Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

frank sinatra
Sinatra
Así en la vida como en el cine
El investigador, film de próximo estreno en la Argentina, parece un calco de la rústica vida de su protagonista

Hace ya veinticinco años que es el centro de las críticas, el blanco de las murmuraciones, la piedra de escándalo de Hollywood y de los Estados Unidos. Es inútil: Frank Sinatra, con cincuenta años, poco pelo, muchas arrugas, tres divorcios, varias docenas de amoríos, casi treinta películas filmadas y tantos discos que sobrepuestos harían una pila de 56.250 metros, resulta indestructible. Las afiladas uñas de Louella Parsons y Hedda Hopper, cronistas del mundo íntimo del cine desde tiempo inmemorial, se han mellado contra el duro granito de una personalidad que parece no dar cuartel a nadie, ni tampoco pedirlo. En una época en que el nombre de los directores, iluminadores, fotógrafos y argumentistas resulta más trascendental que el de los actores, Frank Sinatra sigue siendo un astro, es decir, un mito.
Por eso el eterno “Frankie boy", siempre capaz de romperle la cámara fotográfica a un reportero indiscreto y de vaciarse los bolsillos para ayudar a algún amigo en desgracia, cree a pie juntillas en la vigencia de del star system, que otrora hacía girar cada película en torno de la figura absorbente de un monstruo sagrado. Asegura: “La gente va a ver al actor que le gusta, y el film es lo de menos; lo principal es la interpretación”. Temerarias palabras que no tienen vigencia desde hace por lo menos veinte años. . . Pero el caso Frank Sinatra es una excepción: sus películas son siempre un excelente negocio, para él y para la industria cinematográfica, lo que confirmaría la veracidad de esta otra frase del cantante-actor: “El público sabe que cualquier personaje que yo interprete tendrá densidad e impacto”.
Estos dos sustantivos sirven para caracterizar no sólo los papeles cinematográficos, sino, sobre todo, la vida real del muchacho de Hoboken (un barrio de Nueva Jersey), descendiente de inmigrantes italianos y ligado desde su nacimiento a un mundo marginal donde prevalecían las solidaridades primitivas de la Maffia. El mismo Sinatra lo ha . confesado: "Si no hubiera tenido una buena voz de barítono y unos enormes deseos de emular a Bing Crosby, me habría convertido en un matón". En sólo cinco años pasó, de mozo-cantor de un restaurante y de miembro de las orquestas de Harry James y Tommy Dorsey, al gigantesco mito de "La Voz”, el cantante que hacia desmayar plateas colmadas de jovencitas y que inundaba el mundo con sus románticas y a veces melifluas vocalizaciones.
El esmirriado muchacho de Hoboken se había casado, siguiendo férreas tradiciones, con Nancy Barbato, hija de italianos y católica como él, de quien tuvo tres hijos, Nancy, Frank Jr. y Tina. Diez años después rompió la tradición y los lazos religiosos, ciego de pasión por Ava Gardner, con la cual protagonizó un matrimonio tempestuoso y un inevitable divorcio. Su tercer matrimonio, con Mia Farrow, casi treinta años menor que él, se trasformó prontamente en su tercer divorcio. “Una vez que se está en pecado mortal, ¿qué importa reincidir?", confesó Frank. De todos modos, el enamoradizo Sinatra sigue siendo devoto de la Virgen y de los santos; en cuanto a sus hijos, estalla en cóleras típicamente patriarcales e italianas al verlos cometer errores parecidos a los suyos. En ese sentido, sigue siendo el vástago de inmigrantes italianos sumergido en la jungla de un barrio bajo.
En otro sentido menos recomendable, F.S. aún es fiel a su lejano pasado. Entre sus amistades más sólidas figuran miembros de la Maffia, a veces tan conspicuos como Lucky Luciano. Cuando el famoso gangster fue deportado a Italia, logró realizar un viaje a La Habana (entonces en poder de Fulgencio Batista) para controlar la marcha de sus negocios estadounidenses. Para encontrarse con él volaron a la capital cubana la plana mayor de la Maffia y Frank Sinatra, al que se pudo fotografiar abrazado a Luciano. Se dijo entonces, y se ha repetido hasta hoy, que
Frank Sinatra necesita comercialmente el apoyo de los gangsters. No es cierto. El grueso de su fortuna, calculada en unos veinte millones de dólares, ha sido destinada al negocio del espectáculo, edición de discos y producción de películas, sobre todo. Las inversiones en hoteles o night-clubs dotados de salas de juego, se pliegan estrictamente a las normas de los Estados que permiten y regulan al mismo tiempo esas actividades.
Ocurre que, en los Estados Unidos, la Maffia no se limita a sus conocidos aspectos siniestros; es una organización en la cual la lealtad de la sangre juega un papel importantísimo para proteger y promover a una colectividad inmigrante que encontraba cerrados los accesos: a la riqueza y al poder: una especie de "agencia de ayuda mutua”, donde la solidaridad atávica pesa tanto como la amenaza y el terror. Esa organización formaba parte de las tradiciones en las que se nutrió la infancia y la juventud de Sinatra, y por ello el cantante-actor nunca ha renegado de la amistad de ciertos jefes del submundo, aunque esas indeseables compañías rompiesen sus buenas relaciones con el asesinado presidente John Kennedy, alertado por su hermano Robert, entonces ministro de Justicia e implacable perseguidor de los hampones. Por eso, el vengativo Sinatra no apoyó este año al clan Kennedy y hoy se lo ve recolectando fondos, sin demasiada convicción, para el candidato Hubert H. Humphrey.
Hay dos etapas en la vida artística de “Frankie boy": la primera, de cantante romántico que hacía películas color de rosa, con poco argumento y mucha música, naufragó con las tormentas de su divorcio de la infiel Ava Gardner; la segunda, que lo rescató de un período de total decadencia para proyectarlo con más brillo que nunca a la fama mundial, pone un muro divisorio entre el cantante y el actor, a partir del film De aquí a la eternidad (1953) que destaca sus inéditas cualidades de intérprete intenso y dramático. Entonces comienza a' formarse en torno del divo el célebre clan estelar en el que descollaron Dean Martín,
Sammy Davis Junior, Shirley Mac Laine y Peter Lawford, cuñado de los Kennedy. Precisamente el "clan Sinatra" adquirió su máxima notoriedad cuando se lanzó con ímpetu en la campaña política de 1960, que llevaría a la Casa Blanca al primer presidente católico de los Estados Unidos.
Hoy el clan se ha dispersado: el alejamiento de los amigos coincide con la ruptura del tercer matrimonio de Sinatra, un capricho en el que la Farrow llevó la mejor parte. Ayudándose con la Meditación Trascendental del Maharishi Mahesh Yogui, el santón hindú que visitó la Argentina hace dos semanas, la joven Mía obtuvo un rápido olvido de sus desavenencias con un marido que podía ser su padre; también logró una eficaz promoción para sus ambiciones artísticas y numerosos cortejantes dispuestos a evitarle todo riesgo de soledad. De parte de Sinatra se recogen ecos amargos y una noticia melancólica: pasó algunos días con la muy marchita Ava Gardner, mientras nacían y morían absurdos rumores de una reconciliación entre ambos.
Algunos íntimos del actor afirman que ahora comienza una tercera etapa, centrada en una actividad empresarial cada vez más preponderante que relegaría a segundo plano la grabación de discos y la protagonización de películas. No parece previsible, si sé examinan los planes inmediatos de Frank Sinatra de hacer dos películas para la Twenty Century Fox: La dama en cemento, con la curvilínea Raquel Welch, secuencia de la exitosa película Tony Rome, un personaje marginal desbordante de vida y con algunos rasgos parecidos al Frank Sinatra de la vida real, y The only game in town, que se desarrolla en Las Vegas, donde el cantante-actor tiene un club nocturno y un hotel, provistos, por supuesto, de salas de juego. Con respecto a este último film, ya se han registrado serios problemas. Ocurre que Sinatra tiene una férrea conciencia profesional, trabaja fuerte y con disciplina; los directores saben que las películas en las que él actúa se filman en el plazo establecido y aun antes. Pero la coprotagonista de The only game in town es Elizabeth Taylor; nadie ignora que la amatronada señora Burton presenta obstáculos reiterados para filmar, con sus dolencias físicas y psíquicas, mientras Sinatra cumple y exige que todos los demás cumplan. Si se logra la conjunción de los dos divos en la película, se prevén tales choques temperamentales que comprometerían la realización de un film destinado a ser muy taquillera.
Una de las claves del éxito de Sinatra actor reside en que todos sus personajes tienen algún punto de semejanza con el Frank Sinatra de la realidad. El soldado Maggio de De aquí a la eternidad, que le valió un Oscar al mejor actor de reparto, era ítalo-estadounidense, fiel a los amigos y víctima de una brutalidad injusta: se trasparentaba aquí la queja del propio Sinatra, perseguido por la prensa y las ligas de moral, con la carrera artística en ruinas.
Quince años después, cuando Sinatra está en plena gloria, el policía Joe Leland de El investigador, reciente superproducción de la Fox dotada de un violento realismo en el marco de un crimen entre homosexuales, reedita el patetismo del soldado Maggio. Leland, frustrado I en su ideal individualista de justicia, también es burlado por su joven mujer (¿quién no piensa entonces en Mia Farrow?) y destaca su recia y dolida figura en el Jilly’s, el Gatby’s y el Mike Manucci’s, que son, justamente, los centros nocturnos favoritos de Sinatra durante sus estadías en Nueva York. “Frankie boy", duro sentimental, Don Juan víctima de las mujeres, amigo de gangsters y de presidentes, ansioso de compañía y a la postre abandonado, está condenado por la fuerza de su propio personaje real, a alisarse el rostro con cirugía estética, cubrirse la calva con un peluquín y prolongar indefinidamente su viejo y glorioso mito en ese mundo de celuloide que lo reclama para seguir fabricando emociones y triunfos.
Revista Siete Días Ilustrados
30.09.1968

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