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crónicas del siglo pasado

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GUERRILLAS EN BOLIVIA
EL CHATO DESPUES DEL CHE

En la selva boliviana, donde volvió a estallar la guerrilla, su nuevo jefe, Osvaldo Chato Peredo, concedió una entrevista a un corresponsal de SIETE DIAS. Al mismo tiempo, un enviado del semanario francés ¡.’Express enfrentaba a extremistas brasileños con otro grave flagelo: el secuestro político

“¿Crisis o contradanza?", se pregunta el importante semanario suizo Die Weltwoche al examinar los singulares vaivenes de la política boliviana. Varios expertos se han planteado hasta qué punto la adaptabilidad del presidente de facto Alfredo Ovando Candia (que sobre su vieja apariencia derechista había enarbolado los colores del nacionalismo de izquierda después del golpe del 26 de septiembre del año pasado, y que desde hace dos meses se mostraba proclive a lucir otra vez las insignias de la derecha) le permitirá “capear los temporales que azotan la nación del Altiplano para conservar el poder que le es tan preciado”.
El retorno a la derecha del gobierno de La Paz comenzó con el alejamiento del ministro de Minas Marcelo Quiroga Santa Cruz, hace un par de meses, y se aceleró a partir del 8 de julio último, cuando el general Juan José Torres fue desplazado del Comando en Jefe de las tres armas. Diversos episodios parecieron consolidar entonces el triunfo de los sectores militares aliados a la elite civil ultra-conservadora (motejada popularmente como “la rosca”).
Uno de estos hechos fue la toma del edificio central de la Universidad de La Paz, el miércoles 22, por obra de un grupo de choque armado hasta los dientes y comandado por Alfredo Candia, capitoste de la sección boliviana de la Liga Anticomunista Mundial, y que no sin candor se confesó ante la agencia Interpress como “fascista desde hace treinta años”, olvidando que poco antes había catalogado a su grupo como "demócrata liberal”. Mentideros políticos de La Paz aseguran que ese núcleo ultraderechista cuenta con el apoyo del ministro de Interior, coronel Juan Ayoroa. No sorprendió por eso la renuncia presentada el pasado lunes 27 en horas de la noche por el ministro de Información Alfredo Bailey: después de la caída de los dos grandes puntales del nacionalismo revolucionario, Quiroga Santa Cruz y el general Torres, era Bailey (junto a sus colegas Mariano Baptista Gumucio, ministro de Educación, y José Ortiz Mercado, ministro de Planeamiento) quien apuntalaba el trípode más radical de la revolución. En su renuncia, Bailey tronó: “La derecha está cercando al presidente. Está a punto de producirse uno de los crímenes políticos más graves de la historia nacional: el aniquilamiento del proceso revolucionario, lo que significará la ruptura definitiva entre el pueblo de Bolivia y las Fuerzas Armadas, y el fracaso, buscado por el imperialismo y sus servidores nacionales, de las medidas populares tomadas a partir del 26 de septiembre”.
Después de la restallante nota de renuncia, que Bailey se encargó de publicitar ampliamente, se produjo un vuelco asombroso que causó perplejidad a los observadores poco acostumbrados a los avatares políticos bolivianos: pasaron menos de 24 horas, cuando insólitamente Bailey retornó al gabinete anunciando que se hallan a estudio medidas radicales de izquierda. “El gobierno —clamó el repentino ex renunciante— se ha comprometido a seguir con mayor empeño en la lucha por la liberación nacional, acentuando con renovados impulsos la política de acercamiento a las fuerzas populares”.
Algunos comentaristas foráneos analizaron el suceso como una prueba de que Ovando Candia volvía a alejarse de la derecha para asumir un claro “giro a la izquierda”. Otros, más cautos, quisieron detectar en el presidente boliviano una maniobra —tal vez temeraria— para no quedar preso de las fuerzas conservadoras que sienten por él una sólida inquina y terminarían sin duda por derrocarlo. Manteniendo el apoyo de sectores nacionalistas
de izquierda y haciendo concesiones a la derecha, el dúctil mandatario espera neutralizar ambas corrientes y mantener un precario equilibrio que le permita seguir gobernando a Bolivia. Acidos humoristas paceños subrayan lo peligroso de este juego político y acotan: “Ovando usará desde ahora en adelante camisa parda y chaqueta roja".

LOS HEREDEROS DEL CHE
En verdad, la situación de Ovando es delicadísima. Su “giro a la derecha", lanzado hace dos meses, favoreció la radicalización explosiva de numerosos sectores de izquierda, y el retorno del Ejército de Liberación Nacional, gravemente mutilado en octubre de 1967 con la muerte de Ernesto Che Guevara y uno de sus lugartenientes bolivianos, Roberto Coco Peredo, y aparentemente aniquilado el 9 de septiembre de 1969, cuando el nuevo comandante del ELN, Guido Inti Peredo, cayó en una trampa mortal preparada por la policía en connivencia con un guerrillero, Fernando Martínez, alias Tesorito.
Según los estrategos de la guerrilla, el Inti (Sol) se apagó porque había intentado reconstruir el ELN concentrando todo su esfuerzo en La Paz, y demorando excesivamente el retorno a los lugares “aptos” para ese tipo de guerra: la selva y la montaña. Ciudad con sólo dos vías de escape, La Paz fue devorando implacablemente a los futuros guerrilleros del ELN y al propio Inti. Después, Ovando asestó su golpe y pareció calmar los pujos insurreccionales con sus medidas y proclamas populistas. Al abandonar esta ruta, Ovando permitió que el último sobreviviente de los tres hermanos Peredo, un médico de 28 años, Osvaldo Chato Peredo, hiciera resurgir el ELN y reimplantara focos guerrilleros en Bolivia.
En la madrugada del domingo 19, con un camión del gobierno y disfraz de alfabetizadores, un grupo de guerrilleros del ELN cayó sobre Teoponte, población cercana a la selva tropical del Alto Beni, y capturó a los técnicos germanos Eugen Schulhause y Günther Lerch, para canjearlos por diez prisioneros guevaristas. El canje se concretó el miércoles 22, y al día siguiente los dos técnicos alemanes reaparecían sanos y salvos (SIETE DIAS Nº 168). Aseguraron que la moral de los guerrilleros “parecía muy alta, pero en lamentables condiciones físicas y que distintos grupos se comunicaban con walkie-talkies; los germanos ignoraban si la guerrilla poseía medios de comunicación a gran distancia, pero el grupo que los secuestró tenía tres receptores de radio, usaba brújula y sextante para orientarse, y contaba con dos macheteros nativos de la región para abrirse paso en la selva. La acción del 18 de julio lanzó a la fama el nombre del Chato Peredo: por eso, un corresponsal de SIETE DIAS, Luis Edgardo Lemos, logró ponerse en contacto con el nuevo jefe guerrillero y hacerle el reportaje exclusivo que se trascribe a continuación.
—¿Su criterio es mantener el carácter sustancialmente campesino de la guerrilla boliviana?
—El escenario fundamental de la lucha es el campo. En cuanto a la guerrilla, es una fase de la guerra revolucionaria que confrontará nuestro pueblo. En un comienzo, participan en la guerrilla los sectores individualmente más esclarecidos, la vanguardia de mentalidad y espíritus proletarios. Esa vanguardia, en la etapa inicial, es un injerto de la ciudad en el campo, de las ideas proletarias en las campesinas. Necesariamente la guerrilla debe sufrir todo un proceso de simbiosis: un posible rechazo al principio, aceptación después y por último identificación. En Bolivia este fenómeno se acentúa más porque la población es mayoritariamente campesina.
—A su juicio, ¿la guerrilla deberá darse en una sola zona, donde existan condiciones especialmente favorables, o deberá explotar en diferentes focos?
—Esto depende de factores políticos, militares, etcétera. De todos modos, la táctica "concentración-dispersión" es una constante de la guerra revolucionaria. (El martes pasado, el ejército boliviano anunció que, además del grupo o los grupos guerrilleros que operan en el Alto Beni, se presumía que otro foco de guerrilla había surgido en las serranías orientales de Santa Cruz.)
—¿Cree que es posible que la guerrilla concite el apoyo de la población? ¿Piensa que la revolución auspiciada por el ELN será eminentemente “india”?
—Las masas tienen sus métodos de lucha que se modifican de acuerdo a su efectividad. Cuando ellas se den cuenta de que el método más efectivo, el único con perspectivas reales de poder, es la guerrilla, lo adoptará sin vacilar. Pero el pueblo necesita demostraciones concretas. Por otra parte, como la revolución es producto del pueblo, en nuestro caso particular será un fenómeno "indio", con cuadros surgidos de la ciudad y del campo.
—¿Por qué la guerrilla sufrió los fracasos que son del dominio público?
—En nuestro caso, la muerte del Che, primero, y después la del Inti, entre otros sucesos, pusieron al descubierto nuestras limitaciones: no estábamos en condiciones de golpear constantemente y por el contrario fuimos simples receptores de los golpes del enemigo; es decir, no logramos profundizar el proceso iniciado por el Che y continuado por el Inti, pero ésa es una etapa que consideramos superada.
—Entonces, ¿usted cree en la absoluta vigencia de las doctrinas guerrilleras del Che? ¿No le parece que la existencia en Bolivia de un gobierno que se proclama nacionalista de izquierda quita posibilidades a la guerrilla?
—Actualmente la guerrilla como método revolucionario y tal como la plantea el Che está vigente; es más, constituye la única posibilidad de triunfo. Sabemos que el “nacionalismo de izquierda" o “nacionalismo revolucionario" es una política imperialista de contrainsurgencia, una política preventiva que favorece al imperialismo, un paliativo en el afán de evitar lo inevitable, que es la liberación nacional,, meta de nuestra lucha.

_Recorte en la crónica_
BRASIL: TEORIA Y PRACTICA DEL SECUESTRO
No hace más de un año que los insurgentes latinoamericanos incorporaron a su “manual de la guerrilla urbana" una nueva arma de aterradora eficacia: el secuestro. Pese a la cruenta represión del aparato de contra-insurgencia implementada por algunos gobiernos centroamericanos y las medidas que tratan de poner en práctica los países del continente a través efe la OEA, no amengua el auge de los secuestros políticos. Tan es así que la práctica a escala casi masiva de los secuestros es considerada por algunos expertos militares como uno de los rasgos típicos del extremismo latinoamericano sobre todo porque el sistema de los raptos también ha sido adoptado por grupos de choque de extrema derecha.
El blanco predilecto de los secuestradores son los altos diplomáticos de las mayores potencias extranjeras, aunque otras veces los raptores eligen a compatriotas con importantes funciones gubernamentales o de gran significación política: tal es el caso del juez uruguayo Daniel Pereyra Manelli, notorio por la severidad de sus sanciones contra los rebeldes, raptado el martes pasado por el grupo sedicioso que opera en la República Oriental. También es posible que resulten secuestrados simples particulares extranjeros, de jerarquía profesional o de fuerte poder económico: a esta clasificación pertenece el reciente rapto de los dos técnicos alemanes Schulhause y Lerch, por los guerrilleros bolivianos del ELN.
Hace pocos días, terroristas brasileños que se encuentran en Argel después de haber sido canjeados a mediados de junio por el embajador germano Ehrenfeld von Holleben, se confiaron abiertamente sobre los fines de estos secuestros que conmueven a América latina, ante un enviado del semanario francés L’Express. He aquí su versión completa, que SIETE DIAS ofrece con carácter exclusivo.

Daniel Aarao Reís tiene 24 años y cabello alborotado de adolescente; su cutis moreno hace resaltar las placas rojas que en sus brazos y su torso delatan las torturas sufridas; hasta sus ojos parecen extrañamente envejecidos. Sin embargo, responde con firmeza y serenidad cuando se le recuerda que fue uno de los que concibieron y ejecutaron el secuestro del embajador estadounidense Burke Elbrick, el 4 de septiembre último, y se le pregunta cuándo y por qué él y sus compañeros recurrieron a este tipo de violencia.
—Un dirigente del Movimiento revolucionario 8 de octubre (así denominado para conmemorar la ejecución del Che Guevara) concibió por primera vez el secuestro como arma política: se llamaba José Roberto Spiegner y murió en febrero, durante un enfrentamiento con la policía. Sentíamos la necesidad de “globalizar” en un gran acto único todas las acciones dispersas que habíamos realizado hasta entonces durante 1969. Advertíamos que amplias capas de la población dudaban acerca de la eficacia cualitativa de nuestra tarea. Esos sectores populares notaban que ocurrían cosas, como por ejemplo que asaltábamos bancos para financiar nuestro movimiento, pero no tenían exacta conciencia de que realmente existía una izquierda revolucionaria en plena actividad. Queríamos “forzar” la atención del público. Para mí, este primer objetivo del secuestro de Elbrick era más importante que el segundo fin buscado; es decir, canjear al embajador por presos políticos.
Sin duda, el rebelde Aaráo Reis acierta en dos aspectos: cada rapto logró que todas las radios y las estaciones de televisión brasileñas se vieran forzadas a propalar ampliamente las encendidas y audaces proclamas de los insurrectos; por otra parte, los presos políticos siempre fueron liberados tal como se lo había exigido. Aaráo Reis recuerda casi con simpatía a Elbrick, y asegura que pudieron conversar muy francamente con él. Añade:
—El embajador nos confesó que lamentaba ver a la juventud de América latina atraída por las vías revolucionarias, pero reconoció que a esa juventud se le habían cerrado otros caminos. La dictadura instalada en Brasil le parecía un callejón sin salida. Todo el diálogo fue registrado con grabador, pero la policía se apoderó de las cintas magnetofónicas; supongo que esas conversaciones con Elbrick motivaron su alejamiento de la embajada norteamericana en Brasil.
Cuando se pregunta a Aaráo si él y sus compañeros realmente hubieran matado a Elbrick, en caso de incumplimiento del gobierno brasileño, asume expresión grave y contesta:
—Sí; nuestra decisión era irrevocable. Se trataba de una cuestión de principio. Si no cumplíamos, la izquierda se habría quedado completamente desmoralizada, al vernos perder credibilidad. Pero entonces no hubiéramos ajusticiado al señor Elbrick, sino al Embajador de los Estados Unidos, al representante en Brasil de los intereses del gobierno norteamericano, con todo lo que eso implica. De cualquier modo, fue una suerte no tener que matarlo: nos hubiera resultado muy penoso.
Ante las declaraciones del fogoso Aaráo Reis, se experimenta una grave duda: ¿esas acciones se encuadran aun dentro de lo político? Es cierto que, en algunas cárceles latinoamericanas, los presos entran pero no salen jamás, a menos que sus compañeros capturen algún rehén para usar como moneda de canje y comprarles la libertad a la fuerza. Pero, ¿cuáles son los límites de la violencia?, ¿dónde termina la praxis revolucionaria y comienza el bandidaje político?
Apollonhio de Carvalho (60), militante de la guerra civil española, héroe de la Resistencia francesa, intenta responder a estos interrogantes:
—Yo tenía excelentes camaradas, como Mario Alves, que creían posible un desarrollo pacífico y legal de la lucha política. Pero Mario murió a causa de las torturas padecidas. Es la dictadura la que nos impuso estos nuevos caminos, que incluyen asaltos y secuestros. La dictadura suprimió las elecciones, la autonomía regional, la separación de los poderes, la libertad de prensa, los derechos elementales de defensa legal... Entonces, ¿qué nos queda? La violencia es la única respuesta posible, cuando se cierran todas las otras vías de expresión.
Apollonhio se mira las piernas hinchadas, la mano derecha paralítica; tiene los riñones maltrechos y el corazón dañado. Sonríe y concluye:
Se dice que despreciamos la vida. No es cierto: amamos la vida, más allá de lo que cualquiera podría imaginar...
Copyright L’Express, 1970.

Revista Siete Días Ilustrados
3/8/1970
 

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