Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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Jóvenes: Los extranjeros del amor Ocurrió en Salamanca, España, el 21 de marzo de 1961. Una joven pareja —ella belga, él español; ambos de 23 años— se suicidó a los diez meses de matrimonio; ella estaba embarazada, y tres semanas antes él había recibido un premio nacional de literatura. Su posición económica era bastante desahogada. ¿Por qué lo hicieron? No se sabe, pero la aparente falta de motivación fue considerada como indicio de la creciente dificultad que la juventud actual encuentra en adaptarse a su medio social. A través de ése y otros ejemplos, el problema de la inadaptación y sus derivaciones en el terreno de la delincuencia juvenil son los temas fundamentales que desarrolla el penalista alemán Wolf Middendorff en su obra Criminología de la juventud (Ariel, Barcelona, 1964; 332 páginas, 1.200 pesos). Complemento de su anterior Sociología del delito (Revista de Occidente, Madrid, 1961), el libro fue escrito luego de un viaje de estudios realizado por los Estados Unidos que proveyó al autor de exuberante información sobre el tema; Middendorff (49 años) pertenece a la nueva generación de penalistas germanos, y su experiencia como juez de tráfico y de menores en Friburgo de Brisgovia, alternada con la docencia universitaria, le ha valido ser reconocido como un experto mundial en criminología. Su tesis doctoral, en 1951, trató sobre la criminalidad de la juventud después de la guerra. Es actualmente miembro corresponsal de casi todas las sociedades criminológicas de Europa y América, y desde 1960 profesor de Criminología en la Escuela de Policía de Baden, Friburgo. Los ingobernables Según Middendorff, en la actualidad se ha abierto un gran abismo entre los conceptos punible e inmoral, y la criminalidad debe entenderse entonces como la resultante entre dos elementos constantes: la peligrosidad social y la reprochabilidad moral. En los Estados Unidos, el peligro moral está implícito en la definición de ingobernable, que se aplica no sólo a quienes realizan un acto delictivo, sino también a los sospechosos de poder hacerlo. La edad tenida en cuenta al hablar de criminalidad juvenil oscila comúnmente entre los 14 y 19 años, pero varía según el país. Los casos extremos van desde los 9 años (Inglaterra) hasta un máximo de 21 (Chile y los Estados norteamericanos de Arkansas, California y Wyoming). Middendorff aconseja manejar con prudencia las estadísticas. El hecho de que la mayoría de los jóvenes no tengan prontuario policial acrecienta el volumen de la llamada cifra negra, que designa los casos desconocidos o evadidos de la estadística. Pone por caso los abortos, en los que la cifra negra se calcula en relación de 1 a 200 (un caso conocido por cada doscientos evadidos). Otros ejemplos: el aumento muy marcado de la criminalidad adulta y un descenso —relativo, dentro de esas cifras— de la criminalidad juvenil (6 por ciento del total). En esta última, la diferencia de sexos queda establecida en una proporción de 1 a 7 (una muchacha delincuente por cada siete varones). La diferencia tiende a aumentar en los países de mayor control familiar (España, Grecia, Italia, Turquía y Pakistán) y disminuye en los de mayor autonomía e independencia. Aquí también los Estados Unidos marcan uno de los puntos extremos; en ese país la proporción ha fluctuado desde 1 a 8 (en 1914), a 1 a 4 (en 1930), hasta la paridad —1 a 1—, en 1953. El libro aborda el estudio de las bandas juveniles, basado en una encuesta realizada entre más de 1.300 gangs de la ciudad de Chicago, que incluían no menos de 25.000 miembros. La calle superpoblada, el suburbio y el vacío o rechazo del hogar a causa del hacinamiento, la promiscuidad, la desintegración del núcleo padre - madre o su ausencia —si trabajan ambos fuera de casa— surgieron en la encuesta como agentes básicos de perturbación. En condiciones tan precarias, la falta de autoridad es llenada por el jefe de la banda, que impone una autoridad férrea y despótica. Cuando se intercala en una banda algún delincuente adulto, que pasa a ser el empresario del negocio, sus miembros transitan desde la violencia abstracta al crimen organizado. Es común la presencia de muchachas en estos grupos. Unas veces actúan en función varonil, “distinguiéndose por su crueldad y violencia”, o bien específicamente como pareja sexual de los muchachos, empleándose como señuelo o simples portadoras de armas (en la mayoría de los Estados norteamericanos está prohibido que los policías varones registren a las mujeres). En Alemania, las patotas florecieron en épocas políticamente tumultuosas y algunas llegaron a ser bastante célebres, como la Unión de Héroes Alemanes, de filiación nazi, en Bielefeld; la Banda de los Osos, de Kassel; la Banda de la Pantera, de Munich; la Gladow, de Berlín; todas de posguerra e integradas generalmente por adolescentes de 11 a 16 años. En Inglaterra, los grupos de este tipo aparecieron durante y después de la última guerra, y su peculiar producto fueron los teddy boys, iracundos de extravagante vestimenta, atracadores o simples destructores sin razón ni motivo aparente. Su disolución puede obedecer a varias razones: unas veces pasan al vagabundaje; otras sufren el matrimonio de sus miembros más conspicuos, y la mayoría de las veces se transforman en clubes deportivos o agrupaciones políticas y sociales. Cuando no ocurre, lo normal es su transformación en auténticas bandas criminales de adultos. La libertad condicional, las remisiones a correccionales y las prisiones de menores constituyen un antídoto de dudoso efecto, según Middendorff. En algunos casos se ha intentado el trasplante en bloque de la banda para romper sus vínculos ambientales. Otro sistema consiste en salirles al encuentro en su propio medio y procurar su transformación en una comunidad socialmente recuperable. La Comisión Municipal de la Juventud, de Nueva York, ha obtenido resultados importantes con el audaz mecanismo de infiltrar e introducir en las bandas a delegados especialmente instruidos para captar y disgregar a sus componentes. La tarea es peligrosa y a menudo larga, dada la desconfiada reticencia de los jóvenes. Uno de los éxitos más espectaculares fue el obtenido con la terrible banda de los Gatos del Infierno, cuya hazaña final fue la organización de un baile para la adquisición de chaquetas con el escudo del Club bordado en el pecho, una reunión de box... y el pedido a la Policía para que los protegiera de una banda rival. Herencia vs. Medio Ambiente Con respecto a las causas que desencadenan la delincuencia precoz, algunos investigadores opinan que los factores endógenos —hereditarios— contribuyen en una proporción del 91 por ciento. Cabeza visible de esta postura es el célebre penalista italiano Cesare Lombroso. Otros se inclinan a creer que la herencia influye en la conducta del individuo apenas en un 12 por ciento. Y los partidarios del término medio, antes que emplear la palabra herencia, hablan de predisposición. Hay cierto acuerdo en considerar como elementos de tara dominantes a las enfermedades sexuales (15 por ciento), el alcoholismo (34 por ciento), la tuberculosis (36 por ciento) y las psicopatías (15 por ciento). “La tesis filosófica de que el hombre nace malo o potencialmente criminal ha caído en desuso”, afirma Middendorff. A la tesis antropológica italiana sucede y se opone, en cierto modo, el materialismo científico social de la Escuela de Lyon. A partir de allí comienza el desarrollo de la teoría del medio ambiente o de los factores mesológicos. Lo positivo es que una y otra situación tienen su punto de partida en las vivencias infantiles, como lo ha demostrado el psicoanálisis. Wolf Middendorff da mayor importancia a las influencias del mundo circundante —a la circunstancia vital, como la denomina Ortega y Gasset— que a la disposición hereditaria. Esta última sería, en su opinión, “una mera masa explosiva cuya deflagración requiere la chispa que sólo el ambiente puede proporcionar”. Importante elemento de disgregación en la estabilidad psicofísica de los jóvenes es la evolución contemporánea de la familia, cuyas características son: reducción en el número de sus miembros; evolución hacia una comunidad de consumo, en donde dos de sus finalidades básicas —trabajo y diversión— se consiguen fuera del hogar. El regreso del marido al domicilio conyugal —y en muchos casos de la mujer, que también trabaja fuera— suele provocar una descarga de violentas tensiones. En esas condiciones, no es extraño que muchas de las atribuciones de la familia hayan sido absorbidas hoy, sin mayor resistencia, por el Estado. “De ahí al fracaso del hombre como marido, padre y jefe del núcleo familiar, no hay más que un paso.” Si una familia como la alemana, donde las diferencias entre padres e hijos son enormes, se encuentra ante graves problemas de autoridad y obediencia, cabría suponer que en los Estados Unidos, donde esas diferencias son mínimas, el sentido de la responsabilidad, el respeto y la disciplina serán mejores. No es así, sin embargo, y muchos ejemplos contribuyen a demostrarlo. El desentendimiento de los padres hacia sus hijos, esa educación sin educación representa, además de un deforme concepto de la libertad, la inseguridad y desconfianza en los propios principios. Middendorff estima que “la falta de respeto surge entonces inevitable, como manifestación externa de lo que sustancialmente es falta de amor”. Reserva de la criminalidad Los índices relativos a las familias incompletas —huérfanos, abandonados, padres divorciados— arrojan resultados escalofriantes. Los hijos de divorciados, principalmente, además de presentar en no menos del 45 por ciento perturbaciones psíquicas transitorias o permanentes, acusan un bajo rendimiento escolar; en una proporción alarmante —que en Bélgica llega al 58 por ciento—, incurren posteriormente en la criminalidad. Los casos de divorcios entre hijos de parejas divorciadas es, asimismo, dos veces más frecuente. Está probado que la guerra engendra un ejército de reserva de la criminalidad juvenil. Las grandes destrucciones, los trasplantes masivos de población, la liquidación de las autoridades, la promiscuidad a que obliga la falta de vivienda o el permanecer largos días en sótanos o subterráneos; el juego envilecedor de los traficantes del mercado negro, el lujo excitante y la abundancia agresiva de que hacen gala las tropas de ocupación son constante motivo de perturbación. El robo y los saqueos fueron, en la Europa de posguerra, más una exigencia de la lucha por la vida que una consecuencia de la aguda miseria. En Norteamérica, el fenómeno ha sido diferente. “El país que los soldados encontraron al volver estaba intacto y rebosante de ofrecimientos y posibilidades, pero ocupado por una gran masa de viejos inmorales, traficantes, políticos venales y otra masa mayor aún de menores díscolos, agresivos, dueños de la calle. Los que volvían eran, por lo general, neuróticos desilusionados, o instintivos violentos y nostálgicos. Ante la frivolidad y la indiferencia con que fueron recibidos, más la pérdida de sus empleos, no encontraron nada mejor que armar escándalos en los bailes, disparar la pistola como en los buenos tiempos, antes que retornar a la cadena de una fábrica, a la monotonía de hacer balances de mercaderías ajenas, o vender telas y fantasías a mujeres excitadas y excitantes. El choque resultó inevitable”, explica Middendorff. En los países que permanecieron neutrales apareció una delincuencia especial que se denominó criminalidad del bienestar. En Suiza, el alcoholismo, la vagancia y los delitos contra la honestidad fueron resultado del estado difuso de aburrimiento nacional. En Suecia, los jóvenes se obsesionan por conducir automóviles, y los roban; la mayoría de estos delincuentes están en buena posición económica, y los roban por distraerse o por simple travesura, pero en ningún caso por necesidad. Middendorff derriba de un golpe este artificioso estado de bienestar cuando se pregunta: “¿Quién hubiera podido imaginar que el tres veces maldito milagro alemán había de destruir la alegría de vivir de una generación de niños?”. Esperando que pase algo La literatura, el cine y la televisión no son causas autónomas, sino una consecuencia lógica y directa de las crisis sociales. Ninguna de estas manifestaciones crea ni inventa; simplemente refleja, transmite y difunde. Este último es su principal valor y a la vez su mayor riesgo. Los psicopedagogos están de acuerdo que, en el cine, los niños captan especialmente la ruindad humana, lo primitivo y lo sensacional. Siempre esperan que pase algo. Evidentemente es la exposición violenta, directa, rápida y brillante lo que da mayor atractivo a estos espectáculos. Según una estadística del Centro de Estudios Jugend und Film, las películas proyectadas en 1949, en Munich, contenían: 360 asesinatos, 84 suicidios, 34 perjurios, 167 hurtos, 2.236 adulterios, 85 incendios, 48 actos de espionaje, 98 robos a mano armada, 37 evasiones y tumultos en las prisiones En España, de 16.819 jóvenes que comparecieron ante 32 tribunales de menores, la influencia perniciosa del cine quedó claramente probada en el 33 por ciento de los casos. El riesgo de la televisión es semejante: por un lado, transmitiendo películas de gangsters; por otro, imponiendo un nivel intelectual de mayorías, a través de programas necios aunque económicamente productivos. Pero lo principal es la pérdida de tiempo y la desaparición progresiva de la disposición coloquial o de intercambio entre los miembros de la familia. En los Estados Unidos, los jóvenes de las escuelas nacionales pasan alrededor de 22 horas por semana ante la pantalla de televisión. Una encuesta entre 1.000 niños de las escuelas de Cincinnati, Ohio, demostró que los chicos pasaban 25 horas por semana en la escuela y 30 ante la pantalla de televisión. Otro elemento de la vida moderna que constituye un gran peligro para los niños y los muchachos son las historietas. La fabulosa venta de revistas de historietas (90 millones de ejemplares por semana en los Estados Unidos, 136.234 en un solo día, en la ciudad de Colonia, Alemania), y las tensiones que genera, crea en niños y adultos una disposición de expectativa angustiosa. Middendorff dice, irónicamente, que “las historietas son el esperanto de los analfabetos”. Como ejemplo de esta influencia, el periódico canadiense Vancouver Sun publicó durante tres días, en su primera página, el mismo parte de la guerra en Corea. Ninguno de sus 500 mil lectores pareció notarlo. En cambio, llovieron los llamados telefónicos y las cartas de protesta cuando, a continuación, repitió una tanda de historietas en la página 26 del diario. Luego de referirse a las desastrosas consecuencias que el alcohol y las drogas causan en la conducta de los jóvenes, Middendorff dedica un capítulo a analizar las perturbaciones de la edad del desarrollo y sus consecuencias en la denominada crisis de la pubertad. Es característica de esta crisis la disociación entre la maduración física —que se adelanta— y la maduración psíquica —que se atrasa—. Los 4 ó 5 años en que esos fenómenos se cumplen se impregnan de un particular desorden o desajuste. En los Estados Unidos se acostumbra a usar, para denominar la dinámica de estos estados, el término frustración. “La consecuencia de este modo reactivo se empeora especialmente en Norteamérica, donde los jóvenes son tratados como pequeños adultos, con frialdad y desapasionamiento, pero sin amor y dedicación suficiente.” La rebelión de los jóvenes contra el mundo de los adultos llega a adoptar la forma de una grave enfermedad mental colectiva, expresada en una incapacidad de reservarse sus naturales tensiones, las que son, en cambio, tumultuosamente exteriorizadas. “Los solitarios adolescentes, los introvertidos de antaño, andan hoy reunidos en manadas de lobos agresivos y sádicos.” Ello no sólo hace desaparecer todas las inhibiciones tradicionales, sino —y esto es lo que, según Middendorff, no se acaba de comprender racionalmente— que destruye la relación de valores hasta ahora admitidos; “se roba sin necesidad, se mata porque sí o por motivos absurdos y desproporcionados”. Donde esta peligrosa liberación alcanza su mayor gravedad y sus más violentas expresiones es en el terreno sexual. Investigaciones realizadas con la juventud norteamericana se refieren, a partir de 1950, a la aparición simultánea, en 10 ó 12 ciudades importantes, de un sorprendente engendro: los llamados clubes de los no vírgenes. En esos clubes fundados por alumnos de ambos sexos de las high school, las muchachas deben estar en todo momento a disposición de sus compañeros, obligándose todas ellas a tener relaciones sexuales una vez por semana, por lo menos. La ceremonia de ingreso consiste en la pérdida de la virginidad, que la aspirante debe consumar ante la Comisión Directiva del Club, reunida en pleno. Respondiendo a una encuesta internacional que la revista Time lanzara sobre estos asuntos, una carta de Suecia (fechada en 1955) decía que “...esas relaciones sexuales han producido aquí la felicidad de la población; mientras en otras partes las parejas se asesinan recíprocamente, entre nosotros se goza y se duerme juntos. ¡Quizás llegue vuestro país a ese grado de madurez cuando sea tan viejo como Suecia!” Para Wolf Middendorff, todo el secreto de la cuestión está implícito en la última frase de ese testimonio. Su significado es que “vejez en el terreno del espíritu no es incapacidad ni decrepitud, sino serenidad, equilibrio y estimación del placer como un elemento estético más, dentro de un conjunto libremente aceptado de mutua armonía”. Lo contrario, el caso del joven ya viejo o envejecido a los 15 años, que ya lo sabe todo y está hastiado de todo, es lo que conduce a esa furia destructora y autodestructiva, de extraña venganza a la vez contra esos padres que le han robado las ilusiones, la pureza y la verdadera juventud. ♦ PRIMERA PLANA 12 de abril de 1966 |