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MIGUEL MIRANDA:
para ciertos hombres no hay perdón... Investigación de Héctor Simeoni LA personalidad de don Miguel Miranda encajaba perfectamente en la honrosa condición humana del “self made man”, porque, en efecto, se hizo a sí mismo. Hijo de padre catalán y madre aragonesa, de casta veníale el tesón para el trabajo y su carácter decidido y firme. Todavía era un niño cuando comenzó a ganarse la vida como dependiente de comercio; luego aprendió el modesto oficio de hojalatero y durante muchos años trabajó en talleres de esa especialidad, adquiriendo así, lentamente y en forma segura, los elementos para encarar empresas acordes con su vocación. A los cuarenta años se había convertido en uno de los industriales más fuertes del país en aquella especialidad industrial y en la elaboración de conservas, con numerosas fábricas cuya prosperidad crecía por su esfuerzo personal constante, ejercido a título de ejemplo para sus colaboradores. Con estas palabras quedaría trazada la biografía de “don Miguel”, como se le llamaba en los círculos del comercio y la industria. ![]() Industrial, comerciante, financista, forjado al calor dé la valoración del mercado interno y de la trascendencia de industrializar la producción nacional en la medida de las posibilidades de su época, don Miguel Miranda enfrentó decididamente a los intereses agroimportadores con una energía y una audacia que no se habían conocido antes. Denunció la falacia de nuestra riqueza mientras la producción fundamental se basara en la ocupación de “una vaca por hectárea”, exhortando a la tecnificación de las empresas agropecuarias y a la industrialización de sus productos. Dio al crédito la función de emulador y fundamento de la creación de una industria de consumo que sustituyera importaciones que insumían más del 35 por ciento de nuestras compras en el mercado exterior. Defendió el signo monetario y acumuló reservas en el Banco Central. Hizo, en suma, una política de defensa del producto nacional, sin prestar oídos a los bonzos de los intereses antinacionales. Sin detenerse entre la campaña de la vieja “pinza” que levantaba las banderas de los “negociados de Miranda”, respondía: “¿Coimas? Pero, ¿quieren que coma papeles de mil hasta que me muera?” Volveremos luego sobre este tema. SUS TRABAJOS Con su iniciativa como secretario de Estado fue factor creador y realizador de la nacionalización del Banco Central de la República; concertador del pacto angloargentino que para la historia llamóse Miranda-Eady y de la compra de los ferrocarriles británicos. Alguien sostuvo alguna vez que en este país no hay economistas, sólo “aprendices de brujos” que maniobran de acuerdo con las circunstancias aplicando “recetas” que consideran viables de efectivizar. Miranda, cuando los fondos argentinos estaban bloqueados en los Estados Unidos y eran libras inconvertibles en Inglaterra, cuando el hombre de la calle tenia que hacer largas colas para conseguir productos esenciales, fue el autor del milagro doméstico. Su paso por el Gobierno reconoce estas etapas: miembro del Consejo Nacional de Posguerra; funcionario de la Secretaría de Trabajo y Previsión (junto a Hugo Mercante); presidente del Banco de Crédito Industrial; presidente fundador de FAMA; presidente del Banco Central, etc. Miguel Miranda fue uno de los propulsores más decididos del funcionamiento del IAPI ( Instituto Argentino de Promoción del Intercambio), organismo que actualmente ha cobrado una palpitante actualidad, ya que no son ñocos los sectores que propugnan decididamente su reimplantación en lo que hace a diversas áreas de la economía. Por ejemplo, se solicita en estos días que se dé a la Junta Nacional de Granos la función que tenía anteriormente de comprar toda la producción triguera y distribuirla entre la exportación y los industriales, en este último caso mediante cupos de molienda. EL GRAN ATACADO La izquierda y la derecha se ensañaron con Miranda. En 1947, Victorio Codovilla, secretario del Partido Comunista, escribió: “El caso Miranda es singular. Se trata de un hombre que se convirtió al peronismo a última hora —según sus propias declaraciones— y se transformó con rapidez asombrosa en el hombre de más relumbre del gobierno actual. No existe problema económico, financiero o social en el que no intervenga directamente Miguel Miranda. ¿Que se trata de negociar la adquisición de los ferrocarriles? Miranda. ¿De la Unión Telefónica? Miranda. ¿Decidir si la empresa nacional será mixta? Miranda. ¿Establecer los precios de los productos agrícolas? Miranda. ¿Establecer los precios de los productos que deben ser importados y exportados? Miranda. ¿De hacer convenios comerciales con los países vecinos? Miranda. ¿De si se expropian o no las tierras de las sociedades anónimas? Miranda. ¿Se trata de vender o transportar cosechas? Miranda. «Puedo vender solamente la mitad; no puedo transportar más», declaró enfáticamente a los chacareros; como si la comercialización de la cosecha fuera un asunto de la incumbencia particular de Miguel Miranda. “¿Esto es casual? No. Este es el hombre de la segunda etapa de la «revolución» de la que habló el presidente en Mendoza. Es decir, la etapa que ha terminado la concesión de mejoras de carácter social y en las que los trabajadores trabajarán más, se sacrificarán más y rendirán más”. El señor Ernesto Durañona, desde “Tribuna”, era el encargado de lanzar los dardos de la derecha. Decía de Miranda: “Negocios, negocios, negocios es lo que quiere. Andemos caliente y fríase la gente con sus descamisados y su 17 de octubre”. Afirmaba luego que el Banco Central, el IAPI y todos los organismos financieros oficiales estaban plagados de “siervos del capitalismo foráneo”, terminando por acusar a Miranda, con una reiteración sin precedentes, de cuanto negociado se pudiera imaginar. SU FINAL La campaña de calumnias subió tanto de tono que a escasos días de cumplir su primer lustro de actuación pública, en 1949, el señor Miranda claudicaba. En una carta que aún se recuerda por su sencillez le pedía a Perón que lo relevase de todo cargo. Fundaba su pedido en el quebranto creciente de su salud, pero reiteraba su lealtad a la causa que lo sacó de las especulaciones privadas. Perón, que aceptó su renuncia, dijo en rueda de hombres públicos y periodistas: “Don Miguel se ha ganado con creces la gratitud de la Nación." Tuvo que emigrar a Montevideo, donde aprovechó el tiempo para crear allí diversas empresas industriales. Cuando regresó a Buenos Aires, en el puerto lo aguardaba el secretario privado de Perón. Su presencia renovada en Buenos Aires causo honda repercusión en el mundo de las finanzas: se le atribuían nuevas funciones de gobierno que no resultaron oficialmente confirmadas; se le adjudicó, en el comentario de la calle, la dirección del Segundo Plan Quinquenal el primero había terminado coronado por el éxito). Había regresado al Uruguay, en un viaje de fin de semana, cuando su corazón de luchador, enfermo desde largo tiempo atrás, dejó de latir. Al conocer la noticia, Perón, que estaba en Santiago de Chile, interrumpió una conferencia que pronunciaba en la Universidad santiaguina para decir: “En Montevideo acaba de morir don Miguel Miranda. Nuestro país le debe una estatua.” Ya era tarde para todo eso: la guerra sicológica lo había liquidado. Para ciertos hombres no hay perdón. Era el 21 de febrero del año 1953. _____________________ El rostro oculto (Posdata) La nota termina ahí. Pero antes de mandarla a taller le remitimos el original a uno de los hombres más claves que tuvo Miguel Miranda a su lado. Se trata de una figura que hoy cumple una función pública. Como lo conoció mucho, quisimos saber si no había fe de errata en el inventarlo de un hombre tan discutido y tan polémico como Miranda. Nos contestó con estos argumentos, que Incorporamos para totalizar la nostalgia: “1º) Hay un solo error conceptual en la nota: el párrafo donde dice «acumuló reservas». En rigor no fue así y allí estuvo lo básico de su aporte a la nueva visión económica argentina, y quizás mundial, anticipándose (no en doctrinas, pero sí en hechos) al propio Keynes: él gastó o mejor dicho, movilizó las reservas creadas durante la guerra, y las que bloqueó unilateralmente Inglaterra en la gran estafa de la posguerra, transformándolas en inversiones liberadoras. En el sector público, mediante la compra de los FF.CC., los nuevos barcos, FAMA, etc. En el sector privado con la rápida introducción de los bienes de capital y materias primas en el país. ’’Para los economistas clásicos, esto era una barbaridad, pero aún hoy resuenan las palabras de Keynes cuando dice, creo que en la «Teoría del Dinero»: «Si la acumulación de oro es la riqueza, los países árabes tendrían el mayor nivel de vida del mundo, ya que allí es donde se encuentra el máximo atesoramiento de todo el globo en metales preciosos». ’’Cuando entró en el Banco Central, Miranda dijo al ver el tesoro: «¡Cuánta riqueza inútil!». La frase fue utilizada por los universitarios argentinos radicalizándola como si él hubiera querido significar que era el propio oro el que despreciaba (en el sentido técnico, no moral), cuando el sentido era el de despreciar su Inmovilidad, su atesoramiento no creador. ”2º) Sugiero, sí da el espacio, agregar algunas anécdotas y frases de «Don Miguel»: "Sobre el Plan Marshall: «Cuando yo era chico jugaba tan bien a las bolitas que cada mañana me quedaba con todas las bolitas de los chicos vecinos. Para seguir jugando, la única manera que encontraba era la de volvérselas a prestar». "Sobre un balance del Banco Industrial: «Me dicen ustedes que están orgullosos de este balance tan positivo. Yo estoy triste, porque me está señalando que todavía actúan como un banco de comercio. Prefiero un banco en crisis por demasiado arriesgado y no una industria en quiebra para mostrar buenos balances». ’’A la misión británica, en la primer negociación de posguerra: «Argentina no vende más semillas de lino, ahora vende aceite. Y espero que en la próxima les venderemos pinturas hecha ya con ese aceite. No se enojen por esto, lo hemos aprendido de ustedes». "Sobre un egresado, Medalla de Oro de Ciencias Económicas: «Indudablemente sabe mucho, pero me recuerda a un aficionado al baile que estudió danzas clásicas, y con el título bajo el brazo tuvo que ir a una reunión e invitó a todas las señoritas a bailar el «Lanceros», hasta que una, apiadada de él, le dijo: «Señor, usted llegó cincuenta años tarde a este baile». "Ultima: uno de sus colaboradores más íntimos encontró algunos años después de la ida de Miranda, en Suiza, nada menos que a Stafford Crips, el Lord Rojo de los laboristas y su mentor en materia económica. Enterado Stafford de quién era ese argentino, lo invitó toda una tarde a que le explicara «Who was that Miranda» y cómo era la visión global de su concepción de la economía. ”A don Miguel Miranda no lo voltearon los intereses, aunque esto sea un lugar común. Lo voltearon los «bienpensantes» académicos del propio Gobierno, que lo asustaron a Perón acerca de las consecuencias de una política económica sin precedentes. "Quedaron sin ejecutar algunos proyectos, que ni aun hoy en la propia URSS se hacen, en materia de promoción económica: por ejemplo: pensaba don Miguel decretar que todo el ganado del país sería transportado gratuitamente en todo el territorio. ¿Objeto?: independizar el valor de la tierra ganadera de la distancia a los centros de consumo y de exportación. "Decía don Miguel: «¿Por qué Santamarina puede criar ganado en Monte Grande y los salteños no, si las dos tierras pueden recibir y producir igual cantidad de carne? Lo que perdamos por fletes no cobrados lo ganará con creces el país. Yo quiero el balance grande, no el balance chico». "Así fue esa persona que nació veinte años antes de lo conveniente.” ________________________ ADIOSES ¡Quema esas cartas! Este es el texto completo de la carta que, en 1949, dirigió Miranda a Perón, renunciando: “Señor presidente y amigo: “Tres meses más y hubiera cumplido un lustro en la función pública, a la que ingresé como director del Banco de Crédito Industrial Argentino, en representación de la Unión Industrial Argentina. Después Ud. me llevó a formar parte del Consejo Nacional de Posguerra. Desde ese entonces estuve siempre a su lado, sirviendo al país, bajo sus órdenes. Vinieron los sucesos de octubre y proclama con orgullo que fui uno de los pocos hombres que quedaron a su lado. Recuerdo que cuando se ordenó la disolución del Consejo, yo, de mi peculio propio, pagué los sueldos de su personal, al que no se le quería liquidar sus haberes. En aquellos momentos nadie, salvo algún visionario, pudo creer que Ud. volvería a la escena pública. En la Secretaría de Trabajo y Previsión (su Secretaría) sólo quedaron tres personas: Hugo Mercante, la Srta. Hernst y yo. Todos los demás, salvo el coronel Mercante, que estaba a su lado, habían desaparecido. "Después acepté la presidencia del Banco de Crédito Industrial; fui presidente fundador de FAMA (cuando nadie quería hacerse cargo de ella, yo la acepté por orden suya). "En ese tiempo se desencadenó la lucha electoral. Sólo Dios sabe lo que tuve que sufrir en la Unión Industrial Argentina. Me mantuve firme y fiel a mi jefe. No ignoraba que con ello exponía la tranquilidad de mi familia, mi patrimonio y, ¿por qué no decirlo?, hasta mi integridad personal. Si hubiéramos perdido la elección sólo eso hubiera recogido. Lo acompañé, convencido de que usted era la única solución para sacar a la Argentina de su estancamiento y los hechos me han dado la razón. Estoy contento de haber procedido así. La gloriosa jornada del 24 de febrero aclaró el horizonte. De inmediato, y de acuerdo a sus instrucciones, me puso al frente del pelotón de hombres con los cuales estructuramos la reforma económica que ya Ud. había planeado en el Consejo Nacional de Posguerra. Quince días memorables. “Día y noche sin parar, hasta que tuvimos todo ordenado y usted pidió al general Farrell la firma de los decretos respectivos. “26 de marzo: me hago cargo de la presidencia del Banco Central, de acuerdo con sus instrucciones. “4 de junio: sube al poder V. E. por la unánime voluntad del pueblo. "¿Cuál era la situación del país? Nuestros fondos estaban bloqueados en EE. UU. y eran libras inconvertibles en Inglaterra. No teníamos ni carbón, ni petróleo., ni caucho. Había colas interminables para todo. La gente de nuestra ciudad se cansaba de esperar ómnibus destartalados, etc. Las cosechas se pudrían en los campos por falta de transporte y arpillera para bolsas. La administración pública debía 6 y 7 meses de suministros, y como Ud. lo ha recordado en distintas oportunidades, ni pasto para los caballos del Ejército se conseguía. “Debíamos a todo el mundo. Nuestras exportaciones se hacían al ridículo precio de 13,5 centavos por kilo de promedio. No teníamos tanques para almacenar petróleo, ni flota para transportarlo; no teníamos flota mercante; los puertos y canales hechos una calamidad por falta de material; nuestro Ejército, por falta de mecanización, no estaba a su altura, lo mismo que las fuerzas aéreas y navales; no había inmigración; en fin, éramos un país estático que, como usted dice bien, «se dejaba estar». "Todo en mano de extranjeros. Los ferrocarriles, los puertos, las aguas corrientes y obras de salubridad, compañías de transportes, de gas, de comercialización, y para qué seguir más. Bastaría con decir que nada era nuestro, salvo la obligación de producir y trabajar para el extranjero. “¿Y cuál es el cuadro de ahora? El organismo económico está completo. Habría que hacer algunos cambios que la práctica aconseja, pero el plantel de organismos es magnífico. Ahí está el IAPI, el IMIM, etc. Esta organización ha permitido que el país valorizara su producción. ¡Y de qué manera! Lo que exportábamos antes a 0,13 y % de promedio, el año pasado hemos obtenido 0,75 por kilo y aún no se ha conseguido el precio a que tenemos derecho, y bastará un solo ejemplo para justificarlo: si Inglaterra nos cobra cuatro veces más por el carbón de lo que nos cobraba antes de la guerra, es lógico que por nuestras carnes obtengamos cuatro veces más que el precio que antes de la guerra. Los cálculos para la comparación de precios promedio de ventas para la exportación han sido hechos al mismo tipo de cambio comprador (335,82). “Es un magnífico reverso de la medalla hecho por usted, en menos de 3 años. Yo le quedo eternamente agradecido por haberme elegido como ejecutor de sus magníficos planes de independencia económica. Y así como la independencia política exigió sacrificios y sangre, en ningún momento se me ocultaron las grandes dificultades de todo orden que tendría que vencer, los intereses que lesionar, los enemigos que combatir, para hacer triunfar los postulados económicos que encarnaba V. E. y que eran y son sostenidos como esperanza del pueblo argentino; pero los ideales perseguidos eran tan grandes para un hombre como yo, salido de nuestro pueblo sufrido y que sabe mucho de la lucha de clases, de persecusiones policiales y de todo orden de la oligarquía enseñoreada en el poder, que consideré y considero un gran honor y un gran privilegio haber podido constatar su triunfo al lado de nuestro incansable líder. “La revolución que usted hace en el orden económico ha rescatado a la patria del vasallaje, conquistando la independencia absoluta de tutelas foráneas. Para mí, y que me perdonen mi herejía los forjadores de nuestra independencia política, esta revolución ha sido más importante que la de 1810. “Ha sido una lucha terrible y sostenida, que afronté con mi férrea voluntad, con la convicción del soldado que da todo por su jefe y su patria. El camino está hoy abierto. La revolución triunfante ha visto conquistado por su líder el ideal perseguido. “El panorama ha cambiado totalmente. El país cuenta hoy con su gran flota mercante para que ningún otro Braden pueda hacerle sufrir otro bloqueo económico. Hemos pagado nuestras deudas y somos acreedores de muchas naciones. Se acabaron las colas de toda clase. La ciudad tiene transportes. No se pudren más las cosechas, tenemos «stocks» como nunca los tuvo el país de petróleo, carbón, arpillera, caucho, etc. Hay plena ocupación, con un poder de consumo enorme. Se acabaron para siempre las crisis cíclicas del algodón y la lana, porque nuestras industrias las valorizan; ya tenemos inmigración, buques-tanques y frigoríficos en construcción y llegando al país. La administración pública jamás estuvo al día como hoy. Nuestro Ejército está motorizado. Nuestra aviación cuenta con los mayores elementos, lo mismo que la marina. Ya se comienzan a instalar nuevas destilerías, etc., etc. Sería larguísimo enumerar todo lo hecho y lo iniciado. Para terminar este párrafo sólo diré: tenemos los medios de transporte en nuestro poder, que es lo mismo que decir que tenemos adquirida la soberanía plena; eso representa la compra de los ferrocarriles y la marina mercante. La nueva Constitución que libremente la Nación ha de dictarse, determinará variaciones en los organismos económicos y administrativos que con el acierto y la clara visión de futuro, características de V. E., han empezado a tener principio de ejecución. Hemos llegado, pues, a un hito y, como Ud. suele decir: «Hay que acomodar las cargas», y después de haber conseguido la primera y ruda etapa, y en este punto es en el que vengo hasta mi jefe y Presidente en mi solicitud de relevo. V. E. sabe que soy un hombre enfermo que requiere descanso y cuidado. Son serios los entorpecimientos de salud que en estos últimos tiempos he sufrido. No podría en estas condiciones seguir en mi puesto de lucha. “Sé que la generosidad de V. E. me ha de conceder el retiro que solicito, pero como buen soldado, si V. E. entendiera que mi colaboración pudiera ser útil, ahora, o en cualquier momento, en cualquier puesto, no importa en qué lugar, en la función que se me designe, tendré el orgullo y el honor de encontrarme, leal y sinceramente, como hasta hoy, a vuestro lado al servicio de la Patria. “Descuento el consentimiento de V. E. para dar a publicidad esta carta, a fin de que terminen de una vez por todas tantos comentarios que se hacen sobre mi retiro de la función pública. “Reitero a Ud. mi adhesión incondicional a vuestra persona, mi agradecimiento por todas las atenciones de que en todo instante he sido objeto por V. E. y hago votos por el definitivo triunfo de la enseña que enarbolais para el bien y grandeza de la Patria. “Deseo también dejar constancia de mi admiración por la obra que realiza vuestra esposa, la Sra. María Eva Duarte de Perón, la dama de la esperanza para nuestro pueblo. “Mi señora se une a mí por los votos que dejo expresados tanto para V. E. como para su Sra. esposa.” Firmado: Miguel Miranda. Revista Extra abril 1971 |