Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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FABRICA DE ASTRONAUTAS Con un sueldo promedio de 15.000 dólares anuales, 46 hombres son sometidos en Houston, Texas, al más riguroso programa de preparación física y científica jamás elaborado. Su misión: el gran asalto a la Luna. Héroes ingenuos. Caballeros de relucientes armaduras espaciales, pero casi pelados para evita la caspa y dispuestos a viajar incluso en calzoncillos dentro de sus pequeños habitáculos interplanetarios, los astronautas son una nueva raza de hombres. No por su privilegiada inteligencia, ni por tener siete dedos en su mano derecha, sino por ser simple y exageradamente normales, en un perfecto balance de virtudes y defectos Con destreza y valor como el que demostraron para levitar libremente en el vacío abandonando sus cápsulas; paciencia como la de Schirra y Stafford, que tres veces subieron a la plataforma de lanzamiento de la Gemini VI y otras tantas la partida fue postergada estoica resistencia y excelente preparación física como la de Borman y Lovell, que vivieron catorce días en órbita en su Gemini VII Y desde la trampa de muerte que en una nave Apollo les cerró definitivamente el camino a Grissom White y Chaffee, la suma de todas esas virtudes multiplicadas por mil. Por eso seleccionar a los “caballeros de ese nuevo océano", como los llamó una vez el presidente Kennedy, y luego prepararlos requiere del esfuerzo y la imaginación de miles de personas, centenares de millones de dólares en equipos e instalaciones y mucho tiempo. Hay requisitos que es necesario cubrir desde el vamos: no medir más de 1,80 metros, no pesar más de 85 kilos ni menos de 62, tener como mínimo 1.500 horas de vuelo en aviones a reacción y tener un título universitario en ingeniería o en ciencias físicas o biológicas. A los astronautas-científicos que acompañarán a los pilotos en los viajes a la Luna y luego a nuestros vecinos celestes no se les exigen las horas de vuelo. Pero si las tienen, mejor. Cientos de postulantes llegaron con estos requisitos a las cuatro selecciones realizadas hasta ahora. De ellos se elige a cuarenta por sus conocimientos técnicos, científicos y aptitudes físicas y se los lleva a Houston. Con cada uno de ellos un batallón de médicos, sicólogos y especialistas en distintas disciplinas científicas trabaja individualmente una semana, y así surgen diez hombres que se incorporan al plantel de astronautas con la absoluta certeza de que son orgánica y físicamente perfectos y poseedores de los conocimientos imprescindibles para iniciar su preparación espacial. No hay exigencia de edad, pero se considera que sobre los 30 años el hombre alcanza la madurez física e intelectual. Así, en la primera selección, realizada en 1959, la edad promedio fue de 34,5 años con 4,3 años de educación universitaria; en la segunda, 1962, el promedio fue 32,5 años de edad y 4,6 de estudios; en la tercera, de 1963, 30 años y 5,6 de preparación universitaria; en la cuarta selección, 1965, se eligieron a los astronautas-científicos y el promedio fue de 31,2 años de edad y aumentó sensiblemente el de estudios superiores: 8 años. Por fin, en la última, realizada en 1966, los elegidos tenían 32,8 años de edad promedio y 5,8 de educación universitaria. En su gran mayoría son casados y con hijos, cosa que garantizaría un apropiado régimen de vida y de costumbres. Ese condicional que usamos se debe a que uno de los astronautas-científicos debió renunciar a sus aventuras espaciales ante una demanda de divorcio de su mujer, que no confiaba demasiado en los encantos del infinito. Pero lo cierto es que del actual plantel de 46 hombres hay solamente cuatro solteros. Los restantes tienen en total 116 hijos. El más joven es Bruce MacCandless, de 30 años, y el más viejo, un veterano del proyecto Mercury, Walter Schirra, de 45 años, cumplidos el 12 de marzo. Los de mayor producción casera son Richard F. Gordon y Gerald P. Carr, con seis hijos cada uno. Desde el comienzo de la actividad espacial el equipo de astronautas llegó a contar con 55 hombres, pero uno de ellos se retiró, Scott Carpenter, para dedicarse a algo totalmente opuesto a la exploración espacial: la investigación de las profundidades marinas, en las que batió records de permanencia. Otro renunció: el científico conminado por su mujer; tres murieron en accidentes de aviación, uno en un accidente automovilístico y tres en la catástrofe del Apollo. Los soviéticos tienen una sola víctima declarada, Vladimir Komorav, muerto al regresar de una misión orbital en la nave Soyuz I. Y ahora al pionero y ya legendario Gagarin, fallecido en un accidente de aviación. Cuatro de los primeros pilotos seleccionados en 1959 para los vuelos Mercury están fuera de los planes de viajes orbitales o de exploración lunar, por imponderables que nada tienen que ver con su actividad astronáutica, pero afectados por su experiencia y conocimientos a los programas de entrenamiento y control. Shepard, el primero que realizó un viaje suborbital, sufre una afección crónica del oído, cuyo origen no fue posible precisar y que comenzó mucho después de su vuelo. Glenn, el primer norteamericano puesto en órbita, sufrió un accidente insólito, lesionándose al resbalar en la bañadera. Carpenter se dedicó a las profundidades marinas luego de estrellarse con su motocicleta, y Slaton, que no llegó a orbitar, está afectado por una alteración cardíaca que no reviste gravedad, pero le impide volar. El curso de astronáutica del Centro de Vuelos Espaciales Tripulados de Houston, Texas, dura por lo menos dos años, durante los cuales los alumnos reciben un riguroso entrenamiento físico en condiciones que simulan las dificultades y tensiones que hallarán en el espacio, junto al estudio de las ciencias astronáuticas. Este programa es sin duda el más riguroso que se haya ideado jamás para un ser humano y está dirigido por J. J. Van Bockel, jefe de la Sección de Entrenamiento, quien opina que no es tan duro como dicen. En realidad, está ajustado a un horario de 36 horas semanales, como cualquier empleo común, salvo en la última semana previa a un vuelo, durante la cual la fase final de entrenamiento exige 12 horas diarias de trabajo. En esos dos años pasan por pruebas de supervivencia en el desierto, el mar y las selvas. Vuelan continuamente en los más veloces aviones de reacción, deben completar no menos de 200 horas anuales, para conservar su perfeccionamiento de vuelo y sus reacciones. Practican hasta el cansancio las formas de entrar y salir de sus naves en las más variadas circunstancias. Pasan horas en centrífugas que simulan todas las condiciones del vuelo errático. Experimentan la ingravidez en aviones preparados para ello y en cámaras especiales. Aprenden a identificar las estrellas y a realizar la navegación celeste. Metidos en trajes y cámaras se los somete al mismo ambiente de baja presión que hallarán en un vuelo auténtico. Días íntegros los dedican a observar y estudiar cada una de las piezas que componen su nave y el cohete portador. Los inconvenientes que pueden hallar en el espacio les son duplicados o triplicados por los simuladores de vuelo. Jamás el viaje es normal en una cámara de vacío o en una centrífuga, ya que desde las salas de control les complican la vida en todo lo mecánica y humanamente posible. Acostumbrarse a la fuerza de gravedad lunar, que es una sexta parte de la que tenemos en la Tierra, es una difícil tarea. El astronauta podrá dar con facilidad un salto de seis metros en nuestro satélite natural, pero como la masa del cuerpo es la misma el choque con una roca tendría las mismas dolorosas consecuencias que en tierra firme. Por lo tanto, el problema es aprender a caminar en la Luna, cosa que se ensaya suspendiendo al piloto de unos cables que lo mantienen en plano inclinado y sintiendo solamente la sexta parte de su peso. Otro procedimiento es recurrir a un aparejo que llaman “Peter Pan", que lo deja suspendido en el aire. Llegar y partir de la Luna es otra tarea que requiere alta precisión y agobiadores ensayos. El astronauta se encierra en una cabina donde está reproducido todo el instrumental de la verdadera y comienza a ensayar. Un sistema electrónico de cine y televisión señala en la pantalla las alternativas del descenso y despegue con un realismo asombroso, complementado con vibraciones y sonidos que completan la “veracidad" del ensayo, que se repite una y otra vez hasta que se convierte en rutina. Cuando se equivocan aprietan un botón y el ejercicio vuelve a comenzar. Neil Armstrong decía que el día del vuelo real cuando cometan un error buscarán automáticamente ese botón para comenzar otra vez. El problema será que ya no estará allí. No habrá ninguna oportunidad de volver atrás. Simultáneamente, mientras unos ensayan maniobras y se preparan física y síquicamente, el resto estudia a fondo problemas de ingeniería, medicina, geología, física espacial, astronomía, computadores y construcción de los vehículos, sus instalaciones e instrumental y hasta los trajes, no sólo en su uso, sino en su construcción. Además, cada uno debe conocer lo más perfectamente posible la tarea del resto del grupo, sin perjuicio de ir especializándose en un campo determinado. En cuanto a comidas, durante el período de entrenamiento ninguno tiene un régimen especial. Se confía en su buen criterio y los dejan librados a sus gustos personales, salvo algunos consejos, hasta dos semanas antes del vuelo, en que deben comenzar a ingerir los alimentos, exactamente los mismos que los alimentarán en su difícil misión. Este régimen previo al lanzamiento hace que la eliminación de residuos y líquidos se reduzca al mínimo. No obstante, 24 horas antes se les dan dos suaves laxantes y, como compensación, un nutritivo y variado almuerzo les espera en la antesala de la nave, siempre unas tres o cuatro horas antes de la partida. A las comidas se les asigna un valor moral. Los alimentos son sumamente importantes no sólo para nutrirse sino para sentirse seguros. En su preparación intervienen renombrados especialistas culinarios, ingenieros, cirujanos y peritos en nutrición, para estudiar no sólo lo más conveniente y nutritivo sino la forma de comer. Y estos estudios y ensayos están llevados también con proyección de futuro. Cuando los vuelos deban durar meses o años no será muy factible llevar provisiones desechables y será necesario un sistema ecológico completamente regenerador, cerrado y equilibrado, capaz de producir alimentos y de recuperar los desechos de valor esencial para el ser humano. Será recuperada el agua de la atmósfera interior de la nave espacial y los desechos del organismo, incluso, purificados y usados de nuevo. El ciclo regenerador está perfecta mente registrado en la naturaleza y de allí se toma el ejemplo: el hombre y otros animales comen las plantas de la Tierra, los productos del mar y se comen entre sí; entonces devuelven sus desechos y hasta sus huesos a la tierra para dar comienzo a un nuevo ciclo. Este es otro importantísimo detalle de estudio y experimentación que deben enfrentar los astronautas. J. J. Van Bockel, su entrenador-jefe, tiene en su oficina amplios gráficos donde día por día se anotan los trabajos y tareas asignados a los futuros pilotos espaciales, los progresos y dificultades que encuentran. Es precisamente Van Bockel quien nos revela que pese a la responsabilidad, conocimientos y preparación que se les exigen, los astronautas no ganan más que un profesional común. Cobran normalmente de 12.000 a 17.000 dólares anuales y 1.500 dólares anuales más al regresar de cada misión espacial. Claro está que se les permitió hacer algunos convenios que les significan “unos pesos” más. Como por ejemplo el que tienen suscripto con la “Enciclopedia Británica” y con “Life" para el relato exclusivo de los detalles de sus aventuras interplanetarias. En síntesis, humana y económicamente un astronauta es un ciudadano más, y el hecho está confirmado hasta por las compañías de seguros, severísimas en los Estados Unidos, que no les cobran ahora primas mayores a las de un automovilista o un aviador, considerando que ofrece menos riesgos un lanzamiento desde Cabo Kennedy y un paseo por la Luna que un viaje por una supercarretera durante el fin de semana. ♦ -recuadro en la crónica- LA MAQUINA PRODUCTORA DE RUIDOS MAS PODEROSA DEL MUNDO Cuando los astronautas sean lanzados hacia la Luna, ubicados en la cápsula Apollo en la “nariz” del poderoso cohete Saturno V, corren el riesgo de que el tremendo ruido generado por los cinco grandes motores pueda dañar su astronave, algún instrumental o a ellos mismos. El sonido crea presiones de aire que pueden torcer, quebrar y hasta perforar metales. Para evitar el problema los expertos construyeron una máquina generadora de ruido capaz de producir presiones de sonido más de un millón de veces superiores a las que el oído humano puede soportar. A esta máquina se la llama “generador acústico”, aunque su verdadero nombre es “Generador Norairacústico Mark III” y fue inventada por la División Norair de la Northrop Co., de Beverly Hills. De acuerdo con el lenguaje científico, puede desarrollar 400.000 varios acústicos, convirtiendo en sonido la energía producida por chorros de aire. Está diseñada para simular exactamente los ruidos que produce durante el lanzamiento el Saturno V, que desarrolla en ese momento 3.400.000 kilogramos de fuerza impulsora, o discretos sonidos que permitan someter a todo tipo de pruebas a los componentes y materiales de la nave Apollo y a los astronautas. Tiene la forma de un enorme cuerno que en su extremo mayor se eleva a 6 metros de altura y 7,5 metros de ancho. Su espacio interior es de 257 metros cúbicos y sus paredes tienen un espesor de 30 centímetros. Elevada a su máxima potencia, desde el exterior sólo se oye un ligero murmullo. -pie de fotos- Con una ya vieja cápsula Gemini se ensayan en el Atlántico (arriba) las maniobras de rescate de los astronautas, mientras otro grupo se halla en el Parque Nacional Katmai, en Alaska (derecha), realizando una clase práctica de geología, útil para cuando deban explorar el suelo lunar. En la base Patrick, en Florida, se efectúa por milésima vez la experiencia de trabajar sin peso (abajo), como ya lo hicieron en el espacio Leonov, White o Scott. Los cosmonautas rusos, menos sutiles, luego de un baño caliente, salen a pasear en shorts en Siberia. “Es muy saludable”. -J. J. Van Bockel, responsable del entrenamiento en Houston. -Bajo el agua se simula el efecto de la débil gravedad lunar y se aprende a caminar, moverse y trabajar. Muy lentamente. -Un nuevo traje lunar, antiinflamable (derecha), surgió después del desastre Apollo. Izquierda, el viejo modelo. -Todo, hasta comer, requiere un nuevo aprendizaje. Vitaminas y proteínas comprimidas. Revista Atlántida 05/1968 |