Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

urss
URSS
DE TITO A DUBCEK O ADIÓS AL STALINISMO
“En la posguerra asistimos a la socialización de los Balcanes. Ahora estamos presenciando la balcanización del socialismo": algo así resumían europeos observadores políticos inclinados sobre el proceso ruso-checo. Que mostró a Dubcek (David checoslovaco) erguido —también casi triunfante— frente al Goliat soviético, no aflojando su empecinamiento liberalizante y consiguiendo el permiso —forzado pero real— de la URSS para su propio experimento.
Es verdad que el herético, tímido, eslovaco desafiador ejercitó osadías desacostumbradas: se negó a jugar el papel de acusado a que lo compelían los 5 “duros” (URSS, Bulgaria, Polonia, Alemania Oriental, Hungría) y no aceptó una reunión con ellos en Varsovia; se negó a trasladarse a territorio soviético para las conversaciones bilaterales con Brezhnev y su equipo, el cual debió —en cambio —hacer pie en terreno checo; se negó a admitir la permanencia de tropas soviéticas en su país. No es menos cierto-—a la vez— que titoDubcek aprovechó circunstancias mucho más favorables que Tito, el predecesor, en su enfrentamiento con la URSS.
Cuando hace 20 años, el mariscal yugoslavo dijo no al diktat ruso, Stalin (en reunión del Cominform) vertió el pulgar hacia abajo —a la manera imperial romana, condenadora a muerte de algún infeliz gladiador— y sonrió, omnipotente: "Lo haremos polvo”. El tiempo no le dio la razón: su cadáver fue desalojado de la vera de Lenin, Tito sigue manejando Yugoslavia y la tendencia centrífuga de los países socialistas se aceleró bruscamente a partir de la muerte del georgiano, cercenando el "papel dirigente de la URSS”, apagando la luz del partido Comunista soviético, "faro y gula del movimiento comunista internacional”.

El Estado y la revolución
La raíz del problema es cosa vieja. Se remonta al día mismo del triunfo de la revolución bolchevique en 1917; dos tendencias se enfrentaron entonces en el seno de la cúpula dirigente leninista: una que sólo consideraba posible la existencia —como estado— de la URSS en la medida en que se extendiera la revolución a otros países. Otra (más pragmática, consolidada a partir del fracaso de experiencias similares en Alemania, 1918, y Hungría, 1919) que carecía de ilusiones sobre la revolución mundial y exigía total contracción a la construcción del socialismo en un solo país.
Stalin se convirtió en campeón de la última. Enterrado Lenin —enterrada, también, buena parte de su ideología—, el ex seminarista del Cáucaso pronto fundió en una sola y misma causa socialismo y defensa de la URSS: para Stalin, la cuestión ideológico-política pronto se convirtió en una cuestión estatal, y los incipientes partidos comunistas en el resto del mundo (reunidos en el Comintern) en meros empujadores de la línea oficialista de turno en la URSS, aunque entrara en flagrante contradicción con las necesidades de sus pueblos.
Sólo un partido —el chino— se atrevió a oponerse a las “indicaciones” de Stalin: en 1936 (negándose al "frente común” con Chiang-Kai-shek), en 1945 (negándose a integrar, como socio menor, un gobierno encabezado por Chiang) y en 1947 (negándose a detener la lucha contra Chiang, y a dividir a China en dos: una roja, otra blanca). Cuando el 1º de octubre de 1949, el ejército de Mao ocupaba triunfalmente Pekín, el único, lacónico comentario de Stalin fue: "Parece que ellos tenían razón”.
En 1948 —y ya a nivel de Estado— Tito fue el primero en enfrentar la política estaliniana, que seguía considerando a los países socialistas brotados en Europa después de la Segunda Guerra Mundial— como especie de provincias de la gran metrópoli moscovita. Una concepción que —aun respetando banderas y fronteras— desmontaba fábricas de industria pesada en Alemania Oriental y las trasladaba a la URSS, por ejemplo. O confinaba a Rumania, Yugoslavia y Bulgaria al papel de simples productores agrarios. O les imponía a esos países "indemnizaciones de guerra” para reconstruir la asolada economía rusa. O los pensaba como meros "estados tapones" contra el peligro alemán, alejadores de una guerra eventual en territorio ruso.
El ejemplo de Tito no prosperó inmediatamente. Sin embargo, otros hechos —algunos biológicos (como la muerte de Stalin en 1953), pero especialmente los políticos (el XX Congreso del partido soviético, en 1956, donde Jrushov apaleó, inmisericorde, la intocada memoria de su antecesor y hasta “padre carnal”, según decía en sus discursos de la década del 40)— no tardaron en disgregar la aparente “unidad monolítica del campo socialista". Un campo abarcador de un cuarto de la superficie del mundo, concentrador de un 38 por ciento de su población,' productor de más de un tercio de los bienes lanzados al mercado por la economía mundial.

Los tanques de Nikita
El calor del deshielo jrushoviano hizo madurar algunos estallidos nacionales en el mismo año de 1956: una casi sublevación obrera en Poznam, Polonia; motines en Berlín Este; y —especialmente— la insurrección húngara, aplastada con tanques soviéticos por orden de Jrushov. Quien, pocos meses antes, había condenado con muestras de gran indignación (en el XX Congreso) la política represiva de Stalin.
Esta aparente contradicción es no más que eso: aparente. Porque Jrushov (aunque se reconcilió con Tito, aceptando una situación de hecho y respetando la "vía yugoslava" hacia el socialismo) continuó y desarrolló la política staliniana que consideraba al resto del campo socialista y al movimiento comunista internacional como meros acápites de "la construcción 'del comunismo en la URSS”.
Así —y embarcado en la política de “coexistencia pacífica y competencia económica” Con los Estados Unidos—, Jrushov entendió molestas las ásperas disputas fronterizas de China con la India, pero tampoco consiguió que Mao modificara un ápice su actitud en la materia. Al mismo tiempo que le instalaba a Nehru una fábrica de Migs-21 (y se los negaba a China), Jrushov cortó bruscamente toda relación económica con el gigante asiático que —entre otras cosas— dependía en un 80 por ciento del suministro soviético de petróleo.
China no se doblegó a esta clase de presión y la polémica estalló abiertamente en 1960, ante los ojos descreídos de Occidente (muchos creyeron en una maniobra) y los despavoridos de viejos, consuetudinarios acatantes del liderazgo soviético. “Revisionistas, contrarrevolucionarios" pactadores con el imperialismo”, fueron —a partir de entonces— habituales acusaciones chinas contra Jrushov. En 1962, otro país socialista de los Balcanes —Albania— deja de seguir “la estela rusa”, se alinea con China.
En el Asia, Corea del Norte no rompe con la URSS, pero apoya a Pekín. Particularmente reveladora resulta la posición de Vietnam del Norte: sus líderes manifiestan una praxis —y una formulación política— absolutamente “chinas”, pero no renuncian a la ayuda soviética; los rusos, a su vez, no pueden renunciar a esa ayuda sin “perder la cara”, totalmente, en el llamado Tercer Mundo.

Lo que se da, no se quita
Pero octubre de 1962 también presencia la crisis del Caribe, la retirada (inconsulta, doblemente irritante para Fidel Castro) de los cohetes instalados en Cuba. El propio Castro procuró —con inocultable parsimonia— amenguar los gritos de “Nikita, Nikita: lo que se da, no se quita” que la multitud coreaba, esos días, en la Plaza de la Revolución habanera. No por ello se achicaron las distancias entre la exigencia soviética de “tranquilidad” (para los cubanos) y el empuje castrista de la subversión (para los latinoamericanos).
Tironeado por las necesidades económicas (que abrocharon la dependencia cubana de la URSS) y por la necesidad de “la revolución latinoamericana como único marco posible para un camino independiente real", Castro maniobró cuanto pudo por un margen que se fue estrechando y se ahogó cuando el partido Comunista venezolano (según directivas de la URSS) abandonó la lucha armada (a cambio de la libertad de algunos de sus líderes) y reemprendió el camino de la presión pacífica y la contienda electoral.
En 1965, Rumania inicia su movimiento centrífugo (se niega, entre otras cosas, a tapar sus tradicionales pozos petrolíferos en bien del "Oleoducto de la Amistad” que da salida a la ingente producción soviética), busca relaciones económicas con Occidente, y —en 1967— no se solidariza con el rompimiento de relaciones diplomáticas del bloque socialista con Israel. La balcanización del socialismo se profundiza, en enero de este año, con la ascensión de Dubcek al poder en Praga.
De los 12 países socialistas, la URSS sólo cuenta —hoy— con el apoyo Incondicional de 3 (Alemania Oriental, Bulgaria, la fantasmal Mongolia), el forzado de Polonia, el titubeador de Hungría. A 15 años, apenas, de la muerte de Stalin, su “imperio” yace en estado de descomposición y ablandamiento.

Lo que vendrá
Rolda por contradicciones insolubles, la cúpula soviética no pudo aplicar tanques al absceso checoslovaco: entre otras cosas, una buena parte de partidos comunistas europeos (los que cuentan) se opuso a cualquier solución administrativa, defendió el derecho de cada uno a resolver “un camino nacional hacia el socialismo", reivindicó—aun sin nombrarla— una vieja tesis del líder comunista italiano Togliatti quien, ya en 1956, defendía el "policentrismo" o creación de varios centros directivos del comunismo mundial, en vez del único y soviético.
“Si ustedes negocian directamente con los EE.UU., nosotros ¿por qué no?”, preguntan los “desviacionistas" del Este a abrumados dirigentes soviéticos. “Si ustedes quieren mayor nivel de vida para su pueblo, nosotros ¿por qué no?", subrayan. “Si ustedes ponen el acento en la industrialización, nosotros, ¿por qué no?”, insisten. "Si ustedes liberalizan su economía, la descentralizan, vuelven a la ley de la oferta y la demanda, nosotros ¿por qué no?". Es posible que nuevas contradicciones de este tipo se produzcan, y otros países socialistas abandonen la rigidez filial que signa sus relaciones con la URSS. Que, en los últimos cinco años —además—, ha dejado el camino revolucionario para miles de estudiantes (europeos, norteamericanos) o habitantes castigados por el subdesarrollo en Asia, África, América latina. También para algunos soviéticos. Un chiste que actualmente circula en Moscú pregunta: “¿Qué haría Lenin si volviese de la tumba?” y responde "Haría la revolución, seguramente”.
Revista Panorama
13.08.1968
urss
urss

ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba