Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

raimundo soto
RAIMUNDO SOTO
ARISTÓCRATA DE LA CARCAJADA

Dueño de un heterogéneo curriculum -fue disc-jockey, boticario, animador radial, publicista, chansonnier -el veterano actor cómico uruguayo no se conforma con su apabullante éxito en la TV: ahora se apresta a debutar en cine protagonizando a X un macarrónico gangster
raimundo sotoA los 52 años, Raimundo Tito Soto —integrante de la troupe humorística uruguaya Jaujarana— está íntimamente convencido de que el humor es una cosa seria. Esmirriado, inquieto, nervioso, con una pizca de sangre irlandesa retozando por sus venas (su verdadero nombre es Edmundo Rey Kelly), este semiprócer del humor rioplatense ha transitado los más diversos oficios terrestres: publicitario, propietario de botica, animador radial, hincha de Peñarol de Montevideo (su ciudad natal). Semejante ecumenismo laboral le permitió también crear diversos personajes insólitos: como publicitario, un lustro atrás, elogiaba una marca de automóviles con el siguiente slogan: “Miren. Estos son los únicos autos con cuatro puertas a la calle”. Hoy, todos los domingos, desde el Canal 11 de Buenos Aires, hace suceso con un tipacho de factura kafkiana: un libretista que explica —infructuosamente— a su actor un cristalino chiste que, sin embargo, el otro no comprende.
Dentro de poco, las fórmulas humorísticas de Soto deberán afrontar tal vez el examen mas riguroso de su carrera, cuando se estrene Paula contra la mitad más uno, tercer largo metraje del cineasta local Néstor Paternostro. En Paula .... Soto representa a Johnny Stampone, un funambulesco gangster cuya misión consiste en secuestrar al team completo de Boca Juniors, convencido , de que podrá obtener un jugoso rescate.
Completada la filmación, de una secuencia, Soto aceptó trasladarse hasta la habitación 401 del hotel Salles —Su residencia en Buenos Aires— donde dialogó con SIETE DIAS por espacio de cuatro horas. Sus agudas, nerviosas respuestas, revelan los peculiares derroteros humorísticos de la troupe oriental, la insólito personalidad de este uruguayo risueño, padre de sus hijos, y reviven los contornos de otra infinidad de criaturas que transitaron fugazmente el campo del buen humor.
—¿Cómo define a su humor?
—Absurdo. Un ejemplo: Si al abrir la puerta de un ropero un señor encuentra un sobretodo, la cosa no tiene mucha gracia. En cambio, si en lugar de un abrigo se topa con una rubia despampanante, la situación es, digamos, graciosa. Y si además aparece la madre, resulta sorprendente.
—¿De qué depende el éxito de un gag?
—De un correcto manejo del sin sentido, de lo irrisorio, de la ocurrencia alocada.
—¿Qué más?
—De lo imprevisto, de lo inexplicable, de mil cosas más imposibles de detectar a priori. Hay que comprender que el efecto humorístico es el resultado de una alquimia muy depurada en la que intervienen múltiples factores. En última instancia, todo depende del estado de ánimo de tos espectadores.
—¿El talento es imprescindible para tener éxito?
—Por supuesto. Todo el que conquista de una manera u otra, tiene talento.
—¿Todos los cómicos actuales lo poseen?
—Muy pocos. Media docena de ellos nomás?
—¿Puede nombrar a sus preferidos?
—Landrú, la dupla Bores-Warnes, Basurto, Garaycochea y Verdager. Para evitar confusiones no incluyo a los actores cómicos. Estos se mueven en otros esquemas.
—¿Qué fórmulas humorísticas son las que detesta?
—Las que no causan gracia por demasiado burdas. Por ser poco sutiles.
—Sin embargo, las sutilezas no son las únicas armas de Jaujarana...
—Es cierto. Pero en ningún caso se apela al mal gusto, a la palabra fuera de lugar.
—¿Usted aburre a cierta gente?
—Uno no puede gustar a todos. El humor debe tener un grado, una medida; hay que ser algo sastre para saber dónde ir a parar. Mis chistes tienen cierto nivel.
—¿Debe entenderse que usted se comunica sólo con cierta élite?
—Así es. Y no porque me lo proponga demasiado. Pero soy consciente que consigo divertir —fundamentalmente— a la gente preparada. Por eso Jaujarana es fina, sobria y delicada.
—¿Por qué fracasó Telecataplum? —Nunca fracasó. Cuando una década atrás nuestra troupe llegó al país, arrasó con todos los esquemas de entonces. Hasta ese momento, la Argentina estaba atrasada 15 años con respecto a lo que impusimos nosotros.
—Entonces ¿por qué se deshizo el staff original?
—Simples diferencias de tipo profesional. Puntos de vista opuestos que riada tienen que ver con la amistad personal.
—¿Jaujarana, en su versión “punch”, bajó de nivel?
—No. Aunque cuidamos más el rating, cosa que no sucedía en épocas anteriores.
—¿Quién dirige el grupo actual?
—No hay una cabeza que dirija a todos. Cada cual es libretista de sí mismo y de los demás. Hay aportes, comunicación; es una especie de confederación de ideas en la que participan preferentemente los siete integrantes principales del elenco (Berugo Carámbula, Eduardo D’Angelo, Ricardo Espalter, Henny Trailles, Andrés Redondo y Enrique Almada).
—¿Cómo surgió su más reciente personaje de “El libretista”, el que intenta convencer a Renato de las bondades de un chiste?
—Copiándonos a nosotros mismos. En la vida diaria, D’Angelo tiene comportamientos semejantes al Renato del sketch. Un tipo que de tanto frecuentar los tablados cómicos, piensa mil cosas a la vez; es un poco ido, está en otra cosa. Naturalmente, en su personaje todo esto está exagerado. Yo, por mi parte, soy igual al libretista. Vehemente, me enfervorizo, me apasiono cada vez que intento hacer comprender alguna cosa.
—¿Cuál es, entonces, el límite entre ficción y realidad?
—Uno se mete tanto en los personajes y éstos tanto le trasmiten a uno, que al final se logra una simbiosis muy especial. Esto es tan cierto que yo llevo en mis bolsillos dos tipos de tarjetas: unas con mi nombre verdadero. Otras, con el de Raimundo Soto. A menudo, no sé en realidad cuál de los dos soy.
—Usted parece ser el líder de Jaujarana. ¿Es cierto?
—De ninguna manera. Todo se discute al mismo nivel. Mucha gente pensó que yo era el director de la troupe porque me encargaba de la presentación.
—¿Por qué razón la mayoría de los cómicos rioplatenses son bastante maduros?
—Jamás un muchacho de 25 años podría ser un buen cómico. Le faltaría experiencia, calle. Porque los humoristas copian la vida real. Y para copiarla, hay que haberla vivido. Y demasiado profundamente.
—¿Trabaja mucho?
—Muchísimo. Hago mil, cosas a la vez. Aparte de mis libretos, debo, como cualquier padre, enfrentarme con proyectos de motonetas, lavarropas descompuestos o vecinos que se quejan porque mis hijos les pisotean el jardín. A veces, hasta me dan ganas de ladrar.
—¿Le gusta la vida inquieta, movida?
—Me encanta. Ojalá pueda seguir así durante veinte años más. O cuarenta y cuatro. Después de todo uno se siente un creador. Haber creado seis chicos es haber creado bastante. Y no creamos más porque a mi mujer le gusta poco el cine.
—¿Cómo es su mujer?
—Italiana. Una tana macanuda. Un poco celosa, pero ya se habituó. Claro, yo llevo una vida muy anormal; es difícil tener un marido de a ratos. Piense que por cada veinte días, sólo pasamos cinco en el Uruguay. Es un descanso relativo porque en Montevideo solemos reunirnos para repasar libretos.
—¿Tiene algún hobby?
—Tocar el piano. Lo hago bastante mal, aunque con gran pasión porque yo creo que toco bien.
—¿Qué hace en radio?
—Un programa que no tiene nombre.
—¿Cómo es eso?
—Simplemente, no he querido ponerle nombre. ¿Por qué debería tener uno? Es un programa musical, mechado con comentarios humorísticos. Entre un disco de Fresedo y otro de Los Beatles, simulo llamadas telefónicas. El entrevistado puede ser, por ejemplo, el fabricante de Chiclets (Soto se inspira en una caja de goma de mascar que tiene sobre su escritorio). Obtenida la comunicación con Nebraska .. . (debe estar por allí ¿no?) le digo que estoy muy interesado en el producto y en el proceso de fabricación del mismo. El fabricante me habla de fórmulas, temperaturas, ingredientes. Cuando termina le explico que, en realidad, mi llamado era para saber cómo debo hacer para sacar un chicle que hay pegado en un óleo de mi abuelo Timoteo.
—Algunos consideran a Raimundo Soto como el precursor, en radio, de Guerrero Marthineitz y Edgardo Suárez ...
—Soy un poco padre de los programas ómnibus en radio, pero no de los discjockeys: ellos nada han tomado de mí. En 1956, introduje en Radio Carve de Montevideo el Radio Club Musical, que se difundía por la tarde; los domingos a la noche lanzaba La hora de las brujas. Discos, swing, humor. Una modalidad nueva para la época y actualmente boom en la Argentina. Ya por entonces, el Peruano parlanchín se había ganado a los uruguayos con su Club de los Discómanos.
—¿Entonces usted lo copió a él?
—No exactamente. La gente prefería a los locutores con acento centroamericano. Yo no hice más que contratar un locutor compatriota del negro Guerrero Marthineitz para que leyera lo que yo escribía.

PUBLICISTA, BOTICARIO Y CHANSONNIER
—¿Qué es para usted la publicidad?
—Una de mis tres novias. Las otras son los programas musicales y el humor. Con respecto a la publicidad, tuve tres agencias. Mientras la mayoría de mis colegas suscribía aquello de “El cliente siempre tiene razón”, yo partí del principio inverso. Es decir: jamás la tienen. Así me fundí tres veces, pero con placer. Siempre quise que las cosas se hicieran a m¡ manera.
—¿Tuvo algunos hallazgos publicitarios?
—Me di el lujo de ganar un Survey (similar al premio Martín Fierro local) con un aviso que se repetía sólo dos veces diarias frente al de una gaseosa que sumaba más de ochenta apariciones. Comparándolo con el popular Todo va mejor, mi mensaje parecía estúpido. Era simple, directo y también absurdo. Decía: “Habla Gentile... Yo no canto como Frank Sinatra pero vendo caños de escape”. Todo el mundo adoraba a Gentile, aunque no tuviera automóvil.
—¿Cómo se detecta un buen mensaje publicitario?
—Si pincha como un alfiler y deja una roncha grande como una casa, está bien.
—¿Qué otros oficios desempeñó en la vida?
—Un día me compré una farmacia y no precisamente por vocación de boticario. Más bien por vergüenza: treinta y dos años, hincha de Peñarol y mantenido por mi madre... Eso no podía seguir.
—¿Sólo por pudor instaló la farmacia?
—Sí. Podría haber sido una pizzería o una fábrica de pastas frescas. Un día vi un cartel de venta y me zambullí. Al principio las cosas andaban mal. Pasaban días enteros sin vender un solo producto. Entonces apelé a mi buen criterio publicitario. La bauticé Farmacia Carrasco, la pintarrajeé de vivos colores, compré un par de bicicletas provistas de chicharras especiales y paquetes con el logotipo de la farmacia. Dos chicos se encargaban de revolotear durante todo el día por el vecindario. La gente comenzó a confiar en Soto porque parecía trabajar enormemente. Lo que nunca supieron es que en los paquetes no había otra cosa que diarios viejos y que los chicos no tenían otra misión que promocionar la farmacia, simulando una inexistente prosperidad.
—¿Su carrera artística esconde aspectos poco conocidos?
—Sí. Muy pocos saben que bajo el seudónimo de King Titus fui chansonnier de moda durante los años treinta. La cosa empezó cuando un amigo regresó de los Estados Unidos portando un flamante ukelele. Me lo prestó y concurrí a un certamen de aficionados. Canté en inglés el Vals de las Sombras, en el mejor de los estilos de Fred Astaire. Luego me contrataron para hacerlo todos los miércoles.
—¿Por qué eligió a Fred Astaire?
—Porque tenía una novia que decía que en mis actuaciones superaba ampliamente al divo americano.
—¿Cómo surgió su seudónimo?
—Un día, sorpresivamente, me encontré frente al micrófono de Radio Sarandí y no me gustaba que mi familia me escuchara diciendo pavadas. Recurrí a Tito, como me llamaban los amigos. ¿Qué iban a decir mis tías de Montevideo de un Rey Kelly que cantaba por la radio?
—¿Cuándo se hizo famoso como cantante?
—Al poco tiempo, en un certamen parecido que había organizado el desaparecido Carlos Ginés en Radio Nación (hoy Mitre). Salí segundo y firmé contrato por toda la temporada. Detrás mío había quedado otra de las finalistas: una muchacha llamada Blackie.
—¿Cuánto gana mensualmente?
—Medio millón de pesos viejos. Esta cifra incluye, además de mi salario en Jaujarana y el programa radial, algunas entradas por asesoramiento musical y publicitario en radioemisoras uruguayas.
—¿Militó alguna vez en política?
—Jamás. A veces la política me causa gracia. Otras, pena. Pero lo que realmente me fastidia es la insoportable demagogia que ostenta la mayoría de los políticos profesionales.
—¿Qué son para usted los guerrilleros urbanos de su país?
—Un movimiento pequeño que hace de la violencia su modus vivendi, contrariando las correctas normas de convivencia. Esto es lo que digo hoy y aquí. El tiempo dirá el resto.
—¿Usted vive realmente al margen de los procesos políticos?
—Efectivamente. Yo vivo al margen de muchas cosas. Entre ellas los hechos políticos. No tengo demasiado tiempo para esas cosas.
—¿Usted es un buen actor?
—Ni siquiera soy actor. Tengo ocurrencias, espontaneidad. Me comunico bien con el público. Considero que un buen actor es aquel que se viste de Napoleón y es Napoleón. Yo me visto de Napoleón y sigo siendo Soto. Lo que todavía no he llegado a entender es que me paguen por hacer lo mismo con que años atrás entretenía a mis sobrinos.
—Mucha gente lo considera un excelente actor cómico. No reconocerlo ¿no implica una falsa modestia de su parte?
—Puedo equivocarme. Quizás lo soy y no me doy cuenta. Cuando en Jaujarana me disfrazo de vieja Mangacha mis compañeros no hacen más que adularme y repetir que mi actuación es magnífica.
—¿Entonces?
—No se dan cuenta que Mangacha no es más que la mayor de mis cuatro tías de Montevideo. Todas vestidas de negro, porque ocho años entes había fallecido mi abuela; sentadas unas tras otras en sillones oscuros, como esperando no sé qué . . . Después de saludarlas, uno se quedaba mudo, sin saber de qué hablar. Entonces uno decía: “Qué calor que hace ...” Inmediatamente mi tía Eloísa repetía: “Hace calor”. Como un coro, las otras tres la seguían en su letanía: “Hace calor.. . hace calor.. . hace calor.. .” Yo sentía mucho respeto por ellas pero todo eso me causaba gracia. Todavía hoy no las pude olvidar. Esta anécdota explica bastante bien que no son los libretos los que arrancan las carcajadas de la audiencia. Son más bien mis tías de Montevideo, que son las tías de mucha gente, que son todo un estilo de vida que se fue. En el fondo, el humor no es más que la parte ridícula de la vida en serio.
NESTOR LESCOVICH
Revista Siete Días Ilustrados
29.06.1970
 

raimundo soto

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