Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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"En la casa de al lado nació una nena. Es negrita" Tal fue la humilde definición que tuvo Mercedes Simone cuando llegó a la vida. ERA en Villa Elisa. Barrio de La Plata, con color de pueblito. Con casitas llenas de flores en los patios. Con verjas junto a las veredas de ladrillo. Con macetas coloradas en las balaustraditas sonrosadas de los corredores. Con latas de aceite, búcaros de la humildad, sosteniendo las galas de los geranios y de las diademas. Era en Villa Elisa. Allá por el año 1907, cuando, en una de esas casitas dulces y pobretonas, un matrimonio criollo —madre gaucha y padre italiano—, esperaba la llegada de una criatura. —Entonces llegué yo —dice Mercedes Simone, acurrucada en un sillón blandito como si se arrellanara en la pluma tibia de los recuerdos. Así iniciamos nuestra tarea de reportear, para los lectores de RADIOLANDIA a la cancionista argentina cuyo arte sorprendente avanza en forma segura e ininterrumpida, señalando un porvenir difícil de limitar en un augurio. Y así, en una casita de un barrio de La Plata, llegó al mundo Mercedes Simone. Sin pompas. Sin cuna de oro ni sábanas de hilo. Sin hacerse sentir casi. “En la casa de al lado nació una nena. Es negrita”. Y su llegada, sólo repercutió en la emoción del hogar criollo, endulzando el duro pan del trabajo, con la alegría de la primera sonrisa. “Yo le rogué a la Virgen que fuera mujer”, dijo la madre buena. Deseo de madre compañera. Las mujeres son del hogar. Los hombres de la vida. La Virgen había escuchado el ruego. En su homenaje se hizo el bautizo y la “negrita” se llamó, entonces, Mercedes. CUATRO AÑOS Transcurrieron cuatro años. La “negrita” del pelo cetrino y los ojos chiquitos se fué estirando. Era buenita. No hacía ruido. Se entretenía en los rincones de la casa haciendo rodar carreteles sobre la tierra del jardín. Regando las flores con una regadera de juguete. Vistiendo muñecas con retazos de mil colores. Haciendo dormir el perrito en un almohadón viejo y roto. Una tarde el padre la cargó sobre las rodillas y después de mirarla cariñosamente le pidió su primera voluntad. —¿Qué querés hacer, Merceditas? —Yo quiero dir al colequio, como la nena del flente. Al otro día, Mercedes llegaba de la mano de la madre al Colegio Religioso de La Sagrada Familia. Allí estuvo ocho años. Allí aprendió a rezar. A leer. A cantar. Sí, a cantar. Porque integraba los coros religiosos de la catedral. Tenía una voz chiquita y atiplada. Y un oído soberbio. Aprendía fácilmente los cantos litúrgicos. Es que tenía en el nido del alma el pájaro tibio de la canción. CON EL SUDOR DE TU FRENTE —Nunca le pedí demasiado a la vida —nos dice con una serena tristeza, Mercedes Simone—. Siempre me conformé con lo que me trajo. Jamás maldije los sinsabores, ni la estrechez. Tal vez por eso me llegó el pago de una suerte grande. En este tono lindo, “La Negra”, nos relata las horas tristes de su vida en el hogar humilde. El pan no abundaba. Los brazos fuertes en el trabajo no podían conquistar el bienestar. Nada faltaba en la casita. Pero nada sobraba. Mercedes tenía doce años. Sus dedos flacos y largos se habían vuelto ligeritos en el manejo de la aguja. Quería ser costurera. Ayudar en la lucha del hogar. Con su única arma. Los dedos ligeritos para el dedal. Entonces se contrató como aprendiza en una tienda. La tienda de “La Francesita”. Allá en la calle 14 entre 62 y 63 de la ciudad de La Plata. La dueña era francesa. De allí el nombre pintoresco. ¡Cuarenta centavos diarios! Un kilo de pan, apenas. Sueldo chico y sueldo grande a la vez. “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”... ¡Y eso era lindo, qué embromar! —En “La Francesita” trabajé dos años. No había progreso. El sueldo era el mismo siempre. Por eso busqué otro destino. Fui encuadernadora en la imprenta de Benavidez. Ganaba ochenta centavos diarios en los comienzos. Al poco tiempo recibía diariamente la suma de dos pesos con cincuenta centavos. Estaba en estas cosas cuando conocí a mi actual esposo, Pablo Rodríguez. Fué mi primer y único novio. Tenía recién dieciséis años. Nos enamoramos perdidamente. Con un cariño que no tendrá fin, como usted ve. Él me obligó a dejar el trabajo. Acepté. Pablo era cantor. Tocaba la guitarra y cantaba. Formaba dúo con un amigo, llamado Longo. Hacía jiras por los pueblos de la provincia de Buenos Aires y volvía con mucho dinero. Mientras era soltero lo gastaba. Cuando llegó a mi lado, comenzó a guardar. Un día establecimos la fecha del casamiento. “Nos casaremos el 24 de noviembre”, me dijo un día. ¿Tenés dinero?, le pregunté. “No”, repuso. ¿Y, entonces, cómo haremos? “No te aflijas, “Negra”. Mañana salgo de jira”. Y, efectivamente —dice Mercedes-—, salió de jira. Una jira larga, que duró diez meses. Me escribía desde todos los pueblos. “Vamos bien”, me decía en las cartas. “Los ahorros crecen”. Hombre de palabra, Pablo llegó a Villa Elisa el 17 de noviembre. Conforme a su promesa, el día 24 nos casamos. —Quiere decir —le interrumpimos—, que este hogar estaba destinado a levantarse con el dinero ganado en el arte. —Efectivamente —replica Mercedes—. Parece nuestro destino. Por lo menos hasta hoy, se cumple, gracias a Dios. VIDA NUEVA Pablo Rodríguez, flamante esposo, instaló, deseoso de parar sus vuelos, una peluquería en Villa Elisa, el barrio natal de Mercedes. Pasaron algunos años. La vida era tranquila. El trabajo. El cariño. En medio de todo muchos ensueños de bonanza. Y cuando el aburrimiento quería apoderarse de ellos, Pablo templaba la guitarra y, juntos los esposos cantaban con la alegría sincera de la pobreza llevada sin la fiebre de la ambición. —Éramos felices —dice Mercedes, entornando los ojos—. Sabíamos ser pobres... Hacemos una pausa en el relato. A veces, el repórter siente la pena de tener que urgar recuerdos. La vergüenza de estar violando secretos que son para el que los ha vivido solamente. Pero es el oficio que, en complicidad con la popularidad, exige que los héroes del público cuenten su vida. Estamos pensando en esto cuando, en la sala, entra la sonrisa de una chiquilla linda y picarona que en sus perfiles va diciendo que es la hija de Mercedes Simone. La entrada me alegra. Es una oportunidad que aprovecho para seguir investigando disimuladamente. —Y ésta, ¿cuándo llegó? — pregunto. —En ese entonces —contesta Mercedes. Con esta nena me llegó la suerte. Mi éxito tiene la misma edad que mi hija. —¿Por qué? —Verá. —Veamos —digo y preparo el lápiz—. Esto se pone interesante. LA CASUALIDAD FUÉ MI COMPAÑERA —Pablo no se sentía feliz con el negocio. Era muy andariego. No podía estar siempre en el mismo lugar. Tenía como la intuición de que de allí no saldría nunca. De que a la suerte hay que salir a campearla. Por eso decidió salir de nuevo, con su voz y su guitarra. Habló al compañero. Longo aceptó en largarse por el camino de una nueva jira. “Negra”, nos vamos”, me dijo un día. Me puse muy triste. Papá había muerto. Yo salía de una enfermedad. Estaba muy vencida para aguantar la soledad. Me voy con vos, le dije. “¿Conmigo?”. Sí. Contigo. “¿Y la nena?”. La nena quedará con mamá. “Bueno”, dijo Pablo. Y así salimos los tres en la jira. Ellos actuaban. Yo, desde la platea, palpitaba los éxitos y fracasos. Así llegamos a Bahía Blanca. Un día, antes del debut, Longo, el compañero de Pablo, se enfermó. No se podía debutar. El empresario del Cine Bar estaba desesperado. Una noche, desde el patio del hotel, nos oyó cantar a Pablo y a mí en dúo. Entró como un loco. —Preséntense ustedes juntos— nos dijo. Nos miramos con Pablo. “Te animás”, me dijo él. Yo conocía el repertorio de memoria. Además, estábamos ensayados, porque siempre cantábamos juntos. —“Aceptamos”, dijo mi esposo. Estrechó la mano del empresario y ese día, en la pieza del hotel, ensayamos todo el repertorio. Recuerdo —dice Mercedes que hice poner en la victrola del hotel, un disco de Gardel. El tango “¡Leguisamo solo!”. Así lo aprendí para cantarlo yo sola. Y debutamos. —¿ Tuvieron suerte ? —Mucha. Los aplausos fueron augurales. Y así seguimos la jira, llevando al compañero enfermo. Y el dúo Rodríguez-Simone, se presentó, con la suerte de levantar grandes aplausos, en Tres Arroyos, Tandil, Azul, Olavarría y muchas ciudades de la provincia de Buenos Aires. Nuestro destino estaba trazado. BUENOS AIRES — Ese triunfo nos trajo a Buenos Aires. Buscamos el consejo de personas autorizadas. Nos presentamos a Alfredo Pelaia, entonces integrante del dúo Pelaia-ítalo y valor muy cotizado. Nos pidió una prueba, y, después de oírla, nos aconsejó que disolviéramos el dúo. “Usted sola puede tentar fortuna”, dijo Pelaia. Pablo, con una generosidad que lo enaltece, comprendió y desde ese día abandonó el canto para convertirse en mi secretario y en mi compañero. En tal carácter salió a buscarme trabajo y me contrató en el Café Nacional. En ese tiempo actuaba la orquesta de De La Cruz. Eran los tiempos del tango “El ciruja”. La orquesta ejecutaba tres piezas y yo cantaba dos. Ganaba por esa labor, pagando a mis guitarristas, la suma de cuarenta pesos moneda nacional. Allí, de casualidad, me escuchó don Jaime Yanquelevich, flamante propietario de L O Y, Radio Nacional, Estación Flores. Comisionó a Pablo Valle para que me contratara. El arreglo fué fácil. Por todo el número, mis guitarristas —Pablo y Baudini— y yo, recibí el sueldo de siete pesos por audición. ¡Y qué audiciones! Cantaba hasta treinta canciones. Si parece mentira. En el mismo Café Nacional, base de mis futuros éxitos, me oyó Juan Carlos Casas, alto empleado de la Casa Víctor, y de inmediato me contrató para grabar discos. Y, además, cuando ya se terminaba mi contrato con el café, un representante que no sé hoy qué es de su vida, llamado “Piolita”, me consiguió trabajo en la varieté del Cine Empire. Así conocí a Humberto Cairo, quien gustó de mi arte y me llevó también al Cine Florida. Ganábamos más o menos sesenta pesos diarios. Era una gran fortuna. Se iniciaban las horas buenas. Desde entonces no dejé de trabajar un día. Dios me dió salud y suerte. LA CONSAGRACIÓN —Una vez se formó una compañía de revistas. Actuaban en ella Pepe Arias y Pepita Muñoz, entre otros. Yo fui contratada para hacer los fines de fiesta cantando tangos. Gusté mucho. La obra, que era de ambiente turfístico, se llamaba “Mistonga Sola”. Yo, para mantenerme a tono, cantaba aquel tango que aprendí en un disco de Gardel, “¡Leguisamo sólo!”. Terminado el contrato el éxito me independizó. Resolví recorrer cantando todos los cinematógrafos de la capital. El prestigio que iba adquiriendo en la radio llenaba las salas donde actuaba. Se corrió la voz entre los empresarios y todos los días tenía solicitaciones para todas partes. Trabajé mucho y gané más aún. —Cuando terminé esta tarea fui apalabrada para actuar en el teatro Maipo con la compañía que encabezaba el prestigio de Gloria Guzmán, entonces primerísima vedette y principal atracción de Buenos Aires. Acepté. Con la misma compañía fui a Chile. Allí tuve que actuar mientras estaban en Chile Libertad Lamarque, Azucena Maizani, Tania y Anita Palmero. Todas tuvimos suerte, porque todas tuvimos éxito. Nosotros, desde el escenario del teatro Baquedano, cumplimos una temporada extraordinariamente exitosa. De vuelta al país, y formando parte de un conjunto dirigido por Alberti, crucé el Rio de la Plata y debuté en Montevideo. Triunfamos también. Tenía mucha suerte —subraya Mercedes con humildad. —Y mucho arte —tenemos ganas de decirle. Nos callamos. En cambio, la invitamos a seguir adelante—. ¿Y después? ¿Qué más? —Después... Lo que viene después ustedes y el público ya lo saben. Es tan reciente... Ni vale la pena hablar de eso. En efecto. Lo demás es historia moderna. Pertenece a la actualidad. ¿Quién no conoce esta última etapa de Mercedes Simone? ¿Quién no sabe que un buen día, después de actuar en Radio Splendid, don Jaime Yanquelevich la contrató por la suma fabulosa, entonces, de doscientos pesos por audición? ¿Quién no sabe que Mercedes fué al Brasil y, en dos meses de labor en el Casino de la Urca y en la Radio Marink Veiga, ganó una suma fabulosa? ¿Quién no sabe que al año recibió en Radio Belgrano un aumento de cien pesos por audición, y a los dos años firmó un contrato hasta 1938 por la astral cantidad de siete mil doscientos pesos mensuales? ¿Quién no sabe que actuó, cantando, en “Tango” y en “Sombras Porteñas”? ¿Quién no sabe que vendió miles de discos Víctor y Odeón, llevando su nombre por todos los rincones del mundo? ¿Quién no sabe que impuso con el sólo prestigio de su voz montones de tangos y de canciones? ¿Quién no recuerda sus éxitos con “Siboney”. con “La Flor del Palmar”, con “Milonga Triste?”. PROYECTOS Tengo proyectos, pero no los quiero anunciar. Una vez me propuse partir para Norteamérica y me quebré una pierna en las vísperas del viaje. Otra vez me propuse ir a España y se desató esta sangrienta y triste guerra civil en el país hermano. No quiero caer en la tercera. No sé dónde iré. Cuando lo decida será en forma fulminante y sin premeditación. Las improvisaciones salen mejor. EL FIN Nos despedimos de la cordialidad de Mercedes. Cruzamos el ancho hall de su casa. Y desde la vereda de enfrente esperamos el tranvía y ordenamos los apuntes mentales. Y sin darnos cuenta, mientras admiramos su modesta palabra y medimos el largo camino de triunfos recorrido por su arte y su voluntad, tropezamos con el frente lujoso de su hogar de hoy. Y sin quererlo volvemos los recuerdos a aquella modesta casita de Villa Elisa. Unas palabras de Mercedes zumban en nuestros oídos: “Nunca le pedí demasiado a la vida. Siempre me conformé con lo que me trajo el destino. Jamás maldije los sinsabores. Tal vez por eso me llegó el pago de una suerte grande.” Suerte grande y suerte linda, ampliamos monologando en silencio. El guarda interrumpe los pensamientos ofreciéndonos el boleto. Tengo veinte centavos en el chaleco. Para no ser menos, no mendigo. Me conformo con mi suerte. A lo mejor, procediendo así, algún día el destino me regala un tranvía. Todo es posible en esta vida, mediante la voluntad y el trabajo sincero. Y si no, que nos dicte su lección el alma fuerte y simple de Mercedes Simone, nuestra gran estrella. Pie de fotos -Esta es la casa donde nació Mercedes Simone, en Villa Elisa. La acompaña la misma señora que atendió a su madre cuando ella llegó a la vida. -El dúo Simone-Rodríguez fué el precursor de esta figura cumbre del cancionero popular que es hoy Mercedes Simone. Foto obtenida hace más de diez años, pero que para ellos tiene, claro está, un valor inestimable. -Su vida de hoy, que reparte entre el halago de la popularidad —que no ha modificado la humildad de su espíritu— y el cariño por sus dos hijitos. Con ellos la muestra esta foto, en la dulce intimidad del hogar. Su hijita es ya una señorita, admiradora Nº1 de la madre, y el pibe, un ingeniero en ciernes, que está elaborando desde ya los proyectos de su propio porvenir. -“Pablo Rodriguez fue mi único novio. Nos enamoramos perdidamente. Con un cariño que no tendrá fin, como usted ve." En efecto, esta foto, obtenida trece años después de conocerse, lo ratifica. -La Mercedes Simone de hoy. Intérprete de profunda, sensibilidad, que canta y que comprende por qué ha llegado al puesto que hoy ocupa mediante una lucha constante, tesonera y apasionada. Revista Radiolandia 15.05.1937 |
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