Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

pablo neruda en buenos aires
Embajador Pablo Neruda
Su excelencia, el poeta


Neruda, una de las figuras mayores de la actual literatura latinoamericana, ancló en Buenos Aires desde las 16.30 del martes 2 de marzo —cuando un avión de LAN Chile lo depositó en Ezeiza— hasta las 18 del sábado 6. Esa tarde el vapor Augustus partió rumbo a Europa, conduciéndolo a su nuevo destino: la embajada del gobierno chileno en Francia. Durante esos días uno de los mayores inconvenientes que le impidieron transitar libremente por las calles porteñas fue (además del mal tiempo) el constante asedio de periodistas, fotógrafos y camarógrafos de TV; una marea humana que tornó infranqueable el acceso a la habitación 562 del Plaza Hotel y obligaron al poeta y a sus acompañantes —los circunstanciales y su mujer, Matilde Patoja Urrutia— a huir casi siempre por puertas de servicio. Este acoso logró en contadas oportunidades su propósito: algunas declaraciones al vuelo, una improvisada conferencia de prensa en la sede de la Sociedad Argentina de Escritores durante el homenaje que se le tributó el viernes 5. Pero, desde Chile, Neruda había autorizado sólo una entrevista exclusiva, y SIETE DÍAS fue el único órgano del periodismo argentino que acompañó al flamante embajador durante toda su estadía en el país.
Al reproducir lo esencial de cinco horas y media de reportaje grabado —primero en la Munich de Costanera Sur (“lugar al que solía concurrir, memoró Neruda, con Federico García Lorca y Oliverio Girando, allá por los años 30, cuando fui cónsul en Buenos Aires”) y luego en un largo paseo matinal por la Plaza San Martín—, se ha tenido que desechar, lamentablemente, un océano de anécdotas que ayudan a conformar una imagen familiar, cotidiana del poeta, para nada protocolar y teñida de sutiles toques de humor. Durante sus paseos por la Boca, su comida en la embajada de Chile, el almuerzo con los directivos de la Editorial Losada y sendas reuniones en la casa de Margarita Aguirre y en la de Leopoldo Lucho Torres Agüero —donde se pudo ver a Felipe Herrera, ex presidente del BID, la esposa del ministro Aldo Ferrer, los escritores Ulises Petit de Murat y Ricardo Molinari, el productor Norberto Salguero, entre otros—, la conversación osciló desde la poesía de William Blake hasta las caracolas marinas, desde los vinos —tema en el que Neruda dio pruebas de una insólita cultura— hasta los recuerdos de los diez meses vividos en la Argentina (en 1933) y sus frecuentes encuentros con Borges, Girando y Raúl González Tuñón.
Los libros de Pablo Neruda han dado la vuelta al mundo en infinidad de ediciones y, caso único tratándose de un poeta, constituyen sostenidos best-sellers; Veinte poemas de amor y una canción desesperada, por ejemplo, hace ya largo tiempo que sobrepasó el millón de ejemplares vendidos. Pero Pablo de América, como se dio en llamarlo alguna vez, es más que un escritor y que un poeta; también, un político, un diplomático, un hombre que ama a su país, un hombre que ama al amor. Es lo que se desprende de este reportaje realizado por un redactor de SIETE DÍAS, Jorge Lafforgue.

-¿Qué opina respecto a la situación actual de Chile? ¿Cómo ve el triunfo de la Unidad Popular?
—El proceso político de Chile es un proceso natural. Y, naturalmente, lo que ha sorprendido a la gente de buena voluntad fuera de Chile, a nuestros adversarios políticos y a las personas interesadas es observar cómo se ha dado el cambio de régimen. Se han sorprendido que nosotros hayamos podido alcanzar un gobierno diferente mediante la voluntad popular, por la expresión del voto. Pero para nosotros esto no tiene nada de sorprendente. Basta pensar que mi país posee antiguas organizaciones unitarias —obreras, sindicales— muy poderosas, apoyadas por un inmenso sector de la clase obrera y de los empleados. Nuestra central sindical es la más grande del continente y una de las pocas verdaderamente unitarias del mundo. Para nosotros el hecho de que cuatro o cinco obreros hayan llegado a ser ministros de Estado o un socialista presidente de la República no significa sino la lógica consecuencia política del desarrollo completamente normal de nuestra vida. Lo extraño, en todo caso, es que esos hechos no se hubiesen producido antes, aun antes que en Cuba. Ahora, en esta etapa, se habla mucho o se quiere dar la impresión de que somos un país donde todo es desordenado y caótico. No es verdad eso. Y es tan poco verdad que, por ejemplo, estamos cumpliendo la reforma agraria mediante las leyes que fueron aprobadas con anterioridad a la llegada de este gobierno popular. Solamente con la aplicación de esas leyes —que no se acabaron de aplicar porque justamente causan una contradicción entre los partidarios del sistema antiguo (es decir, de los latifundistas)—, de esas medidas, nosotros iremos muy lejos.
—¿Hasta dónde?
—La misma nacionalización de nuestros productos, como el cobre (del que somos el más grande productor mundial), se agita en el exterior como medida coercitiva. Pero, ¿cómo es posible que alguien crea que nosotros vamos a asustarnos o a engañarnos? No tememos al Cuco. Nosotros no podemos engañarnos, porque sabemos que el petróleo se nacionalizó en México con Cárdenas hace más de treinta años, que el Canal de Suez se nacionalizó en Egipto con Nasser, que todos los días hay una nacionalización en el mundo. En Chile, un país tan desarrollado política e intelectualmente, que necesita una expansión económica, una nueva velocidad económica, se permitía que hasta los teléfonos y la energía eléctrica pertenecieran a compañías extranjeras, sin hablar del cobre, que produce para los norteamericanos un millón de dólares por día. Pero, ¡por favor!, ¿por qué se asustan de que nosotros con ese millón de dólares diarios (que queremos recuperar, que vamos a recuperar) tratemos de vestir a nuestro pueblo, de hacer hospitales, escuelas, caminos? ¿Cómo es eso? ¿En qué ciclo de la civilización estamos? ¿Estamos entonces con la ley de la selva? ¿Es que los que siempre lo tuvieron todo no pueden dejar vivir a un país más pequeño, vivir de sus propios e inalienables recursos? Nuestras reivindicaciones son verdaderamente naturales. No sólo políticas sino también humanas.
—Y en relación con otros procesos políticos que se viven en el continente, Cuba por un lado, Perú y Bolivia por otro, ¿cuál es la posición chilena?
—En cuanto a nuestro camino en relación con Cuba, con Bolivia, con Perú, cabe manifestar que nosotros tenemos gran simpatía por todos los movimientos que en alguna parte de nuestra América signifiquen avance general e independencia económica de las naciones; pero también sentimos amistad hacia todos los pueblos americanos. Es que nosotros no queremos exportar nuestros movimientos, no podemos exportarlos. Estamos intensamente ocupados en hacer nuestras cosas, estamos convencidos de que las vamos a hacer bien y de que tenemos la inmensa mayoría con nosotros. No tememos a los vocingleros patriarcas de un sistema que se está desmoronando en todas partes del mundo, pero por otro lado no tenemos por qué meternos con lo que sucede en otros sitios. Ya es bastante con lo que está pasando en nuestra patria, que es un país rico en posibilidades pero con niños desnutridos. El primer acto del presidente Salvador Allende ha sido disponer medio litro de leche diario para cada niño de Chile; la medida ya se ha cumplido. Cuesta mucho hacerlo. Y aunque sabemos que la tarea que nos aguarda es gigantesca, la emprendemos con plena conciencia de que el pueblo chileno va a respondernos, de que aprueba lo que estamos haciendo.
—¿Los actos de violencia producidos no pueden dificultar o frustrar esos planes?
—En la tarea emprendida nos sentimos todos solidarios; somos solidarios en un país donde la gente sabe lo que hace, sabe lo que piensa. Si ¡hay mucha vocinglería y mucha protesta en el exterior, no la hay dentro de nuestro país. Además, nosotros somos un pueblo ordenado, disciplinado y que sabe y conoce los recursos de su lucha, su poder y su tranquilidad. En la historia de Chile, una historia excepcionalmente quieta, siempre ha sido la extrema derecha (la oligarquía) la que ha llevado al país a situaciones terroristas. Se han cometido dos grandes asesinatos políticos en Chile; los dos los ha realizado la clase privilegiada, no el pueblo de Chile. El general Schneider, que acaba de morir asesinado, es la prueba de ello. Se está investigando el hecho, pero las conexiones que tiene revelan que no hubo ningún sector popular implicado, que esta provocación va en contra del movimiento y del triunfo del pueblo. Pero, ¿cómo entonces puede creer alguien que un movimiento que ha evidenciado su propia capacidad, consiguiendo una organización que ha resistido todos los ataques hasta llegar a una situación que ofrece perspectivas más grandes para el futuro, va a lanzarse ahora al terreno de la violencia y el desorden? Si es imposible, si precisamente el pueblo chileno ha alcanzado el poder para establecer una tranquilidad basada en una mayor justicia. Este proceso lo vamos a realizar bien y con seguridad. El presidente Allende se siente muy equilibrado y a la vez muy seguro en sus expresiones, interpretando fielmente lo que pensamos’ los chilenos. Todo el mundo está entusiasmado con esta transformación y se van a hacer muchas más cosas; en todo hay un ambiente como de fiesta; todos vienen a pedirnos construcciones, caminos, libros, escuelas, hospitales; los obreros entran a la casa de gobierno y hablan con el presidente; todos los días la gente lo ve y él está en todas partes. Pero no tenemos
caudillos; Allende no es un caudillo, es la expresión de la unidad de muchos partidos. Somos lo que se ha dicho: un régimen pluripartidista. Es decir que dentro del seno de esta unidad nos hemos puesto de acuerdo sobre la base de un avance de todo el país, de todas las fuerzas creadoras del país. Las diferencias que podamos tener carecen de importancia porque nos hemos puesto de acuerdo en un solo programa mucho antes de ganar las elecciones; y ese programa se va a cumplir. Sin ninguna duda.
—Se ha dicho muchas veces, e incluso lo han afirmado voceros del gobierno, que en Chile el pueblo ha llegado al gobierno pero aún le falta ganar el poder. Lo dijo, por ejemplo, Carlos Altamirano, actual presidente del partido Socialista chileno. ¿Qué le parece esta distinción?
—En cierto sentido es una diferenciación muy sutil. Estamos en el camino y tenemos la perspectiva de reformas todavía más grandes; y vamos a hacerlas, pues tenemos los pies muy firmes en el suelo. Es natural que la lucha de clases continúe aun en los regímenes más avanzados, y nosotros la sentimos cada día. Pero no podemos extirpar la oposición, no necesitamos hacerlo, no lo hemos hecho ni queremos hacerlo. Estamos de acuerdo con respecto a lo que sería el poder del pueblo. La dignidad absoluta en todos los medios es el camino, claro, pero ese camino lo vamos a hacer por el convencimiento y los cambios históricos que se están gestando. En eso estamos muy seguros porque la simplicidad de estas cosas es enorme. Para diferenciarnos de la revolución cubana, por ejemplo, tengan ustedes en cuenta que Cuba ha hecho un esfuerzo heroico para cambiar su antigua forma de vida, pues era un país de monocultivo que había descuidado los infinitos quehaceres en la construcción, en la industria; en cambio, nosotros contamos ya desde hace tiempo con todos esos elementos, hemos llegado a ser un país exportador, y no de mano de obra sino de trabajo especializado: nuestros técnicos en motores Diesel, por ejemplo, están por toda América desde hace más de veinte años; o los teléfonos de Venezuela, en parte instalados por técnicos chilenos. Somos capaces y tenemos la calidad de hombres para la industria, la agricultura, la minería y todas las formas de la creación. Por eso decía que todo esto para nosotros es de una simplicidad mayor que en otros países de menor desarrollo. Tenemos la gente para trabajar, la madera para hacer las casas, el hierro para las construcciones, tenemos nuestros recursos naturales. ¡A ver quién puede aplastar a un pueblo con toda esa vitalidad y con toda la organización y la experiencia de lucha que tiene el pueblo chileno!
—Como aquí se conoce el documento del grupo Taller de Escritores de la UP y algunas declaraciones de Antonio Skánmeta y de Enrique Lihn, desearíamos saber cuál es la política cultural que piensa seguir el gobierno chileno. ¿Existe una política en tal sentido?
—Se va a impulsar toda la política cultural; pero esto significa un estudio de mercado demasiado grande para que podamos anticipar lo que va a pasar. Desde luego hay en el gobierno —como ya se está viendo— el mayor deseo de abaratar los libros, de difundir los textos escolares, de llegar a la mayoría sin medios económicos, sin recursos; y en cuanto a la literatura, partiendo de la base de la creación de la Editorial del Estado, se está pensando que sean los mismos escritores quienes planeen su desarrollo. Hasta ahora no tenemos precisamente una política cultural estudiada. Hay sí muchas iniciativas, pero todo está recién comenzando a hacerse. El gobierno no tiene ni cuatro meses, prácticamente.
—¿Se encara, por ejemplo, la posibilidad de iniciar una campaña de alfabetización?
—El gobierno le está dando mucha fuerza al Ministerio de Educación. El analfabetismo, aunque no es un gran problema, de todas maneras se va a tratar de combatir. Por ahora se ha impulsado en forma masiva la creación de escuelas, la matrícula escolar se ha solucionado y se han tomado medidas para que no queden miles y miles de alumnos fuera del establecimiento, como venía sucediendo. Con la creación de más y más escuelas e institutos de enseñanza, posiblemente antes de tres años se solucionarán completamente estos problemas.
—Usted se refirió al alto nivel técnico logrado en Chile. ¿No existe inquietud con respecto a la posibilidad de un éxodo de técnicos y de profesionales?
—Ha habido indudablemente casos muy aislados de profesionales que fueron ganados por el pánico, pero que ya volvieron casi en su totalidad. No hemos tenido un éxodo masivo. Nuestros técnicos siguen en Chile, y ahí tiene el ejemplo de la CAP (Compañía de Aceros del Pacífico), que ha pasado a manos del Estado. La nacionalización de los recursos minerales, sin embargo, devendrá en la necesidad de más y más técnicos de los que tenemos. Trataremos de conseguirlos. Porque el desarrollo de nuestra producción va no sólo a mantenerse sino que crecerá en forma insospechada. Yo llevo el encargo expreso del presidente Allende de hablar con organizaciones que surten de técnicos a países que lo requieren. Nuestro problema es: tenemos muy buenos técnicos, pero no nos bastarán.
—Pasando a otro plano ¿cree usted que su puesto de embajador puede interferir su labor literaria? Y a ésta ¿cómo la ve en su conjunto; hay una continuidad o culminó en Residencias y Canto general, como opinan muchas críticos?
—Lo que llaman los escritores su obra es una parte muy orgánica de mí mismo, como el sistema circulatorio, como mis nervios. No tengo ningún sentido analítico, crítico; no tengo tampoco ninguna teoría sistemática sobre mi obra pasada o futura. Ser escritor es vital en mí. Me creo un escritor espontáneo, aunque desde luego acepte la disciplina, la disciplina como parte del oficio. No puede haber un escritor que se proponga las cosas de una manera intelectual e intelectiva y se pase la vida desarrollando un esquema que puede ser científico, pero nunca poético. Por eso soy enemigo de enjuiciarme o analizarme; las cosas salen como yo las siento, y éste ha sido mi único sistema, que es no tener ningún sistema. Por otra parte, algunos libros se me olvidan; otros, debido a algún recuerdo muy dramático que guardo de ellos, llaman mi atención, como el Canto general, escrito casi en su totalidad durante más de un año y medio de ¡legalidad, oculto en Chile, y publicado también clandestinamente; o como España en el corazón, que me trae recuerdos de aquella guerra civil. Residencia en la tierra pertenece a una época solitaria de mi vida y tiene muy poco que ver con mi persona actual, pero no es un libro malo, es un libro pesimista y un poco trágico, que corresponde a mi juventud. En cambio, mis Odas elementales reflejan otro sentido de la vida, de mayor madurez y de mayor participación. Ayer Francisco Luis Bernárdez me citaba un verso mío, “la colectividad de la hermosura”; eso es lo que de alguna manera intenté con mis odas. Pero yo estoy siempre cambiando y variando, para desgracia de muchos críticos que se creen que ya he terminado. Siempre me salgo por otro lado. Ahora, que encuentre eco en cierta gente me tiene enteramente sin cuidado, pero no por vanidad, sino que como mi poesía es algo orgánico ¿cómo voy a pensar criticar el número de mis glóbulos sanguíneos? Sería muy extraño para mí (verdaderamente lo siento así), pues no he tenido nunca jactancias, he sido siempre lo antijactancioso,
—En cuanto al actual panorama literario de Chile, ¿qué piensa con respecto a los poetas jóvenes? ¿A quién destacaría? Por otra parte, ¿qué piensa de Nicanor Parra y de su entredicho a propósito de su té con la señora de Richard Nixon?
—Chile es un país esencialmente poético, siempre en creación. Nombrar a uno se hace entonces muy difícil. Ahora mismo pienso organizar un recital de poetas jóvenes en París. Me he encontrado con tantos que no sé cómo hacer para elegir; quisiera llevar diez, pero no menos de treinta merecen la pena leerse. Quiero que vayan y lean en castellano y ahí mismo se los traduzca; que sea un espectáculo grande de poesía y a la vez una manera de presentar a nuestra gente. En cuanto a Parra, no hay ninguna duda de que es un poeta lleno de inventiva y un gran creador. Hay gente que quiere ponerlo en contra mío y hacer el juego de la politiquería literaria, que no tiene ninguna supervivencia. Nosotros, los poetas chilenos, formamos una gran unidad. Parra puede haber cometido errores —yo mismo he cometido mil errores—, pero eso no le quita su condición de creador. Parra es un poeta a quien respeto mucho. En cuanto a los demás no quiero hacer nombres, porque no quiero que me traicione el olvido y luego alguien se ofenda.
—Al ir usted ahora a Francia — aunque las circunstancias sean totalmente distintas— de alguna manera pasará a integrar el famoso grupo europeo de escritores latinoamericanos. Sobre el asunto del autoexilio se ha generado una amplia polémica (Arguedas versus Cortázar, por ejemplo). ¿Qué piensa al respecto? ¿No le hubiese gustado más permanecer en Chile?
—Yo ya escribí que estaba de parte de Cortázar y de parte de Arguedas, es decir, que cada uno haga lo que le dé la gana. Aparentemente, Arguedas —un caso muy doloroso en nuestra vida, un gran escritor que se dejó llevar por su propio tormento hasta tomar su decisión trágica— podría tener razón: los escritores deben permanecer en su país. Pero cuando escritores como Cortázar, Vargas Llosa o García Márquez escriben libros tan metidos en nuestros problemas, tan profundamente americanos —tan peruanos, tan colombianos, tan de América latina—, ¿por qué vamos a criticarlos? En el mismo Cortázar, sus sueños, su irrealismo, siempre giran alrededor de la Argentina. Su cama puede estar en París, su corazón está aquí. Ahora, con las comunicaciones actuales, el mundo es mucho más chico; estamos a poco más de una hora de Santiago y a unas pocas de Francia. El mundo ha cambiado su estructura y ya la separación de un escritor no se produce como un violento cisma. Creo que en este problema no se puede ser tan absolutista como lo fue Arguedas. En cuanto a mí personalmente, no me voy sólo por mi gusto —pues admiro mucho a Francia— sino que tengo una tarea que cumplir. Y además seguiré escribiendo, porque estoy condenado a escribir.
Revista Siete Días Ilustrados
15.03.1971
 

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