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Periodismo - hoy
Los jóvenes terribles

PANEL
Rafael Díaz Guzmán, 25, por “Gente”
Rodolfo F. Pondal, 24, Noticiero Radio Rivadavia
Oscar Giardinelli, 23, “Semana Gráfica”
Jorge Goldszer, 25, “Primera Plana”
Lía Levit, 25, “Confirmado”
Marcelo López Ferreiro, 20 “Para Ti”
Raúl Lotito, 23 “Primera Plana”
Ana María Llamazares, 18, “Atlántida”
María Mamberto, 21, “Competencia”
Ojos que comenzaron a ver cuando Perón llenaba por primera vez la Plaza de Mayo... Oídos que comenzaron a oír cuando la bomba atómica inauguró un sonido inesperado y terrible para la humanidad... Hoy tienen entre 20 y 25 años. Y son periodistas. Los “niños terribles”, como los llama más de un viejo, con una mezcla de ironía y, quizás, algo de resentimiento ante su empuje, sin duda, avasallan. ¿Quiénes son? ¿Cómo piensan? ¿Por qué están donde están? ¿Cómo viven la frontera entre jugar al periodismo y la profesionalidad?... Los reunimos para emplazarlos. Para comprobar si son o no tan “terribles” como los pintan...
por NELLY LOERI

EXTRA: Partiendo del hecho de que actualmente los medios periodísticos están integrados por planteles de menor edad promedio que los de épocas anteriores, nos proponemos analizar las motivaciones de tal fenómeno. Consecuentemente, nos interesa conocer, por un lado, el porqué del acercamiento de la juventud al periodismo y, por otro, el correlativo porqué de su aceptación empresaria.

Giardinelli: El periodismo es una pasión. Uno se acerca a él porque siente que hay allí todo un mundo que quiere descubrir. En cuanto al punto de vista empresario, creo que, desgraciadamente, el auge del periodismo joven se debe, en gran parte, a que es un excelente negocio. Los jóvenes tenemos requerimientos económicos y, además, damos una imagen de frescura que gusta al público.

Fernández Pondal: Los jóvenes actuamos con más libertad, con menos “compromisos”.

Levit: Sí, tenemos más empuje para buscar la información. El periodista mayor prefiere quedarse tranquilamente sentado a su escritorio. Acuerdo general: Los periodistas jóvenes son una funcional mezcla de lirismo (“entusiasmo, fuego sagrado”, puntualiza Díaz Guzmán) y acción, facilitada ésta, obviamente, por el imponderable elan que dan los pocos años. “Te mandan a Bolivia, por ejemplo, por tus aptitudes sentimentales, intelectuales... y físicas —ejemplifica con cierta ironía Giardinelli—. Evidentemente no pueden mandar a un hombre de sesenta años... por más trayectoria que tenga."

EXTRA: ¿Ustedes piensan que captan y expresa mejor nuestra época que esos periodistas “ya hechos”? ¿Creen, además, que aportan nuevos enfoques, un nuevo lenguaje, un cambio —en suma— en la línea periodística?

Fernández Pondal: A nivel de juventud hay una mayor agresividad en las preguntas, sobre todo en las entrevistas con funcionarios y políticos. Pero, atención: esa agresividad no es una forma de descarga contra el interlocutor. Es tenacidad, audacia, otra forma de planteo.

Levit: Los “viejos” pierden toda agresividad, un poco por la edad y/o por los años que llevan trabajando. No tienen ganas de pelearse con nadie... Quieren que todos los saluden por la calle.

Giardinelli: Al llegar y ver que está todo hecho, los jóvenes tenemos que buscar lo diferente. Eso nos obliga a encarar las cosas de otro modo. Y entonces usamos, por ejemplo, la agresividad o la sutileza.

“En radio y en TV esa incisividad tiende al «vedettismo»” —reflexiona Fernández Pondal y desencadena largas disquisiciones sobre las peculiaridades de los distintos medios periodísticos.
La conclusión: la radio y la TV facilitan y, en cierta medida, reclaman él “estrellato” (“Si sos periodista público, o sos «vedette» o no sos nada” —sintetiza Lotito). En diarios y revistas, en cambio, es innecesario “acorralar” al entrevistado— entre otras cosas porque se dispone de más tiempo para la charla—. El lapso que transcurre entre ese momento y el de escribir la nota facilita, además, la reflexión. “Durante el reportaje quizás uno use también esa mecánica de agresión. Pero al escribir reflexiona e interpreta lo dicho de acuerdo con el estilo de la revista” —compendia Goldszer.
Anti-estrellas por obligación, los “escribientes” aspiran a una única cuota de vanidad: firmar sus artículos.
“Cuando se es cronista o informante eso no importa. Pero cuando se es redactor en una publicación seria, sí” —concuerdan Goldszer y Lotito. “Al público no le interesa, pero a nosotros sí. El que el director te permita firmar implica un reconocimiento a la calidad de tu nota” —se envanece Levit.

YO ESCRIBO, TU ESCRIBES... EL CENSURA
EXTRA: ¿La reciente mención a la necesidad de “interpretar” el material obtenido “en función del estilo de cada revista” no es una forma elegante de aludir a cierta censura?
Un interpretable silenció precede a un desganado “Todos conocemos las leyes del juego” con que la mayoría quiere obviar la cuestión. “Vos sabes dónde estás trabajando” (López Ferreiro) y “En las revistas de opinión hay autocensura” (Goldszer) son las vagas corroboraciones que obtenemos.

EXTRA: Concretamente. ¿Alguna vez les tacharon algo?
Giardinelli: Si. Cuando cubrí una nota sobre los tupamaros. De 24 carillas, el director censuró 16. A la semana siguiente hubo un cambio en la dirección (la asumió Burone) y se me ordenó rehacer el artículo: hice 30 carillas y no se me tachó una sola línea.
La fugaz gestión de Burone en esa revista sería quizás la mejor respuesta a la pregunta.

EXTRA: ¿Por qué creen que en estos momentos hay una aspiración masiva de dedicarse al periodismo?
López Ferreiro: Por dos razones: 1º) porque es más fácil entrar en las editoriales y 2º) porque queda bien. Probablemente la mitad de los jóvenes trabajan por eso: porque entraron impuestos y porque consiguen invitaciones y pueden “bolichear” gratis. Seguramente esa clase de “periodistas” ya no estará dentro de 6 o 7 años...
Giardinelli: Es cierto. En la cancha se ven los pingos y, generalmente, los periodistas “bolicheros” no son buenos. Al boliche hay que ir cuando es necesario, pero no vivir “de las tarjetas de invitación”...
Goldszer: Muchos estudian periodismo porque les fue mal en el ingreso en la facultad.
Lotito: Y porque creen que van a ser “como los de las series”...
Giardinelli: La presión está rodeada de un gran misticismo. No es casualidad que el “periodista de escuela” suela no terminar, ni trabajar en esto.

EXTRA: En suma, ¿la profesión tiene una imagen prestigiante?
Levit: Para el que mira de afuera si. Mi familia me “disculpa” que no sea profesional porque soy periodista.

APOLOGIA DE UNA CIERTA FIACA
EXTRA: Esas son, entonces, las tabulaciones que ustedes atribuyen a los demás. Pero... y ustedes, ¿por qué quisieron ser periodistas?
Nuevamente el lirismo aflora en las autodefiniciones. La razón determinante sería, para la mayoría, la posibilidad que brinda el periodismo de ejercer el ocio creador, la sana vagancia, satisfaciendo, paralelamente, la sed de aventura. Quizás, también, se vivencian como elegidos. “Cuando estuve en otros empleos me sentí un bicho raro”, narra Lotito ante el asentimiento general.
La total ausencia del factor económico en tal decisión confirma lo dicho. Nadie eligió la profesión por considerarla gratificante en pesos, ni siquiera segura como empleo.
“No Podés pensar en casarte —se lamenta Goldszer—. Un día estás en una editorial y, de pronto, te vuelan.”

EXTRA: ¿Algunos enfrentamientos ilusión vs. realidad?
“Estudiar una cosa y tener que hacer otra totalmente distinta” (Mamberto). “Nadie te dice cómo tenes que manejarte con la gente. No te dan el oficio” (Llamazares). “El periodista se hace en la práctica” (Lolito).
Sensatos hasta provocar asombro, admiten que vocación, entusiasmo y escuela no determinan por si buenos periodistas y, por propia necesidad, se encaminan al “rescate” de algunos “viejos” colegas.
Goldszer: El joven puede acometer contra cualquier cosa, pero suele no tener la suficiente experiencia como para elaborar una buena nota de investigación. Claro que aquí hay que distinguir dos clases de periodismo: el “chanta” y el “serio”. El primero lo hace cualquiera. El segundo, necesitás que te lo enseñen.

EXTRA: ¿Al comenzar, los jóvenes pueden optar entre esos “dos periodismos”? La mayoría admite una claudicación inicial: aceptar “lo que venga” pero sólo como medio. Todos parecen aproximar su realización personal al trabajo en una revista “de opinión”, ya que permite meterse y comprometerse con la realidad. López Ferreiro desata las “iras” de buena parte de los presentes al sostener que “se necesita el mismo oficio para hacer «Radiolandia» que «Primera Plana» y que el profesional se ve en todo lo que hace”. Tan tajantes afirmaciones determinan dos bandos irreductibles: el que cree que “Radiolandia” (tomada como ejemplificación de un estilo) se hace con “creación y talento” y el que únicamente admite que para hacerla se necesita una especial “capacidad de adaptación” (“agarrar la manija”) que nada tiene que ver con las citadas cualidades.
Acuerdo total: si por obligación tienen que trabajar en una publicación “tipo «Radiolandia»”, lo harán lo mejor posible con “sentido de la responsabilidad” y “respeto a la profesión”.

IDEAS E IDEALES
EXTRA: Al comienzo dijeron que el periodismo joven es un buen negocio
para las empresas (se les paga menos, se los tiene más tiempo sin cargo estable) y ahora agregaron que para empezar “aceptaron lo que vino”. Normalmente, un periodista “adulto” rechazaría tales condiciones. ¿Ustedes no estarían estableciendo, entonces, una competencia desleal con ellos?
Mientras unos admiten abiertamente que sí, otros prefieren calificar tal procedimiento como un lógico “derecho de piso”.
Mamberto: Cuando uno es joven necesita entrar en una redacción para aprender de los demás. Por eso tiene que aceptar condiciones inferiores.

EXTRA: ¿Eso no los hace sentirse un poco “usados” a nivel empresario?
Goldszer: El periodista siempre depende de la empresa. Cuando empezás no te importa porque no tenes experiencia.
Giardinelli: En el sistema de libre cambio que nos rige, el periodista joven entra igual que un cadete en un banco. O sea, paga un derecho de piso.
La situación no es tan clara, ni tan simple para los demás: mientras que un cadete no puede ofrecerse gratis para que lo prueben, un aspirante a periodista sí puede hacerlo (o, al menos, intentarlo), razonan. Además, tampoco deben descartarse “la cuña” o “el amigo”, lo que particulariza también al medio.
Esto ocurre porque “no hay una ley de periodismo, ni una enseñanza reglamentada. El que tiene contactos entra y, a veces, el bueno se queda afuera” (Lolito). Afortunadamente esto no produciría graves problemas porque el mismo “metier” se encarga de realizar una rápida decantación: un periodista apto no se inventa y, al final, sólo los mejores logran permanecer.

EXTRA: ¿Cuál es su relación personal con los periodistas “adultos”?
La mayoría elude influencias “absurdas” (la de los “chantas”, seleccionados, obviamente, desde un plano subjetivo) y ofrece una gran plasticidad ante el ascendiente intelectual y "humano” de quienes eligen como maestros. Aquí Troiani se lleva las palmas porque —acuerdo general— “tiene una buena relación con los jóvenes: te recibe sin empaques, te respeta y, en algún modo, representa el estilo ideal al que queremos acceder”.
Consecuentes con ese ideal, en el momento de recordar “su” nota mencionan alguna vinculada con el acontecer socio-político: tupamaros (Giardinelli), caso Aramburu (Fernández Pondal), villas (Goldszer).

LA BANCARROTA DEL TALENTO
EXTRA: ¿Piensan dedicarse al periodismo “hasta el final”?
Giardinelli: Espero morir en esto, aunque reconozco que mi trabajo no es directamente el periodismo sino la literatura. Aquél es el oficio que me permite vivir.
Lotito: Depende de las aspiraciones económicas de cada uno. Como el periodismo es un oficio calificado que te abre otros campos, de pronto comprendes que, monetariamente, te conviene más ser jefe de relaciones públicas.
Estas dos opiniones ejemplifican sendas tendencias: permanecer o utilizar la profesión como medio, en varios casos por un pronosticable “cansancio”.

EXTRA: ¿El periodismo “gasta”?
Goldszer: Sí, y a veces querés mandar todo al diablo...
Giardinelli: Dicen que por ahí te vienen ganas de largar por épocas. Te cansa el medio, la opresión, la censura...
Lotito: Habría que dejar antes de empezar a chochear.
Este, chocheo (al que todos caracterizan como una suerte de lamentable bancarrota del talento) seria la resultante de una actitud mental más que de los números que denuncia la cédula. La larga estada en la profesión daría por resultado gente “maniática y anquilosada” (Lolito).
Esto se evidenciaría, especialmente, en el periodismo político: “Se inclinan demasiado por exceso de compromisos y terminan no pudiendo ver las cosas de afuera” (Mamberto). En otros casos, los “vicios” son originarios: “Muchos se formaron en viejas agencias noticiosas y no se adaptan a las circunstancias actuales” (Fernández Pondal).
Lotito: Hay toda una herencia de bohemia (“Critica” y “El Mundo”) que tenemos que remodelar. Ahí está nuestra gran responsabilidad. La década del 60 introdujo grandes cambios (comunicaciones vía satélite, por ej.) que nada tienen que ver con el periodismo de la época de Arlt. Y conste que esto no es un ataque contra la bohemia: ojalá nosotros pudiéramos escribir así...
Empeñosa (y empecinadamente) Goldszer se esfuerza por trazar un paralelo entre "bohemia" y “bolicheo”. Su conclusión es que el bohemio poseía una formación cultural que el “bolichero” no tiene. Si bien esta última afirmación es aceptada, la mayoría rechaza la validez del pretendido paralelo y hasta encuentra, una oposición entre ambos términos.
López Ferreiro: Hoy es anacrónico hablar de bohemia. Los periodistas asentados (35. 40 años) están en otra cosa. Y los viejos que fueron auténticos bohemios están desmembrados, no tienen fuerza como grupo coherente.
Conclusión: farrear (“haberse ver con modelos en los boliches”) es finalidad del chanta y nada tiene que ver ni con la bohemia de ayer, ni con el profesionalismo de hoy.
Si. como sostiene Ingenieros, “no ha vivido más quien cuenta más años, sino quien ha sentido mejor un ideal”, estos periodistas jóvenes son intensamente viejos. Voceros de una privilegiada generación que ha conmocionado al mundo con su rebeldía, tienen una influencia y una fuerza de decisión que los adultos ya no desconocen.
En nuestro país, ese poder joven que juzga, valora, destruye y crea) significa más de la mitad de la población (el 56 % tiene menos de 20 años). Esto explicaría que la actual asimilación de la juventud al periodismo (o.
quizás, a la inversa) no es casual sino lógica y necesaria.
Dueños de poderosos medios para hacerse oír (es decir, para hacer oír a la generación que representan), los jóvenes quieren manejar esos electrizantes “microcosmos” —diarios, revistas, radio, TV— a su imagen y semejanza. O sea, sin compromisos ni ataduras. Con la libre agresividad que les es patrimonio. Más allá de estilos y hombres que, por anquilosamiento y/o por comodidad, perdieron el tren (.. .o el satélite). Sus ataques a toda mistificación —llámese “snobismo", “bolicheo”, “chantada” o “chocheo”— obligan a pensar, a modificar esquemas obsoletos. Y aproximan a un ideal de periodismo (y, por lo tanto, de realidad) más sano, más positivo.
Escribir es su modo de asumir su responsabilidad, de meterse y comprometerse para ayudar a construir un país joven (el nuestro) que cree en el futuro. Un futuro que —al decir del recordado Arlt— “será nuestro por prepotencia de trabajo”.

LA VERDAD VERDADERA (¿SI?)
Espontáneos y desinhibidos, los periodistas jóvenes nos dieron (o creyeron darnos) su verdad. Aquí, Warnes, un psicólogo que asistió “tramposamente” a la mesa (los demás ignoraban su papel), clarifica conceptos y rastrea ignotos ideales burgueses.
“Cuando se está gestando una generación es muy difícil sentirse partícipe de ella y creo que éste es el caso. Aquí no podía observarse un común denominador generacional Los periodistas jóvenes aparecían como el producto de la demanda de un medio ó de una serie de medios que tomaban gente de un modo disperso, sometiéndola y alienándola.
“Hubo, además, como un fenómeno inicial una desvalorización del grupo que aparece como teniendo mucho que aprender, ya que, en la mayoría de los casos, se equivoca. Sólo sobre el final esto se revierte y empiezan a ver su función generacional: cuáles son las cosas que aportan o creen aportar. Como ejemplo, recuerdo el paralelismo entre la bohemia y el «bolicheo». Idealizan la bohemia, no de los padres, sino de los abuelos (Arlt) y desvalorizan lo que hacen hoy ustedes.
“Me llamó la atención el que vivan el periodismo como algo a que han accedido por las fantasías de la noche (ligada al misterio), las búsquedas de lo sexual, de lo latente en la ciudad, de lo que se oculta de día.
“Eso aparecía luego frustrado: habían entrado por eso, pero, en verdad, vieron que el periodismo era una cosa aburrida, rutinaria.
“Pero, ¿no será que en alguna medida obtuvieron lo que buscaban y que eso los hace sentir, un poco, como familiares descarriados que se encaminaron hacia la bohemia (de ahí la permanente disculpa de ésta)? ¿No se sienten en el fondo como trasgrediendo las pautas de la clase media?
Por un lado, hablan de su encuentra con «lo misterioso» (caso Aramburu, muerte de Vandor, etc.), pero, por otro le restan importancia e insisten en el profesionalismo (búsqueda del estatuto del periodista, reglamentación de la enseñanza), es decir, insisten en todo lo que constituye el sistema de status organizado de la “buena sociedad”.
EXTRA
abril de 1971
 

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