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Yachting: A toda vela
La Semana Náutica que acaba de culminar en Mar del Plata, la cercana partida de la tradicional regata a Río de Janeiro, las múltiples competencias locales de fin de semana constituyen, sin duda, la imagen más indicativa de las proporciones que, en la última década, ha ido adquiriendo en la Argentina la práctica del yachting. La creciente masificación del deporte —en sus comienzos una práctica exclusiva de la aristocracia— generó, inclusive, el desarrollo de una considerable infraestructura industrial ubicada entre las primeras del mundo. La nota que sigue intenta dar una visión en conjunto de la actividad nacional e internacional, de su historia y de sus pioneros, de sus excelencias deportivas y de sus dificultades:

Hasta el más despreocupado de los neófitos que se asome al paisaje del Delta no dejará de advertir, por lo menos, tres clases bien diferenciadas de habitúes. Los invasores de lanchas colectivas —familias en busca de un recreo donde pasar la tarde—; los ruidosos y veloces aficionados a la motonáutica, practicantes también del esquí acuático, y los tripulantes de barcos a vela. Hasta no hace mucho una minoría selecta (se los creía portadores de una extraña psicología). estos amantes del silencio y la
naturaleza han comenzado a multiplicarse en forma tal que un enjambre de velas multicolores suele teñir las aguas del Río de la Plata.

UN POCO DE HISTORIA. Aunque ya los romanos y los griegos solían aventurarse por el Mediterráneo en embarcaciones impulsadas por rústicos velámenes, fueron los holandeses, en el siglo XVI, los primeros en utilizar la navegación como deporte. Tal vez como un símbolo de su destino aristocrático debió ser un rey, Carlos II de Inglaterra, quien lo introdujera en las islas Británicas. Durante su exilio en los Países Bajos, en efecto, se aficionó de tal manera al flamante ejercicio que, vuelto a su patria para ser coronado en 1660, no dejaba de practicarlo un día. Sin embargo, tan sólo en 1720 y en Irlanda se fundó la primera organización de clubs de yates: el Water Club of Cork Harbor.
En América, aunque viejos grabados y pinturas demuestran la presencia de veleros a principios del 1700, suele considerarse al bergantín Cleopatre Barge —una joya náutica de 83 pies— como el primer yate del continente. A partir de 1844, con la fundación del New York Yacht Club, el deporte se difundió rápidamente en los Estados Unidos, país que llegó a contar con 800 clubes a lo largo de sus innumerables ríos y lagos. Con el tiempo los veleros serían familiares en el resto del mundo, especialmente en Canadá, Australia y los países europeos. A la Argentina, como el fútbol, llegaron traídos por los ingleses a fines del siglo pasado.

EL YACHTING EN LA ARGENTINA. Aunque el desarrollo experimentado por los deportes náuticos en el Río de la Plata obedece a un yachtingcúmulo de factores, no hay duda de que las condiciones geográficas resultaron de algún modo decisivas. La presencia, en toda la zona pampeana, de centros poblados situados frente a espejos de agua en gran parte dulces y reparados, favoreció tal vez como ninguna región del mundo la práctica de la navegación. Por otra parte, las grandes distancias que separan a Buenos Aires de las playas marinas y de las canchas de esquí sobre nieve vuelvan privilegiada a la región del Delta.
Por su lado, una industria artesanal muy desarrollada y con un alto grado de sofisticación —que cuenta con la materia prima necesaria: maderas nobles y duras— ha sido también determinante, aunque en los últimos años el plástico y las construcciones seriadas se hayan generalizado en la fabricación de los veleros.
“No es aventurado augurar un auge duradero de las prácticas náuticas y, dentro de esta perspectiva, adjudicarle a la navegación a vela un lugar destacado. Si lo pensamos no sólo en función del Gran Buenos Aires sino también del interior donde existe una gran cantidad de pequeñas lagunas —que en lancha se recorren en unos minutos, mientras que en velero se puede demorar todo el día— la cosa se aclara todavía más”, explica el experto Carlos Ezcurra, propietario de una conocida empresa de artículos náuticos de San Fernando. Para Ezcurra, la difusión de este deporte acabará quitando clientes a los psicoanalistas: “Las virtudes sedativas de la navegación —ironizó— y el estar ocupado en tareas manuales curan cualquier neurosis".

CIERTAS VARIEDADES. Aunque existen innumerables clases de barcos se puede intentar una clasificación en cuatro grandes tipos: el velero de orza y el de quilla fija, con o sin cabina; el de competición pura; el de regata y paseo y el de paseo puro.
"El velero de orza —precisa Hugo Tedín, un aficionado a los deportes de agua que "corre en velero, lancha o lo que sea”— es casi un bote, donde la posición de los tripulantes impide que se tumbe o escore. Aunque se usan también para paseo, no tienen cabina y están concebidos para navegaciones diurnas.” El de quilla fija, en cambio, tiene cabina y está capacitado para una navegación más larga. "El velero de competición pura es un monotipo, como por ejemplo el Penguin, sin comodidad para tripulación y generalmente de clase internacional. Un ejemplo de competición y paseo sería, en cambio, el Grumete, con cabina e instalación sanitaria. En esta clase entran casi todos los veleros puros, que o bien compiten o pueden competir entre sus pares si hay una clase formada o entrando dentro de un mínimo de requisitos, «miden» dentro de la fórmula.” Se entiende por fórmula a una serie de medidas y operaciones matemáticas que se efectúan sobre cada embarcación y que dan por resultado un número: el rating que corresponde a cada barco. Algo así como el handicap en golf.
De paseo puro, por fin, sería un velero con o sin motor auxiliar que por sus características no puede competir con otras embarcaciones, ya sea por "medir mal" o haber sido diseñado sólo en función del confort, prescindiendo por completo de la performance. Ejemplos de esta última categoría son los doble proa, los pescadores y los motoveleros.

ALGUNOS NUMEROS. El rápido incremento del parque de embarcaciones hace difícil precisar su número actual, pero se calcula en aproximadamente 5 mil la cantidad de barcos "en amarre”, de los cuales un 35 por ciento son veleros. Embarcaciones a vela "en tierra”, en su gran mayoría monotipos, existen alrededor de 500.
Más difícil aún es establecer los precios y el costo de mantenimiento; la gran cantidad de tipos y clases vuelve casi imposible la tarea. Sin embargo, puede afirmarse que no existe ningún barco que baje actualmente de los 10 millones de pesos, viejos, mientras que los mejores llegan a costar alrededor de cien millones. En general, puede calcularse el precio promedio de un buen barco en los 35 millones de pesos. Conservar la embarcación en buen estado demanda un cuidado extremo: entre gastos de pintura, reparación, velas y depósito, exige una erogación anual del orden del millón y medio. No hay que olvidar tampoco a la pintoresca clase optimist, barquitos con que los futuros campeones hacen sus primeras armas. Sólo en los amarraderos del Yacht Club de San Fernando descansan 220 veleros en miniatura, cuyo precio no supera el medio millón de pesos viejos y que pueden ser tripulados por niños de 8 años.

EL “RECLUTA III”. Tal vez uno de los barcos más cotizados del ambiente sea en este momento el Recluta III, una verdadera joya de la náutica argentina construido íntegramente en el país. Como lo define su propietario, el yachtman Carlos Corna (37), "se trata de un verdadero barco de carrera”. Fabricado en sólo tres meses a principios del año pasado, esta embarcación de 14,85 metros de largo por 4,15 de ancho, sólo lleva su velamen de dacrón importado de los Estados Unidos, y tiene ya un frondoso historial obtenido en las principales regatas del mundo.
"En junio de 1973 —recuerda Corna— lo pusimos en un carguero y nos largamos para Europa. Una vez en Inglaterra participamos en 6 regatas.” El resultado no fue malo: sólo fueron superados por el buque brasileño Saga; la tripulación estaba compuesta por el propio Corna, Antonio Anzorregui, Julio Bacheriza, Hugo y Daniel Tedín, Martín Achával, Norberto González, Germán Frers, Jorge Terrero, Hernán Mieres y Allan Morgan. “La clave del yachting, desde el punto de vista de la tripulación, consiste en juntar un equipo de fanáticos de la navegación que se aguanten en la difícil convivencia de a bordo”, sintetiza Corna. Tal vez por ello los componentes del Recluta III son todos viejos amigos de la infancia. Para el deportista la difusión de la regata en la Argentina tiene una base falsa: “Hay muchos que la practican por figuración social y snobismo, pero la cosa es hacerlo por amor al deporte. Tripular una embarcación de carrera tiene sus bemoles. Otra cosa es andar en los de paseo y utilizar el motor a cada rato: para éstos, la vela sirve de adorno.”
Según Corna, muchos de los actuales buques de paseo han sido viejos barcos de regatas que se hallan en malas condiciones para competir y son adquiridos por nuevos ricos, ansiosos de darse corte. “Por eso hay que hacer una distinción —enfatiza el yachtman—: no se puede hablar de un boom de las regatas en la Argentina sino de una mayor difusión de los barcos de paseo por los motivos que acabo de apuntar.” En cuanto a la flamante afición de la burguesía media por los deportes náuticos el fenómeno no oculta para Corna ningún secreto: “Hasta hace 15 ó 20 años —supone— la gente tenía su quinta de fin de semana. Pero entonces Buenos Aires era más chica y no existían tantos autos. Ahora no alcanza el fin de semana para salir a tomar aire y las rutas se ponen imposibles. La solución, es obvio, tenía que ser el Delta.”
Aunque la Argentina ocupa en el panorama náutico del mundo un lugar de privilegio —tal vez entre los cinco primeros—, el deporte parece haber conservado un carácter amateur desaparecido en otros países. “En los Estados Unidos —explicó un especialista— debe de haber como 8 millones de embarcaciones de esta clase, pero las regatas tienen una connotación similar a la que guardan aquí las competencias automovilísticas. Es decir, que lo que importa es la marca: allí no ganan los hombres sino los astilleros. Cuando un barco triunfa se trasforma en vehículo publicitario no sólo del constructor, sino hasta de la marca del timón o de las velas”. Mientras discutía con sus compañeros el avituallamiento del barco para la inminente regata al Uruguay (“si tenemos sudestada la sopa nos va a venir bien; ¡ojo!, no olvidarse de llevar mucho queso y salame y sobre todo fruta), Coma concluyó: “Ahora las cosas han cambiado mucho: hasta navegan los chicos y las mujeres”.
Dentro de unos días, con la largada de la regata Buenos Aires-Río de Janeiro, la más importante de América del Sur, los aficionados volverán a. tensar expectativas: “No habrá que olvidar, para esa fecha, que esta competencia es fruto de la capacidad organizadora del Yatch Club Argentino”, señaló el especialista Rodolfo Puga, miembro del comité de prensa de la, entidad que instituye la carrera. Pero en 1974, la aventura iniciada en 1932, cuando se corrió por primera vez, es ya el testimonio más concreto de la proyección generalizada del deporte.
PANORAMA, ENERO 17, 1974

_Recuadro en la crónica_
Germán Frers: El paradigma de un navegante
A los 74 años, un balance de su vida permitiría a Germán Frers trazar a la vez el itinerario histórico del yachting en el país. Pionero de la navegación a vela y diseñador reconocido internacionalmente, la afición de Frers parece ser, por cierto, una herencia familiar. "Mi padre —recuerda— era un habitué del deporte náutico y solía llevarme en sus salidas. Ya de chico, por ejemplo, los paseos por la Boca, ese barrio de fuerte sabor marinero, me impresionaban hondamente y aún hoy los evoco con nitidez”. A los 16 años empezó a navegar a vela e ingresó luego en el Club Náutico de San Isidro; claro que antes, cuando "hacíamos la rabona en la escuela, alquilábamos un bote de pesca a los pescadores alicantinos que se encontraban en San Fernando”.
Pero es en 1925 cuando Frers, quien ahora se apresta a partir nuevamente hacia Río, dibujó y construyó el Fjor I, una embarcación de doble proa que convulsionó a los especialistas e inició una etapa decisiva de su carrera. En 1932, con el Fjord II, ganó la primera regata a Mar del Plata —muchas otras se sumarían después en su curriculum— y cuatro años después, como tripulante de una embarcación de seis metros, se clasificó cuarto en la Olimpíada celebrada en Kiel, Alemania.
En la década del 30, precisamente, Germán Frers comenzó la producción de la serie Austral —barcos de 12 metros de eslora y desplazamiento de 12 toneladas— y dibujó el Grumete, un monotipo que se ha reproducido más de un centenar y medio de veces en la Argentina, y también en Estados Unidos, Francia, Finlandia, Inglaterra, Portugal y Australia. Además, diseño el Margarita, yate a motor de 300 toneladas, construido en acero por el astillero Sánchez, con la supervisión del Lloyd Británico, que le otorgó las calificaciones más altas. Pero su labor de dibujante no se limitó a los veleros; se extendió a buques fluviales, remolcadores, chatas y hasta elementos de salvataje para buques hundidos.
Una etapa personal se definió en la primera regata a Río de Janeiro; "Quise construir el Fjord III por mi cuenta, en el mayor secreto. Levanté un galpón y trabajé con la ayuda de algunos amigos; al poco tiempo el asunto se había trasformado en un secreto a voces y aparecían a menudo en el galpón personas que querían colaborar. Después de terminado, hubo que arrastrar el barco, que pesaba 15 toneladas, a través de todo San Isidro. Era curioso ver su casco entre los chalets y las calles. Pero en la botadura nos atrasamos 30 horas. A pesar de semejante inconveniente, corrimos sólo por el gusto de hacer el recorrido en el barco nuevo y, sin mayor interés. Llegamos en quinto lugar; más tarde nos enteramos que, de haber puesto empeño en las ultimas instancias, pudimos haber ganado la regata”.
Varias veces ganador de los principales torneos nacionales, navegante trasoceánico, suele recordar a menudo el crucero que, con el Joanne, llevó a cabo entre Belle-Ille (Francia) y Marsella: "En realidad —memora— no llegamos a Marsella propiamente dicha como terminación de etapa, sino a un puerto vecino, La Ciotat. Nos sorprendió al salir de Palma un mistral endiablado y nos perdimos. A la mañana siguiente notamos que nos seguía, en todas las bordadas, un navío. Nos alegró pensar en qué forma se protegía a los navegantes a vela en aquellas latitudes. Pero resultó un buque mercante italiano nuevo que también se había perdido y que creía que nosotros conocíamos el buen rumbo”. Y agrega: "En aguas europeas disputamos asimismo la regata Fasnet, considerada la prueba más difícil del yachting mundial. El azar quiso que, en esa ocasión, la regata fuese excepcionalmente dura. De los 36 barcos que comenzaron la prueba llegaron apenas media docena; la mayoría abandonó después de un temporal frente a los acantilados y rompientes de la costa inglesa. Un patrón perdió la vida y se produjeron varios accidentes de envergadura. Pero llegamos terceros; no nos atrevimos, en aquellas aguas que desconocíamos, a virar la punta de Inglaterra entre sus islas rocosas. Hubiéramos podido consagrarnos triunfadores".
Padre del famoso Recluta, Frers sostiene que "el yachting, más que un deporte, es una actitud frente a la vida. Nos acostumbramos a dominar las circunstancias; todo tiene una solución, el esfuerzo debe unirse a la corrección técnica. Al mirar un barco, aquel que tiene buen ojo debe valorar también —junto a lo estético— el acierto náutico que se traduce en velocidad, resistencia o comodidad”. "Navegar —señala— es un deporte duro; hay que arreglárselas solo y ser sufrido como el paisano. Hay que tener algo de artesano para reparar las roturas, y si nos asustamos por el temporal estaremos en mayor peligro. Además, siempre estamos aprendiendo cosas. Es imposible aburrirse, porque siempre falta algo. Navegar no es una lucha contra el horizonte, porque éste es parte de nuestra vida y necesitamos su presencia”. Y como perspectiva para el yachting argentino apunta: "Es el tercero en cuanto a calidad mundial, precedido por el norteamericano y el inglés. Tenemos un río que nos enseña admirablemente, una regata oceánica a Mar del Plata —regata franca, donde no vale la buena suerte— que termina de formarnos. Nuestra construcción es de primera calidad internacional; el futuro es inmenso”.
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