Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

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RADICALES
Tiene que ser Balbín

Desde 1966, cuando fueron arrojados del poder, los radicales del Pueblo ensayan tres tácticas simultáneas para recuperarlo: 1) El acuerdo con cualquier núcleo militar que acaricie la quimera de derrocar a Onganía; 2) el pacto con los sectores dinámicos —el peronismo, en especial—, capaces de afrontar una ofensiva total para destruir al régimen; 3) un convenio con el gobierno que aseguraría la neutralidad del partido sobre bases mínimas; en este caso, la UCRP reclama fecha de elecciones.
Cautivará saber que diez días atrás, en la reunión del Comité Nacional del partido, Ricardo Balbín sintetizó con admirable volubilidad esas líneas. Aviado con un traje gris, el pelo totalmente blanco, el augur —de 63 años— penetró el viernes 27 al salón de bailes El Abrojo, víctima de los nervios. No era para menos. La generación intermedia del radicalismo anunciaba entonces la caída de Balbín: un paso que se considera imprescindible, en esos círculos, para sacar a la UCRP del marasmo y moverla hacia adelante, como un ariete contra la Casa Rosada.
peretteEra un atardecer de calor ominoso. Las manos del caudillo trasegaron Incesantes desde el pañuelo, empapado, hasta las sienes que él suele acariciar con los dedos abiertos, a manera de peine. Por fin, llegó el turno de su arenga: ‘‘El radicalismo del Pueblo no está comprometido con nadie ni tiene aparcerías que resolver", tronó el oráculo. Un
aplauso vibrante se derramó por la platea y, a partir de ese momento, no lo abandonó más.
Es cierto que algunos jóvenes murmuraron: "Otra vez nos va a cerrar las puertas"; con todo, la opinión general, antiperonista, asoció esas palabras de Balbín con el frustrado intento de Facundo Suárez, por ganarse, en 1967, la voluntad de la Puerta de Hierro. De su lado, los militantes cordobeses quisieron percibir otro matiz: en el futuro, la UCRP no dará tregua —suponen—, al gobierno de Onganía, una lucha en la que el comité local está aliado a los estudiantes y los obreros rebeldes.
Ambas conjeturas son ciertas, pero no demasiado: varios jerarcas de la UCRP mantienen vínculos indirectos con Juan Perón; otros, tienden la mano al Estado y —como Arturo Mor Roig— hasta consentirían una reforma del sistema político que incluya, más allá de los partidos, las opiniones de los sectores industriales, Curia, gremios y Fuerzas Armadas, en un Consejo Económico y Social, tal cual lo sueña un ala del oficialismo.
Aunque los radicales —es lógico—, se impacientan: si no desdeñan la hipótesis de apañar un cambio piloteado por militares con apoyo popular, suponen, de todas maneras, harto magro el precio exigido: que el gobierno se dé un plazo y establezca fecha cierta para las elecciones de presidente constitucional. Onganía no parece dispuesto, por ahora, a pagarlo.
El cónclave radical del 27 tuvo un entreacto imprevisto: pese a la discreción con que circuló el nombre de la peña El Abrojo —vigente la clausura de los partidos, la asamblea era clandestina—, avanzada la noche un destacamento policial invadió el local de Villa Devoto. Los vigilantes se limitaron a comprobar que allí funcionaba una reunión política; no intervinieron, aunque la prudencia aconsejó a los 96 delegados diferir el cierre del pleno hasta el día siguiente, en un domicilio particular.
"Se puede ofrecer una imagen renovada, aun con los hombres que por hoy ocupan la dirección de la UCRP”, cedió al día siguiente el salteño Guillermo Martínez Saravia, en quien la joven guardia depositaba sus esperanzas de socavar el poderío balbinista. Tampoco se escucharon los alegatos reformistas que habían prometido los cordobeses Carlos Becerra y Felipe Chevy, o el porteño Raúl Zarriello. Córdoba propuso una alianza con “las fuerzas antiimperialistas y populares”, para erigir un frente "de vocación revolucionaria”. El balbinismo, a través de Enrique Vanoli, ofreció magnánimo: “Una lucha común con todas las corrientes de opinión”.
Nadie mencionó al peronismo, pero su sombra figuraba en la preocupación de los catecúmenos; el escenario había variado: esta vez, el radicalismo trashumante se albergaba en un palacete de José Luis Cantilo al 4500, también en la Capital Federal. “Si el partido se ubica como furgón de cola de los núcleos antidemocráticos —rezó Arturo Mathov, afiliado al golpismo militar—, ¡remos camino de perecer como fuerza revolucionaria. Ante el cronista de Panorama, dijo luego: “Creo en la necesidad de terminar con este régimen; es preciso tender una vía democrática por medio de un gobierno de transición”. La cohorte juvenil entendió sus alusiones y lo abucheó: es que la línea de Mathov finaliza en los cuarteles de invierno de Pedro Eugenio Aramburu, una salida que —a juicio de la barra— implicará la existencia de comicios finales restringidos, esto es, la vuelta al esquema de proscripción peronista que condujo a la crisis de 1966.
"Mientras él viva, al Chino nadie le saca la jefatura del partido", dijo el sábado un entusiasta de Balbín. Quizá no se equivoque: de ese metalenguaje con que los radicales suelen expresar sus tendencias, en el pleno del Comité Nacional el caudillo extrajo un par de objetivos claros, que integran una proclama cuya redacción se agotaba a fines de la semana pasada:
• Una severa apelación a los militares que tienen, de acuerdo con el despacho de la comisión política, "la responsabilidad indelegable del proceso actual”. El párrafo induce a pensar que la UCRP continuará insistiendo para que sean los propios oficiales de las Fuerzas Armadas quienes promuevan —por la razón o la fuerza—, el retorno a la normalidad.
• Una exhortación a la unidad de los distintos sectores políticos, donde no se lee una palabra que excluya al peronismo: "El pueblo deberá unirse —pontifica el despacho de la comisión, que ofició de borrador— para instalar un gobierno que defienda sus intereses, el patrimonio nacional, la democracia y la soberanía argentinas”. Es decir, como vía alternativa, los tácticos de la UCRP no desdeñan la pueblada, el golpe callejero.
Por oculto y apenas confesado, el tercer sendero —la posibilidad de intentar, al menos, convertir al partido en la oposición legal del gobierno—, quedó al margen del borrador original. “A pesar de los rumores, de aquí salió fortalecida la autoridad del Comité Nacional”, dijo a Panorama el teórico porteño Ricardo Bassi. "Hemos logrado —dedujo Zarriello— conciliar las bases para llegar a la acción común con otras agrupaciones, aunque la UCRP conservará su fisonomía dentro de la Oposición". Santiago Fassi entendió que se había solidificado la unidad partidaria.
Es cierto que los esquemas rígidos suelen trabar la capacidad de maniobra del líder, cuando una coyuntura impensada le ofrece una posibilidad distinta a la prevista en las convenciones. También es verdad que a la Argentina le esperan horas de cambio: inducidas por el gobierno, las fuerzas políticas van rumbo de modificar sus alianzas. Que Balbín haya conseguido permanecer a la cabeza de la UCRP es un gesto de envidiable habilidad personal; mayor pericia debe acreditársele por haber logrado la confirmación de su estrategia múltiple. Con todo ¿de qué sirve ese despliegue si el partido no logra ensamblarse para ponerla en práctica? El inmovilismo, la guerra de posiciones, ya no dan frutos en la segunda mitad de esta centuria.
Revista Panorama
10/03/1970
 



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