Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Seoane
ARTES VISUALES
SEOANE: LA INCESANTE AVENTURA
Luis Seoane hace dos mil años que es gallego y 55 que nació en la Argentina. Estudió en Galicia. Empezó a pintar en las ferias gallegas, los jueves. Fue abogado de sindicatos. En la década del 30 volvió a su país. Escribió poemas. Fue periodista. Pero, por sobre todas las cosas, es pintor.
"Mi pintura es muy espontánea. Sigo un ritmo de colores y, luego, grafismos que siguen al color, el ritmo natural del cuadro. Más que resultado de un proyecto,' cada cuadro mío es resultado de una urgencia que surge de la obra misma”, dice Seoane. Pero de la espontaneidad, de la sumisión a esas imposiciones naturales que resultan del ritmo y de la lógica interrelación entre color y dibujo, sólo resulta "obra de arte” en cuanto la sensibilidad del que se somete está rigurosamente estructurada. Cuando ya se ha podado de sí todo lo superfluo, lo anecdótico, y el que pinta puede hacerlo "como quien habla”, y la mano y el ojo dicen su idioma como la lengua y la voz pueden decir su palabra.
Toda obra de arte es extrema. Extrema, en el sentido de que las tensiones que la configuran la llevan al borde mismo de un abismo, precisamente al borde de lo que no es arte. Quedarse en territorio seguro es repetirse o copiar. Crear es aventurarse, arriesgarse hasta un límite nuevo. La pintura de Seoane es una gran lección porque siempre descubre nuevos límites. "Cuando una cosa mía empieza a gustar —dice—, dejo de hacerla”.
Se puede llegar a la abstracción por el lado de la síntesis o de la alusión. La abstracción es un punto de llegada, no de partida. Es decir: nunca es una forma gratuita coloreada sin más contenido que los valores adicionales de la forma misma: gracia, vigor, contraste, humor o cualquier otro aditamento mejorador. La pintura es un modo de ver o no es nada. En el caso de Seoane, la aventura de pintar se juega con una valiente sinceridad pero, al mismo tiempo, con una intensa cordura.
La figura humana es el tema central de su obra. Una insuperable economía de líneas trazan el gesto, la actitud, el movimiento del personaje pintado. Los colores planos tienen límites precisos en la superficie de la tela y en forma siempre coherente y siempre misteriosa cobran una tensión de valores admirable.
Sucede que esa coherencia cromática y de grafismos (la que según él se debe al seguimiento del ritmo natural de la
obra) no restringe para nada —sino más bien al contrario— el vuelco de su personal enfoque de la realidad. El ritmo que sigue es su propio ritmo, es la manera “Seoane” de ver el mundo.
En los paisajes su versión parece más libre que en el planteo de la figura humana. Pero se tiene esta impresión sólo por la naturaleza del tema. El límite de abstracción en su pintura lo impone sólo el mecanismo de síntesis a que está obligado este pintor que —como pocos en su oficio, y casi ningún otro en su generación— tiene una mente educada en la elaboración intelectual pura. Su cultura, su lucidez, su frecuentación de la poesía, lo diferencia de la mayoría de los demás plásticos y le condiciona ese modo tan particular de ver. Lo esencial basta. Lo no indispensable sobra. Así, sobre estas difíciles y escuetas leyes, parece estar apoyada la obra de Luis Seoane.
La eliminación absoluta del claroscuro obliga a una elección de elementos que obren con representación más gravitante que la mera presencia. En Seoane se hace más evidente que en nadie que la interrelación es la clave de la obra. Un amarillo existe, pesa, interviene con determinada jerarquía si los rojos y los celestes ocupan espacios proporcionalmente valorables en la ecuación total del cuadro. Aquí no se trata de una armoniosa suma de fragmentos sino de una estricta relación de superficies.
Resulta que el color está empleado en relación con el presupuesto trazo negro que vendrá a valorizarlo. El dibujo vendrá a darle la profundidad exacta al plano que está difundiendo.
Cuando un asiduo veedor de pintura moderna piensa en las últimas grandes conquistas que el arte ha hecho en el camino de la plástica se plantea fundamentalmente la proposición fenomenológica del cubismo, capaz de exponer en forma bidimensional los volúmenes; en la capacidad lírica de los que —como Miró— transmiten en una atmósfera ideal el desarrollo interpretativo de las formas y los colores; y en la fuerza valorativa de los pintores capaces de condensar la realidad en un punto extremo de síntesis. Tal vez Seoane sea el pintor que haya alcanzado ese máximo límite. Un punto en el que la inteligencia condiciona la visión del mundo y del hombre, en una época en que acaso sólo quepa proponer —como Seoane lo hace— la forma esencial del mundo y del hombre con un recatado amor y una hondísima ternura.
Revista Panorama
29/7/1969
más acerca de Seoane en https://www.magicasruinas.com.ar/barrio/seoane.html
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