Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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APOLO El argumento circular A medida que el programa Apolo se acerca a su fin, una sensación de insatisfacción invade por igual a quienes lo promovieran y quienes lo criticaran. Esta sensación constituye, sin embargo, una paradoja, puesto que nadie niega que el programa Apolo ha sido con seguridad el esfuerzo tecnológico más complejo y más grande que haya intentado el hombre. Y, además, a pesar de las demoras y los contratiempos, es un éxito incuestionable. Apolo 16, la penúltima de las naves que componen la serie, partió el sábado 16 a las 14.54 hora argentina, llevando a bordo una tripulación compuesta por John Young, Charles Duke y Thomas Mattingly. La sexta nave tripulada norteamericana desarrolla un programa de actividades científicas a cielo abierto, cuya duración representa casi el 40 por ciento de todas las actividades humanas realizadas en esas condiciones en la Luna. Apolo 17 será la última oportunidad, por muchos años, que tenga el hombre de contemplar la naturaleza lunar “a ojo desnudo”. Esta abrupta conclusión del programa Apolo es la principal causa de frustración entre los científicos y tecnólogos que colocaron de buena fe todas sus expectativas en el proyecto. Sin entrar a juzgar la idea de Apolo, la frustración parece justificada. El programa Apolo fue reducido groseramente a la mitad por la administración norteamericana con el argumento de que su elevado costo era intolerable para la economía de los Estados Unidos. Esta decisión, sin embargo, ha hecho que los gastos realizados resultaran doblemente caros. Es que la parte del programa que se suprimió es precisamente aquella en que se esperaba obtener la enorme mayoría de resultados provechosos para la ciencia y el bienestar del hombre. Los vuelos realizados hasta ahora fueron apenas una "prueba de ensayo” del cohete y los distintos vehículos que componen el sistema. Aplicando una comparación simplificadora, es como, haber invertido todos los recursos de investigación en un prototipo de carrera y retirarse para siempre del automovilismo después de la primera fecha del campeonato. Este argumento confirma la desazón que causó entre expertos y legos la dimensión monumental que adquirieran los gastos de exploración espacial en el presupuesto de ciencias de los Estados Unidos. Unos afirmaron que los fines últimos del programa tripulado (la exploración del espacio inmediato) habrían sido mejor servidos por otros medios, más económicos y flexibles. Particularmente, porque los viajes tripulados sólo son factibles para la exploración del espacio muy cercano. La mayoría de los objetores del proyecto Apolo sostenía que el espacio no podía ser la primera prioridad de inversión de los Estados Unidos, dada la profunda crisis económica y social de esta mitad del siglo. Uno de los motivos —y de los menos frecuentemente analizados—, sin embargo, que impulsó a la administración de Kennedy a lanzarse a la aventura del espacio fue precisamente la idea opuesta. Es decir, que las vastas necesidades del programa espacial serían una componente decisiva en la expansión de la economía norteamericana, como lo ha sido también la necesidad de reequipamiento de las fuerzas armadas de Estados Unidos con motivo de su compromiso en Vietnam. El mismo temor a la "economía de paz” que expresan algunos sectores de la opinión norteamericana se extiende ahora al área espacial. El corte de los programas Apollo y Apollo-Aplications ha contribuido (junto con la liquidación del transporte supersónico SST y otros proyectos de aviones militares como el F-111) a sumir a la industria aeroespacial norteamericana, que emplea a centenares de miles de trabajadores especializados, tecnólogos y científicos, en una crisis de dimensiones nacionales. En la desesperación por apuntalar este castillo que amenaza derrumbarse, la administración Nixon parece dispuesta a promover un nuevo programa espacial que debería proporcionar plena ocupación, y aun posibilidades de expansión a la industria aeroespacial. El programa en sí no es una novedad. La idea básica había sido desarrollada y publicada ya por Werner von Braun antes de la década del 50. El objetivo de este proyecto sería crear un vehículo capaz de operar en el espacio cercano, trasportando hombres y equipos hasta órbitas terrestres semejantes a las que utilizan como "pista de espera” los actuales vehículos tripulados. Estas nuevas naves, además de su capacidad de carga considerablemente aumentada respecto de las actuales, tendrían otra ventaja: podrían reutilizarse hasta por lo menos un centenar de veces. Mediante estos vehículos sería factible construir estaciones espaciales en las inmediaciones de nuestro planeta y lanzar desde allí expediciones más ambiciosas hacia los confines del universo. Se descuenta que un proyecto así no sólo generará un alud de beneficios económicos directos, sino que producirá abundantes beneficios marginales, dado que para llevarlo a cabo serán necesarias innumerables innovaciones tecnológicas de todo tipo y en todas las áreas de las ciencias aplicadas. Cabe preguntarse, sin embargo, si para lograr estos resultados "secundarios” desde el punto de vista espacial vale la pena apelar a un recurso tan oneroso. Este es un argumento que hace dudar aún a los defensores más decididos de la exploración espacial. ♦ Martín Yriart Revista Panorama 20.04.1972 |