Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Pierre Goldschmidt
Pierre Goldschmidt: Treinta años después
¿Se habían perdido para siempre los paseos vespertinos por la avenida Foch? En septiembre los árboles del bulevard conservan todavía un verdor apagado; lentamente, París se desliza hacia el otoño. Pierre tiene 19 años y un uniforme vistoso de suboficial del ejército; con sus camaradas recorre la ciudad al borde mismo de la tragedia. En la tarde del 3 de septiembre de 1939 las arrolladoras divisiones del Tercer Reich entran en Polonia. Mil quinientos aviones de la Luftwaffe pulverizan la aviación polaca; un clima de 'bal musette' raya de fatuidad los anocheceres de Saint-Germain; alguien pregunta: ¿Pero es que estamos en guerra?
Descendiente de una sólida familia burguesa, Pierre Goldschmidt elige adelantar su servicio militar, a fin de ganarle un año a sus estudios. En 1938 cumple el curso de oficiales en Orleáns e ingresa, poco después, en la escuela de caballería de Saumur. Su destino en los próximos seis años quedaba así congelado: "Desde los veinte hasta los veinticinco —recuerda hoy en la librería Galatea, de Buenos Aires— mi juventud maduró en la prisión. Fueron años malos y buenos, y, sin embargo, es probable que hubieran podido ser mucho peores. Creo que, al fin, tuvimos suerte”.
La suerte de no morir, en primer término. Destinado a desempeñar tareas de apoyo logístico en Bruselas, Pierre consigue escapar al cerco de Dunkerque: "Pude salir antes de que los alemanes cerraran la pinza y llegué a Bretaña, donde me reuní con el resto de mi compañía. Sin embargo, en Rennes, se acabaron las escaramuzas. La zona estaba bajo el mando militar del general Huntziger y la orden era de entregarnos haciendo inmediato abandono de armas”.
Y en Rennes se inicia el encarcelamiento que durará hasta el fin de la guerra: "Vivíamos bajo el estricto régimen militar impuesto por los alemanes a sus prisioneros de guerra, y esto significaba ejercicios físicos, alimentación magra, trabajos semiforzados; el trato, con todo, contemplaba las formalidades militares”. Después de tres meses en Rennes, los prisioneros son trasladados a Alemania en un viaje de tres días por los ramales ferroviarios más insólitos: "La demora absurda —explica ahora Goldschmidt— se debió a que los alemanes utilizaban las vías centrales para el trasporte bélico y eran muy pocas las que quedaban libres para el traslado de prisioneros”. Naturalmente, los prisioneros ignoraban su destino.
La estadía en Alemania fue breve y sólo sirvió para reordenar a los reclusos en series y distribuirlos, luego de la matriculación minuciosa, entre los distintos campos u oflags que abundaban en la Europa ocupada. Pierre y unos 500 camaradas fueron a parar a una casona del siglo XIX —probablemente un convento—, donde doce de ellos dormían en habitaciones de cuatro por cinco metros. La segunda etapa fue Polonia: frío, alimentación escasa, intentos de construir grupos de apoyo y la aparición de la conciencia racial como un distanciamiento: “Por primera vez en mi vida —cuenta—, sentí que ser judío me volvía otro de quien había creído ser. Curiosamente, la discriminación nació de los propios franceses y al negarnos nos fortalecieron. Entre los oficiales y soldados judíos creció nuestra actitud antinazi, hicimos teatro de burla, sostuvimos discusiones, leímos y, en general, compartimos todos nuestros bienes por más miserables que fueran”.
Una noche, los sombríos custodios de la SS —Schutz Staffel— entraron al campo porque se sospechaba de la existencia de un plan de evasión. “Fuimos evacuados y debimos esperar a la intemperie mientras ellos registraban nuestras barracas sin dejar nada en pie. Teníamos para cubrirnos las mantas de las camas, pero resultaban inútiles: la temperatura era de 30 grados bajo cero".
Meses después, los contingentes volvieron a dividirse en grupos destinados a otros campos: Checoslovaquia (“donde una dulce maestra pasaba cerca de la alambrada de púa cantando para nosotros la Marsellesa”) y después Luebeck, muy cerca de Hamburgo. Habitualmente, los prisioneros recibían encomiendas de sus parientes —ropas, utensilios y, en lo posible, alimentos—; esas felices donaciones eran compartidas en un pozo común que el argot parisiense denomina 'popotte': “Y la popotte, naturalmente, nos unía y vinculaba en una experiencia comunitaria ajena hasta entonces para casi todos nosotros; ser excluido del pozo común, asumía el carácter de una represalia insoportable”.
A 30 años de distancia, Goldschmidt —instalado desde hace 18 en su negocio de librero, en la calle Viamonte al 500— recuerda aquel período de su vida sin irritación ni rencor: "Reducido a una rutina de cinco años, tuve tiempo de leer como jamás lo había hecho; hice teatro, agucé el ingenio en intentos de fuga que de todos modos no llegué a concretar, aprendí el valor de la camaradería y, tal vez por sobre todas las cosas, el carácter efímero que la libertad tiene en un mundo sometido a condicionamientos que el individuo no puede gobernar”. También supo que el sueño —último recurso del ocio compulsivo— puede ocupar, en ocasiones, las 24 horas del día.
Cuando las fuerzas aliadas empezaron a bombardear Hamburgo en los últimos meses de 1944, Pierre presenció noche a noche esa hecatombe de fuego: "Desde la ventana de mi barraca dice—. se veía cómo las balas traceras dibujaban en el cielo una especie de fuego de artificio; después, las explosiones se sucedían como copos coloridos. Era un espectáculo verdaderamente hermoso, aunque ahora resulte un poco inmoral reconocerlo; pero entonces, la felicidad de la derrota nazi se sumaba al despliegue de iluminación provocado por las bombas. También en esa época vimos cómo un centinela alemán se suicidaba descargándose el arma en el estómago; gritamos de alborozo porque se trataba de un nazi menos". Por fin, una tarde de 1945, los soldados británicos llegaron hasta el campo de Luebeck —los guardias habían huido una hora antes— y liberaron a la compañía: “Después de años pude caminar cien metros en línea recta —memora Pierre—, como si hacerlo trazara el camino de la libertad misma”.
PANORAMA, ENERO 11, 1973
 

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