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LOS RECLUTAS DELA NUEVA IZQUIERDA
Esta postura política surgida recientemente en los países Industrializados más ricos está ramificada en mil tendencias: se encuentran influencias de Marx, Trotsky, Bakunin, Mao Tsé - tung, “Che” Guevara y Herbert Marcuse. Hay una coincidencia básica, la de rechazar el capitalismo y el comunismo soviético, sea staliniano o “revisionista"

Todo el mundo cree que cuando el general Charles de Gaulle "desapareció" durante seis horas, el 29 de mayo pasado, fue a pedir auxilio a los tanques del general Massu. “No es así; todo el mundo está equivocado", afirma Claude Roy, periodista de Le Nouvel Observateur. En su comentada ausencia de seis horas. De Gaulle se habría consagrado febrilmente a la lectura. Sus autores son Carlos Marx, León Trotsky, Bakunin y los demás "grandes" del anarquismo; Mao Tsé-tung, “Che” Guevara y el filósofo marxista-freudiano Herbert Marcuse. ¿Qué objetivo tendría semejante proeza bibliográfica a velocidad supersónica? El de “asimilar” a los pensadores que dan ideas y métodos de acción a los enemigos de Le Général, para derrotarlos usando sus propias armas.
Por supuesto, Claude Roy sólo intenta satirizar traviesamente a De Gaulle y su ideología de reformas y de participación. Lo interesante es que, al mismo tiempo, suministra el "catálogo básico” de los autores que guían a la Nueva Izquierda, tal como se ha ¡do perfilando en nuestra década en los países industrializados más ricos de Europa y en los Estados Unidos. Con pocos años de vida, ya ramificada en mil tendencias, la Nueva Izquierda desorienta implacablemente a quienes intentan definirla. Tal vez porque no es una sola, sino múltiple: tiene tantos rostros como los pensadores que la sustentan, como los grupitos que la defienden, como las revistas de breve tirada y frágil existencia que la difunden. Lo más eficaz sería comenzar a definirla por oposición, es decir, por lo que rechaza al unísono y con igual vehemencia.
Entonces se encuentra un doble punto de partida común: no el capitalismo en todos sus matices, neoliberal, neoconservador, socializante, estatizante; no al comunismo soviético, sea en su versión dura, estaliniana, sea en su versión moderada, "revisionista” y tecnocrática. Y este doble no, enraizado en lo actual, desemboca en un "sí” hacia el futuro: es un “sí" al hombre desalienado, que domina —según dice la Nueva Izquierda— el reino de la necesidad y penetra en el reino de la libertad, un hombre que no acepta ser “manipulado” por una jerarquía de partido político ni por la sociedad de consumo que lo trasforma en mercancía.
En el comienzo, está Marx. El Marx joven, “humanista”, preocupado por el problema de la alienación, y también el Marx cercano a la muerte, que afirmaba no ser marxista por repugnancia a todos los dogmatismos de escuela. Un periodista alemán, Einz Blatt, recogió estas opiniones de un grupo marxista berlinés, voluntariamente provocativas y heterodoxas, y por eso mismo reveladoras de lo que es un consenso en la Nueva Izquierda: “¿No vio usted las barbas de Marx, frondosas como un bosque, fluyentes como un río? Los soviéticos le cortaron unos pocos rulos, que peinaron, engominaron y pusieron en vitrina con el cartel de Marxismo, prohibido tocar. Pero nadie es dueño de Marx. Sobre todo, porque es un principio, nunca un fin". Los libros de Marx se devoran, pero no se convierten en Biblias. O si son tales, deben compartir su rango privilegiado con “otras" Biblias, lo que equivale a negarlas a todas.
Otro autor que se devora, pero que no se convierte en único maestro para la Nueva Izquierda, es Lenin. Pero se trata sobre todo del Lenin que creó la teoría del estadio imperialista del capitalismo, abriendo inéditas perspectivas para el problema de la relación entre potencias superdesarrolladas y países del hoy llamado Tercer Mundo. También importa Lenin como revolucionario y táctico de la acción. La Nueva Izquierda se complace en recordar que Lenin, hasta su muerte, orientó los destinos de su patria sin tener ningún cargo partidaria o político, y que siempre se negó a reprimir a escritores, poetas o pintores demasiado audaces en sus innovaciones, considerándose lego en la materia.

TRES HOMBRES, TRES CLAVES
En general, los seguidores de Trotsky fueron tan dogmáticos como los de Stalin. Los trotskistas de la Nueva Izquierda lo ensalzan, considerándolo el opositor típico de la burocracia staliniana. También ha recogido una frase mágica, la de la revolución permanente, que en Trotsky significaba en concreto: “La dictadura del proletariado que tomó el poder como fuerza dirigente de la revolución democrática se halla inevitablemente y muy rápidamente colocada frente a tareas que la fuerzan a incursionar en profundidad en el derecho de propiedad burgués. La revolución democrática, en el curso de su desarrollo, se trasforma directamente en revolución, socialista y se vuelve así una revolución permanente” (tesis Nº 8, de 1929). Muchos trotskistas de hoy —que seguramente Trotsky hubiera desautorizado— ven en la revolución permanente un movimiento mundial que abre una deslumbrante vía a un perfeccionamiento sin límites de la sociedad y del hombre.
Otros “temas” de Trotsky, que recoge la Nueva Izquierda, son: el internacionalismo, que se trasmuta en desprecio por las fronteras y el sectarismo nacional, y esa famosa frase de que “es preciso apostar siempre a la carta de la juventud".
La “revolución cultural" de Mao Tsé-tung brinda al izquierdismo actual un método y un acicate para la acción. Los homenajes a Mao florecieron espontáneamente durante las jornadas de mayo en Francia, y el nombre del líder chino fue un grito insurreccional. El francés Robert Guillain, experto sinólogo, señala los paralelos existentes entre la revolución cultural china y la abortada revolución cultural francesa. En uno y otro caso, el movimiento se desencadena en las universidades, donde los estudiantes se lanzan a una refutación global en medio de inacabables peroratas y discusiones. La acción es llevada a las fábricas, donde los obreros, presionados por sus cuadros, rechazan a los estudiantes; pero, en su segundo momento, las bases obreras reciben el impacto de la protesta y rebasan a sus cuadros en una voluntad insurreccional que hace crujir el marco del sindicato y del Partido Comunista. La diferencia es que, en China, todo lleva a una abolición del propio egoísmo y hasta de la propia personalidad para asumir con fervor la tarea gigantesca de una economía de penuria y austeridad; todo está digitado por Mao y lleva a un culto de Mao, tan desmedido que ni siquiera el de Stalin resiste la comparación. En Francia, y en todos los países industrializados donde florece la Nueva Izquierda, Mao es admirado y usado, nunca servido, ni tampoco endiosado. China no es un modelo válido para sociedades que ya están en la abundancia o se acercan a ella.
Todo movimiento nuevo, joven y audaz como el de la izquierda de hoy, necesita un héroe y un mártir. Latinoamérica brinda los dos en uno a través de la impactante personalidad de Ernesto "Che" Guevara. El rostro del "Che", con sus ojos ardientes, su barba, su pelo negro y su boina también negra con la estrella ganada en la Sierra Maestra, ilumina cartelones de protesta en los Estados Unidos, Bélgica, Holanda, Suiza, Gran Bretaña, Francia, España, Italia, Alemania Occidental. El “Che”, nacido en Argentina, triunfante en Cuba, asesinado en Bolivia, es el internacionalismo en acción. Su libro Guerra de guerrillas es leído con el pretexto de hallar lecciones de guerrilla urbana: en verdad lo que se busca es un ejemplo, un motor revolucionario. Se lo encuentra en la vida de Guevara, y hasta en su muerte; se lo encuentra en un artículo de 1964, El socialismo y el hombre, donde Guevara afirma que “el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor", recomendando tener “una gran dosis de humanidad para no caer en escolasticismos fríos, en aislamiento de las masas”. El socialismo, basado en impulsos morales, plasmará al "hombre del siglo XXI”: “No se trata de cuántos kilogramos de carne se come o de cuántas veces por año pueda irse a pasear por la playa con los salarios actuales —advierte el “Che" —; se trata de que el individuo se sienta más pleno, con mucha más riqueza interior y con mucha más responsabilidad".
En efecto, la Nueva Izquierda, marxista, leninista, trotskista, maoísta, guevarista, todo a la vez y nada de eso solamente, busca salvaguardar al individuo, con los hechos, aunque pueda a veces negarlo con las palabras. Cuba le parece el modelo socialista más simpático, por ese clima festivo, esa “pachanga" que disuelve en baile un desfile militar. Pero sabe que Cuba es pequeña y pobre; sabe también que el peligro mayor para el individuo puede estar en los países grandes y ricos. No es raro, por lo tanto, que la cuna de la Nueva Izquierda sea el país más grande y más rico del orbe, los Estados Unidos de América.

EL HOMBRE DE UNA SOLA DIMENSION
Todo movimiento necesita un detonador: la Nueva Izquierda encontró dos en los Estados Unidos. A comienzos de la década del 60 tomó envergadura la protesta negra, lanzada a la calle en demostraciones no violentas que chocaron contra la violencia blanca; sirvió para que la Nueva Izquierda abriera los ojos. En 1964 comenzó la escalada en Vietnam: entonces la Nueva Izquierda se puso de pie.
Fueron grupos minoritarios. Lo siguen siendo, aunque van en aumento. Sus reclutas surgieron dentro del vasto espectro de la clase media y en general se trató de intelectuales, artistas y, sobre todo, estudiantes universitarios. Casi ninguno de ellos había leído a Marx, Lenin, Trotski, Mao o Guevara. En cambio, habían leído a Henry Thoreau, el campeón de la desobediencia responsable del ciudadano, cuando es obligado por el Estado a actuar en contra de su conciencia, aplicaron lo leído a la guerra de Vietnam y a la situación de las minorías y de los pobres estadounidenses. También habían encontrado en Thoreau, como en Ralf Emerson y en Walt Whitman, la epopeya del hombre no comercializado y de la naturaleza aún no destruida. Ya estaban preparados para ser emocionalmente izquierdistas sin necesidad de más lecturas, salvo la de los apuntes de clase de un anciano filósofo alemán naturalizado estadounidense: Herbert Marcuse.
Marcuse es todo lo contrario de un orador de barricada o de un revolucionario profesional. Es un erudito, un profesor, un hombre de gabinete, de modales suaves, de voz pausada y reflexiva que acaba de cumplir 70 años. Huyendo de Hitler, fue a refugiarse en los campus universitarios de los Estados Unidos, y varias generaciones de estudiantes, del Este y Oeste, pasaron por su cátedra. Especialista en Hegel, desembocó naturalmente en Marx, que acopló heterodoxamente con Sigmund Freud, un investigador de la psiquis humana que nada tuvo de izquierdista. Amante de los animales —es miembro de la Sociedad Protectora del Zoológico— y gratificado con una larga y apacible vida matrimonial, nunca tuvo problemas en más de 30 años de residencia en los EE. UU. Ahora, el Ku-Klux-Klan acaba de amenazarlo de muerte. Marcuse contestó que retomará sus clases en California cuando comience el año lectivo: su vida corre peligro. No es de extrañarse, porque —sobre todo en esta década— el pensamiento del amable profesor quema como napalm y estalla como TNT.
De Freud, Marcuse toma el concepto de "represión inconsciente”; de Marx, el de alienación, el del hombre arrancado a sí mismo, llevado hacia la cosificación. La formidable técnica de hoy ya no se contenta con manejar a la naturaleza; ha elaborado técnicas sutiles e indoloras para manejar al hombre. Para Marcuse, la sociedad de bienestar estadounidense es fundamentalmente represora: el individuo no se adecúa a ella; sufre una mimesis mecánica, inconsciente, de modo que cree querer lo que la sociedad quiere, cree pensar lo que la sociedad piensa, libremente, por su voluntad. En cambio, es 'manipulado, .embotado: la realidad es alienación y viceversa; el sujeto de la alienación es engullido por su propia existencia alienada. Marcuse plantea y analiza esta situación con rigor científico en El hombre unidimensional: “El individuo unidimensional no pestañea cuando se le dice que hay bombas atómicas que son limpias, y que las computadoras sirven para los juegos de la guerra nuclear. La Sociedad de Bienestar, que es Sociedad Beligerante también, lo ha dotado de una Conciencia Feliz, para que no advierta la contradicción clave entre Bienestar y Beligerancia. La Conciencia Desdichada es privilegio del hombre de dos dimensiones, porque permite y suscita la critica, la rebeldía y la superación, cosa que no cabe en la sociedad represora estadounidense”. De paso, Marcuse realiza una crítica demoledora de la sociedad soviética, igualmente represora, porque, al ponerse como meta alcanzar materialmente a la sociedad de los EE. UU., encuentra el pretexto para suprimir autoritariamente la bidimensión humana.
¿Qué esperanza cabe, si los obreros mismos han sido regimentados sutil e indoloramente por la sociedad represiva que los ha dotado de una Conciencia Feliz? Marcuse responde: “Sólo cabe tener esperanza en la acción de los marginales. Por una parte, los míseros, los desocupados, los segregados raciales, los asociales; por otra parte, esos casos especiales de marginalidad social que son los estudiantes universitarios”. No es de extrañar que el mensaje del filósofo haya golpeado en pleno corazón de Alemania occidental, donde los jóvenes estudiantes gritan: "Ma-ma-ma" (Marx, Mao, Marcuse) al mismo tiempo que “Ho-ho-ho”, por Ho-Chi-Minh, grito reiterado en Italia, Francia y otros países. ¿Vietnam en Europa? Sí, afirma Marcuse: “Que un pequeño y débil país subdesarrollado resista la formidable potencia bélica de los EE. UU. es el símbolo de que el hombre puede enfrentar la colosal maquinaria técnica de la sociedad represora. No se trata de rechazar la tecnología avanzada, sino de su uso, tal como se da en los países más industrializados”.

ANAROUIA, POESIA... UTOPIA
El líder estudiantil Rudi Dutshke es heredero de Marcuse tanto como de Guevara o de Marx; pero en sus Escritos políticos, que hoy circulan en Alemania, Francia e Italia, mientras él intenta en Zurich la recuperación —tal vez imposible— de la bala que hace pocos meses le lesionó el cerebro, se advierten destellos de viejas ideas anarquistas. Más perceptibles aún están en el pensamiento de Daniel Cohn-Bendit, principal animador de las barricadas parisienses, y en muchos miembros de esta joven izquierda que en las jomadas de mayo hizo su primera “prueba de fuerza”.
Cuando acabó la guerra civil española, se creyó que el anarquismo había sido enterrado definitivamente por la Historia. Sin embargo, es un muerto robusto, dispuesto siempre a revivir. El reclamo de autogestión en la universidad y en la empresa, es decir, ponerlas en manos de quienes allí producen intelectual o materialmente, hecho característico de las jomadas francesas de mayo, antes de pertenecer a Tito de Yugoslavia, lleva el sello de Pierre Proudhon, Miguel Bakunin, Pedro Kropotkin, el de los "anarcos” italianos y españoles, así como la exigencia de democracia directa, una “idea-fuerza” de cuño anarquista. Aceptar el desorden como comienzo de un orden generado espontáneamente entre las masas, auxiliadas pero no “comandadas" por las “minorías conscientes”, no es un invento de Cohn Bendit sino de los anarquistas; rechazar las hibrideces de los frentes populares vertidos en pujas electorales como hecho contrarrevolucionario es un slogan anarquista. Hasta el grito parisiense: "¡Todos somos judíos alemanes!" (por el expulsado Daniel Cohn-Bendit, judío alemán), es un tipo de internacionalismo “visceral” que agradaría a los “grandes” del pensamiento anarquista.
Lo curioso es que las encuestas realizadas entre los jóvenes universitarios comprometidos en la revuelta parisiense revelan que sus autores favoritos no son teóricos políticos, sino poetas. El diario Le Monde ha publicado una serie de poesías anónimas que florecieron en las paredes de la Sorbona. Es llevar a la práctica el anhelo del “maldito” Conde de Lautréamont, gran precursor del surrealismo, quien soñaba con una poesía hecha por todos. Hasta los slogans escritos en las paredes durante las jornadas de mayo, y que han sido recogidos en diversos libros y publicaciones, mezclan tomas de posición claramente políticas con expresiones típicamente surrealistas: “La imaginación al poder”; "Tomo mis deseos por realidades, porque conozco la realidad de mis deseos”; "La lucidez es la herida más parecida al sol”; “Soy marxista de tendencia Groucho” (ensamblando al autor de El capital con los cómicos hermanos Marx).
"Anarquía y poesía riman con utopía”, se ha dicho coincidentemente en numerosos órganos de la prensa europea occidental. Se reprocha a la Nueva Izquierda el estar parcelada en infinidad de pequeños grupos dispares, en no situarse prácticamente ante las exigencias de la sociedad industrial, en ser coherente cuando se trata de destruir, pero no de construir, en moverse dentro de abstracciones, en un plano de pensamiento ajeno a los reclamos cotidianos de la mayoría, del hombre común. Los jóvenes izquierdistas contestan: "Las jornadas de mayo fueron un ensayo general de las revoluciones del siglo XXI”, retomando y enmendando pensamientos del filósofo francés Henri Lefebvre, marxista crítico. De todos modos, no ignoran su debilidad actual: ser minoritarios, estar dispersos, pertenecer a diversos sectores de la clase media y ser jóvenes, que es una etapa efímera.
Se ha colocado dentro de la Nueva Izquierda a grupos cristianos, más específicamente católicos, que rechazan la sociedad de consumo represora y la tiránica sociedad comunista soviética. Se cita, por ejemplo, al obispo de Manchester, monseñor Ernest J. Primeau, quien exhortó a los educadores estadounidenses con estas palabras: “El cristiano maduro es un hombre en permanente revolución, que empieza dentro de sí mismo, pero se extiende a la sociedad en la cual vive. En este sentido, la educación católica debe consagrarse a la formación de revolucionarios". Se señala que hay sacerdotes, en Francia, en Holanda, hasta en la España franquista, que tienen el Crucifijo cerca de un retrato del “Che” Guevara. Pero el pensamiento católico renovador no está entre las filas de la Nueva Izquierda; es, más exactamente, la otra gran opción que se contrapone a la vía que ofrece la Nueva Izquierda, porque incorpora la revolución social política y económica más drástica a la "recuperación de Dios”, es decir, al logro de la presencia divina, deslumbrante, totalmente redentora, entre los hombres. Estos descendientes del jesuita antropólogo y filósofo Teilhard de Chardin, conocedores críticos del marxismo en todas sus derivaciones, son minoritarios, como los reclutas de la Nueva Izquierda, a los que se asemejan como dos paralelas que nunca se cortan: tal vez ellos también tengan sus ojos puestos en el siglo XXI, aunque desde ya se ofrezcan al mundo como la exigencia de una revolución de Dios.
Revista Siete Días Ilustrados
5.08.1968
 


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