Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

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RADIO Y TELEVISION
LOS NUEVOS TELETEATROS 1972. Tres tiras nacionales de televisión fueron inauguradas en la primera semana de marzo; los tres nuevos programas salen por Canal 13. El lunes 6 comenzó La historia de Celia Pirán (a las 17) y Un extraño en nuestras vidas (a las 20). El martes 7 a las 22 se vio el primer capitulo de Rotando Rivas, taxista.

Cada uno de estos espacios, al repetir viejas fórmulas del radioteatro de hace treinta y hasta cuarenta años, y al no agregar absolutamente ningún elemento innovador en el plano formal y menos aún en el de las ideas, obliga a una crítica reiterativa pero no prescindible. Porque ninguna objeción repetida superará en monotonía a estos programas para los cuales ni la gente, ni la realidad social, ni la situación económica, ni las pautas morales, ni el lenguaje, ni las costumbres cotidianas cambian. Únicamente la moda —los peinados, la decoración, las corbatas, los discos y los autores— se modifican para los teleteatros; la problemática y el comportamiento de las personas perecen atrapados en moldes irreales, melodramáticos hasta la ridiculez.

Con estos tres nuevos exponentes, el panorama de los teleteatros, conformado por el vitalicio Muchacha italiana viene a casarse (13), Nina (13), Frente a la Facultad (9), La Pecosa (13), Estación Retiro (9), Yo compro a esta mujer (13) ofrece para 1972 a los espectadores —particularmente espectadoras - cinco horas diarias en las que es posible observar a excelentes actores, buenos directores y hasta imaginativos escenógrafos luchando con textos imposibles de ser pronunciados, situaciones presuntamente dramáticas que bordean la comicidad, escenas convencionales, reacciones obvias, personajes mil veces repetidos e historias increíbles.

Los flamantes teleteatros encarados por el 13 se pueden condensar así:

La historia de Celia Pirán. Un millonario (Jorge Barreiro) tiene desde hace años una cocinera, la cocinera tiene una hija (Marta González); el millonario protege a la hija de la cocinera y le paga sus estudios en los Estados Unidos; también paga los viajes de la cocinera para que pase fin de año con su hija. Pero la cocinera se enferma gravemente y el magnate corre a los Estados Unidos a buscar a la chica, que vuelve "hecha una mujer", a la cual él parece codiciar, aunque con ternura. En eso aparece en escena "el malo” (Alfonso De Grazia), un chofer del millonario que se atreve a engullir manzanas entre costosos cortinados y manchar el piso de la cocina, hechos que hacen pensar al ama de llaves (Golde Flami) que el chofer se toma esas libertades porque "sabe algo" de la vida del dueño de casa y lo domina. Cuando la hija de la cocinera regresa, el ama de llaves le pregunta, como en un diálogo de señoras en la vieja confitería París: "¿Qué tal Nueva York, linda, no?".

El millonario ruega a la hija de la cocinera que lo tutee y lo llame Renato, a lo que la joven accede rápidamente mientras, en off, su voz revela que él no es precisamente un padre para ella. Más tarde el dueño de casa entra a la cocina y pide un café a su ama de llaves, quien le recuerda que está por llegar alguien de Europa. ¿Quién es ese alguien? Nada menos que otro muchacho a quien el filántropo millonario también le pagó la carrera de abogado y un viaje al exterior para que estudiara, luego de recibirse, una especialización en sistemas carcelarios. Al parecer, la generosidad del apuesto acaudalado para con el joven protegido tiene una
razón, aclarada por el ama de llaves, quien la cuenta sin que venga al caso pero para que se entienda qué ocurre. Resulta que el benéfico personaje atropelló —en José María Moreno y Rivadavia— a un chico vendedor de diarias, y en pago por accidente es que se le pagan los estudios y demás gratificaciones. Al promediar el primer capítulo de La historia de Celia Piran, el rico protector habla por teléfono con un tal Mingo, tuerce la boca hacia un costado remedando a Harry el Aceitoso y comunica que lo siguieron y lo van a acribillar, razón por la cual cualquier .dina pura juraría que el millonario anda en dificultades. En esos precisos momentos, en la casa del ya no tan confiable señor irrumpe una bella dama (Perla Santalla) que es nada menos que la secretaria —y parece que algo mas del protector de menores estudiosos. Al ver a Celia le pregunta con desparpajo si es la nueva amante de Renato o qué, con lo que se dio por concluido el capítulo primero. Autor: Alberto Zappietro.

Un extraño en nuestras vidas. Inexplicablemente, también en esta tira un malo come manzanas, pero todo es mucho más denso y complejo. Hay mellizos (los dos personajes interpretados por Alberto Martin), uno es bueno y otro malo, uno está internado en un hospital penitenciario —aunque viste robe oriental y sofisticada—, y el otro lo visita y le lleva manzanas. Luego dos mujeres disputan, una pone un disco de Joan Manuel Serrat, pero como está en copas no entiende nada, la otra baja una majestuosa escalera e intenta convencerla de que se vaya a dormir, pero la embriagada insiste en confesar que fue a visitar a Tejada y estuvo con él, entonces la sobria dice que no, que no puede ser porque Tejada estuvo con ella; en eso baja por una escalera alguien (que se espera no sea Tejada, porque entonces los mellizos serian trillizos). También se sugiere que un Tejada es tutor de las chicas y que uno de los dos muere y no se sabe cuál. Un relator dice, agorero: "Pronto el drama estallará tremendo." Y parece cierto, porque aparecen otras varias mujeres que se disputan a uno o a todos los mellizos y es probable que ninguna sepa a cuál. 'On verra bien'.

Rolando Rivas, taxista. Una hora y media de despilfarro de recurso. El 80 por ciento del primer capítulo de este teleteatro está filmado en exteriores y cada día. se presenta a una estrella invitada (en esa ocasión, Nélida Lobato) de probada popularidad. La falla total de planteos originales y situaciones realmente atractivas es compensada por el despliegue de medios técnicos.
Alberto Migré, suerte de Cecil B. de Mille de la televisión argentina, parece haber descubierto que para crear un clima auténticamente popular es necesario incluir en el texto los siguientes refranes que fueron implacablemente lanzados en menos de una hora: “Andá a contárselo a Magoya”, “Nervioso como perro en cancha de bochas", “Sarna con gusto no pica", “Más difícil que bañar a un gato". Es evidente que el autor ha construido el personaje del taxista desde la perspectiva del pasajero, de otra forma no se entiende que de pronto el protagonista se convierta en Kierkegaard y reflexione: “A veces no quiero saber quién soy", a lo que siguen cavilaciones sobre nada menos que la Fe, la Nada y el Tiempo.

Como producción, Rolando Rivas, taxista demuestra que no es por falta de recursos económicos que no se encaran telenovelas de mayor jerarquía; y en el plano de las actuaciones y la dirección escénica y de cámaras, esta historia “cotidiana" demuestra asimismo, que hay actores y directores cuya capacidad supera los insustanciales papeles que les loca interpretar y las insustanciales situaciones que deben, resolver.

Casi al final de ese primer capitulo, cuando una nena de siete años pregunta: ¿“Este es un lugar democrático o dictatorial?”, el espectador pudo suponer que la pizza, el Prode, el tango, las chancletas, el billar y el mate desarrollan en la gente simple inesperadas inquietudes sociológicas. Y ojalá así fuera.

Gabriela Courréges
Revista Panorama
14/03/1972
 








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