno? —Hay mucha gente que no entiende la hora difícil que vive el país. Si un gobernador como yo pone preso a un civil sin causa evidente, se levanta el Colegio de Abogados, los médicos. Eso solamente lo pueden hacer los militares. Revista Panorama 13.04.1972 |
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