Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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Racismo: ¿Por qué? “Hoy es más fácil dividir el átomo que terminar con el prejuicio racial." El appartheid sudafricano, los disturbios que conmueven periódicamente a las grandes ciudades norteamericanas, las crisis árabe-israelíes y la guerra entre Nigeria y Biafra son, entre otros, episodios cotidianos que apuntalan la amarga frase del periodista estadounidense Ronald Lippit. Porque lo cierto es que la violencia fundada en los odios raciales parece haber recrudecido en todo el planeta durante los últimos años. Un problema que el escritor italiano Ernesto Toaldo trató de desentrañar en el ensayo que SIETE DIAS reproduce a continuación, editado en Milán por el Instituto Pontificio de Misiones Extranjeras, y en Buenos Aires por el Centro de Estudios Sociales en su Boletín Nº 32. Los términos esenciales del problema racial pueden ser resumidos en dos postulados, que constituyen algo así como el credo de cada racista. El primero se expresa así: mucha gente cree que existe una jerarquía de las razas, clasificable según un orden de superioridad o inferioridad, basado en la constitución biológica de la raza misma. Por ejemplo, los teóricos del nazismo distinguían una raza de superhombres (übermensch) representada por el alemán, el gran dolicocéfalo rubio de ojos azules, el hermoso ario, el “soberbio animal de presa”, como decía uno de los pioneros del racismo, el francés Vacher de Lapouge; una raza de hombres simples (mensch) constituida por la raza mediterránea, dinaría y alpina, y, por último, una raza de subhombres (hundermensch), que comprende los hombres de color, con la exclusión de los japoneses, dato que coincidía con su política en Asia. Más simplemente, hoy se tiende a distinguir las razas según el color: blanca, por una parte; de color, por la otra. O si no, por la ubicación geográfica: septentrionales contra meridionales. El segundo postulado es que la jerarquía racial determina una jerarquía de derechos y de deberes, según la cual las razas superiores tienen derecho de hacerse servir por las inferiores. Y esto surgiría de la misma naturaleza, que a algunos pueblos ha dado la misión de dominar y a otros la de obedecer. Desde el punto de vista histórico se debe admitir que el problema racial existe desde hace muchos siglos. Si actualmente es más agudo y contundente, se debe a tres hechos: la toma de conciencia de su situación por parte de los pueblos de color; la voluntad política de conquistar la igualdad de derechos ante las otras razas favorecidas por la historia y, finalmente, la oposición de estas razas al proceso de emancipación de las razas aún oprimidas y despreciadas. LA RAZA NO EXISTE Hablar de racismo significa poner sobre el tapete la noción de raza. Ningún concepto es más oscuro y científicamente inexplorado que éste. Afirma el antropólogo norteamericano Ashley Montegu: “El concepto de raza no es más que una concepción que, a la luz de la moderna genética experimental, es totalmente errónea y carente de significado, y que debería ser eliminada del vocabulario, porque ha hecho daños inmensos sin aportar nada. El hombre de la calle —continúa el científico— usa el término raza prácticamente del mismo modo que lo usaba su semejante del siglo XIX: tipo físico, herencia, sangre, cultura, nación, personalidad, inteligencia, capacidad. Todos estos elementos mezclados para formar ese menjunje que es la concepción popular de la raza". En un último análisis, los prejuicios raciales se basan en una realidad, la raza, que no existe. (Advertimos que todas las veces que usamos el término raza deberá ser entendido como grupo étnico y no como el menjunje seudocientífico de que nos hablaba Montegu.) Examinando la ideología racista, se vuelven evidentes la fragilidad y el subjetivismo de sus criterios y juicios. La misma variedad de este tipo de ideología es una prueba de su subjetivismo. En un reciente congreso organizado en París por la UNESCO para discutir sobre La raza y los prejuicios raciales (18 al 26 de setiembre de 1967), los estudiosos de todas partes del mundo estuvieron divididos en dos corrientes para determinar las causas del racismo. La primera, netamente mayoritaria, afirmó que el racismo nace del deseo de perpetuar un orden económico y político injusto y de consolidarlo: el racista es un egoísta (escuela socioeconómica). La segunda corriente apeló a motivos de orden cultural, psicológico y, directamente, patológico: el racista es un demente, un enfermo mental (escuela psicopatológica). LA CONQUISTA COLONIAL Y EL RACISMO La causa principal del racismo son los intereses políticos y económicos. Para convencerse basta examinar simplemente la historia de este fenómeno. Hay tres momentos históricos culminantes que han creado las condiciones del racismo biológico moderno. Se trata de la conquista de América y del descubrimiento de los pueblos de color, de la esclavitud de los negros, y de la aventura colonial del siglo pasado y de la primera mitad del actual. Estos tres hechos indujeron a los europeos a crear el concepto de razas superiores e inferiores, para justificar de algún modo la explotación escandalosa a la que sometían a las razas no blancas. Los primeros españoles que desembarcaron en América decretaron que los indígenas no tenían alma y que de hecho no eran hombres. No podían poseer la tierra y nada prohibía reducirlos a la esclavitud y asimilarlos a la categoría de animales domésticos. Se quiso que interviniera el Papa, a través del consejo del misionero español Bartolomé Las Casas, para admitir que los indígenas eran hombres. Resultó así que fueron bautizados; pero las tierras no les fueron restituidas jamás. Es curioso observar cómo los indígenas tenían a su vez grandes dudas respeto a los españoles: además del alma, que atribuían sin problema a los conquistadores, no terminaban de convencerse de que estos blancos tuvieran un cuerpo real y mortal como los suyos. Por eso, cuando tomaban prisioneros de guerra españoles, los sumergían en estanques para ver si estaban sujetos a la putrefacción, como todos los mortales. Este convencimiento sobre la desigualdad de las razas ha acompañado a los europeos en la sucesiva exploración y conquista del Africa negra. No veían ningún mal en saquear ese continente, entonces en pleno equilibrio demográfico y dueño de una civilización floreciente, para beneficio del Nuevo Mundo. La trata de negros benefició la expansión de América, pero fue una de las causas del subdesarrollo de Africa. LOS ESCLAVOS De la necesidad de mano de obra para los cultivos a la afirmación de la inferioridad racial de los negros el paso fue muy breve. Para terminar con las vacilaciones y las dudas de los conquistadores aparece luego una famosa bula del papa Nicolás V, quien autorizó a los portugueses a “atacar, someter y reducir a esclavitud perpetuas a los sarracenos, los paganos y otros enemigos de Cristo al sur del cabo Bojador y del cabo Non, comprendida la costa de Guinea”, aunque aconsejaba que se empeñaran en convertir a todos al cristianismo. Era como una bendición al comercio de los esclavos. Mientras todo esto estuviera dentro de los términos modestos del nivel artesanal, las dudas morales podían ser aquietadas con una bula del Papa; pero habiéndose desarrollado el comercio y aumentado la opinión pública contraria a esta trata inhumana, los mercaderes de esclavos corrieron el riesgo de perder sus bienes y las fuentes de su riqueza. Así es como empezaron a afirmar que la esclavitud era necesaria para la prosperidad de las naciones europeas; después, como la ofensiva humanitaria ejerciera mayor presión, tuvieron la ingeniosa idea de presentar a los negros como seres inferiores, incapaces de sentimientos morales. Como por ejemplo los describía un explorador, M. Long, en 1774: “No se puede afirmar que los negros son completamente incapaces de civilización, pues hasta a los monos se les puede enseñar a comer, beber y vestirse como un hombre. Pero, entre todas las razas descubiertas hasta ahora, parece ser que son los más incapaces de llegar a pensar y conducirse como hombres, salvo una intervención milagrosa de la Providencia. Yo no pienso que sería deshonroso para una mujer hotentote de Sudáfrica tener como esposo a un orangután” (Historia de Jamaica, 1774.) Existe luego el tercer factor histórico, el de la colonización reciente (1800-1850) que agravó mucho más los prejuicios raciales, siempre para justificar la explotación de la mano de obra de color. Así es como el conde Grey describe la situación en Sudáfrica, en 1880: “En esta parte del Imperio Británico, la gente de color es considerada generalmente por los blancos como una raza inferior cuyos intereses deben automáticamente ceder el paso a los nuestros [de los blancos] cuando están en oposición, y que es preciso gobernarla para provecho de la raza superior. Con ese objeto, son necesarias dos medidas fundamentales: darle a los blancos el modo de asegurarse la propiedad de la tierra hasta ahora ocupada por los negros, y procurarse mano de obra indígena en gran cantidad y al precio más bajo posible” (En Oliver Cox: Caste, Class and Race, Doybleday, 1948). "Los españoles y portugueses fueron menos racistas que los anglosajones pues su colonización no estaba acompañada por un rápido proceso de industrialización en la madre patria, que requiriese continuadamente mano de obra. Además, se debe reconocer que asimilaron en mayor grado el espíritu universalista y fraternal pregonado por la Iglesia" (K. Little). IMPERIALISMO Y RACISMO El estudio de la política occidental del siglo pasado y de los primeros decenios del actual, revela una coincidencia muy estrecha entre los mitos raciales y las ambiciones nacionalistas e imperialistas. El racismo se vuelve parte integrante de la doctrina económica y política de las potencias coloniales e imperialistas. Los ejemplos del aprovechamiento político de los esquemas racistas son innumerables. Es significativa la actitud de los norteamericanos hacia los japoneses. Mientras que en 1935 consideraban a los habitantes del Sol Naciente como progresistas, inteligentes y laboriosos, en 1942 los calificaban como embrollones y traidores, y en 1950 la calificación vuelve a cambiar. Una análoga instrumentalización política del criterio de raza se encuentra en la relación de Mussolini con los judíos italianos. En 1932 afirmaba: “No existen razas puras” y “el antisemitismo no existe en Italia”; en 1938, en virtud de la alianza ítalo-alemana, proclamaba todo lo contrario: “Existe una raza italiana pura” y “los judíos no pertenecen a la raza italiana”. Ninguna preocupación existió respecto al fundamento científico de este racismo político. Advertía el alemán doctor Gross en 1934: “La política no puede esperar a que la ciencia haya elaborado la teoría racial. La política debe pasar por encima de la ciencia apoyándose en la verdad intuitiva de la diversidad sanguínea de los pueblos y sacar la conclusión lógica, o sea, el principio del dominio y de supremacía de los más capaces”. Tal servicio del concepto de raza a los intereses económicos y políticos, se encuentra no sólo en el nivel de los estados sino también en el de las personas. Como nadie nace racista, es preciso que llegue a serlo por un motivo o por otro. Además de los factores psicológicos, es preciso reconocer la gran influencia del factor intereses. Se llega a ser racista para poder vivir mejor. Respondía un joven norteamericano a una encuesta sobre antisemitismo: “Yo no tengo nada ni en contra ni en favor de los judíos. Pero yo trabajo para ocupar un puesto; si mis patrones son antisemitas, lo seré yo también para triunfar en la carrera”. Si esta hipótesis del origen político-económico de muchos prejuicios raciales es verdadera, se debe sacar la conclusión de que el racismo no es una característica permanente de la filosofía política occidental y que, en la medida en que occidente pierda su espíritu nacionalista y colonialista, deberá abandonar también el prejuicio racial. Se deduce entonces que las naciones donde aún reina el racismo son aquéllas que tienen la tendencia nacionalista e imperialista más fuerte. De hecho, pues, para derribar la barrera del prejuicio racial, no bastará con accionar sobre la mentalidad particular; es indispensable cambiar las relaciones económicas (problema del hambre) y políticas (opresión de las naciones grandes sobre las chicas) a nivel internacional. El racismo tiene sus bases más sólidas en estas estructuras internacionales deformadas. BIOLOGIA Y RACISMO En 1815, el racismo de extracción colonial recibió un duro golpe: el Congreso de Viena abolió la trata de esclavos. Era la conclusión lógica de un movimiento humanitario generalizado que se había fijado ese objetivo a partir, sobre todo, de la proclamación de los Derechos del Hombre durante la Revolución Francesa y la presión moral ejercida en ese sentido por la Iglesia. El racismo comenzaba por lo tanto a vacilar. Sus seguidores más fanáticos pensaron entonces en darle bases más científicas y sólidas. Así es como recurrieron a la ayuda de las ciencias naturales. Hacia mediados del siglo XIX, se inicia en Europa el racismo biológico. Se proponía probar científicamente, en base a los descubrimientos de Mendel y otros acerca de la herencia biológico-genética, que la jerarquía entre las razas tenía su fundamento en las leyes de la naturaleza. A partir de 1850, se puede asistir, en los países nórdicos de Europa, a la aparición de toda una tanda de seudocientíficos que se empeñaban en probar por la biología los fundamentos de su teoría sobre la superioridad aria o céltica. Se trata de los denominados doctrinarios del racismo. El más famoso ha sido Arturo José de Gobineau (1816-1882), quien puso por primera vez sobre el pedestal al hombre nórdico. Su Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, publicado en París entre 1835 y 1855, constituye aún hoy la Biblia del racista. Para él, existen tres razas diferenciadas, de nacimiento, en inteligencia y capacidad técnica. La raza blanca es, por naturaleza y herencia, superior a todas las demás y la única capaz de progresar. Las otras son razas muertas, culturalmente estáticas. Dentro de la raza blanca existe una raza superior a todas las demás, la aria, representada por los nórdicos y los alemanes, y también por la nobleza francesa. Como se ve, estamos frente a un racismo de clase, construido expresamente para ensalzar la aristocracia por encima del pueblo, ávido en aquel entonces de reformas democráticas. Observa el antropólogo Leiris: “Se trata para Gobineau, que pertenece a la nobleza, de defender la aristocracia europea amenazada en sus intereses de casta por la avanzada popular y democrática; por eso, hace de los aristócratas los representantes de una raza superior a la que califica como aria y le atribuye una misión civilizadora”. La teoría de Gobineau tuvo gran repercusión en Alemania, donde Ricardo Wagner la divulgó orientando el racismo hacia el nacionalismo. Segundo de Gobineau en materia de racismo biológico fue el alemán H. S. Chamberlain quien, en su libro Los fundamentos del siglo XIX, publicado en Berlín en 1899, defiende la superioridad de la raza anglosajona y trata de probar que toda la civilización de Occidente es obra de los arios. No tiene ninguna dificultad en demostrar que eran arios Jesucristo (“Si no hubiera sido ario, no habría podido dar el mensaje tan noble que ha trasmitido al mundo”), Petrarca, Dante, Leonardo, y así de seguido hasta Torcuato Tasso. En 1925, aparece el primer volumen de Mi lucha de Adolfo Hitler; el segundo volumen en 1926. Esta obra, que a fines de abril de 1940 llevaba vendidos millones de ejemplares fue el evangelio de la escuela nazi. “El movimiento nacional-socialista —escribe Hitler— debe tomar conciencia de que, como custodios de la más alta humanidad sobre la Tierra, nosotros tenemos la más alta obligación. Y esta podrá ser mucho mejor cumplida si hacemos que el pueblo alemán tome conciencia de su raza.” El alemán, ario puro, no debe mezclarse con otras razas inferiores, tales como la eslava o la mediterránea, que han contribuido al retroceso de la civilización. Ni qué hablar de las razas de color. ¿POR QUÉ ES DIFERENTE EL COLOR DE LA PIEL? La ciencia biológica desmiente de manera rotunda el racismo pretendidamente científico. La diferencia entre razas, dicen los hombres de ciencia, no se debe a las diferencias en la constitución biológica sino únicamente a la cultura y a las condiciones ambientales. Así es como lo explica el profesor J. Ruffié, experto en problemas raciales de la UNESCO: “La raza, como hoy se la concibe, no es más que lo que se da en equilibrio entre un patrimonio genético heredado de muchas generaciones y las condiciones ambientales que han influenciado sobre los factores de adaptación corporal, favoreciendo el desarrollo de alguno en detrimento de otros. Así es como, luego de mucho tiempo, cada modificación puede significar la modificación del patrimonio genético de una población, inclusive su tipo racial”. Con palabras más simples, puede decirse que, desde el punto de vista genético, todas las razas tienen el mismo patrimonio a su disposición, hecho que las vuelve fundamentalmente ¡guales. Pero cada raza desarrolla de este patrimonio ciertas características según las condiciones ambientales. Las características que nunca son desarrolladas, con el correr del tiempo, quedan inutilizadas y, hasta cierto punto, desaparecen del patrimonio racial. Tomemos como ejemplo el color. ¿Por qué una raza es blanca y otra es negra? La última teoría, la del norteamericano Loomis, explica el fenómeno de esta forma: el color negro de la piel está dado por la presencia elevada de la vitamina D, que tiene la función de proteger el cuerpo de los rayos ultravioletas del sol. En los trópicos y en el Ecuador, ella estará presente en gran cantidad con el fin de que el fuerte sol no dañe al cuerpo. Afuera de los trópicos, ella estará presente en ínfima cantidad (e inclusive dará piel blanca), para permitir que se aproveche al máximo el poco sol que hay. Ahora bien, uno puede preguntar: ¿por qué un negro que, por ejemplo, vive en Europa no se vuelve blanco, o viceversa? En base a la teoría arriba expuesta se puede responder: porque la raza negra ha perdido, por desuso, el carácter genético que da la piel blanca. Biológicamente hablando, no existen razas inferiores y superiores. Todas las razas tienen el mismo valor, diferenciándose sólo por ciertas características externas de importancia secundaria: color, vellosidad, altura, forma del cráneo. “Desde el punto de vista físico —declaraba el científico norteamericano Morton Fried en la convención de Moscú sobre el racismo, en 1964— todos los hombres son diferentes pero iguales. La semejanza supera a las diferencias en un porcentaje de 95 a 5. Los pueblos de la Tierra disponen de igual potencialidad biológica para arribar a cualquier nivel de civilización. La diferencia en las relaciones prácticas depende sólo de la historia de los diversos pueblos”. Dicho esto, se puede deducir cuán relativa es la clasificación de las razas en blanca, negra, amarilla y roja. Esa clasificación sólo tiene en cuenta ese minúsculo patrimonio diferenciado del 5 por ciento y que está constituido por los aspectos más externos (color, estatura, etcétera), haciendo a un lado el 95 por ciento de similitud. Y también se puede sacar la conclusión de que es absurda la pretensión de la raza pura. Como biológicamente no existe la raza, mucho menos podrá existir la raza pura. Dice el antropólogo norteamericano Kluckhohn: “Las poblaciones humanas son demasiado bastardas y variables como para que se pueda hacer lo que con los animales. Una clasificación en base a las características biológicas hereditarias es hoy imposible. La actual clasificación en base al aspecto exterior es científicamente inconsistente”. EL MITO DE LA SUPERIORIDAD CULTURAL Otra causa del racismo es la pretensión, o la ilusión, de que la propia cultura es superior a las demás. Muchos racistas dicen: la civilización blanca, o la civilización nórdica, es superior a otras; por lo tanto la raza blanca, o nórdica, es superior a otras. A propósito de esto, el más grande historiador moderno, el inglés Arnold Toynbee, pregunta: “¿La civilización es un producto de la raza o un regalo de la historia y del ambiente?”. Y responde: “Consideremos primero el factor raza y, luego, el factor ambiente, cada uno por su cuenta. Si ninguno de los dos es capaz de explicar el surgimiento de una civilización, habrá que pensar que ella es el producto de los dos factores en conjunto”. Y compara a estos dos elementos con el aire y la nafta, que mezclados en el carburador e introducidos en una cámara de combustión, son capaces de accionar el motor, mientras que, si uno de ellos queda afuera, los dos permanecen inertes. La civilización no es sólo fruto del genio de una raza, sino sobre todo, de la oportunidad histórica que haya tenido un pueblo para manifestar su genio creador. Por eso, tiene mucha importancia la cantidad y la calidad de los contactos que un grupo haya podido tener con otros pueblos, a fin de aprender descubrimientos y técnicas nuevas. Indudablemente, en este sentido, los pueblos del Mediterráneo y europeos en general han sido favorecidos por la naturaleza y el ambiente mucho más que millares de otros pueblos o tribus de Africa y Asia. Observa el antropólogo norteamericano Franz Boas: “La historia de la humanidad verifica que el progreso de la cultura depende de las ocasiones ofrecidas a un cierto grupo de extraer enseñanzas de la experiencia de sus vecinos. Los descubrimientos de un grupo se extienden a otros grupos y, cuando más variados y numerosos son los contactos, mayores son las posibilidades de aprender. Las tribus que tienen una cultura más simple son, en su conjunto, las que han permanecido más aisladas, de modo tal que no pudieron aprovechar aquello que los vecinos realizaron en materia cultural”. La fortuna cultural de los pueblos europeos es un legado de las numerosas relaciones que han podido tener entre sí y con pueblos diferentes; los romanos, fundadores del primer gran estado europeo, imitaron a los asiáticos en la constitución jurídica del imperio, y a su vez, el imperio bizantino, heredero de Roma, debía más a Persia que a Roma en cuanto a su organización administrativa. Los africanos, por el contrario, como también los pueblos del archipiélago oceánico, no tuvieron todas estas posibilidades de contacto; por eso estamos admirados de que, no obstante haber sido perjudicados por el ambiente y por la historia, hayan podido crear, antes de la trata de esclavos (1500), estados feudales prósperos y organizados como el Reino del Congo o el de Benin (Nigeria), donde prosperaba un refinadísimo arte del bronce y del marfil, o reinos culturalmente vivaces como el de Songhai, cuya capital, Tombuctú, se había convertido en uno de los focos más activos de la cultura negro-musulmana. Para los africanos, cómo para los pueblos de América, la colonización fue un flagelo que desvastó muchos gérmenes de civilización que habrían podido conducir a no se sabe qué progreso. EL RACISMO COMO ENFERMEDAD MENTAL El estudioso norteamericano Arnold Rose afirma que buena parte del prejuicio racial “cumple la función de satisfacer una necesidad psicológica inconsciente y oculta”. Mas, ¿qué necesidad? Al respecto hay varias teorías; cada una de ellas es insuficiente pero todas en su conjunto pueden dar una explicación bastante satisfactoria. Hay quien afirma que el prejuicio racial surge en nosotros cuando descubrimos gente cuyo color de piel y costumbres son diferentes de las nuestras. El mecanismo que desencadena esta aversión basada sobre la raza es el del horror a la diferencia. La explicación más completa parece ser la basada en la teoría de la frustración y agresión, o teoría del chivo expiatorio. Se basa en un gran número de observaciones científicas realizadas en varios países donde existe el problema racial. Puede suceder que todo un grupo de personas, o una nación entera, tenga un sentimiento de frustración, ya sea porque no alcanza a descubrir la causa de sus males o porque no puede encontrarles remedio. La gente sufre una crisis económica, falta de trabajo, salarios insuficientes —como durante mucho tiempo fue el caso de los habitantes del norte de EE. UU.— o está descontento por no pertenecer a la primera nación del mundo, como los alemanes después de la primera guerra mundial. Ni gloria ni prosperidad: entonces, a encontrar un chivo expiatorio. Basta que un politiquero de bajo nivel proclame: “¡Ahí están los responsables de todos vuestros males! ¡Hacédselos pagar!” También existe otra explicación: la del miedo a los peligros imaginarios. En general, este factor explica el racismo hacia grupos minoritarios, no hacia razas de color. Se teme de que conspiren y tramen vaya a saber qué contra la mayoría, que se siente amenazada. Se decide, entonces, que son una raza maldita y que como tal deben ser tratados. Por último, también se piensa que el prejuicio racial es una verdadera enfermedad mental. Esta era la opinión de Luther King, quien llamaba a los blancos nuestros hermanos enfermos. En ese caso, el racismo está considerado como una variante de la locura y es posible, por lo tanto, hacer una “descripción clínica” del enfermo racista. Existe una muy interesante, que es el resultado de estudios científicos realizados en la Universidad de California por el profesor Sanford y otros especialistas. Reconstruyeron la personalidad del racista tipo: es un individuo irreductiblemente conformista y revela angustia ante el mínimo cambio social; de hecho, no da la impresión de conocerse y tiende a proyectar sobre otros los defectos de los cuales él es, en realidad, culpable; tiene tendencia a pensar con estereotipos y es falto de imaginación; sufre de complejos de inferioridad y, especialmente, de insuficiencia sexual; manifiesta un gran amor filial, pero trasluce un cierto odio por sus progenitores y una cierta indiferencia por los valores morales; siente aversión por las manifestaciones afectivas, pero inconscientemente se siente inferior en este terreno; es proclive a demostraciones de agresividad. RELIGION Y RACISMO En sus principios, las religiones consideran a todos los hombres hermanos e iguales ante Dios, y otorgan una importancia totalmente secundaria a las diferencias raciales. Eso no significa que en nombre de la religión no se hayan creado toda clase de prejuicios raciales que atentan contra esos principios: basta recordar el antisemitismo de origen cristiano. Ya en el Antiguo Testamento encontramos la idea de que las diferencias físicas y mentales de los individuos y de los grupos étnicos podrían ser congénitas, inalterables y hereditarias. El Génesis parece admitir la inferioridad de ciertos pueblos respecto a otros. Por ejemplo: cuando dice: “¡Maldito sea Canaan (pueblos de Egipto), hijo de Cam! Ellos serán esclavos de los siervos de sus hermanos (Sem y Jafet)” (Gen. 9, 25). Puede verse también una alusión a una cierta mentalidad racista del pueblo hebreo, cuando afirma la superioridad de la descendencia de Abraham respecto a los otros pueblos. Evidentemente, se hablaba de superioridad religiosa; pero su extensión a la superioridad racial es fácil. Para los cristianos medievales, ningún pueblo o persona era inferior por el color de la piel, pero no les cabía ninguna duda de que los no cristianos eran inferiores a los cristianos en cuanto a la religión. A propósito de eso, afirma el historiador Arnold Toynbee: “Debemos admitir que la dicotomía cristiano-pagana es mejor que la nuestra, que se basa, en cambio, sobre el color de la piel. Y esto es cierto, ya sea que lo consideremos desde un punto de vista intelectual o moral. Intelectualmente, la religión de un ser humano constituye en su vida un factor mucho más importante y significativo que el color de la piel y es, por lo tanto, un criterio de clasificación mucho mejor que el nuestro. Moralmente, tal dicotomía es también mejor, pues el ahismo existente entre las religiones, a diferencia del que separa a las razas, no es insalvable”. Y continúa Toynbee: “A los ojos del cristiano medieval, cuando paseaba su mirada por el mundo, los paganos que deambulaban en las soledades salvajes no eran irremediablemente inmundos ni irreparablemente perdidos. Potencialmente, eran cristianos como él, y presagiaba un tiempo futuro en el cual todas las ovejas descarriadas volverían al rebaño, admitiendo con ello una precisa voluntad de Dios para la unión del género humano. Con tal espíritu, los artistas occidentales de la Edad Media solían pintar a uno de los tres Reyes Magos como negro. ¡Qué diferencia —concluye el historiador inglés— del espíritu con que el protestante occidental de hoy, con la piel blanca, considera al converso de piel negra! El converso puede haber alcanzado la salvación en la fe del blanco; podrá haber adquirido la cultura del blanco y aprendido a hablar la lengua de los hombres y de los ángeles, podrá haber profundizado la técnica económica del blanco. ¡Pero esto de nada le vale si no ha cambiado el color de su piel!”. Toynbee hace notar cómo la actitud de los pueblos católicos, a diferencia de los protestantes, ha permanecido anclada en un prejuicio de tipo religioso medieval, pero ha rechazado de modo casi absoluto el prejuicio de tipo racista hacia la gente de color. Y cita a los pueblos latinos: españoles, portugueses, italianos. RACISMO TEOLOGICO Y ANT1RRACISMO PRACTICO Si hay un escándalo en la historia del Cristianismo, éste es el constituido por los diversos racismos cristianos, disfrazados de teología, que han ofrecido frágiles y temporarias justificaciones a la explotación del hombre por el hombre y, en particular, a la esclavitud colonial, en sus variadas formas históricas. Misioneros protestantes, más ligados a la empresa política de su país que a Dios, sintieron la necesidad de justificar con la Biblia la trata de esclavos y otras formas de racismo perpetradas por los colonos. Por ejemplo, el misionero inglés T. Thompson publicó un librito titulado Cómo el comercio de esclavos negros en la costa de Africa respeta los principios de humanidad y las leyes de la Religión revelada. Más tarde, en 1852, el reverendo Josiah Priet publicaba una Defensa bíblica de la esclavitud, a pesar de que en 1815 el Congreso de Viena ya la había condenado. Otro inglés, C. Carroll, en 1900, escribirá El negro como bestia o como imagen de Dios, en donde daba las pruebas bíblicas y científicas de que los negros no pertenecen a la familia humana y de que su constitución física, “según los últimos descubrimientos de la ciencia, es perfectamente simiesca”. La diferencia entre estas obras y las de los doctrinarios arriba citadas radica sólo en el hecho de que se apoyaban en la Biblia más que en la ciencia para sostener los fundamentos y la moralidad del prejuicio racial. También el sector católico tiene su culpa, por la indulgencia con que consideró ciertas actitudes de los gobernantes y los pueblos europeos. Es suficiente recordar el permiso de esclavizar a los indígenas dado por el papa Nicolás VI a los portugueses, que denotaba una mentalidad más preocupada por hacer prosélitos cristianos que por salvar la dignidad de las razas no blancas. Es preciso observar, sin embargo, que tanto los misioneros católicos como protestantes han luchado contra el racismo: su trabajo ha contribuido a elevar culturalmente a los pueblos de color y a ponerlos en condiciones de reivindicar su dignidad e igualdad frente a los blancos. En cuanto a sus ideas a veces racistas, debe entenderse que eran hijos de su tiempo. Los recientes papas no han tenido ninguna vacilación en condenar cualquier forma moderna de prejuicio racial. Pío XI, en 1938 condenó el antisemitismo como “una apostasía contraria en su espíritu y doctrina a la fe cristiana”. Además, la jerarquía eclesiástica indígena creada en los países donde hay misiones ha sido un rudo golpe a los últimos baluartes del racismo blanco. Y a este respecto hay que decir que los protestantes, antes que los católicos, han llegado a demoler en la práctica ciertos prejuicios arraigados. Es superfluo citar las condenas más recientes del prejuicio racial por parte de la Iglesia. Basta, por ejemplo, con citar a Pablo VI, cuando en su reciente mensaje al Africa resume las enseñanzas del Concilio: “El racismo ha sido clara y repetidamente condenado por el Concilio Vaticano II, en sus variadas formas, como ofensivo a la dignidad humana, ajeno al espíritu de Cristo, contrario a la voluntad de Dios, y por nosotros mismos deplorado en la Populorum Progressio como un obstáculo que se pone a la edificación de un mundo más justo y mejor estructurado de acuerdo a una solidaridad universal”. Queremos recordar que de parte de los obispos católicos no se ha dejado de elevar la voz, ahí donde era necesario, en defensa de los derechos avasallados. También el Tercer Congreso Mundial de Laicos apeló a todo tipo de autoridad mundial y nacional “para que se preocupen por este problema e intensifiquen su acción para superar radicalmente esta situación”. LAS RELIGIONES NO CRISTIANAS En cuanto a las religiones no cristianas, todas en sus principios están de acuerdo en condenar la discriminación entre los hombres basada en la raza, y todas, como la cristiana, admiten una cierta distinción y clasificación de los hombres en base a la religión. En el mundo musulmán, por ejemplo, la única distinción aceptada, hoy como en el pasado, es de orden religioso. Los musulmanes son tradicionalmente indiferentes al color de la piel, y el Corán subraya que todos los creyentes son iguales por encima de la raza o el color. Según la ley coránica, todos los habitantes de un país conquistado que abrazan la religión musulmana se vuelven iguales a los conquistadores. La práctica más convincente de este principio se encuentra en el hecho de que los árabes que conquistaron los reinos negros al sur del Sahara no vacilaban en dar a sus hijas por esposas a los negros. Ni siquiera el sistema hindú de las castas, contrariamente a lo que se cree, tiene muy en cuenta la cuestión de la raza, aunque algunos autores insisten en atribuirle un origen racial. Estos sostienen que la antigua sociedad hindú estaba dividida en cuatro varnas o colores, que representaban la base de su división racial. Parece más probable, sin embargo, que el sistema de castas tenía un origen más religioso y ritual que racial, pues la palabra varna tiene un sentido completamente diferente al de casta. Afirma el estudioso norteamericano Kenneth Little: “El individuo excluido está de acuerdo con aquellos que lo excluyen y colabora él mismo en respetar las leyes. Nada de esto tiene que ver con la moderna discriminación racial que es impuesta por las leyes y la presión social”. Si el racismo es un fenómeno cultural, no hay duda de que existen remedios que pueden erradicarlo del corazón del hombre. Eso es lo que fue sugerido en la Conferencia de París de setiembre de 1967 sobre el racismo, organizada por la UNESCO: “Las principales técnicas para combatir el racismo consisten: 1) Modificar la situación social que origina el prejuicio; 2) Impedir que quienes están imbuidos de los prejuicios actúen de acuerdo con sus creencias; 3) Luchar contra las falsas creencias”. MODIFICAR LA SITUACION SOCIAL Si es precisamente el deseo de perpetuar un predominio económico el que induce a un grupo étnico a ser racista contra otro, serán sobre todo estas relaciones de explotación lo que se deberá cambiar. En este sentido, el problema del racismo supera los marcos de cada estado en particular y pasa a ser mundial. Es absurdo pretender resolver estado por estado el problema racial, si primero no se da un reordenamiento a escala internacional de las relaciones económicas entre naciones ricas (blancos) y naciones pobres (gente de color). Sólo de esta manera se establecerán las premisas para que los pueblos víctimas de la ambición racista recuperen su libertad y estén en un pie de igualdad con los blancos. El hecho de que la mayor parte de los pueblos de color habiten las zonas del hambre, pesa mucho sobre cada acción legal y psicológica tendiente a eliminar la discriminación. Es sobre esta igualdad económica que se debe ante todo insistir. Los estudiosos tienden a darle siempre una mayor importancia a este aspecto, pues han comprendido que un problema como el del racismo no tendrá nunca ninguna solución al margen de una reforma de las relaciones económicas y políticas internacionales. Esa es la opinión del gran economista sueco Myrdal, autor de un importante estudio sobre los negros norteamericanos. “La discriminación —afirma— comienza cuando la víctima se encuentra en estado de inferioridad, y la inferioridad misma sirve de prueba al racista para afirmar sus propios prejuicios. En consecuencia, el problema consiste en solucionar el problema de raíz, suprimiendo la desigualdad social. Por ejemplo, la desigualdad en el plano de la vivienda provoca condiciones de vida inferiores para el hombre de color, condiciones que son en seguida invocadas para impedirles el acceso a una vivienda más confortable. La única solución es poner fin a esta diferencia, asegurando ante todo una casa decente a todos los hombres, para terminar con la idea tan universalmente aceptada, según la cual el hombre de color está predestinado a habitar las casuchas y los tugurios. ¿COMO CAMBIAR LA MENTALIDAD? Hay que luchar directamente con los prejuicios y la mentalidad enferma. Esta tarea correrá por cuenta de los educadores: familia, escuela, Iglesia. El problema es quién podrá educar a los educadores. Largos siglos de ideas equivocadas y de preconceptos acerca de pueblos diferentes al propio, no pueden ser cancelados con un golpe de puño. El racismo comienza en los bancos de la escuela. Es ahí donde se forman los primeros prejuicios. El niño europeo creerá que los negros son salvajes y violentos por naturaleza, que los americanos son superficiales, los rusos incrédulos, los judíos mercaderes estafadores, y los chinos un eterno “peligro amarillo”. No se podrá continuar en la función educadora con cierto tipo de publicaciones y películas. Por ejemplo, esa clásica fotografía de negros reproducida en el libro de geografía que los muestra con los cabellos empastados de barro, la nariz atravesada por anillos y las orejas por grandes aros, mientras a su lado está el blanco elegantemente vestido y bien alimentado, de donde sólo nace una impresión de inferioridad para el negro. Esto también vale para el cine comercial. ¿Por qué sobre la pantalla el negro debe siempre ser un guerrero salvaje sediento de sangre o un simpático mocito encantado con servir al blanco? ¿Y por qué los orientales son siempre siniestros conspiradores o sonrientes falsificadores? En conclusión, para erradicar el prejuicio racial, deben ser puestos en acción todos los medios de los que dispone un estado: jurídicos, económicos y educativos. No se puede, como hacen algunos, refugiarse en la esperanza de que los hombres comprendan por sí solos la falta de fundamentos del prejuicio y se decidan a adoptar una nueva mentalidad. “Porque —afirma el sociólogo inglés John Rex— la idea de que el racismo terminará a partir de una nueva mentalidad comprendida por todos, sirve para justificar la persistencia del racismo”. Siete Días Ilustrados 23.09.1968 |
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