Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

situación política 1974
LA VUELTA DEL PLAN DE AUSTERIDAD
El reemplazo de Gelbard por Gómez Morales implica un cambio substancial de política. Tras la convocatoria a la Gran Paritaria Nacional, ha retornado el viejo equipo de la ortodoxia del peronismo, con su programa de austeridad económica y su filosofía verticalista. Simultáneamente, las relaciones entre el Gobierno y la Oposición observaron marcadas desinteligencias, precisamente durante la última reunión multipartidaria celebrada con los políticos.

OCTUBRE fue el mes durante el cual la violencia acrecentó más su ritmo de aceleración. También fue, en su día número 17, cuando el peronismo histórico realizó su más importante manifestación desde la década del 50, y cuando los partidos políticos, la CGT y la CGE sostuvieron su más espectacular diálogo —no necesariamente el más eficaz— con la conducción del justicialismo, desde la época de las “coincidencias programáticas” logradas en el restaurante Niño. Sin embargo, el hecho más importante tuvo su epicentro en el área económica: fue el reemplazo de José Ber Gelbard por Alfredo Gómez Morales en el timón del Ministerio de Economía. Junto con este acontecimiento, y haciendo pendant con el mismo, se convocó a la Gran Paritaria Nacional con el obvio objetivo de reajustar los salarios, frente a un aducido deterioro de los ingresos.
En primer lugar, la sustitución de Gelbard implica la peronización total del Gobierno y, obviamente, de la gestión económica. Este proceso tiene su lógica: un líder carismático como Perón podía tener funcionarios importantes que no fueran peronistas, ya que la unidad radicaba precisamente en su persona; desaparecido el líder, se busca ahora unificar todo el equipo a fin de lograr la necesaria hegemonía.
Como es sabido, Gelbard actuó como representante del empresariado nacional, y como tal se colocó en posición paralela al peronismo. De ese modo cumplió un rol necesario dentro de la estrategia asumida por Perón; pero desaparecido éste, la necesidad del peronismo de lograr una coherencia que antes no era imprescindible impulsó tanto a algunos de sus sectores políticos como a su rama gremial —sin duda la más importante— a expandirse hacia áreas en donde su influencia era escasa y a veces nula.
Este fenómeno fue abonado por el obvio desgaste que sufre, aquí como en cualquier parte del mundo, un equipo económico. Y el proceso asumió por momentos rasgos de enfrentamiento: por ejemplo, cuando la CGT quitó su apoyo al proyecto de Ley Agraria, o en la oportunidad en que Gelbard negó rotundamente que se hubiera solicitado la convocatoria a la Gran Paritaria en tanto los dirigentes obreros martillaban con el tema en cuanta ocasión podían. Este momento fue el que marcó el punto de no retorno: el equipo Gelbard, como también el sucesor, entendió que había llegado el momento de moderar la expansión del consumo a fin de evitar un recalentamiento de la Economía. Esto es, moderar los aumentos de salarios que incluyeron para que el actual año fiscal contenga un casi incontrolable déficit de más de 25.000 millones de pesos y las empresas privadas sientan rondar otra vez el fantasma de la rentabilidad nula. Desde un punto de vista estrictamente económico, convenía retrasar la Gran Paritaria a fin de otorgar un respiro financiero a los empresarios, tanto privados como estatales.
Pero este problema económico-social devino, por las razones apuntadas más arriba, en una cuestión política. Como es notorio, ganó la CGT; ya el 18 de octubre, al día siguiente del anuncio de la convocatoria efectuada por la Presidente, el semanario especializado El Economista anticipaba la renuncia de Gelbard, la cual estuvo en manos de la Jefa de Estado un día después.

El cambio político
Políticamente, la presencia de Gómez Morales en el Ministerio de Economía —jurando sorpresivamente— significaba un mayor control del peronismo —y por lo tanto de la misma Presidencia— sobre la conducción económica. Este punto, que es obvio, también implica una corresponsabilidad de la cúpula de la CGT en la gestión, lo cual conduce a la necesidad de moderar sus solicitudes. Si un ministro no peronista estaba necesitado de “ser generoso” con los sindicatos (es decir, con los peronistas), ahora con un ministro peronista los sindicatos deberán ser más moderados.
La presencia de Gómez Morales subraya, de rebote, otro hecho político, sin duda menos importante: el debilitamiento —la anemia, más bien— del Movimiento de Integración y Desarrollo que manejan Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio. Ellos confiaban en constituir un
equipo económico de reserva, como alternativa de reemplazo si se iba Gelbard; pero fue evidente que el proceso, como siempre, pasó muy lejos de las puertas desarrollistas. Más todavía: tanto Gelbard como Gómez Morales coinciden en discrepar con ese modelo de desarrollismo, que parece recordarles la política de Julio Argentino Roca.
Este proceso de peronización del Gobierno, simbolizado primero por el ingreso de Roccamora e Ivanissevich y consolidado ahora con la asunción de Gómez Morales en Economía, y el opacamiento del MID como socio del peronismo en el Frente Justicialista de Liberación, tiene resonancias más allá del mero episodio. En rigor, y especialmente después que el Partido Justicialista se institucionalizara mediante la elección de autoridades —María Estela Martínez de Perón, presidente, y Raúl Lastiri, primer vicepresidente y hombre clave en el partido— y la designación de interventores en los distritos provinciales, todos los aliados del peronismo fueron cubiertos por un cono de sombra, como si el socio principal prescindiera de ellos.
En los últimos tiempos, era precisamente Gelbard el ministro que más fluidos contactos tenía con ellos dentro de la política dialoguista inaugurada en el país. Con su reemplazo, esa puerta —el Ministerio de Economía— se entorna hasta casi cerrarse; sobre todo porque su sucesor, “menos político” por temperamento, no tiene necesidad de hacer relaciones públicas. Este suceso agudiza, además, el enfriamiento de las relaciones entre los integrantes del Frejuli, mientras que la amistad entre el peronismo y el radicalismo tiende a hacerse menos íntima de lo que lo fue en tiempos de Perón. Ahora la marcha del proceso político asoma con un más claro control del escenario por parte del peronismo ortodoxo y enfrente suyo el liderazgo opositor —cada vez más opositor— del radicalismo.
El problema reside en saber si tal situación no traerá aparejado al oficialismo un cierto, y siempre riesgoso, aislamiento.

El nuevo estilo económico
Las primeras declaraciones de Gómez Morales como ministro estuvieron ceñidas a una palabra que no puede ser recibida con simpatía por los argentinos: “austeridad”. Más todavía, el nuevo funcionario recordó los sacrificios realizados por el pueblo argentino entre 1952 y 1955, cuando la necesidad de exportar la mayor cantidad de granos posible dificultó el consumo de pan blanco en el mercado interno.
Pero esas referencias no marcan un estilo; sí en cambio una coyuntura y una forma de afrontarla. En primer lugar conviene recordar que la situación no es tan similar a la sugerida por tal referencia, y por ello resulta necesario hacer un poco de historia.
Por lo pronto, una caracterización de la política económicosocial desarrollada en los primeros 17 meses del actual Gobierno señalaría la intención de realizar una expansión del consumo, especialmente a
nivel popular; tal política trajo aparejada una distorsión en el mercado, el famoso “desabastecimiento”. Fue un efecto imposible de evitar en el esquema propuesto y, por lo tanto, el mayor problema radicó en poder superarlo. Los tanteos en materia de política de precios sintomatizaron las dificultades. El otro problema, ya mencionado, era el de la consecuencia de tal política de distribución de ingresos en las finanzas estatales y privadas. De esta forma, con éstos y otros elementos, las presiones inflacionarias fueron más fuertes de lo esperado y debieron hacerse más ajustes salariales que los previstos.
Este punto marcó la base de las desinteligencias entre Gelbard y Gómez Morales, cuando éste era presidente del Banco Central. El entonces ministro de Economía parecía dejar de lado la consideración del aspecto emisionista, mientras que el titular del BCRA prevenía sobre las consecuencias de tal distracción e intentaba implementar medidas para evitarlas.
Esta posición fue la que lo señaló como sucesor de Gelbard, y fue también lo que lo decidió a rescatar la palabra “austeridad”. Primero fue el momento de la expansión del consumo; ahora parece que llegó el momento de poner una cámara lenta en el proceso; no se trata tanto de modificar un programa sino de adecuarlo a fin de evitar el temido recalentamiento.
La adecuación se notará en dos planos: el de los proyectos de leyes y el del presupuesto. Por ejemplo, es seguro que se revisará el proyecto de Ley Agraria diseñado por el equipo anterior y que tantas polémicas motivó, especialmente en los sectores más tradicionales. En lo que hace al presupuesto para el próximo año fiscal, seguramente se tratará de limitar las inversiones no productivas, para favorecer las inversiones públicas sin necesidad de emitir tanta moneda sin suficiente respaldo.
La modificación del proyecto de Ley Agraria, como una mayor flexibilización del régimen impositivo, deberán tender a promover en el sector privado la reanudación de inversiones y, especialmente en el ámbito cerealero, una mayor producción. Incidentalmente, fue sugestivo que la designación de Gómez Morales fuera recibida por un
incremento en la Bolsa y un descenso del “dólar paralelo”.
Todo esto en cuanto al plano económico; pero el área política sigue siendo la arena más movediza.

El diálogo áspero
El año pasado, Perón ordenó que el 17 de octubre se festejara sin acto en Plaza de Mayo ni paro nacional. Pero el Primero de Mayo de este año, en el mitin celebrado frente a la Casa Rosada, el entonces Presidente se despidió señalando su deseo de volver a encontrarse con sus seguidores este 17 de octubre. Era lógico: en esa oportunidad Perón había roto con el sector de la Tendencia, que pasaba por ser el más efectivamente movilizador, y seguramente preveía la necesidad de galvanizar su movimiento mediante la tradicional recordación de las fechas claves.
Así fue como su sucesora presidió la más importante manifestación peronista de los últimos tiempos. Obviamente existió organización e infraestructura, pero ello no mengua en absoluto el éxito que subraya el conocido hecho de que el peronismo es el único movimiento —por ahora— capaz de congregar una multitud semejante en Plaza de Mayo.
El discurso presidencial tuvo un par de características importantes: en primer lugar, esta vez no contuvo elogios para la oposición y se mantuvo dentro de una línea estrictamente peronista debido a las razones apuntadas previamente; en segundo lugar anunció la convocatoria a la Gran Paritaria, incluyendo en el correspondiente decreto la participación del Ministerio de Bienestar Social junto a los de Economía y Trabajo. Se explicó esta decisión por la inclusión de temas previsionales en las negociaciones, pero todos los analistas políticos coincidieron en adjudicar este hecho a un incremento de la influencia de José López Rega.
Antes de este 17, la Presidente se había reunido con la mayoría de los partidos políticos y representantes de otros sectores, concretamente, empresarios y dirigentes sindicales. Para muchos fue más bien un encuentro entre la Jefa del Gobierno y el Jefe de la Oposición, Ricardo Balbín. Once días después, en la audiencia acordada por la Presidente a los dirigentes del radicalismo, la democracia progresista, la intransigencia de Alende, el revolucionarismo cristiano, el comunismo y otras agrupaciones de centroizquierda no oficialistas, el esquema bipolar Perón-Balbín pareció repetirse aunque con la áspera participación de los otros políticos.
A pesar de que la relación entre los dos jefes —del oficialismo y la oposición— permanece en un plano de cordialidad, esta bipolaridad, posiblemente no deseada por sus principales protagonistas, bien puede marcar el comienzo de una nueva relación entre este oficialismo y esta oposición, signada por un lento pero notorio alejamiento. No es que se vuelva a la guerra como en el pasado, sino que las dos partes evolucionan hacia posturas más definidas.
A ello inciden dos realidades: la necesidad del peronismo de ser tal, ahora que no está Perón, y el trágico marco de la violencia que convulsiona a todo el país. Esta última incidencia en la nueva relación deriva especialmente del deseo de los partidos no oficialistas en no asumir ellos el enfrentamiento hacia los grupos subversivos, ante los eventuales reveses —efectivos o ideológicos— que pueda sufrir el Gobierno, y su efectivo desgaste.
El hecho es que esta violencia, lanzada últimamente contra todos —pero especialmente dirigida contra militares y diputados— resultaba en definitiva seguir siendo el más grave problema todavía sin solución. Algo fundamental si se quieren solucionar los otros problemas.
REDACCION
noviembre 1974
 



Isabel Perón y Balbín




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