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BOLIVIA, A LA SOMBRA BEL CHE
Grave crisis institucional vive Bolivia por la copia del diario de Ernesto Guevara que el ex ministro Arguedas entregó a Cuba

El jueves a la mañana, los paceños apenas se atrevían a exclamar,, entre asombrados e indignados, “¡Qué barbaridad!”; era porque los matutinos bolivianos publicaban en primera página las declaraciones hechas en Santiago de Chile por el ex ministro de Gobierno, Antonio Arguedas. La noche del miércoles 24, dos horas después de que el gobierno de Chile le otorgara asilo político, el ex ministro advirtió en conferencia de prensa ser marxista-leninista y que planeaba regresar a su país “para librar la batalla final contra el imperialismo norteamericano”.
No fue menor la sorpresa cuando se supo que el primer ministro cubano, Fidel Castro, confirmaba que recibió de Arguedas las copias fotostáticas del diario del guerrillero argentino-cubano Ernesto Guevara, enviadas a La Habana. En La Paz se entiende que el gobierno del general aviador René Barrientos enfrenta el más escabroso problema político planteado desde el movimiento castrense que lo llevó al poder, el 4 de noviembre de 1964. “Barrientos está en la cuerda floja: esta vez Ovando Candía le ganará de mano”, declaró a SIETE DIAS Francisco Carlos Arrebaña, miembro de la Falange Socialista Boliviana (FSB), partido opositor de derecha que la semana pasada realizó violentas manifestaciones contra el gobierno.
En círculos gubernamentales, por otra, parte, se entendía que el asilo político concedido por Chile a Arguedas es “una nueva provocación del país andino al pueblo boliviano”, según declaró un funcionario del Ministerio del Interior. Se interpretaba, además, que el ex ministro eligió Chile para formalizar su espectacular fuga, debido a que Paraguay o la Argentina no le hubiesen otorgado asilo, para no mancillar sus buenas relaciones con Bolivia.
Mientras el partido Social Demócrata retiraba a dos ministros del gobierno —el de Relaciones Exteriores y el de Cultura—, las Fuerzas Armadas comunicaban el jueves 25 que “si el ex ministro Antonio Arguedas retorna al país será juzgado hasta las últimas consecuencias por traición. Los militares no serán los jueces sino el Poder Judicial, salvo que éste autorice a las FF.AA. a tomar las riendas del caso”. Se sobreentendía que serían las FF.AA. las encargadas de realizar el juicio, a pesar de las garantías constitucionales ofrecidas a Arguedas para retornar al país.
Hacia el mediodía del jueves de la semana pasada, fas radios locales daban a conocer informaciones de agencias extranjeras sobre la posibilidad de una ruptura institucional por parte de las FF.AA., preocupadas de que el presidente Barrientos no pueda superar la crisis política. Para muchos observadores, el golpe de estado era inminente. “Barrientos no podrá enfrentar a sus camaradas de armas sólo con los campesinos.”
Se esperaba, finalmente, el retorno de Antonio Arguedas a Bolivia, de tránsito por Buenos Aires.
Estas son las primeras impresiones recogidas, a 10 horas de su llegada a La Paz, por el enviado especial de SIETE DIAS, Osvaldo Tcherkaski, cuyo próximo envío será publicado en la edición del lunes 5 de agosto.

Camino al escándalo
“La forma en que llegó a nuestras manos este diario no puede ser ahora divulgada; baste decir que fue sin mediar remuneración económica alguna.” Así concluye el primer ministro Fidel Castro su prólogo al diario del Che. El 1º de julio los cubanos recibían gratis el hoy famoso libro, de tapas azul y verde, y trescientas noventa y dos páginas, editado por el Instituto Nacional del Libro, de Cuba.
Así se iniciaba el camino hacia uno de los escándalos más resonantes de la historia política latinoamericana. En uno de los pasajes Castro revela que “el diario del Che quedó en poder de Barrientos, quien de inmediato envió copia a la CIA, al Pentágono y al gobierno de los Estados Unidos. Periodistas allegados a la CIA tuvieron acceso al documento en la propia Bolivia y sacaron copias fotostáticas del mismo, aunque con el compromiso de abstenerse, por el momento, de publicarlo”. Cuando la aparición del diario en La Habana, las FF.AA. de Bolivia anunciaban en conferencia de prensa que la firma editora Steind and Day, de Nueva York, publicaría en septiembre un libro conteniendo la versión del ejército boliviano sobre la lucha guerrillera en el país, escrito en base al diario de Ernesto Guevara y a otro material capturado a rebeldes castristas.
Era evidente que los militares bolivianos pretendían restarle importancia a la publicación en Cuba del diario del Che. Castro, en tanto, insistía en proclamar la autenticidad del diario y proponía a Barrientos un cotejo entre la publicación y los originales que el presidente guardaba en La Paz. Parecía un absurdo, otra locura de Fidel Castro. Era lo que creía el mandatario boliviano, quien en Lima, a donde llegó el 3 de julio en viaje a los EE.UU. declaró que no le interesaba entrar en polémica con el primer ministro cubano acerca de la autenticidad del diario del guerrillero. “No interesa —dijo— la exhibición del imaginario diario del señor Guevara.” A su arribo a Nueva York, insistía: “Todo es una campaña roja para afectar al ejército boliviano.”
A su regreso de los EE.UU. no pudo, sin embargo, seguir ocultando la verdadera trama del sonado affaire. El martes 9, en Bogotá (donde realizó una visita oficial), Barrientos arriesgaba: “El diario publicado en Cuba puede ser auténtico. Las copias habrían sido llevadas por sobrevivientes de la guerrilla que dirigió el revolucionario argentino”. Era evidente que estaba informado sobre la situación, porque ese mismo día, en La Paz, el general Alfredo Ovando Candía, comandante en jefe de las FF.AA., reiteró que el diario del Che publicado en La Habana era auténtico; y añadió: “Se ha formado un tribunal militar para aclarar la forma en que pudo ser extraído dicho documento de las dependencias del ejército”. La verdad era otra: el ejército entregó al presidente el diario para que el Ministerio del Interior sacara fotocopias. Pero decir esto podía parecer una acusación directa al presidente.
“¿Cómo pudo realizarse la operación que puso el diario en manos de Castro?”, se preguntaban los observadores y también el segundo hombre fuerte de Bolivia, Ovando Candía: “Es posible que entidades extranjeras —aventuró— hayan tenido que ver en la labor de fotografiar el diario inmediatamente después de su captura”.
La comedia pareció llegar a su fin cuando en la tercera semana de julio, en nombre de las FF.AA. el mismo Ovando remitió un memorándum al presidente Barrientos., exigiendo llevar la investigación “en el Ministerio de Gobierno, incluido el propio ministro”. El ministro era Antonio Arguedas Mendieta quien, con su hermano Jaime, ya había logrado cruzar la frontera y llegar a Chile en un jeep oficial. Era el viernes 19 a las 2 de la tarde cuando un grupo de ingenieros de la Corporación de Fomento encontró a los hermanos Arguedas; al día siguiente fueron trasladados a Santiago de Chile en un avión de la Fuerza Aérea.
Para Chile, Antonio Arguedas era una bomba de tiempo; también lo era para Barrientos, de quien el ex ministro era amigo personal. Y no dejaba de serlo también para el gobierno argentino, que el jueves por la mañana —a través de la Cancillería— estudiaba un pedido de tránsito por territorio argentino hacia Bolivia, solicitado al consulado de nuestro país en Chile por el desleal ministro.

Pie de fotos
-Este es Antonio Arguedas Mendieta, momentos después de bajar del avión que lo condujo a Santiago
-Barrientos: con los campesinos
-Ovando Candía: el gran golpe
-Arriba: grupos de campesinos armados convocados por el presidente Barrientos, en La Paz. Abajo: el palacio presidencial.

Revista Siete Días Ilustrados
30.07.1968

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