Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

apolo vii
Apolo VII
LAS GRANDES MANIOBRAS
Vísperas de una fecha clave en la carrera espacial: a partir del 11 de este mes, la cosmonave norteamericana Apolo 7 -la primera en su tipo con tripulación humana- efectuará 165 giros alrededor de la Tierra y las maniobras preliminares a la conquista lunar. La foto muestra el encendido del cohete Apolo-Saturno

El 26 de enero de 1967, el más viejo desafío de la Humanidad pareció encontrar una valla insuperable: la cápsula espacial norteamericana Apolo I, que intentaba su primer vuelo de exploración en la ruta hacia la Luna, se incendió antes de poder despegar. Los astronautas Virgil Grisson, Edward White y Roger Chaffee —integrantes de esa tripulación— se sumaron entonces a la flamante lista de víctimas del espacio.
Ahora, antes de que se cumpla el segundo aniversario de aquel accidente (que puso en el banquillo de los acusados a los precursores de la carrera cósmica y que prohijó investigaciones ultrasecretas), los Estados Unidos se disponen a recuperar el tiempo perdido. Probablemente en la primera mitad de este mes —en principio se fijó el día 11, pero no se descartan postergaciones por algún inconveniente técnico o meteorológico—, una nueva nave Saturno-Apolo se elevará desde el Centro Espacial Kennedy, situado en la isla Merrit, península de Florida. Aunque el colosal navío lunar lleva el número 7, en realidad será el primero de su tipo que lleve tripulación humana, y también el primero en navegar unos diez días. Los seis vuelos anteriores, efectuados cuando aún no se habían disipado las sombras de la triple tragedia de enero del 67, tuvieron como únicos protagonistas a cohetes y modelos de prueba. Sólo ahora, un trío de astronautas se instalará frente a los comandos de una astronave Apolo.
¿Cuál es la meta? Obviamente, no se trata todavía del codiciado territorio lunar. Sin embargo, los 165 giros orbitales que el proyectil describirá en torno de la Tierra —y que podrían ser muchos más, aunque en este caso se diagramó una estadía en el espacio exterior de sólo diez días, 21 horas y 40 minutos— constituyen el obligado prólogo de la hazaña mayor; el más significativo de todos, porque ha de reproducir las etapas del vuelo definitivo al satélite terrestre, salvo la última: la del alunizaje.
El primitivo calendario de operaciones del Proyecto Apolo destacaba una fecha clave: febrero de 1968. Junto a esa fecha, que correspondía teóricamente al decolaje de la cápsula Apolo 6. se deslizaba una inquietante predicción: “Se puede apostar que este vuelo, será el del descenso en la Luna, aun cuando se consideran necesarias unas órbitas previas a la Tierra . . ." Dicha agenda sufrió un notorio retraso, pero en octubre de 1968 —según los cálculos— el delicadísimo mecanismo del proyecto alcanzará una de sus cúspides: demostrar que ya se está en condiciones de mantener a bordo, suspendidos en el espacio, a los tres hombres de la tripulación, durante el tiempo requerido para un viaje de ida y vuelta a la Luna. En realidad, el actual viaje del equipo S-A (abreviatura de Saturno Apolo; es decir, del cohete y la nave por él impulsada) durará una vez y media lo que un viaje verdadero al satélite, que según se supone sólo demandará ocho días y al que las previsiones más optimistas ya asignan fecha: fin de 1969, o primeros meses de 1970. El inminente raid de la Apolo-7 posibilitará, además, cumplir otras experiencias decisivas: durante su desplazamiento se llevarán a cabo maniobras similares a las que habrá que realizar en el primer vuelo tripulado a la Luna. Será probado el cohete Saturno 1-B, capaz de generar un empuje de 720.000 kilogramos, y se controlarán también las conexiones de la nave con los servicios auxiliares terrestres, como las estaciones telemétricas y de seguimiento.
Por todo ello, quizás no resulte aventurado afirmar que cuando los pilotos Walter Schirra (45 años), Donn F. Eisele (38) y R. Walter Cunningham (36), despeguen de la plataforma 39 de Cabo Kennedy, para ingresar nueve minutos más tarde en su amplia órbita en torno de la Tierra, los viajes espaciales habrán demostrado su factibilidad; aparecerán, realmente, al alcance de la mano.

HACIA EL “OPERATIVO LUNA”
“Todo normal. Adelante y buena suerte.” En la caseta de mando del Centro de Lanzamiento, el supervisor escruta el tablero electrónico que vigila las operaciones previas a cualquier despegue. En ese mismo momento —el 5 de septiembre pasado— Schirra, Eisele y Cunningham permanecían tensos dentro de su navío triplaza Apolo. Se estaba desarrollando un operativo de nombre sugestivo: simulación experimental de lanzamiento lunar. Un ensayo a fondo para la ascensión de este mes.
Esa tarde, las 38.000 hectáreas del imponente aeropuerto conocido durante mucho tiempo como Cabo Cañaveral, fueron recorridas por una expectativa desusada; es que el simulacro era un calco de aquel que en enero de 1967 costó la vida a los tres astronautas del Apolo 1, al incinerarse la cabina a presión. Curiosamente, el operativo sufrió un desperfecto en el mismo punto donde se había iniciado el fuego; un técnico de la base describió así la emergencia: “Sentí que los nervios se tensaban como si fueran a estallar, pero pronto pasó el peligro. Fue una dificultad, no grave, con un suministrador eléctrico. El problema se resolvió y pudo reanudarse la cuenta descendente, hasta que una computadora completó el proceso fingido a las 16.26, con una hora de retraso”.
De cualquier modo, el riesgo fue casi mínimo: la portezuela de la cosmonave se hallaba abierta, y la cabina colmada de aire común, en lugar del oxígeno puro que acarreó el desastre del año anterior. Ahora, las medidas precautorias se ampliaron: el compartimiento contendrá una mezcla menos peligrosa de oxígeno y nitrógeno; los astronautas contarán, además, con la protección adicional de una compuerta de rápida apertura, gran variedad de equipos incombustibles y alambres eléctricos y tuberías reforzados.
Esta misión, la primera de una serie de tres, debe ser completada en diciembre y marzo próximos, ya con cohetes Saturno 5. Es que, al margen de un cúmulo de problemas técnicos, no existe aún la suficiente información para emprender el Operativo Luna. Como lo sintetizó gráficamente Charles Mathews, subadministrador del programa de vuelos espaciales tripulados de la NASA: “la misión lunar alberga dificultades gigantescas. No sabemos aún cómo rastrear con exactitud un vehículo en las cercanías de la Luna; tampoco cuál será la cantidad de combustible necesaria para el viaje, que abarcará 600.000 kilómetros entre la ida y el regreso”.

UN GIGANTE DE 110 METROS
Será el primer hombre en la historia que haya volado tres veces por el espacio exterior: Walter Schirra, el más veterano de los 53 astronautas norteamericanos en actividad, debutó en octubre de 1962 con un vuelo de seis órbitas en la astronave Mercurio, de un solo tripulante; en diciembre de 1965 se desempeñó como piloto-jefe en un vehículo Geminis de dos plazas, desde el cual perpetró una proeza escalofriante: el encuentro, o cita, de dos cápsulas en órbita, y su posterior vuelo en formación.
"Durante los dos últimos años —memoró Schirra hace poco—, el programa Geminis nos enseñó cómo conducir nuestro automóvil del espacio, cómo realizar citas y atraques e, inclusive, cómo efectuar trabajos manuales fuera de la cápsula. Pero los miembros de mi tripulación y yo hemos encontrado que el Apolo es infinitamente más complicado.” Las complicaciones, naturalmente, llegarán a su máximo nivel cuando haya que afrontar el desafío lunar; y sobre todo cuando el pionero espacial descienda la escalerilla, contemple por primera vez la estéril superficie selenita y se disponga a caminar en un mundo cuya gravedad es de un sexto de la terrestre. Se moverá entre las sombras más negras que jamás haya visto, ya que allí no hay aire que pueda dar a la Luna un cielo azul.
Para sobrellevar tantas dificultades nació el complejo Saturno-Apolo: el cohete Saturno 5, que tendrá a su cargo la misión final, es un gigante provisto de noventa y dos motores con un empuje de 3 millones 375.000 kilogramos, y que mide 110 metros con 64 centímetros: tanto como un edificio de treinta pisos. Sobre las tres fases del cohete irán acopladas las tres secciones de la astronave, guiadas por un sistema de navegación electrónico de 40.000 piezas; una cápsula de mando, de forma cónica, cuyo diámetro mayor es de 3,9 metros; una cápsula de servicio, que contendrá los suministros y el equipo para el vuelo y, por fin, el llamado módulo lunar. Este último, un vehículo terminado en cuatro patas (semejante a una araña), servirá específicamente para el aluzinaje, es decir, no formará parte de la nave que ha de despegar en estos días dentro del programa preliminar. Un astronauta, Charles Conrad, describió con humor al curioso módulo: “Es una chinche fea, de aspecto extraterrestre, de dos pisos de altura y unos catorce mil kilos de peso, con unas protuberancias en su resplandeciente piel, que son las antenas".
Cuando el eficaz “insecto” descienda entre la lava y la greda de la Luna, las otras secciones de la nave lo aguardarán (guiadas por el tercer astronauta) dando vueltas en órbita lunar.

ABANDONAR LA CUNA
En tanto llegue ese histórico momento, los tres pilotos del vuelo S-A octubre 1968 recurrirán al más modesto Saturno 1, que dos minutos y medio después del encendido alcanzará un punto denominado firmamento sobre el Atlántico, fuera del horizonte visual de Cabo Kennedy. Pero, además, dos segundos y tres cuartos después de apagado el primer cohete, se encenderá el de la segunda etapa —el S-4 B—, que funcionará en forma automática durante siete minutos, hasta poner en órbita a la nave alrededor de la Tierra a 160-430 kilómetros de altura y una velocidad de 28.000 kilómetros por hora. En esa segunda etapa se recurrirá a otra asombrosa conquista técnica: los combustibles extrafríos, tales como el oxígeno líquido (—182 grados centígrados) y el hidrógeno líquido (—253 grados). Será la primera vez que se usen esos combustibles en un vuelo tripulado.
“Sin embargo, el énfasis y el principal interés de esta exploración orbital radicarán en las maniobras confiadas a la pericia de Schirra, Eisele y Cunningham”, confió un funcionario de la NASA. En efecto: desde el despegue, enfundados en sus trajes espaciales y sentados en los
sillones acolchados frente a los paneles de control, los astronautas deberán operar como si se encaminaran a la propia Luna. Una vez que el navío penetre en el ambiente ingrávido del espacio, plegarán los sillones —que usarán nada más que para dormir— y sólo uno de ellos conservará el traje completo. Los otros dos optarán por prendas de uso corriente, cosidas a la ligera ropa interior, a fin de moverse y trabajar con mayor comodidad dentro de la cápsula. En esa etapa, uno de ellos permanecerá siempre despierto y de guardia: hay que prever una posible pérdida de presión causada por un escape o el choque con cualquier meteorito.
Cuando casi haya terminado la segunda vuelta —unas tres horas después del lanzamiento— la tripulación separará las cápsulas de mando y de servicio del cohete S-4 B; cambiarán la posición de aquéllas, haciéndoles trazar un semicírculo. La parte cónica de la nave quedará así, frente a frente, con el cohete, y seguirán volando de esta manera en perfecta fila india. Por fin, en el segundo día de la misión, los tres hombres realizarán la maniobra inversa, y se acoplarán nuevamente al cilindro impulsor. El objeto de tales maniobras es cerciorarse de que, en el vuelo decisivo, los colonizadores del espacio sabrán "enganchar” la cápsula con la última fase del cohete que la pondrá —irrevocablemente— en trayectoria lunar.
Así, dentro de pocos días, al perfeccionarse el programa Apolo con el primero de esta serie de vuelos tripulados, empezará a tomar cuerpo la profética reflexión del máximo pionero del espacio, el ingeniero Werner von Braun: "Sí, es cierto que la Tierra es la cuna de la Humanidad. Pero, ¿quién ha dicho que el hombre no debe nunca abandonar su cuna?”
Revista Siete Días Ilustrados
7/10/1968
apolo 7

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