Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

giolitti
Los hombres y las mujeres que he conocido:
GIOLITTI
Especial para "Caras y Caretas”. Por Pitigrilli

TUVE mi primer trato con el grande político italiano cuando mis primeros pasos en el periodismo en un diario romano de la tarde, “La Época". El hombre que había regido durante medio siglo los destinos de Italia se hallaba a la sazón alejado del poder, pero no excluía la posibilidad de volver. No la excluyó nunca. Formó parte del Parlamento, como diputado, después de la ascensión de Mussolini, el cual, dirigiéndose a él —¡justamente a él!— le dijo poco más o menos que no se forjara la ilusión de volver al gobierno, porque él, Mussolini, pensaba quedar allí durante otros cincuenta años.
— Aguardaré —contestó Giolitti, que ya iba para los ochenta y un años de edad.
Sentado sobre una de nuestras mesas, rodeado por los redactores, que le hacían como corona, mientras sonaba el teléfono y un cronista acudía hacia el aparato, Giolitti dijo:
—El teléfono es un instrumento peligroso para los periodistas.
—¿Por qué, pues, Excelencia?
Y él contó una anécdota:
—Un periodista parisiense había titulado un ardiente artículo suyo: “La llama bajo el Arco del Triunfo”, y el tipógrafo, en lugar de llama (“flamine”) puso flema (“flegme”), lo cual resultó particularmente grave para un artículo que debía inflamar de entusiasmo patriótico a un millón de lectores. Pero —siguió Giolitti— a un crítico teatral le aconteció peor: como conclusión de un artículo acerca de una joven actriz de un teatro independiente. que él, por razones personales suyas, quería acomodar en la Comedie Française, escribió: “Nos auguramos que finalmente se reconozcan los infinitos servicios prestados por la señorita Tal." Aludía a ciertas representaciones efectuadas para los soldados en el frente de guerra, en zonas bastante peligrosas. Mas cuando a la mañana siguiente el periodista recorrió el diario, leyó la frase de marras deformada así: “Nos augurarnos que finalmente se reconozcan los ínfimos servicios prestados por la señorita Tal."
El periodista se prendió del teléfono y, con violentas protestas, exigió una rectificación, la cual fue publicada según estos términos: “La señorita Tal ha sido víctima en nuestra edición de ayer de un error de imprenta que nos apresuramos en corregir: no nos augurábamos que fueran reconocidos sus servicios ínfimos, sino sus servicios íntimos." Desde eso momento el periodista maldijo del teléfono...
Pero Giolitti, no bien se hubo calmado la hilaridad suscitada por sus anécdotas, dijo:
—No. no: son bromas mías. Vosotros, a fuer de jóvenes. debéis amar el progreso y llevar a la práctica sus conquistas. La humanidad sigue su camino.
En los últimos años de su vida (falleció en 1928: había nacido en 1842) le fué inquirido el secreto de su longevidad y salud. Y él contestó:
—Comer poco, a intervalos regularos. Entre una comida y la otra no bebo ni un vaso de agua.
Hacía política, porque era su misión, pero no le agradaba hablar de ella. Detestaba las parlerías, los juicios de los aficionados, las opiniones de los bisoñes. Durante un viaje en tren, de Turin a Roma, un viajero que Ojeaba un diario, se preguntó qué pensaba sobre cierto acontecimiento. Y Giolitti contestó:
— Mire usted, caballero; yo tengo ochenta y cuatro años y nunca me interese de política.
La geografía no era su fuerte. Decía que para qué estudiarla si existían las cartas geográficas y los mapamundi... Un día recibió la visita de un diputado búlgaro: mas evidentemente Giolitti, no tenía al alcance el mapa de Bulgaria y no recordaba que a esta nación la baña el mar Negro, y le dijo:
—Italia y vuestro país deben de ser amigos porque los baña el mismo mar...
Persona escrupulosamente honesta (baste decir que cuando murió (dejó un patrimonio de sólo dos millones escasos), poseía una intuición sensibilísima acerca de los negocios deshonestos y las especulaciones ambiguas que se estaban forjando. Un día se le presentó un conocido seudo-industrial, más timador que industrial, el cual se ilusionaba de. poderlo inducir a patrocinar, claro es á que con una fuerte ventaja para él, cierta empresa:
—Pues, como le decía, Excelencia —proponía ese tipo—, yo pondría tres millones como capital, y luego pondría mi actuación, y después pondría mis relaciones comerciales, y por último pondría mi experiencia. Pero haría falta que el gobierno pusiera..., pusiera...
E insistía sobre este "pusiera”, que era una incitación al gobierno a participar en ese sospechoso negocio.
Giolitti lo dejó emitir una serie de “pusiera” indeterminados y como en suspenso, y finalmente con una ingenuidad que estremecía, le dijo:
—He comprendido; pero yo, como jefe del gobierno y ministro del Interior, no veo qué podría poner. Para explicarme claramente, me parece que no podría poner otra cosa que la policía. Es decir, hacerlo llevar preso.
La segunda vez que me encontré con él fue en casa de Trilussa, el gran fabulista romano, heredero directo de Ésopo y de La Fontaine.
—Usted y yo tenemos una similitud, querido Trilussa: usted hace hablar a los animales, y yo no siempre logro hacerlos callar.
Una que otra vez acallaba a ciertos periodistas amantes del chantaje regalándoles una condecoración o un sobre amarillo con una suma de dinero. Decía:
—Los chantajes hay que aguantarlos. No obstante, un hombre político debe limitar sus propias culpas a una medida tan modesta, a una gravedad tan efímera, que permita acallar las voces con algún centenar de liras o una cruz de “cavallere”.
La Historia está demostrando que si cometió errores, éstos nunca fueron tan graves como para enriquecer a cierta categoría de periodistas.
Revista Caras y Caretas
07/1954

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