Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

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Q.E.P.D. Hippies
Luego de asombrar a los porteños, promover algunas discusiones y precipitar la intervención policial, un grupo de hippies protagonizó un extraño funeral en plena calle Florida. Durante casi tres horas, media docena de muchachas disfrazadas pasearon un raro ataúd, seguidas por un cortejo de melenudos circunspectos. Todos ellos cumplían un plan trazado por el novel director cinematográfico Néstor Paternostro: registrar, mediante cámaras ocultas, las reacciones del público frente a lo insólito. Objetivo: realizar un largometraje no convencional

Sin interesarse en lo que estaba sucediendo a su alrededor, el anciano trató de abrirse paso entre la muchedumbre que taponaba la calle Florida, en Buenos Aires. Apurado y decidido, apartó a dos curiosos, empujó a un tercero, pidió permiso al último transeúnte que obstruía su camino y salió del apretujamiento. Pero no le sirvió de mucho: en ese instante vio algo que, además de acabar con su prisa, lo hizo desplomar sin sentido. No era para menos: a los 70 años y con algunos trastornos cardíacos, el anciano se topó sorpresivamente con un sórdido ataúd, del que brotaban pálidas y afiladas manos y sobre el que podía leerse un escueto epitafio, en tipografía pop: Chau.
Este desmayo se produjo el miércoles 3 de julio al mediodía. Ese día, el itinerario del anciano empalmo, accidentalmente, con el de un grupo de ruidosos hippies porteños que, en realidad, no planeaban enterrar a nadie. Su verdadero objetivo era escandalizar al público, para que tres cámaras ocultas registraran sus reacciones. El plan dio resultado: cincuenta pelilargos y cinco camufladas sacerdotisas acapararon la curiosidad de los ocasionales transeúntes, desatando risas, burlas, confusión. Los que se interesaban por conocer los motivos de semejante alboroto recibían respuestas de distinto calibre:
—Están grabando un tape publicitario —señaló un aplomado ejecutivo.
—No diga pavadas —reaccionó un adusto señor de lentes—. Estos son comunistas que pretenden terminar con las buenas costumbres. Hay que apresarlos a todos . . . ¡Atorrantes!
hippiesUn grupo de señoras que abandonó sus compras atraída por el insólito espectáculo, no cesaba de escandalizarse por las contorsiones de las camufladas hippies, por el derroche de colorete que cubría sus rostros y el pesado tufillo a colonia barata que impregnaba la atmósfera. Nadie advirtió que ese clima propicio para la agresión había sido deliberadamente previsto. Su responsable, el novel director cinematográfico y cameraman publicitario Néstor Paternostro, aguardó él momento oportuno —máxima tensión del público, conatos de violencia— para gritar ¡Acción!, a través de su potente megáfono.
El metraje de película que registraron las cámaras ocultas fue altamente satisfactorio: a los pocos minutos de iniciado el rodaje, un ululante patrullero policial sobresaltó a los improvisados actores.
—¡Muy bien! ¡Muy bien! Ahora van a ver, maleducados, sinvergüenzas, lo que se debe hacer con tipos como ustedes —aplaudió un vengativo espectador.
Las más asustadas parecieron ser las litúrgicas muchachas, quienes apenas escucharon la sirena arrojaron el ataúd al piso, sin demostrar mayor respeto por el supuesto finado. Cuando el oficial de policía acabó de revisar la documentación de la troupe y se marchó sin apresar a nadie ni impedir el epílogo de la ceremonia, muchos espectadores mascullaron su resentimiento, entre la frustración y el estupor. Algunos comprobaron qué era lo que había sucedido realmente: la irrupción de los agentes estaba prevista en el guión de la película, todo se había preparado de antemano.
—¡Bah! —se quejó una señora, de vuelta de la feria—; este tipo de cosas siempre se arreglan previamente. Nunca pasa nada.
Pero esta vez pasó: a Juan Pablo Boyansquian, uno de los melenudos, se le habla encomendado agredir deliberadamente y de palabra a cualquier persona del público para captar su réplica.
—¿Le parece poca cosa que se vele a un pobre difunto en plena calle Florida? —lo interrogó dramáticamente Boyansquian.
—¿Y a mí qué me dice?... —reaccionó desconcertado el aludido, quien al sentirse observado por más de cien personas y sin saber qué argüir, se la tomó con el pelo del joven actor—. No ve que usted es un melenudo. ¿Por qué no va a la peluquería en vez de molestar a la gente trabajadora? ¿Eh? ¿Por qué ...?
—No siente remordimiento por provocar un escándalo en presencia de un occiso —insistió Boyansquian. Pero el hombre decidió alejarse, sembrando su retirada con epítetos irreproducibles. Entonces, y mientras el público comenzaba a tomar las cosas en broma, Paternostro blandió nuevamente su megáfono para gritar el previsible ¡Corten!
A las dos de la tarde, Florida volvió a mostrar su aspecto cotidiano. Los hippies se habían marchado; sólo quedó flotando la pregunta que un preocupado jubilado dirigió a los que comentaban el episodio:
—¿Y todo esto para qué sirve?

¿CUANTO CUESTA UN MOSAICO?
Si el curioso jubilado llega a enterarse que todo eso y algunas cosas más, cuestan alrededor de 20 millones de pesos, posiblemente sufra también un colapso. La audaz experiencia consumada en plena calle Florida forma parte de los 50 cuadros y 1.200 tomas con que Paternostro piensa elaborar su primer largometraje: Mosaico. “En síntesis —explica el debutante director— es la vida de una mujer a quien las circunstancias convierten en modelo publicitaria. El film tiene ese nombre pues muestra infinitos tipos de personajes que se mueven en el mundo de la publicidad. Las secuencias filmadas en la calle, como la del 3 de julio, tienen por fin incluir en la película imágenes de Buenos Aires, de su gente y sus costumbres."
El elenco que secunda a Paternostro está integrado por figuras de notoriedad: Federico Luppi, Perla Caron, Owe Monk (director del conjunto musical Los Cons Combo) y, entre otros, Jorge Damonte. Este último parece ser una revelación: en un comienzo era fotógrafo del film, pero al conocerlo, Paternostro le ofreció el cuarto rol de importancia de Mosaico.
Uno de los aspectos que más preocupan al director parecen ser los relativos al lenguaje cinematográfico. “No basta poseer ideas inteligentes —puntualiza—. Es necesario contar con un lenguaje para expresarlas. Aquí reside uno de los peores males de nuestro cine: ausencia de un buen lenguaje expresivo y poca autenticidad en el desarrollo dramático”.
Paternostro piensa tener en cuenta estos dos aspectos, ya que, según entiende, “al público no se lo puede engañar más. El espectador porteño es culto y sabe cuándo se le miente”.
Más allá de la sinceridad expresiva, el joven director se propone revitalizar al cine nacional. El hecho de que su primer largometraje utilice al mundo publicitario como centro de la acción no es, posiblemente, fortuito. Paternostro, al igual que otros jóvenes cineastas, como Pino Solanas o Juan José Jusid, provienen de ese medio. De él extraen los fondos que les permiten financiar sus obras. Esta actitud los independiza, en parte, de la tutela de los productores tradicionales, que no respaldarían intentos cinematográficos que no respeten postulados básicos: estar dirigidos al gran público, no comprometerse demasiado, insistir en temas intrascendentes. Es por eso que, dejando de lado si sus producciones alcanzan la calidad que ellos persiguen, la ofensiva cuenta con el respaldo de los renovadores.
Revista Siete Días Ilustrados
16.07.1968

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